16 junio 2012

DISCOS

GRAVENHURST. The Ghost In Daylight.

Narcosis y soledad.

Qué esperado era el nuevo trabajo de Nick Talbot. Qué esperado y qué desconcertante el primer contacto con él. No porque haya nada que desentone en demasía, que se salga de los esquemas que su autor, con unos o con otros como acólitos, no haya explotado con maestría en anteriores ocasiones. Es simplemente porque tras la luminiscencia de “The Western Lands” (2007) muchos esperábamos que Talbot siguiera dando pasos de gigante y concluyera su transformación en un autor de proporciones titánicas y ambiciones incontables. Sin embargo, “The Ghost In Daylight” (2012) vuelve a la narcosis y la soledad, a los paisajes desnudos y penumbrosos, a esas canciones tranquilas que se balancean entre el acorde y el silencio. Canciones bellísimas que, como “Circadian”, “In Miniature” o “Three Fires”, envuelven la piel en suaves abrigos de melancolía, o instrumentales que, como “Carousel” y “Peacock”, despiertan los sueños latentes. “The Prize” es todo un cuento de desencanto y falsas esperanzas, una nube soberbia que vierte sobre la tierra todos sus líquidos caprichos, suavemente al principio, copiosamente al final. Lo más sorprendente de este disco quizá sean las nuevas vías abiertas en torno a la electrónica, presentes en la hipnótica “Island” y en los compases secundarios de “The Foundry”. Al final la obra crece con cada escucha, mostrando que la sencillez siempre tiene las de ganar. Y quizá así lo haya entendido el músico de Bristol. Y quizá por eso haya decidido que cambiar es una enorme tontería.

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