22 julio 2025

CONCIERTOS

DOS NOCHES DEL BOTÁNICO. Madrid. 15 y 16 de julio 2025.   

El Real Jardín Botánico Alfonso XIII con sus noches musicales se ha convertido en uno de los clásicos veraniegos de la capital. Y no es para menos. Un espacio encantador para disfrutar de la música y la naturaleza, ambas cosas o solo una de ellas. Ya vivimos una experiencia parecida el año pasado en la Caserme Rosse de Bolonia; parques que se transforman en escenarios de convivencia para gozar del arte y buscar el refresco en noches tórridas. Una idea brillante. Como siempre, la programación de las Noches del Botánico alcanza todos los géneros y gustos. Nosotros elegimos dos de esas noches para conocer de primera mano el entorno y constatar la verdad de la leyenda. 

La primera anunciaba algo intimista, con AMOS LEE y Beth Gibbons en cartel. El de Filadelfia abrió la tarde con el único acompañamiento de tres guitarras electroacústicas y un micro. La lucha de un hombre solo ante el peligro del sol, el precalentamiento y el segundo plano. Empezó efusivo con “Built to Fall”, “Dreamland” y “Crooked” para irse haciendo cada vez más confidencial. Declaró varias veces su amor por España, versionó a Bill Withers (“Lovely Day”), se atrevió con el español en el tema “Caminando” y atendió con gusto todas las peticiones de la audiencia. Un pulcro ejemplo de concierto de cantautor que no fue debidamente respetado, salvo por los seguidores de las primeras filas. Amos es un gran compositor, un gran tipo y un intérprete especial; no se merecía tanto ninguneo de una plana centrada en la charla y el avituallamiento.

A BETH GIBBONS sí se le guardó el silencio requerido, y menos mal. Su show estuvo lleno de magia, de emoción sostenida, de milimétrica precisión. Había ganas de escuchar en vivo el excelso “Lives Outgrown”, que fue reproducido en su integridad con acato al mínimo detalle. Iba acompañada por siete músicos, teclas, percusiones, cuerdas y metales, toda la ingeniería necesaria para dotar esas canciones de su profundidad entre siniestra y melancólica. Y cómo no, su voz; esa voz que en directo pierde algo de frágil y gana seguridad. El diseño visual también contribuyó a crear un ambiente etéreo y refinado, pintando de color pastel los temas más delicados (“Tell Me Who You Are Today”, “Floating on a Moment”, “For Sale”, “Lost Changes”, “Oceans” o “Whispering Love”) y creando relámpagos para los más ardientes (“Rewind”, “Beyond The Sun” o “Reaching Out”). En el repertorio también apareció su trabajo conjunto con Rustin Man de 2002; sonó “Mysteries”, esa triste y conmovedora tonada que nos erizó el pelo (también lo hicieron “Oceans” y “Whispering Love”), y sonó “Tom the Model” con su aroma a clasicazo. Para los devotos de Postishead hubo dos concesiones en los bises. “Roads” y “Glory Box” fueron la obviedad en recuerdo de aquella banda que en los noventa sorprendió por su sonido conspicuo y su forma novedosa de entender la música, uniendo clasicismo y modernismo en un producto exquisito que algunos llamaron trip-hop. Sonaron perfectas y fieles a su original versión, pero quizá algo fuera de contexto sin la presencia de Adrian Utley y Geoff Barrow. Y es que había que rellenar huecos para alargar un poquito el set, que se acabó en un suspiro. Supo a poco, pero supo a gloria. La aclamación fue mayúscula, demasiado para una mujer que es toda timidez y humildad, y que terminó firmando discos a pie de escenario.

El día siguiente nos prometía otra excursión al pasado. En concreto a Glasgow y Manchester, años 90. Inauguraban la jornada TEENAGE FANCLUB, a los que hemos llegado a adorar con el tiempo. Sí, es curioso; cuando todos andaban enganchados a sus “Bandwagonesque” (91), “Thirteen” (93) o “Grand Prix” (95), a nosotros nos aburrían. Después fueron progresando en un sonido más macerado, quizá más influenciado por el folk californiano de los 60, para acabar convirtiéndose en los Byrds escoceses. Su último “Nothing Last Forever” (2023) es una auténtica delicia. Y verlos en acción veinticinco años después de la primera (y única) vez nos hace gracia; las melenas y flequillos han desaparecido, pero no la simpatía y la solvencia. Dieron un concierto soberbio, luchando contra el mismo hándicap que Amos Lee un día antes: el calor y la indiferencia grosera del personal. Se dedicaron a viajar por toda su discografía, desde las añejas “About You”, “Alcoholiday”, “What You Do to Me”, “I Don´t Want Control of You” o “The Concept” (que ahora nos encantan, misterios de la vida) hasta cosas más recientes, como las magníficas (y muy Byrds) “Tired of Being Alone”, “Endless Arcade”, “Everything Is Falling Apart”, “Falling Into the Sun”, “I´m In Love” o “My Uptight Life”. Arrancaron con déficit de volumen, cosa que se solucionó sobre la marcha, pero lograron el set perfecto (muchas canciones en poco tiempo, como decía Norman), clavando ritmos, armonías y solos eléctricos. Todo en su punto.

