31 mayo 2015

CONCIERTOS: ELVIS PERKINS + BERNARD FANNING

Madrid. Teatro Barceló. 28-5-2015.


Vale. Ya sabemos cómo es “I Aubade” (2015) en directo: misterioso pero respirable. Aunque da igual, porque en directo ninguna canción de Elvis Perkins es dos veces la misma. Y hoy estos temas suenan así pero mañana tendrán otra pátina, y pasado mañana otra, y dentro de poco también serán clásicos de un repertorio que ya se antoja todo un nuevo clásico popular. Es lo que tienen los músicos de su condición; que son capaces de explorar y exprimir sus propias composiciones, de traducirlas a otros idiomas con suprema facilidad, de transponerlas a géneros o estados inimaginados. Por eso, previendo un concierto minimalista y muy folk, piensas equivocadamente que ciertas debilidades no tendrán cabida, como “Shampoo”. Craso error. Elvis es capaz de tocar cualquiera de sus cosas (y muchas de las de otros) aunque le des únicamente una pandereta. Porque no solo es un músico que se sabe el do re mi; también es un artista, un improvisador, un ingenioso rapsoda callejero del siglo XXI. Y esos son los músicos que nos conquistan en el escenario: los que se mueven en él con la seguridad de que nada tiene por qué ser perfecto.

Pero antes la velada se estrenaba con el australiano Bernard Fanning, ahora afincado en Madrid. Otro gran compositor. Minúsculo y desenfadado recital en el que cupieron sus nuevos e inéditos temas precocinados en la capital, “Tea & Sympathy” (2005) e incluso algo de los extintos Powderfinger. En más que aceptable castellano el cantautor emigrado tuvo incluso la simpática osadía de bromear sobre el barrio de Arturo Soria, la ignorancia yanqui y Esperanza Aguirre. 

Regresemos a Elvis, a su americana magenta, a sus desgastados zapatos. Ha vuelto el Elvis del cenit, el que vivía en un lugar llamado Dearland, aquel que lucía larga melena y se dejaba las gafotas en casa. Pero ese Elvis ya no mora en Dearland, ni tampoco sus viejos vecinos. Aquellos vecinos, ausentes pero no lejanos, andan enfrascados en un proyecto llamado Diamond Doves, en colaboraciones y viajes en solitario. Así que Elvis cuenta con otros dos amigos, chico y chica, también multiinstrumentistas. Mellotron, bombo y tambor, autoarpa, bajo, xilofón, flauta exótica y ese precioso armonio que estuve contemplando ensimismada durante diez minutos antes del concierto. Es como un símbolo, como un escudo. Era el escudo de Dearland y ahora es el escudo de esta nueva tierra que pisa el hombre detrás del nombre. This land is your land.

Los cortes de este “I Aubade” tienen algo especial, una magia negra que brota de ellos aunque no entendamos ni una sola palabra de lo cantado. Él intenta explicarnos el significado de algunos, como el corazón de cerdito de “Hogus Pogus” o el dinero mal gastado de “My 2$”. Aun así, aunque los versos sean complicados rompecabezas, no es necesario rellenar los esqueletos de estas canciones con materia innecesaria. En el álbum abundan detalles, quincallas, ondas, capas y capas de sonido, los largos días y horas de un creativo niño encerrado en un cuarto rebosante de juguetes. En vivo todo es algo más pulido sin que la magia se pierda. Y la magia negra se transforma en blanca. Y por eso embrujan tanto “It´s Now or Never Loves”, “& Eveline” y “My Kind” al principio, “Gasolina” entre medias o “The Passage of Black Gene” cerca del final, haciéndose comprender definitivamente, certificando que esto es una etapa más del camino, y que este valiente caminante sigue haciendo su camino al andar.

Y entre los flashes místicos de esas alboradas pertinazmente defendidas, se cuelan distintas y deliciosas “All The Night Without Love”, “It´s Only Me”, “Sleep Sandwich”, “Hey” o “I´ll Be Arriving” (¿cuántas versiones diferentes habremos oído de esta canción?), además de una “Slow Doomsday” en la que nuestro lindo trovador nos recluta para formar una coral gospel, nos espolea en nuestro propio idioma, nos felicita pese a haberlo hecho de pena, nos aplaude orgulloso desde el escenario con bárbara gratitud. Qué clase tienes, tío. Qué clase, joder.

Y es que no basta con ser un excelente músico, ni siquiera un gran músico con una escalofriante biografía. Hace falta mucho más, tener la elegancia que le sobra a este tipo, la cortesía de plantarse solo ante el micro en los bises y preguntarnos qué queremos escuchar. Sí, admite peticiones y se esmera en contentar el mayor número posible encadenando “Send My Fond Regards to Lonelyville”, “123 Goodbye” y “Stay Zombie Stay” en un medley inolvidable. También se acuerda de “While You Were Sleeping”, primer capítulo en el que algunos se estancaron sin capacidad aventurera para salir del bucle. Despertad, hombre, despertad. Igual que los periodistas se obcecan como aves carroñeras en su desolador y lacrimógeno pasado. Evolucionad, hombre, evolucionad.

Y en hora y media, el bueno de Elvis no se despega ni por un segundo de su armónica y su guitarra acústica. Esta vez no ha traído más que una guitarra, y no es la mejor, no es la Gibson J45, no es la de doce cuerdas, es una más bien normalita aunque veterana. Sencilla guitarra que suspira de gusto a cambio de tanto tacto, de tanto amor y arte juntos. Porque hasta la severa y larguísima uña de ese poderoso pulgar derecho está llena de arte y amor. Esta guitarra no mata fascistas: mata fantasmas y malos rollos. Consciente de las miserias que nos está narrando, él intenta que no nos pongamos tristes regalando sonrisas, cambiando el verbo “to die” por otros que se le ocurren sobre la marcha. Qué grande eres, Elvis. ¿Cómo hemos podido vivir seis años sin ti?

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