03 marzo 2006

CONCIERTOS

YANN TIERSEN. Madrid. La Riviera. 24-2-2006.

Ser o no ser un verdadero músico.

El mismo día del concierto pude leer en un periódico nacional una pequeña entevista con el francés. El antetitular decía: Yann Tiersen, Músico. Aplastante verdad. Algunos músicos lo son simplemente porque se lo creen, otros porque alguien lo dice. Él es músico, del verbo ser. He ahí la diferencia.

Hay muchos pasajes de su concierto que se han quedado marcados en la piel. Por ejemplo, como un hombre puede someter a una multitud (La Riviera atestada, entradas agotadas hacía días) a un silencio absoluto. Un silencio capaz de estremecer y de hacer escuchar nítidamente la caja registradora del bar. Un silencio que nadie osaba romper; el que lo intentaba era increpado al instante.

Entre las virtudes de un gran músico siempre está la de formar pequeños puzzles con sus canciones. Añadiendo o quitando piezas, según le plazca. Y nada es lo que parece. Cada canción se transforma y se subleva al nuevo enfoque. Los franceses saben hacerlo muy bien. Ello conlleva que el protagonismo dado a otros en sus obras retroceda justamente al autor. Es lo que ocurre en “Le Jour de L´Ouverture”, “Monochrome”, “Bagatelle”, “Le Bras de Mer” o “Plus d´Hiver”; esa voz, que tanto insiste en ocultar, se revela cálida y misteriosa. En “A Secret Place” o “Kala” no existe siquiera voz, ni falta que hace, porque ahí están sus cuatro magníficos acompañantes (batería, bajo, guitarra y ondas Martenot) para poner los trozos que faltan y completar el dibujo. Absolutamente soberbio. Y hablando de cosas soberbias, ahora me viene a la mente otra de sus compañeras, Katel. Una maravillosa versión femenina del Dominique A áspero y doliente para abrir el telón.

Aunque el auténtico protagonista no deja de ser él. Porque sobre el escenario es un obrero en plena faena, entregado, concentrado, cumpliendo un horario y una tarea escrupulosa que no admite errar. Los instrumentos de juguete alcanzan un sonido mayor de edad entre sus manos, convirtiendo melodías como la de “Les Enfants” en fotogramas solemnes. Con el acordeón es muy productivo; “L´Horloge” y “La Veillée” lo ratifican. Delante del piano se convierte en el amo de las penumbras, y “Le Moulin” subyuga el ambiente. La guitarra eléctrica lo sumerge en la atmósfera general de ruido fáctico, escondido entre los demás, haciendo que “A Ceux qui Sont Malade par Mer Calme” o “La Terrase” desprendan humo. Y violín al hombro es sencillamente un genio de la rapsodia bohemia; “Sur le Fil” y “La Boulange” ponen los pelos de punta, dejando a un lado la retórica.

Así que los acontecimientos no pueden derivar en otra cosa: todos a sus pies, en una demostración de fidelidad que reafirma el poder de la música para unir ideologías y sentimientos. Los primeros bises, muy generosos, y en los que brilló esa nueva versión post-rock abrumadora de “La Valse d´Amèlie” (solo reconocible al final), no contentaron. Por éso hubo una segunda parte hasta completar un par de horas. Tiempo. ¿Qué es el tiempo?. Si todavía durara nadie se hubiera movido, todos seguiríamos allí. Es lo que tienen los músicos; que siempre te hacen caer en la trampa. Y luego….. luego es muy difícil salir.

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