De JAMES se esperaba justo lo que ofrecieron: una fiesta llena de himnos, virtuosismo e interacción. Lo que no se esperaba era esa impactante entrada en escena, con Tim Booth, Saul Davis, Chloë Alper y Andy Diagram flotando por la grada al son de “Lose Control”. Una vez en las tablas, el equipo al completo (ahora con nueve miembros) inició su tour de force haciendo repaso a buena parte de su fértil carrera. Era obligatorio dar cancha con orgullo a “Yummy” (2024), el primer número uno de su historia en las listas de su país, pero no había que olvidarse de los clásicos (ahora hablaremos de ellos), ni de otros temas menos clásicos que ya se han colado en la lista de notoriedades, como “Moving On”, “Interrogation” o “Beautiful Beaches”. Así, el repertorio fue una celebración completa de casi cuarenta años de idas y venidas. Porque sí, en 2001 se fueron a descansar, pero ¿quién iba a imaginar que volverían con tanto ímpetu? Ocho álbumes más desde entonces, vida perenne en la carretera y un esplendor escénico creciente y mutante. O sea, que había muchísimo donde elegir. Pero está claro que la gente siempre espera que miren hacia atrás, cuanto más hacia atrás mejor. Y por eso cuando suenan “She´s a Star”, “Say Something”, “Born of Frustration”, “Tomorrow”, “Sound”, “Out to Get You”, “Getting Away With It (All Messed Up)”, “Laid” o “Sit Down” todo el mundo se conecta y se levanta. Y lo más curioso es que, tras haber oído estos temas un millón de veces, parece que fueran algo distinto, porque jamás empiezan, fluyen o terminan igual. Nuevas versiones mejoradas de las mejores versiones oídas, con intros progresivos, ritmos cambiantes y desenlaces sostenidos. 

James siempre han sido una banda interesante en cuanto a música, pero también en lo visual. En estas últimas giras hay estímulos para aburrir. No sabes a dónde dirigir la vista o la atención. Puedes centrarte en Tim Booth, su voz inconmensurable, su carisma zen o sus bailes desquiciados. Pero también puedes irte al violín de Saul Davis y su danza mano a mano con Jim Glennie. Puedes seguir a Andy Diagram en sus apariciones estelares (con trompeta o sin ella) por todo el escenario o por las gradas. Puedes gozar de esa cosa poco común que son dos baterías simultáneas a todo tren, con el elegante y supersónico David Baynton-Power y su alumna aventajada Deborah Knox-Hewson. También puedes centrarte en las inquietantes proyecciones que ahora ilustran muchos de sus temas, como el precioso video stop motion de Ainslie Henderson que acompaña a “Moving On”. En fin, los mancunianos son un espectáculo en todas sus vertientes, y ahora, con más efectos y efectivos, parecen serlo más que nunca. Es loable que, después de cuarenta años, la banda parezca hallarse en el cénit supremo de su trayectoria. Y a juzgar por el entusiasmo y estado físico de casi todos, esto va a seguir un buen rato.



13 julio 2025

CONCIERTOS

MAD COOL 2025. Madrid. Jueves 10 de julio. 

No sé ya cuántas veces habremos jurado no volver al Mad Cool, ese festival que hemos visto nacer, crecer y convertirse en lo que ahora es, otro producto del capitalismo feroz, una máquina insana de hacer dinero. Pero claro, te anuncian a Iggy Pop y Weezer y te entra un gusanillo incómodo. Y si luego resulta que ambos coinciden el mismo día, entonces ya no hay salida: tienes que sacar una entrada y envainártela. Porque el primero está en la recta final por orden de la naturaleza y los segundos visitan nuestro país cada veinte años. Así que de nuevo nos sumergimos en el maremágnum con la sola de idea de disfrutar de lo nuestro y hacer como que no vemos todo lo demás. Si te lo propones, lo consigues. Antifaz y orejeras mentales para ignorar lo que no nos cuadra, que es mucho. En todos los Mad Cool pasa algo; peleas institucionales, sabotajes, mala accesibilidad, accidentes. Este no podía ser menos. 

