25 junio 2006

REPORTAJES



MATTHEW STREET: EL SIMBOLO DE UNA CIUDAD.

Fab Four Culture.

Hace unas semanas tuve la ocasión de darme un paseo por el corazón de Liverpool. Ciudad extraña, anquilosada, oscuramente estática y curiosamente desierta. Jamás la imaginé así. Pero entre sus muros de hormigón, sus zanjas y sus lugares malolientes, se puede respirar un cierto aire a historia, a diversión. Todo empieza en Matthew Street, la calle por excelencia. Un callejón bohemio, estrecho y recóndito convertido en símbolo de una ciudad. Un centro de negocios para avispados y de regocijo para melómanos. La entrada al callejón da la bienvenida al “birthplace of The Beatles” con total cordialidad. Y cientos de farolillos se encienden cada noche para convertir el espacio en una fiesta de recuerdos y homenajes, tratando de que el mito nunca se apague.


Sin duda, Matthew Street y alrededores es lugar de confluencia de la juventud liverpooliana. Agradables tabernas (como The Grapes, espacio muy frecuentado por Lennon y compañía, según versiones) y sofisticados pubs (algunos con aspecto de clausura, como The Tube) carecen del ambiente de los jueves nocturnos que conocemos, pero siempre hay alguien tomándose una pinta o tarareando una canción. Y atravesando la calle, finalmente te encuentras en el enclave deseado. Un icono mod en forma de estatua (que no se parece a ninguno de los cuatro Beatles) flanquea la entrada a The Cavern Pub, el garito que creemos estar buscando. Pero un curioso señor que ha detectado nuestro acento mediterráneo decide practicar su español con nosotros, y amabilísimamente nos explica que el sitio que hay que visitar está en otra parte, justo en la esquina de enfrente: The Cavern Club, con sus letras de neón y su imponente agenda de conciertos programados para las noches sucesivas en la puerta. El hombre nos cuenta que allí fue donde empezó todo, que hay que bajar unas escaleras pronunciadas hasta llegar al corazón de la beatlemanía, que muchos grupos de la zona hacen sus pinitos sobre sus míticas tablas, y que pedir una consumición en el bar nos costará bastante caro si osamos hacerlo. Pero lo que no nos cuenta es que The Cavern Club no es más que una réplica (bastante exacta y algo más salubre) del inmundo antro en el que cuatro muchachos con flequillo empezaban a hacer ruido a finales de los cincuenta. Dicen que en la reconstrucción se emplearon más de 10.000 ladrillos de la estructura original, pero saber estas cosas tampoco consuela mucho. Sin embargo, dejemos volar la imaginación…
Y decidimos entrar. Aunque en la puerta se anuncian las tarifas de cada sesión de conciertos, allí nadie nos cobra entrada. Bajamos las escaleras claustrofóbicas hasta el final, y ya estamos dentro, frente al escenario (a la copia) tantas veces visto en documentos, videos y postales. Un reducidísimo chuchitril de arcos y bóvedas lleno de mesas en las que se intercambian risas, cervezas y pasión por la música. En escena, unos rockeros incipientes cerrando su actuación con una versión de “Don´t Let Me Down” muy apropiada (y seguro que absolutamente premeditada). Hay que sacar una instantánea para inmortalizar el momento. Y enseguida un guiri de una mesa vecina se levanta como un resorte y se nos ofrece como fotógrafo, alentado por el alcohol, la música y las ganas de hacer amigos.

Pero la caverna no acaba ahí. A la derecha, más allá de la barra del bar y del rincón de la memorabilia, junto a la cabina de teléfono roja, hay otra puerta minúscula con una indicación: “Room 2”. De repente la puerta se abre, y de dentro mana ruido de guitarras punk. Hay otro espacio, y otro concierto. Pero el fornido tío que custodia la sala tiene el símbolo de la libra grabado a fuego en el bíceps; así que decidimos no explorar más, disfrutar de lo que tenemos a mano y bebernos algo.

Y tiene su gracia llegar hasta el corazón del Reino Unido y los subsuelos de Liverpool para luego pedirte media pinta de San Miguel. Pero así es la vida. Con todos los respetos, vivan las rubias (nota: a fin de cuentas no fue tan caro, solo una libra y algunos peniques).

