GALLON DRUNK. In the Long Still Night.
Dandys del infierno.
La década de los noventa en el Reino Unido dio a luz un fenómeno bautizado como la nueva ola de la nueva ola. Decenas de bandas alcanzaron su lugar de privilegio en el transitado mainstream. Pero si hubo una banda arriesgada y bien curtida, ésos eran Gallon Drunk. Surfeando con trajes de etiqueta por encima de esa ola y de todas las demás.
“In the Long Still Night” (96) es quizá su disco más abierto y resplandeciente. Londinenses, pero despegados del pop. Amigos del jazz, el blues y otras músicas originadas al otro lado del Atlántico. Inteligentes y completos. Muchas canciones (“Two Clear Eyes”, “It´s All Mine” y “Some Cast Fire”) los sitúan junto a sabios viscerales de la explosión y la fiebre como Nick Cave o Jon Spencer; son canciones para escuchar con el volumen a tope, cargadas de fuego, corrosivas y malditas, pero de una elegancia acomplejante. Otros temas, como “Up on Fire” o “Geraldine” conservan el pequeño aditivo pop no del todo ausente en sus propósitos; la primera recuerda a The Charlatans, mientras que la segunda rememora momentos dulces de unos Simple Minds, U2 o James.
Y de la otra orilla del océano llega el poder incandescente del soul (“Eternal Tide”), del country-blues y la americana (“The Road Ahead”) y de los cánticos de las plantaciones de algodón de Louisiana (“In the Long Still Night”). La versión de “To Love Somebody” de Nina Simone no hace más que refrendar la riqueza de esta banda y su capacidad para ver la realidad con lentes de aumento. Dicen que sus directos causaban estragos. No estaría mal que, en medio del actual renacimiento de los mitos, James Johnston se dejara caer de nuevo con regularidad por los escenarios. Susurrando esas viejas historias de decadencia y enfermedad; invocando a grito pelado la resurrección de los poetas muertos.
Dandys del infierno.
La década de los noventa en el Reino Unido dio a luz un fenómeno bautizado como la nueva ola de la nueva ola. Decenas de bandas alcanzaron su lugar de privilegio en el transitado mainstream. Pero si hubo una banda arriesgada y bien curtida, ésos eran Gallon Drunk. Surfeando con trajes de etiqueta por encima de esa ola y de todas las demás.
“In the Long Still Night” (96) es quizá su disco más abierto y resplandeciente. Londinenses, pero despegados del pop. Amigos del jazz, el blues y otras músicas originadas al otro lado del Atlántico. Inteligentes y completos. Muchas canciones (“Two Clear Eyes”, “It´s All Mine” y “Some Cast Fire”) los sitúan junto a sabios viscerales de la explosión y la fiebre como Nick Cave o Jon Spencer; son canciones para escuchar con el volumen a tope, cargadas de fuego, corrosivas y malditas, pero de una elegancia acomplejante. Otros temas, como “Up on Fire” o “Geraldine” conservan el pequeño aditivo pop no del todo ausente en sus propósitos; la primera recuerda a The Charlatans, mientras que la segunda rememora momentos dulces de unos Simple Minds, U2 o James.
Y de la otra orilla del océano llega el poder incandescente del soul (“Eternal Tide”), del country-blues y la americana (“The Road Ahead”) y de los cánticos de las plantaciones de algodón de Louisiana (“In the Long Still Night”). La versión de “To Love Somebody” de Nina Simone no hace más que refrendar la riqueza de esta banda y su capacidad para ver la realidad con lentes de aumento. Dicen que sus directos causaban estragos. No estaría mal que, en medio del actual renacimiento de los mitos, James Johnston se dejara caer de nuevo con regularidad por los escenarios. Susurrando esas viejas historias de decadencia y enfermedad; invocando a grito pelado la resurrección de los poetas muertos.
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