DISCOS
KURT VILE. Smoke Ring for My Halo.
Manjar de dioses.
Hace unos pocos años un jovencito decidió desmontar el statu quo de la música, convirtiéndose en hechicero. En su gran olla de hierro empezó a preparar una pócima especial, mezclando ingredientes selectos traídos de muy lejos. Semillas y hierbas que había comprado en los mejores mercados del mundo, visitados para la ocasión en sus innumerables aventuras de viajero precoz. Tras un mover y remover lento y concienzudo, el hechicero encontró el borboteo ideal, el punto exacto de emulsión, un elixir mágico para misántropos, escépticos e indolentes. Ese jovencito nació en Filadelfia, lleva el pelo largo y se llama Kurt Vile.
“Smoke Ring for My Halo” (2011) es su cuarto trabajo en solitario. Y hace el segundo para el sello Matador tras el fantástico “Childish Prodigy” (2009), auténtica revelación de una perspicacia desmesurada para manipular los patrones clásicos del blues, el rock y la psicodelia, adaptándolos a los tiempos sin mutilarlos. Con aquel disco, que asombró a propios y extraños y le hizo entrar por la puerta grande en el salón de los nuevos grandes talentos, Vile patentó su mezcla. Con este nuevo disco la comercializa y la vende al por mayor. Es un disco de creciente resistencia y cercanía, apto para un público más amplio. En él se echan de menos las armónicas y saxofones que arañaban los oídos en sus anteriores grabaciones, aunque la atmósfera sea igual de hipnótica y abrumadora. Y es que el también guitarrista de The War On Drugs no es solo mago, también ingeniero. Ha logrado diseñar un sonido propio, sin parangón, dejando una marca de agua inconfundible en sus canciones.
Bajo el peso de esas atmósferas sigue habiendo una ventana abierta a lo retro. Por ella se cuelan ecos de Neil Young, Jethro Tull, The Velvet Underground o Tom Petty, un superpoblado elenco de clásicos que inspiran y amparan el invento. Las guitarras son las reinas de la fiesta, ese fingerpicking divino y contagioso que llena a presión por sí solo temas como “Peeping Tomboy”. Quizá este álbum adolezca de un bombazo sobresaliente como aquel “Freak Train”, aunque buenas canciones no le faltan. “Society Is My Friend” podría ser la estrella, alcanzando un sonido mucho más comercial y actual, con una de las reflexiones más lapidarias de los recientes tiempos del rock: “la sociedad es mi amiga, me sumerge en un frío baño de sangre”. O la elegida como representante también podría ser “Jesus Fever”, toda una verbena de guitarras en constante celebración. “Puppet To The Man” sería otra de las grandes, la única en la que el geniecillo se electrifica en toda su potencia. “In My Time” es otro manjar para los dioses, idílica, dulce y lisérgica. De momentos más soñolientos también se alimenta el hombre, tal es el caso de “Baby´s Arms” (delicada canción de amor) y de su casi clónica “Runner Ups”. Por supuesto, tan excitante viaje no podría tener mejor clausura que la absorbente “Ghost Town”, toda una tesis sobre la textura del sonido, recordando por momentos los oscuros bodegones de Galaxie 500, Spacemen 3 o Slowdive.
Dicho todo lo anterior queda claro que estamos ante uno de los discos del mes, de la temporada y quizá del año. Dicho todo lo anterior queda claro que estamos ante uno de los músicos más interesantes y prometedores de nuestra era. Llenemos la copa pues de ese magnífico brebaje, alcémosla y brindemos. A la salud de los viejos que quieren ser jóvenes. A la salud de los jóvenes que quieren ser viejos.