A la mañana siguiente regresamos a Matthew Street, para descubrirla a la luz del día y respirar por última vez sus aires celebérrimos. Una buena ocasión de plantarse frente a la fachada de The Cavern Pub (junto al amigo mod) y descubrir todos los nombres inmortalizados en sus ladrillos. Nombres que están porque sí: The Who, Jimi Hendrix, The Stooges, The Animals, Wilson Picket, The Jam. Otros nombres patrióticos más recientes: Embrace, Travis. Y otros que nos resulta muy curioso leer: Family, Manta Ray. Y en el corazón de este emocionante santuario del rock, los nombres de los cuatro (Paul, Ringo, John y George), incluso del quinto y el sexto (Stu y Pete).

Matthew Street: la cuna de los fab four. Y el rincón más interesante de una ciudad que parece languidecer. Algunos dirían que prefieren Anfield Road; pero yo me quedo con este viaje apasionante por la historia. Sí, a lo mejor no es más que una parafernalia de marketing agudo, una estrategia de explotación de minas agotadas o un parche contra la falta de imaginación. Pero ojalá todas las ciudades del mundo construyeran su propio museo dedicado al rock and roll. Muchos nos haríamos turistas de profesión.



20 junio 2006

RETROSPECTIVAS

BECK. Odelay.

Aniversario de un disco que cambió las perspectivas.

Vaya, parece que fue ayer cuando escuchábamos “Devil´s Haircut” en el bar de Juan… Y parece que fue anoche cuando me acerqué a su cabina y le pregunté: “Oye Juan, ¿de quién es esta canción?”. “¡De Beck!”. Y al día siguiente me dediqué a recorrer todas las tiendas de discos de la ciudad y no paré hasta comprar “Odelay” (96). Una de las mejores adquisiciones de todos los tiempos.

Este año se cumple una década de su publicación, y es justo dedicarle una nueva escucha y un nuevo análisis. Porque desde la experiencia puramente personal, “Odelay” supuso un toque de atención y un cambio de perspectiva total sobre la música. Sus canciones nos enseñaron en su día que no todo era pop, que había muchos otros universos por explorar. Y la mente comenzó a abrirse, a tomar gusto por otras cosas, quizá más puras, quizá más clásicas, el folk de Bob Dylan, las fábricas de Detroit, el Blue Note… Caminos hasta entonces inexcrutados.

Después de diez años y de sus mil vueltas en el reproductor, “Odelay” sigue sorprendiendo, revelando un nuevo detalle, sonido o efecto en cada canción. Y es que solo una mente privilegiada y caótica como la del “güero” de California podía parir algo semejante, mezclando en una coctelera gigante pasado, presente y ¿por qué no?, futuro. Y ¿cómo es posible que la intersección de estilos tan aparentemente inconexos dé como resultado algo tan fresco y delirante?. Pues posiblemente porque no es matemática ni forzada, sino simplemente sensorial.

Resulta divertido escuchar cada corte y jugar a adivinar lo que lleva dentro. “Devil´s Haircut”, “The New Pollution”, “Novacane” y “Diskobox”, construídas a base de golpes de rock, progresiones jazz, ritmos funkys. “Sissyneck”, pongamos los mismos ingredientes, sustituyendo el rock por un suave toque folky. “Hotwax”, dinamita de country y hip hop. “Derelict”, arrebato de ritmos tribales, música satánica y humo de sitar. “Where It´s At”, joyita jazzy con homenaje a los gurús del scratch. “High 5 (Rock the Catskills)”, paranoia que conecta la bossa-nova con Public Enemy. “Readymade”, provemos qué tal le sienta al folk una pizca de electrónica, kraut y noise. Incluso las canciones aparentemente más sencillas (“Lord Only Knows”, “Jack-Ass”, “Ramshackle” y la punky “Minus”) tienen varias capas como las cebollas. Un condumio nutritivo y sin desperdicio.

Y quizá buena parte del colorismo y ligereza del disco bien se deba al uso reiterado de los samples (loados por algunos, criticados por otros). Referencias como “Out of Sight” de James Brown (en “Devil´s Haircut"), “It´s All Over Now, Baby Blue” de Dylan (en “Jack-Ass”), “Needle to the Groove” de Mantronix (en “Where It´s At”) o “Desafinado” de los Bossa Nova All Stars (en “Readymade”). Verdad impepinable: el que utiliza la música de otros es porque conoce la música de otros.

