GRAVENHURST. The Ghost In Daylight.
Narcosis y soledad.
Qué esperado era el
nuevo trabajo de Nick Talbot. Qué esperado y qué desconcertante el
primer contacto con él. No porque haya nada que desentone en demasía, que se
salga de los esquemas que su autor, con unos o con otros como acólitos, no haya
explotado con maestría en anteriores ocasiones. Es simplemente porque tras la
luminiscencia de “The Western Lands” (2007) muchos esperábamos que
Talbot siguiera dando pasos de gigante y concluyera su transformación en un
autor de proporciones titánicas y ambiciones incontables. Sin embargo, “The
Ghost In Daylight” (2012) vuelve a la narcosis y la soledad, a los paisajes
desnudos y penumbrosos, a esas canciones tranquilas que se balancean entre el acorde
y el silencio. Canciones bellísimas que, como “Circadian”, “In
Miniature” o “Three Fires”, envuelven la piel en suaves abrigos de
melancolía, o instrumentales que, como “Carousel” y “Peacock”,
despiertan los sueños latentes. “The Prize” es todo un cuento de
desencanto y falsas esperanzas, una nube soberbia que vierte sobre la tierra
todos sus líquidos caprichos, suavemente al principio, copiosamente al final.
Lo más sorprendente de este disco quizá sean las nuevas vías abiertas en torno
a la electrónica, presentes en la hipnótica “Island” y en los compases
secundarios de “The Foundry”. Al final la obra crece con cada escucha,
mostrando que la sencillez siempre tiene las de ganar. Y quizá así lo haya
entendido el músico de Bristol. Y quizá por eso haya decidido que cambiar es
una enorme tontería.
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