Vale. Ya sabemos cómo es “I
Aubade” (2015) en directo: misterioso pero respirable. Aunque da igual, porque
en directo ninguna canción de Elvis
Perkins es dos veces la misma. Y hoy estos temas suenan así pero mañana
tendrán otra pátina, y pasado mañana otra, y dentro de poco también serán
clásicos de un repertorio que ya se antoja todo un nuevo clásico popular. Es lo
que tienen los músicos de su condición; que son capaces de explorar y exprimir
sus propias composiciones, de traducirlas a otros idiomas con suprema facilidad,
de transponerlas a géneros o estados inimaginados. Por eso, previendo un
concierto minimalista y muy folk, piensas equivocadamente que ciertas debilidades
no tendrán cabida, como “Shampoo”.
Craso error. Elvis es capaz de tocar cualquiera de sus cosas (y muchas de las
de otros) aunque le des únicamente una pandereta. Porque no solo es un músico que se
sabe el do re mi; también es un artista, un improvisador, un ingenioso
rapsoda callejero del siglo XXI. Y esos son los músicos que nos conquistan en
el escenario: los que se mueven en él con la seguridad de que nada tiene por
qué ser perfecto.
Pero antes la velada se estrenaba con el australiano Bernard Fanning, ahora afincado en Madrid.
Otro gran compositor. Minúsculo y desenfadado recital en el que cupieron sus
nuevos e inéditos temas precocinados en la capital, “Tea & Sympathy” (2005) e incluso algo de los extintos Powderfinger. En más que aceptable
castellano el cantautor emigrado tuvo incluso la simpática osadía de bromear
sobre el barrio de Arturo Soria, la ignorancia yanqui y Esperanza Aguirre.
Regresemos a Elvis, a su americana magenta, a sus desgastados
zapatos. Ha vuelto el Elvis del cenit, el que vivía en un lugar llamado
Dearland, aquel que lucía larga melena y se dejaba las gafotas en casa. Pero
ese Elvis ya no mora en Dearland, ni tampoco sus viejos vecinos. Aquellos vecinos,
ausentes pero no lejanos, andan enfrascados en un proyecto llamado Diamond Doves, en colaboraciones y viajes en solitario. Así que Elvis cuenta con
otros dos amigos, chico y chica, también multiinstrumentistas. Mellotron, bombo y
tambor, autoarpa, bajo, xilofón, flauta exótica y ese precioso armonio que
estuve contemplando ensimismada durante diez minutos antes del concierto. Es
como un símbolo, como un escudo. Era el escudo de Dearland y ahora es el escudo
de esta nueva tierra que pisa el hombre detrás del nombre. This land is your land.
Los cortes de este “I
Aubade” tienen algo especial, una magia negra que brota de ellos aunque no
entendamos ni una sola palabra de lo cantado. Él intenta explicarnos el
significado de algunos, como el corazón de cerdito de “Hogus Pogus” o el dinero mal gastado de “My 2$”. Aun así, aunque los versos sean complicados rompecabezas,
no es necesario rellenar los esqueletos de estas canciones con materia
innecesaria. En el álbum abundan detalles, quincallas, ondas, capas y capas de
sonido, los largos días y horas de un creativo niño encerrado en un cuarto rebosante
de juguetes. En vivo todo es algo más pulido sin que la magia se pierda. Y la
magia negra se transforma en blanca. Y por eso embrujan tanto “It´s Now or Never Loves”, “&
Eveline” y “My Kind” al
principio, “Gasolina” entre medias o “The Passage of Black Gene” cerca del final, haciéndose comprender
definitivamente, certificando que esto es una etapa más del camino, y que este
valiente caminante sigue haciendo su camino al andar.
Y entre los flashes místicos de esas alboradas pertinazmente defendidas,
se cuelan distintas y deliciosas “All
The Night Without Love”, “It´s Only
Me”, “Sleep Sandwich”, “Hey” o “I´ll Be Arriving” (¿cuántas versiones diferentes habremos oído de
esta canción?), además de una “Slow
Doomsday” en la que nuestro lindo trovador nos recluta para formar una
coral gospel, nos espolea en nuestro propio idioma, nos felicita pese a haberlo
hecho de pena, nos aplaude orgulloso desde el escenario con bárbara gratitud.
Qué clase tienes, tío. Qué clase, joder.
Y es que no basta con ser un excelente músico, ni siquiera un
gran músico con una escalofriante biografía. Hace falta mucho más, tener la elegancia
que le sobra a este tipo, la cortesía de plantarse solo ante el micro en los
bises y preguntarnos qué queremos escuchar. Sí, admite peticiones y se esmera
en contentar el mayor número posible encadenando “Send My Fond Regards to Lonelyville”, “123 Goodbye” y “Stay Zombie
Stay” en un medley inolvidable.
También se acuerda de “While You Were
Sleeping”, primer capítulo en el que algunos se estancaron sin capacidad
aventurera para salir del bucle. Despertad, hombre, despertad. Igual que los
periodistas se obcecan como aves carroñeras en su desolador y lacrimógeno
pasado. Evolucionad, hombre, evolucionad.
Y en hora y media, el bueno de Elvis no se despega ni por un
segundo de su armónica y su guitarra acústica. Esta vez no ha traído más que
una guitarra, y no es la mejor, no es la Gibson J45, no es la de doce cuerdas,
es una más bien normalita aunque veterana. Sencilla guitarra que suspira de gusto a cambio de
tanto tacto, de tanto amor y arte juntos. Porque hasta la severa y larguísima
uña de ese poderoso pulgar derecho está llena de arte y amor. Esta guitarra no
mata fascistas: mata fantasmas y malos rollos. Consciente de las miserias que
nos está narrando, él intenta que no nos pongamos tristes regalando sonrisas, cambiando
el verbo “to die” por otros que se le ocurren sobre la marcha. Qué grande eres,
Elvis. ¿Cómo hemos podido vivir seis años sin ti?