28 abril 2010

DISCOS

OWEN PALLETT. Heartland.

Vivaldi moderno.

Al margen de sus múltiples y briosas alianzas (Arcade Fire, Grizzly Bear, Great Lake Swimmers, The Last Shadow Puppets, The Hidden Cameras, Beirut, The Mountain Goats, etc, etc), la excelsa y mística carrera solitaria de Owen Pallett comienza a tomar forma. Primero bajo el alias Final Fantasy, y ahora en nomenclatura simple, el canadiense esboza el esqueleto de lo que solo los megalómanos podrían atreverse a hacer: unificar en una sola cosa (homogénea, coherente, vital) el pop y la música clásica. Tarea a priori complicada, de “Heartland” (2010) emerge un sentimiento de bonanza y logro. El joven Owen consigue su objetivo, alcanzando una obra tangente a etiquetas y tendencias, única en un género híbrido escasamente prodigado, y sobre todo, carente de ampulosidad o extravagancia (toma nota, Joanna Newsom). Parecida sensación a la que dejó aquel maravilloso “He Poos Clouds” (2006). La melodía (el pop) y los picos orquestales (la clásica) se alinean dentro de la misma facción en un acuerdo sin precedentes. La voz calma y sutil del protagonista relata los avatares de extraños e incomprendidos personajes, sin aspavientos, con pulcritud. La electrónica, en forma de beats acolchados, impregna abundantes episodios sin incomodar. Y de todo ello nacen canciones idílicas y sin mácula (victoria por K.O. para “Keep the Dog Quiet”, “Red Sun Nº 5”, “Oh Heartland, Up Yours” y “E Is for Estranged”) que vacunan contra el puritanismo sonoro más extremista. Preciosa fotografía de un beso entre el ayer y el mañana.

www.owenpalletteternal.com

21 abril 2010

CONCIERTOS

SONIC YOUTH. Madrid. La Riviera. 19-4-2010.

Exhibición incompleta.

De Sonic Youth a estas alturas uno ya no sabe qué esperar. Cuando la ocasión pinta batería de éxitos, te dan con un disco nuevo en la cara. Cuando esperas que suene el material nuevo, se lo pasan por el forro. Tan imprevisibles en lo táctico como las cenizas del Eyjafjalla. Tan previsibles en lo técnico que su primer concierto de La Riviera pareció a ratos la copia en video del ofrecido en el pasado Primavera Sound. El comienzo con el triplete mortal “Squizophrenia”-“Bull in the Heather”-“100%” auguraba una exhibición titánica, un encuentro (cara a cara, en una sala, como debe ser) para la historia. Sueño que devino a la postre en frialdad manifiesta, continuidad aburrida y una racanería (escasísima hora y media) impropia de una banda de su alcance.

Porque posiblemente la jugada de repetir el martes en Madrid no se debía solamente a la demanda. También a un juego de retrospectiva, a una obra en dos actos, malamente anunciada y obviamente reprochable. La sensación tras el primer round fue de haber asistido solo a la mitad de algo. Sí, a momentos muy, muy grandes (“Hey Joni”, “The Sprawl”, “Silver Rocket”, “Shadow of a Doubt”, “Death Valley ´69”) pero insuficientes. Fue como estar deseando lo que nunca sucedió, como ver calentar un motor que nunca llegó a arrancar. Algunos se sentirían plenamente satisfechos ante tan minimalista derroche de fuerza materializada en recuerdos. En todas partes hay incondicionales, fanáticos circenses, amantes irracionales. Los neoyorquinos siempre han venido a ser la banda inapelable del rock, el santo y seña del indie, el catecismo del ruido. Qué ocasión tan grata era ésta para dar el puñetazo sobre la mesa, la patada al suelo, para dejarlo cristalino y firmar con letras de oro en el libro de dedicatorias. Pero no.

De mal concierto no se puede hablar, pero sí del sinsabor de la indiferencia. La Riviera hasta los topes y entregada, con entradas compradas mucho antes que los visitantes del martes (ignoro qué pasó el martes, no quiero saberlo), no se merece un triste a medias. Y habría que plantearse por qué Thurston y los suyos se han quedado enclavados en los tópicos más típicos, ya sea en forma de repetición holgazana (“Expressway to Yr Skull” siempre en el bis cansa y el “Daydream Nation” ya gozó su momento), de arpegio esmerilado o de pose indolente. Está claro que detrás de ellos hay algo más. O al menos éso es lo que llevábamos pensando 15 puñeteros años.

www.sonicyouth.com

14 abril 2010

RETROSPECTIVAS

SPIRIT. The Family that Plays Together.

Joyas de los sesenta (7ª parte).

