29 mayo 2012

DISCOS

M. WARD. A Wasteland Companion.

Un genio en compañía de amigos.

Interesante el nuevo trabajo de M. Ward. Interesante toda su carrera de principio a fin. Interesantes sus afiliaciones con amigos. Porque si de algo puede vanagloriarse el músico afincado en Portland es de tener un puñado de amigos y admiradores que haría a cualquiera estallar de orgullo. En “A Wasteland Companion” (2012) la lista de colaboradores es colosal: Zooey Deschanel (cómo no), Mike Mogis (cómo no), Howe Gelb (por supuesto), pero también John Parish, Steve Shelley, Toby Leaman (Dr. Dog), Tom Hagerman (DeVotchKa), Adam Selzer (Norfolk & Western), Rachel Cox (Oakley Hall) y un staff interminable. Como interminable es el camino recorrido para lograr engranar este álbum, grabado en un vagabundeo excitante por multitud de estudios. El resultado no se aleja demasiado de las anteriores creaciones de Ward, porque M es M, y nunca habrá otro igual. Ese sonido avejentado y poroso, esa voz corroída de sabio, esa marcada influencia de los clásicos más clásicos, hacen de su música un pequeño satélite en órbita dentro de una galaxia llena de agujeros negros. Aquí el bueno de Matt se transfigura a cada instante en lo que le da la gana ser; un elegante crooner en “Crawl After You”, un rockero canalla en “Me and My Shadow” y “Watch The Show”, un héroe pop en “Primitive Girl”, un vaquero nostálgico en “Clean Slate” y “There´s a Key” o un asceta iluminado en “Wild Goose”. Y por supuesto, también un versionador astuto y picaruelo: dicen que “Sweetheart” es la de Daniel Johnston maqueada al estilo años 50 y yo digo que no hay duda; también dicen que “I Get Ideas” es una adaptación del “Adiós muchachos” de Gardel y yo digo que hay que echarle imaginación. Sea lo que fuere, este geniecillo entrega otro disco soberbio y vuelve a volar muy alto, apuntándose un nuevo tanto en su marcador particular. No tiene rival.

22 mayo 2012

RETROSPECTIVAS

CARAVAN. In The Land of Grey and Pink.

Joyas de los 70.

He aquí un disco magnífico encuadrado dentro del llamado rock progresivo, un género al que no dedico muchas líneas y quizá vaya siendo hora. Caravan nacieron a finales de los 60 y, sin duda alguna, los 70 fueron su década dorada. Ocho discos en diez años, entre los cuales destaca este “In The Land of Grey and Pink” (71), considerado por muchos el culmen creativo de la banda y obra maestra del género. No obstante estamos ante un álbum que mitifica el espíritu de esa nueva corriente nacida a finales de los sesenta, esa nueva variante del rock que no es propiamente rock, sino una evolución lenta y precisa del folk y la psicodelia hacia patrones épicos de un rock que puede serlo o no, que puede camuflarse en otras formas, llámese blues, jazz o lo que sea. El caso es que en este disco se aprecia esa sintonía, el ejercicio propio de la época, ese que también se dedicaron a entrenar bandas como King Crimson, Emerson, Lake & Palmer, Camel, Yes, Soft Machine o los mismísimos Pink Floyd.

¿Y por qué no colocar a los de Canterbury entre estos grandes nombres, aunque nunca tuvieran el eco de aquellos y su éxito se limitara a una parte mínima del globo terráqueo?. Pues para eso están estos espacios personales, para hacer justicia. Para la grabación del disco que nos ocupa Caravan mantenía todavía su formación inicial, los primos Sinclair (David y Richard), Pye Hastings y Richard Coughlan, elenco que comenzaría a zozobrar justo después de firmar para la Decca esta gran obra. Y hablemos del álbum en sí. Su edición original quedaba claramente dividida en las dos caras de rigor. La cara A, con cuatro delicias electro-acústicas llamadas “Golf Girl”, “Winter Wine”, “Love To Love You (And Tonight Pigs Will Fly)” y la canción enorme que da título al disco, cuatro claros ejemplos de lo dicho líneas antes, de la transición del folk al ímpetu instrumental virtuosista sin perder el hilo de la melodía, el comienzo de una nueva era para el pop, porque sí, todo podría simplificarse llamándolo “canciones pop”. La cara B es otro cantar, o mejor dicho, otro tocar; un larguísimo movimiento de episodios hilvanados bajo el título global “Nine Feet Underground”, totalizando casi 23 minutos de vorágine progresiva a tutti plen.

