03 octubre 2010

DISCOS

WOVEN HAND. The Threshing Floor.

Predicar sin castigar.

Eternamente fiel a sus principios y dos años después del revelador “Ten Stones” (2008), David Eugene Edwards vuelve a poner la mano en el fuego, la voz en las entrañas. Nace un nuevo disco de su proyecto (¿Wovenhand o Woven Hand?) como nace una nueva mañana, llena de luz y también de interrogantes vitales. Los primeros acordes (“Sinking Hands”) ya hacen pupa. Y aunque la afectación y el paroxismo ritual se difuminan al final, en la muy arrebatada “Denver City”, “The Threshing Floor” (2010) es otra obra descarnada, íntima, misteriosa y casi gótica. Una especie de Lumière particular este tipo; sus canciones tienen el poder extraño de crear imágenes en la cabeza. Y una no piensa en la Biblia, la cruz y los infiernos, como otros. Una imagina vampiros, apaches y caballos, pozos, hoces y cañones. Los efluvios orientales reverberan en “The Threshing Floor” y “A Holy Measure” como el trance primitivo se apodera de “Terres Hautes”, sin obviar ese delicioso paréntesis de alivio, el impasse de recogimiento de “His Rest” y “Singing Grass”. A veces puede parecer que el discurso se hace ingrato, que las secuencias se repiten, que todo es más de lo mismo. Pero no. Pocos pueden presumir de hacer música con tanta personalidad. Robando el interés de los oídos paganos como un ladrón de guante blanco.

www.wovenhand.com

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