Odelay” bautizó a Beck Hansen como un iluminado. Y aunque a día de hoy aún no haya conseguido algo de un nivel similar, hay dos cosas que lo redimen. La primera: que este disco es muy difícilmente superable. La segunda: que no ha cambiado, sigue dándole al coco y haciendo lo que le dá la gana. Es lo que tiene haber vivido en todas partes y haber tenido amigos de todas clases. Feliz aniversario para el disco. Feliz perseverancia para el “loser”.


www.beck.com

12 junio 2006

CONCIERTOS

PRIMAVERA SOUND 2006

El año de los pequeños grandes nombres.

De nuevo en todo el centro de la diana. Y esta vez sin alardeos nominales y sin dardos mediáticos. El Primavera Sound vuelve a triunfar, asumiendo unos riesgos que se aplauden y se agradecen. Esto sí que es alternativo. La oferta artística, se entiende. Porque los precios no lo han sido para nada. Aunque después de vivir tres intensos días en el limbo, ignorando por completo las tristes noticias sobre la folclórica en cuestión, ¿quién se acuerda de los capitales invertidos?. La música es la salvación. Y la salvación tiene un precio.

Lo malo es que todo festival conlleva renunciar a cosas, por la coincidencia, el cansancio o la logística. Y en este caso, esas cosas se llaman The Appleseed Cast, Animal Collective, Lambchop, Jens Lekman o Isobel Campbell. Claro que el regocijo de lo vivido borra por completo el lamento por lo imposible. Y lo vivido fue tanto y tan variopinto como lo que sigue.

JUEVES

SOUTHERN ARTS SOCIETY: Está bastante bien empezar un festival con un concierto como éste, sofisticado y tranquilo, para ir entrando en ambiente con un balanceo suavecito. Andy Jarman puso la nota justa de glamour en un marco de normalidades absolutas, y en castellano aceptable fue presentado “St. Petersburg”, “Throw the Window”, “That Time Is Gone”, “100 Tongues” (la voz femenina la destrozó), “Turbulent Heart” (pues sí, la interpreta igual de bien que Glenn Johnson) y “Midday Sun”. Canciones sin vuelta de tuerca, agradables y sanas, capaces incluso de animar a los férreos y madrugadores seguidores de Motörhead.

THE DRONES: La música de los australianos es como un camino lleno de piedras: incómoda, sinuosa, dura de atravesar, y… ¿lleva a alguna parte?. Posiblemente sí, a algún destino tan soberbio como difícil de alcanzar. En el momento que sonaba “Shark Fin Blues” veía claro que llegaría a él. Hacia los acordes intermedios de “Sitting on the Edge of the Bed Crying” sudaba y arrastraba la lengua, pero mi obsesión seguía intacta. Y en “Locust” empecé a ser consciente de la debilidad y la impotencia, y decidí aparcar los retos imposibles para simplemente admirar a Gareth y su heroica y cruda forma de romper riscos con la garganta. Salvaje.

THE NO NECK BLUES BAND: A cualquier cosa se le llama música. Si ser moderno y entendido significa reconocer que encuentras interesantes propuestas como ésta, lo siento, pero soy carca e ignorante. Como divertimento para poner en práctica con amigos en la cocina de tu casa no está mal, pero llamarlo concierto es demasiado. Performance en todo caso. Se puede experimentar con el “chin” que hace un platillo al estrellarse en el suelo, o el “ras” de las bolsas de basura industriales al separarse del rollo. Pero si esos sonidos no encajan en una sucesión de armonías (académica definición de música) o no provocan ni una mera reacción química en el organismo (dígase seguir el ritmo con el pie o dar palmas), se reducen únicamente a la categoría de ruido fofo. La mayoría del público entendió así todo lo que estoy diciendo, porque abandonaba el Danzka CD Drome en estampida. La curiosidad tiene un límite.

BABYSHAMBLES: Está claro que ser un nota vende, porque Pete Doherty ha conseguido que se hable de él más que de todos los otros artistas del festival juntos. La noticia del concierto, en efecto, es el pedal del treinta y cuatro del susodicho, capaz por sí solo de destrozar un puñado de canciones que en manos de profesionales serían excelentes (especialmente “Pipedown” y “La Belle et la Bête”). Pero a éste no le importa quedar en entredicho, porque sabe de sobra que todos están pendientes de sus eses y traspiés, y que hacer volar botes de cerveza se le dá mucho mejor que cantar. Así que cada cual explota su punto fuerte. Triste, pero real.