La cosa tiene su truco. ¿Por qué un disco añejo, de 1968, suena tan vívido, tan actual?. Pues tiene explicación. Que no es otra que la historia de una pérdida imperdonable, la de aquellas mezclas originales editadas en los sesenta. Esta crónica se nutre de la edición en compact de 1996, arduo trabajo de reconstrucción. Hagamos abstracción, desenfoquemos el oído e imaginemos los sugerentes surcos de un vinilo.

Nacidos en la prolífica costa oeste americana, Spirit fueron una de las bandas más interesantes de una época. Y como época habría que acotar: finales de los sesenta y primeros setenta, aunque su historia sea más longeva. Su impronta dejó mella en otras bandas con mayor reconocimiento. Led Zeppelin son un ejemplo. De hecho, “Starway to Heaven” no hubiera sido lo que fue sin el generoso préstamo de los californianos. Sus virtudes se asentaban en las poderosas guitarras de Randy California (usufructuarias del sonido Hendrix, del cual fuera acólito), los ritmos del veterano Ed Cassidy y el aplastante ingenio compositivo de Jay Ferguson. Valientes y arriesgados, aperturistas y exploradores, consiguieron teñir el ya manido patrón del rock de muy diversas texturas: jazz, calipso, música clásica, danzas espirituales o psicodelia pura. Y podría decirse, sin miedo a la errata, que fueron pioneros de lo que un poco más tarde vendría a conocerse como “rock progresivo”.

The Family that Plays Together” (68), segundo largo en la etapa dorada, abre los cerrojos del frondoso “Spirit” (68) para mostrar las cualidades de la banda en todo su esplendor. Un disco complejo y ligero a la vez. Pero ante todo, un disco de canciones. Canciones, en su mayoría, sin atisbo de fisura. Canciones, como “Poor Richard” o “She Smiles”, por las que cualquier songwritter mataría. En él se aprecian todos los virajes exóticos del grupo (bossa en “It Shall Be”; psicodelia y jazz en “Silky Sam”; toques de swing en “It´s All the Same”, explosivo tema con míticos solos de California y Cassidy). Un hit rompedor abría el álbum: “I Got a Line on You” se ganó por méritos propios lugar de honor en la miscelánea de la banda. Una balada de libro ponía el stand-by: “Darlin´If”, con claro sabor a clásico americano. Orquesta y secciones de viento adornando respectivamente “Drunkard” y “Aren´t You Glad”, canción ésta concebida con la inestimable colaboración de Brian Wilson. Y la reedición del 96 añadía otros cuantos temas en forma de rescates o inéditos, destacando los instrumentales “Fog”, “Mellow Fellow” o “Space Chile”. Toda una transposición de la magia de los sesenta al sonido contemporáneo. Grandísimo, gigante álbum al que solo puede hacerle sombra otro con la misma firma: “Twelve Dreams of Dr. Sardonicus” (70).

www.randycaliforniaandspirit.com

11 abril 2010

DISCOS

TINDERSTICKS. Falling Down a Mountain.

Reloj de nuevo en hora.

Ya está bien, volvamos al presente. Dejemos por un rato de viajar hacia el ayer y miremos qué nos ofrece el panorama de hoy. Qué mejor manera de despertar que con el retorno de Tindersticks, banda con tanto de clásico y mucho de moderno. ¿Y qué debe tener todo buen disco de los de Nottingham?. Veamos: 1. Cuerdas y vientos. 2. Algo de soul. 3. Voces femeninas. 4. Melodías de piano. 5. Una guitarra española. 6. Instrumentales. 7. Misterio, oscuridad. Pues bien, “Falling Down a Mountain” (2010) lo tiene todo. El anterior “The Hungry Saw” (2008) revelaba la tarea de poner de nuevo el reloj en hora. Y lo han conseguido. Con la precisión del Big Ben o al reloj astronómico de Praga, Stuart y sus secuaces vienen a demostrar que hay vida después de la partición. Mucha vida. Mucha inspiración. Un todo de recursos, explorados y por explorar. Sin ponderarse en nada que desmonte los cánones de siempre, este disco realimenta su dogma de fe. A las en punto ofrece copiosas y vibrantes lecciones de pop (“Harmony around My Table”, “Black Smoke”); a los cuartos suenan exquisitas baladas con aires de soul o épica de cámara (“Keep You Beautiful”, “Factory Girls”); a las medias se dibujan excelentes ejercicios de estilo (cuasi-jazz en “Falling Down a Mountain”, country and western en “She Rode Me Down”); y a las menos cuarto aparecen los instrumentales, sofisticados y sinuosos, como “Hubbard Hills” y la, oh Dios!, intrigante y hermosísisma “Piano Music”. Esta vez Mary Margaret O´Hara acompaña a la autoinmune voz de Staples, haciendo de “Peanuts” un precioso ten con ten. Lejos queda el estricto estilismo de sus orígenes. Tindersticks ya no son una carísima pieza a subasta para coleccionistas. Ahora son propiedad de la mayoría universal.

www.tindersticks.co.uk