CONCIERTOS
SONIC YOUTH. Madrid. La Riviera. 19-4-2010.
Exhibición incompleta.
De Sonic Youth a estas alturas uno ya no sabe qué esperar. Cuando la ocasión pinta batería de éxitos, te dan con un disco nuevo en la cara. Cuando esperas que suene el material nuevo, se lo pasan por el forro. Tan imprevisibles en lo táctico como las cenizas del Eyjafjalla. Tan previsibles en lo técnico que su primer concierto de La Riviera pareció a ratos la copia en video del ofrecido en el pasado Primavera Sound. El comienzo con el triplete mortal “Squizophrenia”-“Bull in the Heather”-“100%” auguraba una exhibición titánica, un encuentro (cara a cara, en una sala, como debe ser) para la historia. Sueño que devino a la postre en frialdad manifiesta, continuidad aburrida y una racanería (escasísima hora y media) impropia de una banda de su alcance.
Porque posiblemente la jugada de repetir el martes en Madrid no se debía solamente a la demanda. También a un juego de retrospectiva, a una obra en dos actos, malamente anunciada y obviamente reprochable. La sensación tras el primer round fue de haber asistido solo a la mitad de algo. Sí, a momentos muy, muy grandes (“Hey Joni”, “The Sprawl”, “Silver Rocket”, “Shadow of a Doubt”, “Death Valley ´69”) pero insuficientes. Fue como estar deseando lo que nunca sucedió, como ver calentar un motor que nunca llegó a arrancar. Algunos se sentirían plenamente satisfechos ante tan minimalista derroche de fuerza materializada en recuerdos. En todas partes hay incondicionales, fanáticos circenses, amantes irracionales. Los neoyorquinos siempre han venido a ser la banda inapelable del rock, el santo y seña del indie, el catecismo del ruido. Qué ocasión tan grata era ésta para dar el puñetazo sobre la mesa, la patada al suelo, para dejarlo cristalino y firmar con letras de oro en el libro de dedicatorias. Pero no.
De mal concierto no se puede hablar, pero sí del sinsabor de la indiferencia. La Riviera hasta los topes y entregada, con entradas compradas mucho antes que los visitantes del martes (ignoro qué pasó el martes, no quiero saberlo), no se merece un triste a medias. Y habría que plantearse por qué Thurston y los suyos se han quedado enclavados en los tópicos más típicos, ya sea en forma de repetición holgazana (“Expressway to Yr Skull” siempre en el bis cansa y el “Daydream Nation” ya gozó su momento), de arpegio esmerilado o de pose indolente. Está claro que detrás de ellos hay algo más. O al menos éso es lo que llevábamos pensando 15 puñeteros años.
www.sonicyouth.com
Exhibición incompleta.
De Sonic Youth a estas alturas uno ya no sabe qué esperar. Cuando la ocasión pinta batería de éxitos, te dan con un disco nuevo en la cara. Cuando esperas que suene el material nuevo, se lo pasan por el forro. Tan imprevisibles en lo táctico como las cenizas del Eyjafjalla. Tan previsibles en lo técnico que su primer concierto de La Riviera pareció a ratos la copia en video del ofrecido en el pasado Primavera Sound. El comienzo con el triplete mortal “Squizophrenia”-“Bull in the Heather”-“100%” auguraba una exhibición titánica, un encuentro (cara a cara, en una sala, como debe ser) para la historia. Sueño que devino a la postre en frialdad manifiesta, continuidad aburrida y una racanería (escasísima hora y media) impropia de una banda de su alcance.
Porque posiblemente la jugada de repetir el martes en Madrid no se debía solamente a la demanda. También a un juego de retrospectiva, a una obra en dos actos, malamente anunciada y obviamente reprochable. La sensación tras el primer round fue de haber asistido solo a la mitad de algo. Sí, a momentos muy, muy grandes (“Hey Joni”, “The Sprawl”, “Silver Rocket”, “Shadow of a Doubt”, “Death Valley ´69”) pero insuficientes. Fue como estar deseando lo que nunca sucedió, como ver calentar un motor que nunca llegó a arrancar. Algunos se sentirían plenamente satisfechos ante tan minimalista derroche de fuerza materializada en recuerdos. En todas partes hay incondicionales, fanáticos circenses, amantes irracionales. Los neoyorquinos siempre han venido a ser la banda inapelable del rock, el santo y seña del indie, el catecismo del ruido. Qué ocasión tan grata era ésta para dar el puñetazo sobre la mesa, la patada al suelo, para dejarlo cristalino y firmar con letras de oro en el libro de dedicatorias. Pero no.
De mal concierto no se puede hablar, pero sí del sinsabor de la indiferencia. La Riviera hasta los topes y entregada, con entradas compradas mucho antes que los visitantes del martes (ignoro qué pasó el martes, no quiero saberlo), no se merece un triste a medias. Y habría que plantearse por qué Thurston y los suyos se han quedado enclavados en los tópicos más típicos, ya sea en forma de repetición holgazana (“Expressway to Yr Skull” siempre en el bis cansa y el “Daydream Nation” ya gozó su momento), de arpegio esmerilado o de pose indolente. Está claro que detrás de ellos hay algo más. O al menos éso es lo que llevábamos pensando 15 puñeteros años.
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