YO LA TENGO: La leyenda del antihéroe de Hoboken vuelve. Y otra gloriosa página queda escrita en el libro de las austeridades del rock. Ya no necesitan justificación para improvisar a su antojo; reconocidos y aceptados tal y como son, pueden permitirse el lujo de dar cualquier clase de concierto. Y esta vez decidieron hacernos un regalo, en forma de nuevas canciones que verán la luz en septiembre, y que siguen manteniendo el nivel del que rara vez descienden: sobresaliente. Junto a esas nuevas perlas de calma mística y distorsión, éxitos que nunca fallan, como “Little Eyes”, “Stockholm Syndrome”, “Tom Courtenay” y una extendida y aclamada “I Heard You Looking”. Ayer y hoy, mañana y siempre. Únicos en el universo. 100 % auténticos.

VIERNES

YEAH YEAH YEAHS: Hay bandas que ganan puntos en directo, y es su caso. El magnetismo de Karen-O (mitad diva, mitad pantera) sobre el escenario se lleva a la gente de calle, y bastaron “Fancy” y “Black Tongue” para certificarlo. Un sonido contundente, y un chorro de voz que emana fuego. Buenos.

MICK HARVEY: No hay nada peor que lidiar un concierto que empieza a tempranas horas de la tarde con un sonido horroroso. Es como si te dieran una buena bofetada y amenazaran con amargarte el día. Pero la fe mueve montañas, y los grandes de la música merecen paciencia y pleitesía. Así que, aunque en “Hank Williams Said It Best” y “Come into my Sleep” no se escuchara ni la voz, ni el teclado de James Johnston ni la batería, mereció la pena esperar un poco para poder disfrutar más tarde de la elegancia y emotividad de peritas en dulce como “The River”, “Man Without a Home”, “Come on Spring” o “First St. Blues”. Un repertorio centrado en “One Man´s Treasure”, coronado con homenaje a Serge Gainsbourg. Bonito viaje por las carreteras del blues y el folk de la mano de un simpático tipo que dejó de ser mala semilla por un día.

DRIVE- BY TRUCKERS: Criados en las tierras secas de Alabama (buena propaganda hicieron de su patria chica), no se les puede negar que son correctos y muy buenos en su estilo. Rock and roll de raíces al más puro estilo Neil Young. Lo mejor, el trío de guitarras (Hood, Isbell y Cooley), dándose el relevo de canción en canción. Disfrutables.

KILLING JOKE: En el año de la bestia, Killing Joke resurgen de los miasmas del infierno. La brutalidad de “Hosannas from the Basements of Hell” hacía prever un directo terrorífico. Y así fue, o al menos así empezó, con una irrupción a escena de las que hacen época. Muchos kilowatios, y un Jaz Coleman (¿engendro mutante o clown?) con su alarido gutural intacto. Un festín para goticorros.

RICHARD HAWLEY: Deberían proliferar más los conciertos de esta guisa en los festivales. Tanta elegancia, tanta cordialidad, la cercanía de canciones que teletransportan a los años 50, a los duelos sublimes de punta y tacón de Ginger y Fred. Tan Costello en su aspecto, tan Sinatra en su voz. El Harry Potter de las melodías. No llegamos hasta el final (por culpa de otra voz que nos esperaba), pero “Cole´s Corner” y “The Ocean” nos obsequiaron con dos de los paréntesis más emotivos, dulces y reconfortantes de todito el fin de semana. Para morirse del más puro gusto.

STUART A. STAPLES: Sueño cumplido. La que voz que no falla, que mata. Profunda, tremebunda, expandiéndose entre los muros de terciopelo, golpeando el corazón. “Can you hear your heart beating?”. Pues claro. Stuart A. (de Ashton) Staples junto a los casi-Tindersticks (Dave Boulter y Neil Fraser lo secundan en su aventura solitaria). Merece la pena sufrir todo el día (¿entraré al Auditori o no entraré?) para finalmente descubir lo que esconde “Leaving Songs”: exquisitas “Old Friends”, “Witch Way the Wind” y “Already Gone”. Pero me sigo quedando con “People Fall Down”, “She Don´t Have to Be Good to Me” y “Say Something Now”. Y por encima de todo, me quedo para siempre con “Marseille´s Sunshine”. El diapasón y la penumbra la convirtieron en el momento litúrgico de la noche. Escalofríos. Muchos escalofríos. Merece la pena un viaje tan largo para sentirlos. Merece la pena abandonarlo todo para que este hombre tímido y discreto te cuente esas cosas frente a frente. Aunque apenas hable, aunque apenas mire. Debe ser verdad lo de que, después de tantas batallas, le sigue dando vergüenza enfrentarse a los que lo admiran.