Coincidiendo con su cuarenta aniversario, en 2001 el disco es reeditado con la adición de varios cortes de regalo, como las versiones alternativas de “Golf Girl” (“Group Girl”) y “Winter Wine” (“It´s Likely To have a Name Next Week”), el redimensionamiento de los movimientos finales de “Nine Feet Underground” (“Dissassociation/100% Proof”) o ese precioso bonus a ritmo de boogie llamado “Aristocracy”. Cortes que repiten o releen los momentos estelares del álbum consiguiendo la virtud que toda buena obra progresiva debe poseer: la de ser un todo indivisible.

19 mayo 2012

DISCOS

FATHER JOHN MISTY. Fear Fun.

Borrón y cuenta nueva.

Me gusta mucho este tipo. Y no precisamente porque esté para mojar pan, que también. Me gusta porque hace una música especial, esa música que te hace viajar simultáneamente atrás y adelante en el tiempo, que hace que te sientas nostálgico y esperanzado a la vez (como dice Nick Hornby). ¿Que quién es?. Pues J.Tillman, aunque ver para creer. Una transformación radical. Me desligo elegantemente de los Fleet Foxes para reencontrarme conmigo mismo, o con el que siempre he querido ser, o con alguien que se me parece, o con una caricatura de mi yo más descarado. Me suelto la melena (o mejor dicho, me la corto) y dejo que salga el sol por Antequera (o mejor dicho, por Laurel Canyon). Como nunca le gustó llamarse Joshua y está hasta el gorro de la J (no lo digo yo, lo dice “Every Man Needs a Companion”), adopta un nuevo alias y se corona padre, al igual que Will Oldham se coronó un buen día príncipe. Y no padre en el sentido religioso, porque este personaje, que dicen es el protagonista de una presunta novela, de beato tiene poco o nada.

Y así llegamos a “Fear Fun” (2012), el santo grial de un artista que cruzó su madre patria de este a oeste para ver la luz, que a buen seguro se la tiene pateada de cabo a rabo, habiendo elegido la mejor montaña para encaramarse y observar la panorámica general. Doce canciones, algunas apoteósicas y casi todas prodigiosas, que honran el pasado sin despegarse del presente, cuerpos ancianos vestidos con trajes a la última moda. No falta el clásico folk candoroso neohippie al que Tillman nos tiene acostumbrados, pero aparte de esa cosa obvia en el disco hay un poco de casi todo: fiebre del sábado noche, celebración de la fiesta de la cosecha, alma negra, mojo sureño, cartas desde el universo Creedence, postales desde el planeta The Band y algún que otro hijo bastardo del Sargento Peppers. Por fin este chico saca lo mejor de sí mismo, como compositor y como intérprete, demostrando que los tiempos de cooperación detrás de un tambor y los de ostracismo debajo de un caftán se acabaron.

15 mayo 2012

DISCOS

SPIRITUALIZED. Sweet Heart Sweet Light.

Spaceman para rato.

El hombre del espacio ha vuelto. Y de qué manera. Después de aquel “Songs in A&E” (2008) que dejaba un sabor neutro, ni amargo ni dulce, Jason Pierce saca de nuevo del armario sus mejores galas. Y aquí tenemos su séptimo trabajo post-Spacemen 3, una rutilante colección de canciones para todos los gustos. Nada de exploración, nada de juegos. Lo que se puede encontrar aquí es Spiritualized en todo su esplendor, ese estilo trabajado y sudado durante años que los hace únicos e indispensables, aunque también es cierto que nada originales. En “Sweet Heart Sweet Light” (2012) –título algo ñoño y portada horrible, para qué negarlo- escucharás canciones que te parecerán rescatadas del olvido, composiciones altamente familiares, un poquito más de lo de siempre, acunando el soul con ese amor de padre diligente y entregado, desentrañando los secretos mejor guardados del rock psicodélico y el shoegaze. Salvando el intro, un comienzo muy stoniano de la mano de “Hey Jane” abre las puertas de un disco sencillamente deslumbrante. Nueve sudorosos minutos inaugurales ideales para una despedida heroica, aupados a primer plano para propagar el mensaje de la eternidad.
Y es que esto es algo muy serio. Serio y también calibrado, pues las tradicionales delicatessen gospel y soul (“Little Girl”, “Too Late”, “Freedom” o el exquisito epílogo “So Long You Pretty Thing”) conviven en orden miliciano con momentos de empaque rockista y electricidad subida, bombásticas demostraciones de fuerza interestelar expuesta en unas “Get What You Deserve”, “Headin´for The Top Now” y “I Am What I Am” que dejan sin resuello. Ojo, hay colaboraciones curiosas, como la del venerable Dr. John o la propia hijita de Jason. Tenemos melodías espaciales para rato.

