TOM BARMAN & GUY VAN NUETEN.
El inquieto políglota y su amigo el pianista.
Cuando todavía uno anda sumergido en las mareas post-Deus comeback, la celestial casualidad sigue haciendo de las suyas. Esta vez deja caer entre las manos un legado delicado como el cristal, digno de los héroes del Renacimiento. Un verdadero hallazgo. Pecado mortal consentir que se pierda en el olvido. Tom Barman, el tipo que vendió su alma al diablo para no estarse quieto jamás, decidió un buen día emplear su hiperactividad creativa en unir su voz y su guitarra al sugerente piano del músico belga Guy Van Nueten, para hacer un homenaje dignísimo, elegantísimo y emocionantísimo a su pasión amiga, la música. Una gira que les llevó entre 2001 y 2004 a rodar juntos por muchos auditorios europeos, desembocando en Amsterdam, ciudad abierta. Un encuentro donde el desenfado y el respeto se conjugaron para que cada acorde fuera un sueño y cada estrofa una lección.
Nick Drake con “Riverman”, “Pink Moon” y “Fruit Tree”, David Bowie con “Memory of a Free Festival“, Serge Gainsbourg con “Le Poinçonneur des Lilas”, Randy Newman con “Lousiana”, The Velvet Underground con “Some Kinda Love”, Rogers & Hart con “My Funny Valentine”, Captain Beefheart con “Harry Irene”, J.J.Cale con “After Midnight”… Todos ellos fueron los invitados de excepción al banquete del recuerdo, a la vez que ídolos, a la vez que compañeros de camino. Y entre canciones ajenas y hermosas tomadas como préstamo para pagar el peso de la vida, versiones desnudas e inocentes de las propias, ésas que no existirían o no serían de ese modo sin la impagable inspiración de las anteriores: “Magdalena”, “The Magic Hour”, “Instant Street”, “Luxury”, “Serpentine”, “Right as Rain”, “Nothing Really Ends” o “If You Don´t Get What You Want”.
El antes y el después. Un eco íntimo, cálido y espontáneo. Y como conclusión final, la declaración de culpabilidad en primera persona (“Guilty”) que sólo se atreven a hacer los valientes o los que ya no tienen nada que perder. Tan sobrada de sinceridad que es capaz de transformar la admiración en un interminable escalofrío. Así soy yo, y así os lo he contado.
El inquieto políglota y su amigo el pianista.
Cuando todavía uno anda sumergido en las mareas post-Deus comeback, la celestial casualidad sigue haciendo de las suyas. Esta vez deja caer entre las manos un legado delicado como el cristal, digno de los héroes del Renacimiento. Un verdadero hallazgo. Pecado mortal consentir que se pierda en el olvido. Tom Barman, el tipo que vendió su alma al diablo para no estarse quieto jamás, decidió un buen día emplear su hiperactividad creativa en unir su voz y su guitarra al sugerente piano del músico belga Guy Van Nueten, para hacer un homenaje dignísimo, elegantísimo y emocionantísimo a su pasión amiga, la música. Una gira que les llevó entre 2001 y 2004 a rodar juntos por muchos auditorios europeos, desembocando en Amsterdam, ciudad abierta. Un encuentro donde el desenfado y el respeto se conjugaron para que cada acorde fuera un sueño y cada estrofa una lección.
Nick Drake con “Riverman”, “Pink Moon” y “Fruit Tree”, David Bowie con “Memory of a Free Festival“, Serge Gainsbourg con “Le Poinçonneur des Lilas”, Randy Newman con “Lousiana”, The Velvet Underground con “Some Kinda Love”, Rogers & Hart con “My Funny Valentine”, Captain Beefheart con “Harry Irene”, J.J.Cale con “After Midnight”… Todos ellos fueron los invitados de excepción al banquete del recuerdo, a la vez que ídolos, a la vez que compañeros de camino. Y entre canciones ajenas y hermosas tomadas como préstamo para pagar el peso de la vida, versiones desnudas e inocentes de las propias, ésas que no existirían o no serían de ese modo sin la impagable inspiración de las anteriores: “Magdalena”, “The Magic Hour”, “Instant Street”, “Luxury”, “Serpentine”, “Right as Rain”, “Nothing Really Ends” o “If You Don´t Get What You Want”.
El antes y el después. Un eco íntimo, cálido y espontáneo. Y como conclusión final, la declaración de culpabilidad en primera persona (“Guilty”) que sólo se atreven a hacer los valientes o los que ya no tienen nada que perder. Tan sobrada de sinceridad que es capaz de transformar la admiración en un interminable escalofrío. Así soy yo, y así os lo he contado.