SLEATER- KINNEY: Después del protagonismo y los elogios cosechados en los últimos tiempos había casi una obligación moral de verlas. Pero el acogimiento inicial se fue tornando en sopor, y hasta en irritación supina conforme iba avanzando su amalgama deforme de guitarrazos y berridos. Sólo “Jumpers” merece una mención generosa por ser la única digerible, comedida y con algún sentido. Sí, las mujeres rockeras al poder. Pero yo a éstas no las entiendo.

THE FLAMING LIPS: Pistolas de serpentinas, cañones de humo y confetti, enormes manos de gomaespuma, marioneta-monja cantarina, globos gigantes, alienígenas, Superman, Capitán América, Santa Clauses, el esqueleto humano, la guitarra de doble mástil, el megáfono cósmico, la antorcha giratoria…. ¿Y qué más?. Ah, sí, canciones, canciones tan risueñas y divertidas como “Race for the Prize”, “Free Radicals”, “Yoshimi Battles the Pink Robots” (las dos partes, 1 y 2), “Vein of Stars”, “The Yeah Yeah Yeah Song”, “The W.A.N.D.” o “Do You Realize?”. Un Wayne Coyne en exceso locuaz (y enamorado de Barcelona, por cierto) pero tiernamente entrañable, que disfruta como un niño con sus juguetes de Reyes, contagiando su entusiasmo y recordándonos la época en que éramos inocentes fans de Barrio Sésamo sin preocupaciones ni maldad. Un bis reivindicativo con guiño a Black Sabbath y la cosa termina con sonrisas que durarán toda la noche, algunos días, y ojalá que toda la vida. Mágicos.

THE ROBOCOP KRAUS: Estaba crudo mantener el tono después del desparrame de felicidad de los Flaming, pero los espídicos alemanes consiguieron que la fiesta y el ánimo no decayeran, erigiéndose en grata sorpresa. Y es que Thomas Lang no tardó ni dos canciones en arrojarse a los brazos de un público efervescente. A ver quién es el guapo que se resiste a “After Laughter Come Tears”, “Small Houses Odd Cars”, “You Don´t Have to Shout”, “In Fact You´re Just Fiction” y “A Man´s Not a Bird”, temas que refunden el dance y el post-punk ochentero con garbo. Nada innovadores, pero puñeteramente contagiosos. La tremenda “All the Good Men” cerró el show dejándonos huérfanos de marcha en el momento más calentito de la velada. Pero qué bien se duerme después de algo así.

SÁBADO

THE DEADLY SNAKES: Mantuvieron a una gran masa atada y bien atada a las curvas del CD Drome, gracias a sus explosivas mezclas blues-jazz-rock y a un repertorio sin concesiones a la siesta. “Gore Veil” se reveló como el himno indie de la tarde. Y aunque la cosa se ponía algo pastosa en ciertos momentos, el frenético desenlace con “The Banquet” vale por todo el concierto, con las panderetas y los voluntarios multiplicándose sobre el escenario como panes y peces. Antológico.

DEERHOOF: Otros que triunfaron. Ahora como trío, los de San Francisco demostraron que emular a Sonic Youth y a Pizzicato Five al tiempo es tan simple como freir un huevo. Perfecta sincronización eléctrica en un show que comenzó con grandes temas como “Wrong Time Capsule” y “Twin Killers”, y derivó hacia rollos más experimentales. Glorioso el momento en que “Spirit Ditties of No Tone” sucedía a “Spy on You”. Las coreografías y la voz (un poco débil en vivo, eso sí) de Satomi despiertan simpatías. Y es que uno se llega a preguntar qué pinta esta pequeñísima y singular japonesita junto a dos rubiazos estilo nórdico que le sacan tres cabezas. El caso es que la estampa, aunque inusual, funciona. Y su música también. Bingo.