13 mayo 2012

DESCUBRIENDO A...

FITZ AND THE TANTRUMS

Ser revivalista parece que está de moda. Pues aquí tenemos otra banda que se dedica a eso, a resucitar los sonidos del pasado, en este caso los del soul de los sesenta, Motown mediante. Fitz and The Tantrums son un sexteto de Los Angeles capitaneado por el superfashion Michael Fitzpatrick, excelentemente secundado por la vocalista de color Noelle Scaggs. Debutaban en 2009 con el EP “Songs for a Breakup, Vol. 1”, aunque su explosión en los USA tuvo lugar con su primer largo, el irresistible “Pickin´Up The Pieces” (2010). Un disco que alcanzaba nada menos que el number one en la lista de artistas emergentes del Billboard americano. Al carajo con las listas. Cualquiera puede sucumbir al poder fáctico de unas canciones que podrían batirse en duelo con las del mismísimo Edwyn Starr en cualquier pista de la nostalgia. Este disco tiene punch, tiene chispa, al menos hasta la mitad. “Breakin´The Chains of Love”, “Dear Mr. President” o “L.O.V.” te enganchan en un sueño de negrura indefinible. Incluso hay momentos en que el chorreo de soul se difumina y se abren ventanas misteriosas, como esa “News 4 U” en la que parece haberse colado el espíritu juguetón de Jim Morrison. Lástima que el álbum se deslice cuesta abajo; en sus últimos compases se hace dolorosa e innecesariamente comercial. Seguramente acaben siendo carne de 40 principales, pero que nos quiten (literalmente) lo bailao.

07 mayo 2012

CONCIERTOS

SOS 4.8 2012

Pulp, Herbert, Mogwai, The Flaming Lips y punto.

De nuevo la misma pregunta: ¿qué hago yo en este festival?. Pues tomármelo con calma, básicamente. Cuando el 70% del cartel de un festival no te interesa puedes relajarte al máximo, ir a ver qué pasa, lanzarte a la aventura sin siquiera gastarte dos euros en el programa de mano, porque no lo necesitas. Y es que vaya por dios, este evento tan sostenible ya se empieza a parecer a sus hermanos mayores en algunos aspectos, copiando algunas de sus más incómodas modas. Está claro lo que había que hacer en el SOS este año: una nueva cita con Mogwai y The Flaming Lips. Y de paso intentar ver a Pulp en condiciones humanas. Y si alguna otra cosa cae, pues bienvenida sea. Como unas chuletillas a la plancha, por ejemplo.

Y es que Pulp fueron la única razón de ser del viernes, pese a que The Kills han ganado mucho en directo desde sus orígenes, con esos cuatro percusionistas marciales reclutados dando un toque sonora y visualmente excelente. De Friendly Fires poco se puede decir: algunas canciones simpáticas, pero jamás llegarán a la altura de aquellos a los que parecen emular: !!!. Tampoco hay mucho que decir de The Gossip, solo que la voz de Beth Ditto es su mayor virtud. Mejor no hablar de esa infumable matraca “reguetonera” que son los portugueses Buraka Som Sistema. Para John Talabot y sus minutos de sesión presenciados una nota alta, aunque después de lo anterior cualquier cosa se convierte en agua bendita.

A Pulp les falló la potencia de sonido, como a Suede el año anterior. Y sin embargo, los de Sheffield ofrecieron un concierto sobresaliente, como en sus mejores tiempos, con un Jarvis Cocker que lejos de mejorar mentalmente empeora. Un concierto que se antoja clavado al que dieran en el Primavera Sound el año pasado, al menos en cuanto a repertorio se refiere, aunque aquello fue Vietnam y puede que me equivoque. No faltó ni un solo hit de los grandes (bueno sí, “Party Hard”), con mención especial para unas espectaculares “Underwear”, “This Is Hardcore” y “Sunrise” que dejaron preparado el camino para el momentazo “Common People”, celebrado pero menos contundente de lo esperado.

