20 febrero 2006

REPORTAJES

CAN. Pioneros, alquimistas y extraterrestres.

La era Damo Suzuki.

Cuando uno se pone a escuchar a día de hoy la música de Can, siempre hay una pregunta que flota en el aire: ¿qué efecto causaron en su época?. Porque analizar la descomunal dimensión de su obra es muy fácil desde posiciones ilustradas por la evolución de los sonidos contemporáneos. Pero ¿cómo encajaron en su década, marcada a hierro vivo por los efluvios del rock?. En la vieja Europa también pasaban cosas más allá del modernismo y glamour británicos.

Reflexiones aparte, “Tago Mago” (71) y “Ege Bamyasi” (72) fueron dos álbumes que brindaron una etapa gloriosa de la banda (o colectivo anarquista, como ellos mismos se autodefinieron en ocasiones). Fue la etapa Damo Suzuki. El desquiciamiento de su primer vocalista, Malcolm Mooney, llevó a rescatar de las calles a este japonés sui-géneris que se adaptó a la sinestesia del grupo como un guante, dotando a los ambientes improvisatorios y experimentales de su música de una nueva dimensión, si cabe más frondosa y mística.

Pioneros. Inventaron su propia fórmula, un oasis subterráneo en el que la disciplina marcaba los desarrollos más inverosímiles e interminables, explotando hasta los límites el sentido del conjunto. Y lo hicieron sin máquinas, artilugios o ayudas paralelas. Ahora ya no se consigue un sonido así sin pulsar un botón y ver cientos de lucecitas de colores. Progreso equivale a pereza, comodidad, desnaturalización del trabajo.

Alquimistas. El secreto puede que residiera en las partes. Holger Czukay (bajo), Michael Karoli (guitarra), Irmin Schmidt (teclados) y Jaki Liebezeit (batería) eran la columna vertebral de la bestia. Poseían formaciones, personalidades e inquietudes tan diversas y aventureras que, al juntarse, provocaron un nuevo big-bang. El clasicismo instrumental, la pureza étnica, la profundidad de las culturas orientales, Jimi Hendrix, la Velvet Underground

Extraterrestres. Capaces de encerrarse en un castillo en Colonia para concentrarse en la creación de atmósferas densas, en la deconstrucción de los métodos académicos de la música rock. Monjas de clausura entregadas a la oración y la repostería. Sesiones de ensayo no-premeditado de cinco, siete, hasta doce horas. Fusión orgánica en cuatro pistas.

Todo esto explica por qué “Tago Mago” y “Ege Bamyasi” son dos obras mágicas y trascendentes en la historia. En ellas el rock (“krautrock” lo llamaron algunos) alcanza otro estatus y se alía con el free-jazz, la psicodelia y el groove en una colección de piezas innovadoras y suicidas. Canciones como “Mushroom” y “Vitamin C” muestran el auténtico sello Can: ritmos hipnóticos y asimétricos que van y vienen, suben y bajan, en los que la batería de Liebezeit se erige en guía ultrasensorial. “One More Night” representa el lado espacial; los teclados de Schmidt cobran un protagonismo sacro pese al funcionamiento como un todo. El sentido improvisación e inacotación temporal tiene su claro ejemplo en “Halleluhwah” (18 minutos, 28 segundos), tema que en su primer desarrollo descubre la existencia del sonido Manchester mucho antes de nacer. La vertiente luminosa y espiritual de la banda, con influencias de la música hindú, es utilizada acertadamente para cerrar sus discos (“Bring Me Coffee or Tea”, “Spoon”) dejando una estela que tarda en desaparecer.

La presencia de Sukuzi destaca sobre todo en piezas como “Oh Yeah”, que emplea el método de la reversión vocal dentro de un groove adictivo y provocativo, introduciendo el exotismo de su lengua natal. O también en “Sing Swan Song”, donde la voz del japonés se ve envuelta en celofán de cuerda y percusión, creando una burbuja de misterio indescifrable. Preciosa, preciosa canción.

Y luego están esas otras historias inaccesibles, controvertidas, inclasificables, sucesos de onda, ruido y colisión que convierten a “Aumgn”, “Peking O” y “Soup” en osadas bandas sonoras para espectáculos de magia negra inspirados en cualquier relato de Kurosawa. Devaneos experimentales abiertos y sujetos a debate general en los círculos de entendidos. ¿Música o herejía?.

Irrepetibles y actuales. El mundo no se olvida de ellos. Algunos se despojan de sus aureolas para invocarlos y predicar que bebieron de sus fuentes para encontrar un camino con sentido. Ya lo cantaba Mark E. Smith, uno de sus admiradores célebres, sin tapujos: “I am Damo Suzuki”. Cada vez que surja algo nuevo, arriesgado o progresivo, llevará colgada la vitola Can como un pin en la solapa. La obra de los alemanes se reedita treinta y tantos años después para recordar lo que son a aquellos que aún ignoran lo que fueron. Una obra ejemplar, declarada aquí y ahora patrimonio de la humanidad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sólo he escuchado Tago Mago y Eye Mambasi pero el Future Days debe estar bien también. Y pendientes de escuchar a algunos descendientes suyos como Acid Mothers Temple o Boredoms