Recuerdo aquellos tiempos en que éramos asiduos a los
festivales, controlando, gobernando, aceptando intrínsecamente la situación,
sin cuestionar filosofías, modas o actitudes. Aquellos tiempos han pasado. Todo
está ya muy visto. Nada es lo que era. El SOS 4.8. es uno de los festivales pop
por excelencia y eso se nota en el tipo de público. Nosotros somos los bichos
raros, los observadores, los cronistas silenciosos, perfectamente camuflados
entre la ultramoderna multitud. Reclamos para acabar en Murcia: Luna, Temples y, sobre todo, los amigos a los que hace tiempo que no ves.
El resto, pura improvisación.

BIGOTT: Recuerdo
un viejo encuentro con el maño Bigott
en Barcelona hace mucho tiempo. Recuerdo americana, folk añejo y guitarras
acústicas. Recuerdo ecos de Bob Dylan
y Neil Young, un sombrero y esas
barbas que todavía perduran. ¿Era Bigott
en realidad? Aquello no era lo que es ahora, pero lo de ahora también tiene su
punto. Pop-rock exquisito en deliciosas dosis de escasos tres minutos. Como si
el espíritu de Luna todavía
anduviera pululando por el escenario.
MORRISSEY: No voy a
esconder ahora mi inquina hacia este individuo. Hacia él, no hacia su música.
Porque cuando la música es tan buena y suena tan bien, la aversión se matiza.
Así que las cosas como son: su divismo roza la ridiculez, pero qué grandes son
sus canciones, con o sin Smiths, qué gran voz y qué ojo para elegir a sus
músicos. Prohibir cocinar carne durante el concierto fue solo la enésima excentricidad
contractual, o quizá un elemento más del espeluznante panfleto audiovisual en
que se convirtió “Meat Is Murder”. La
increíble “Suedehead” abrió a todo
bombo un show impecable en su ejecución, pero para alguien que dejó de seguir
los pasos de Morrissey hace
demasiado tiempo siempre habrá altibajos. Aunque los altos son tan altos (“Suedehead”,
“Stop Me If You Think You´ve Heard This
One Before”, “First of The Gang To
Die”, “Everyday Is Like Sunday”,
“What She Said”) que luego de los
bajos ni te acuerdas.
THE
VACCINES: Vistos pero no vistos. Un trámite solo soportado en alarde de
buena educación. ¿Es necesario ese exceso de decibelios, de bajos
sobresaturados? Estos tímpanos no sufrían tanto desde My Bloody Valentine. Y todo ¿para qué? Quizá para enmascarar la
cojera de unas canciones que hacen enloquecer a algunos mientras masacran de
puro aburrimiento a otros. Un poco ramonianos, sí, pero absolutamente
irrelevantes.


THE
NATIONAL: Misterios indie: los años pasan y The National se convierten en un grupo de masas al tiempo que se
van transformando (como diría el sabio Rust Cohle) en un jodido círculo plano.
Círculo que algún día acabará mutando en agujero negro, engullendo la irritante
pose semi-atormentada de Matt Berninger,
y con ella a toda su banda. Sí, una vistosa escenografía, pero estos temas no
dan para más. Solo “Afraid of Everyone”
y “Pink Rabbits” se salvan de la
quema. El resto son manchas difusas sobre un lóbrego fondo. Incluso algunas,
decentes en origen, acaban desmembradas por sus propias ansias de épica (“Squalor Victoria”, “Mr. November”). El triste número de lanzarse a las masas cual
Mesías al final fue la gota que colmó el vaso, ese vaso lleno de un líquido
tremendamente insípido, ese vaso del que me niego a beber más.
A los fotógrafos: gracias por las fotos.
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