El sábado comenzaba con una agradable sorpresa: entradas libres a la hora del concierto de Matthew Herbert en el auditorio. La nueva aventura de este tipo tiene mucho que ver con nuestra cultura, un homenaje al singular arte de la matanza del cerdo. Sí, habéis leído bien. Desde el engorde hasta el festín culinario final. Me complace imaginármelo de pueblo en pueblo, entrevistándose con los lugareños bloc en mano y boina en cabeza. “One Pig” es su última creación, otro espectáculo indescriptible que engarza nidos de sonidos, experimentos de física aplicada y performance con fogones y cocinero incluidos. Verlo para creerlo.

A continuación llegan Mogwai y el tiempo se detiene. Te despides del mundo real con los primeros acordes de “White Noise”, te apeas del festival durante un rato y ya veremos en qué condiciones vuelves. Como siempre, colosales. Ni los accidentes técnicos iniciales pudieron con ellos. Ya es oficial, estos chicos del montón firman una música superlativa, música que te activa las terminaciones nerviosas y te dice grita, corre, sufre, llora, cágate en la puta. Una música que se agarra a los huesos como la humedad. Cuando ya te han enganchado con delicias como “How to Be a Werewolf” o monumentos como “Rano Pano” se les ocurre ponerse un poco New Order con “Mexican Grand Prix”, para después volver a lo suyo, a una grandiosa “Hunted by a Freak”, a una tremebunda “Mogwai Fear Satan” que parece ser el fin del mundo. Pero no, después aún quedan “Auto Rock”, “Ratts of The Capital” y un virulento trallazo pseudo-heavy de nombre “Batcat”. Qué grandes, pero qué jodidamente grandes.

The Flaming Lips también son enormes, pero este no era su día, su público ni su festival. Parecían infalibles, pero cuando la masa no responde a su invitación interactiva la cosa empieza tarde y mal, y el subidón de Wayne Coyne se desinfla igual que esa burbuja que ni siquiera llegó a rular. Frustración y “motherfuckers” justificados y un concierto minúsculo, para pena de los que de verdad los amamos e indiferencia de los que solo pasaban por allí. Coitus interruptus en toda regla. “Worm Mountain”, “The Yeah Yeah Yeah Song”, “Yoshimi Battles The Pink Robots”, “See The Leaves”, “Pompeii Am Gotterdammerung”, “Where Is The Light” y “Do You Realize?” es un repertorio de dulce pero algo corto. Una despedida a la francesa, de repente y sin “Race for the Prize”. Te quedas con cara de tonto pero en el fondo los comprendes. Definitivamente, la miel no está hecha para la boca de los burros.

02 mayo 2012

DESCUBRIENDO A...

MIKE WEXLER

Atención, amigos, mucha atención: os voy a presentar a un genio. Un genio sin publicidad, sin página web oficial ni entrada en la Wikipedia. Se llama Mike Wexler, viene de Nueva York, y muy posiblemente no hayáis oido nada parecido en toda vuestra vida. Su música pertenece a otra dimensión, un auténtico ejercicio de sonidos avant garde. Puedes palpar el tacto del folk de cuerdas trabajadas con los dedos, o puedes sumergirte en enormes atmósferas a lo Pink Floyd. Puedes creer que estás escuchando las guitarras eléctricas perezosas de Slint, dándote una vuelta por los parajes bucólicos de Slowdive o puede que te acuerdes de Syd Barrett sin querer. Puede que de repente un aluvión de metales anárquicos te descoloque, o quizá un piano te devuelva al mundo de los vivos. Aunque la base de todo este universo de sonidos sea bien sencilla: una voz quebradiza e inquietante, percusiones, guitarra (eléctrica o acústica, por separado, no a la vez) y un arsenal de teclados. En la obra de Wexler se entremezclan los sabores del folk, la psicodelia, el jazz o el post-rock, amén de muchas otras referencias más expertas, menos obvias.

Y su obra comienza con un pequeño EP homónimo en 2005, continúa con el estimulante “Sun Wheel” (2007) y culmina en estos días con la reciente publicación de “Dispossesion” (2012), un trabajo espectacular, etéreo y caleidoscópico. Disco gestado en un amplio periodo de tiempo, sin prisas pero sin pausas, con la participación de amigos y colegas de todas las etnias musicales (rock, jazz, ambient o folk psicodélico). Canciones como “Pariah”, “Spectrum”, “Lens” o “Liminal” romperán vuestros esquemas y no os dejarán indiferentes. Si sois abiertos de mente, claro está.