THE BRIAN JONESTOWN MASSACRE: Algunos habíamos apostado por que éste sería un gran concierto, y no nos equivocamos. Amantes de los desarrollos largos en directo, consiguieron convertir canciones como “Vacuum Boots” y “Servo” en viajes excitantes al ritmo de guitarras hipnóticas y luces alucinógenas. Pseudopsicodelia. Eso sí, se lo tomaron con tranquilidad, porque aparte de salir cuarto de hora tarde, tampoco escatimaron a la hora de ensalzar el botellón en cada pausa. Y ese extraño frontman con pandereta que se han buscado pinta poco o nada, pero hay que ver lo que te ries.

VIOLENT FEMMES: Yo que pensaba que ya no iba a verlos nunca, y sí, los he visto. Y me he canturreado todos sus grandes hits con orgullo. Y como yo, cientos de personas que éramos mocosos cuando Gano, Richie y DeLorenzo empezaban a hacer ruido en el mundo underground. Vaya setlist, señores. Empezaron revolviendo en su álbum mítico (sí, el de la niña en la ventana), del que sacaron “Prove my Love”, “Promise”, “Blister in the Sun”, “Kiss Off” y “Add It Up”. Después desempolvaron sus galas tex-mex (“Country Death Song” y “Jesus Walking in the Water”). Y finalmente decidieron reclutar amigos (Ken Stringfellow de The Posies y Big Star, entre ellos) para marcarse temazos como “Black Girls” y “American Music”. Y todo en un climax de felicidad insuperable, porque ellos son la prueba de que el buen rollo y la energía no tiene arrugas, canas ni edad. Toreros.

STEREOLAB: Son como la caja roja de Nestlé: abres y todo tiene una pinta tan sabrosa que no sabes qué coger. Esas canciones son perfectas, pero es que puestas en directo suenan bárbaras. Potente sorpresa. Costó un pelín entrar, por culpa de esas puñeteras luces violáceo turbio que no dejan ver lo que está pasando en el escenario Rock de Lux a menudo (sucedió lo mismo con Richard Hawley). Pero al final de “Eye of the Volcano” ya estábamos casi dentro, y cuando empezaba “Interlock” ya no había marcha atrás. De cabeza por el terraplén de doña Laetitia, elegantísima e imponente, dando caña al trombón de varas y cantando como solo ella sabe y puede. “Excursions into Oh, A-Oh” reventó el globo de cientos de cabezas y manos en la más loca apoteósis. Y ¿qué decir del fin de fiesta de la mano de “Miss Modular” y “Cibeles´Reverie”?. Pues que fue como montarse en la jodida máquina del tiempo, volar entre buenísmos recuerdos y regresar al presente exhausto, con fiebre, pero feliz de la leche. Qué subidón.

MOGWAI: Presentación patriótico-deportiva: eco de Champions, bandera escocesa, equipación del Celtic. Detalles innecesariamente populistas si no fuera porque su música al final no admite frivolidades ni gilipolleces. Es seria. Son serios. Sentir que el ruido te rompe el hígado y los tímpanos al mismo tiempo que los pelos se te ponen como escarpias es una cosa muy seria. “Friend of the Night”, “Travel is Dangerous”, “Ratts of the Capital”, “Hunted by a Freak” y “Helicon 1” volatilizaron el ambiente hasta reducirlo a humo. Porque esta clase de ruido está controlado, estudiado, y acaba convirtiéndose en una letanía que te atrapa y te saca toda la rabia y la poesía que llevas dentro. Que toquen todas tus canciones favoritas influye claramente en el sentido de una crónica; seamos más parciales que nunca, pues: de lo mejorcito del festival.

THE ROGERS SISTERS: Supieron a poco, pero más por lo alto que había dejado el listón la noche que por su propia culpa. Empezaron fuertes con “Sooner or Later” (tan fuertes que Miyuki se accidentó, obligándose a tocar el bajo a pulso durante diez minutos), pero se perdieron en una irregularidad solo remediada por el gancho de algunos temas (“Money Matters”, “Why Won´t You” o la postrera “Your Littlest World”). Y aunque Jennifer se empeñaba una y otra vez en retransmitir las jugadas, ¿se habrá enterado de que apenas se le escuchó en todo el concierto?. Pobrecilla.
Crónica dedicada a Llanos, compañera de fatigas barcelonesas. ¡Bienvenida al mundo alternativo!.