15 septiembre 2014

CONCIERTOS: DCODE FESTIVAL 2014

Madrid. Campus Universidad Complutense. 13-9-2014.


DCode Festival: el festival ideal para los que ya nos vamos haciendo mayores. Todo concentrado en un único día y cero caminatas entre escenarios. Además, dicen los asiduos que esta vez hubo menos gente y más amplitud, lo cual se agradece. Así que a disfrutar de los conciertos que nos interesan sin agobios y sin traumas. Y la cosa se reduce a un trío: el Rey Beck, la Reina Anna y el Principito Jake. El resto era puro trámite, ver esto y lo otro en busca de aventuras. Y entre los tres pesos pesados tocaba lo siguiente: entusiasmarse con las dos últimas canciones de los murcianos Perro, bombásticos y energéticos a doble batería; asentir ante el electro-punk ochentero de los vizcaínos Belako y sus dos chicas salvajes (muy reivindicativos, con pancarta anti-fracking y bandera palestina); aplaudir la gran ejecución del sota, caballo y rey roquero de Band of Skulls, saboreando las estupendas “You´re Not Pretty But You Got It Goin´On”, “I Know What I Am” o “Hoochie Coochie” a la agradecida sombra; aguantar el chaparrón dulzarrón de Bombay Bicycle Club por no abandonar la citada sombra y sucumbir accidentalmente a temas como “It´s Alright Now”, “Lights Out, Words Gone” o “How Can You Swallow So Much Sleep” (para luego olvidarlos en un tris); hartarse de Royal Blood a la segunda canción sin dejar de pensar qué demonios aportan de genio o novedad; sufrir en la lejanía la planicie sonora de una Russian Red que ya no se sabe si va de ángel o demonio.

Pero vayamos al turrón, empezando por Anna Calvi. Esta mujer es una diva. Y no porque sea rubia, guapa y elegante (que también), sino porque es un as de las seis cuerdas, tiene voz para llamar a filas y sus canciones rozan la maldita perfección. Si me hubiera permitido montarle el setlist no me hubiera hecho más feliz. Su impecable (y venerado) disco de debú sonó generosamente y las contadas concesiones a “One Breath” (2013) fueron acertadas (“Eliza”, “Cry”, “Love of My Life”), amén de su extrañísima versión de “Wolf Like Me” de TV on the Radio. Especiales fueron los momentos vividos con una inicial “Suzanne & I” reinterpretada en clave mística y los aquelarres guitarreros a lo Hendrix de “Rider To The Sea” y “Love Won´t Be Leaving”. ¿Y de postre? De postre quedaba “Jezebel”, culminando la fruición, el deleite y una sensación de satisfacción absoluta. Sin contemplaciones, rotunda e incontestable. Un diez.

Luego llegó Jake Bugg y empezaron las cavilaciones. Lo de este tipo es digno de minucioso estudio musicológico. ¿Saben sus más jovencitos y devotísimos seguidores de dónde viene esta música? ¿Por qué los menores de treinta enloquecen con sus temas más pop mientras que los que subimos la media de edad preferimos su filón country y blues? ¿Es esto otra prueba más del renacimiento de lo vintage? ¿Alguien sabe qué significa vintage? ¿Es compatible lo vintage con esos teléfonos móviles que llevamos en el bolsillo? Pues no, este muchacho no es moderno, su música es más vieja que Carracuca. Y sin embargo, aquí está y está para triunfar. ¿Por qué? Qué gran enigma, qué contradicción generacional y qué alegría a la vez. Da gusto ver a un chiquillo sacando de su tumba la Historia con mayúsculas de la música popular. Y de repente oigo a un listillo que grita “Jake, eres el puto amo”. No, querido, los putos amos se murieron muchos años antes de que tú nacieras. Este es en todo caso un lacayo, un heraldo, un hijo con memoria histórica. Qué narices, un nieto. Un nietecito que lo hace francamente bien, que riffea antes de cada canción para que todo esté en su punto, un portento escrupuloso que no se sale nunca del guión. Y quizá ese sea su único hándicap: el estatismo, la extremada sobriedad y una ausencia de artificio que te lleva a cerrar los ojos y pensar que estás escuchando sus discos cómodamente en casa. Ellos se quedan con “Seen It All”, “Messed Up Kids” o “Slumville Sunrise”. Yo me quedo con “Trouble Town”, “Ballad of Mr. Jones” o esa que nos va como anillo al dedo: “There´s a Beast and We All Feed It”. En efecto, una lozana bestia a la que todos dimos el sábado de comer.

Y luego llegó Beck. Y con Beck nunca sabes lo que te vas a encontrar, máxime cuando hace siete años que no pisa por aquí y su último disco es ligero como una pluma. Bien, la idea era dejarnos sorprender. Y vaya sorpresón. Presentación en escena con sexteto de lujo, en plan apisonadora, enlazando “Devil´s Haircut”, “Black Tambourine” y “Loser”. Y claro, con un comienzo así ya tienes al público en el bolsillo. A los que vivimos la adolescencia con los discos de este tipo como banda sonora nos bastan estos tres temas para renovar automáticamente nuestros votos a su favor. Sin embargo, los tiempos han cambiado; antes de alcanzar la mayoría de edad nos partíamos oyendo  eso de “soy un perdedor, ¿por qué no me matas?”; con la madurez el mensaje ya no tiene tanta gracia. Filosofía aparte, el regreso del geniecillo fue un viaje fabuloso por su larga y surrealista carrera, con espacio para recuperar “Gamma Ray”, “Hell Yes”, “Qué Onda Güero”, “Think I´m In Love”, “Soul of a Man”, “Lost Cause”, “Girl”, “Timebomb”, “E-Pro” o “Sexx Laws”. Y es que ¿cómo puede caber tanta música en un cuerpo tan pequeño? Sí, toneladas de música, tanta y tanta que le sale hasta por las orejas. Por eso sus conciertos son un sindiós tan diverso que ya no sabes si estás en los Monegros, en el Contempopránea o en el Cultura Urbana. Canciones que no son lo que fueron ni lo que parecen ser, abiertas a cualquier voltereta y puntuadas por los improvisados alegatos de su bailongo y escurridizo MC.

También hubo cuartelillo para ese “Morning Phase” (2014) que ya pensábamos que se dejaba en la mochila, con “Blue Moon” y (¡oooh!) esas dos preciosidades que son “Waves” y “Waking Light” de corrido. Qué inesperado y gratificante regalo, qué escalofriante y mágico momento: gracias, chato. Pero luego la fiesta siguió hasta desembocar en una hilarante jauría eléctrica, con guitarras y guitarristas por los suelos, y con el escenario del crimen perfectamente acordonado por el detective Hansen (“Crime scene. Do not cross”). Pero aún quedaba más: quedaba el desmadre “Where It´s At”, auténtica jam session aprovechada para remachar el amistoso pulso con el respetable, presentar a su banda de cachondos (que incluía a clásicos como el bajista-espectáculo Justin Meldal-Johnsen o el gran Joey Waronker y su batería con más tambores que la calle hellinera del Raval la noche de Jueves Santo), gustarse haciendo guiños a mitos de la disco ochentera o el blues del delta, y sacar la armónica para invertir el último resuello en un homenaje a la rústica de “One Foot In The Grave” (94). En fin, un salvaje y gustoso cóctel de ingredientes (música, arte visual, danza, arenga y teatrillo) para trenzar un espectáculo que nos engulló de un bocado como un tiburón hambriento. Después de esto era tontería continuar. Mejor irse a dormir con el memorable regustillo.