Para abrir boca a media tarde, un poco de Bright Eyes torrándose al sol medio decadente (igual que antes lo habían hecho Royel Otis). Que no le des al público todas las facilidades posibles (una triste zona de sombra) tiene guasa, pero que expongas a los artistas al padecimiento extremo es un delito. Aún así, qué más da, hay gafas de sol, abanicos, cerveza y botellas de agua. Clinc, clinc, hagamos caja. Nunca hemos seguido con dedicación a Conor Oberst (cuánto habló de él la Rockdelux en los 2000), pero enseguida nos suenan “Four Winds”, “We Are Nowhere and It´s Now” y “Shell Games”. Cosas de oído privilegiado o cosas de un género musical que nunca se agota. Una pena tener que marchar cuando Conor empezaba a desmelenarse de verdad. Pero es que justo al lado iba a suceder algo gordo, así que había que intentar al menos echar un ojo antes de ponerse en modo iguana. Porque esa es otra de las buenas: los horarios y la mala folla. Pon una crucecita a Iggy Pop, Bright Eyes, The Backseat Lovers y Deadletter. Ya sería mala suerte que coincidieran todos a la misma hora. Pues justo.

Deadletter son la esperanza y “Hysterical Strenght” (2024) es un monstruo de álbum. Tristeza infinita al verlos solapados con Mr. Osterberg, pero había que curar el antojo de algún modo. Fueron únicamente tres temas, pero confirmaron todas las crónicas e intuiciones sobre su excelencia y potencia en vivo. “Credit to Treason”, “Bygones” y “Hero” resultaron munición suficiente para constatar que no todo está perdido, que ellos escriben el futuro, y que Zac Lawrence (en el segundo tema ya estaba navegando entre el público) es un dignísimo candidato a heredero de Iggy Pop.

Porque el bueno de Iggy, las cosas como son, tiene ya 78 años. Hace seis pensábamos que sería la última vez, pero ha vuelto a suceder. ¿Sucederá nuevamente? Quién sabe. La sensación es que esto se acaba, aunque no porque él arroje la toalla. Pero los años se notan y pasan factura y qué demonios, no le puedes pedir a un anciano que de más de lo que él está dando en el escenario en esta gira. Para quitarse el sombrero. Ni siquiera el corte eléctrico en un espacio patrocinado por Iberdrola lo aturde. Se ríe del festival y de sí mismo, y arenga con simpatía y autoparodia a un público que le debe mucha de la música que ha bebido. El show tarda más de un cuarto de hora en arrancar, y cuando arranca lo hace a un volumen indecente, pero da igual. Aquí estamos y hay que aprovechar la ocasión. Al son de “TV Eye” nos subimos al caballo y cabalgamos sin resuello por cinco décadas de historia del rock. Porque los conciertos de Iggy son así; una carrera imparable sin interludios. Ni siquiera para él, que pelea y resiste, que se aferra al micro, pero no puede evitar soltarlo y darse unas carreras suicidas, más suicidas ahora que nunca, bramando su “raw power”, su “I gotta right to move”, su “lust for life”, su “searchin´to destroy”, su “no wall”, su “I feel alright” y, por supuesto, el “now I wanna be your dog” que no sabe interpretar lejos de los brazos y las manos de su gente, aunque le cueste la integridad y la vida. Una silla y una botella de agua para un respiro que es solo eso, un respiro, porque a mitad de “Some Weird Sin” ya está otra vez en marcha. Para el final nos deja algunas de sus piezas maestras más recientes (“Frenzy” y “Mother Day Rip Off”), un atisbo de “Nightclubbing”, una “Louie Louie” que ni los más avezados estudiosos de setlist esperaban y una “Funtime” gloriosa, despedida de las que a él le gustan, dirigiendo la orquesta de una multitud enfebrecida. Y cuando se va, dejando a sus músicos culminar, solito y cojeando, es cuando se nos escapa la lágrima. Y recordamos todos los grandes momentos que este hombre nos ha dado, que son infinitos. Y le decimos adiós (o quizá hasta siempre), agradeciéndole en el alma ese titánico esfuerzo, esa fe, esa resistencia física y mental y esa pasión por el rock.

Y luego llegaron Weezer, a los que ya no se esperaba, todo un regalo. Cuánto nos gustaban en la uni. Qué refrescante descubrimiento aquel disco debú. Cuántas veces entonamos y vimos el video de “Buddy Holly”. Pues la suerte es completa, porque están dándole un garbeo de los buenos al fabuloso álbum azul. Y sonó casi entero (solo faltó “Only In Dreams”). Y todos lo disfrutaron, grandes y pequeños, porque los californianos son esa banda que gusta a todos, punky, garagero, indie, popero o lo que quiera que seas. Y visto lo visto, nunca se pasan de moda. Porque esas melodías perfectas y esos mensajes humorísticos entran con facilidad asombrosa y se quedan en la cabeza para siempre. Y todo ello siguiendo la ley del minimalismo extremo: dos guitarras, un sinte, un bajo, una batería y a correr. Jamás se ha visto escenario más desnudo antes de un show, si bien luego lo llenaron de coloridas proyecciones. Y con esos pocos recursos consiguen replicar sus temas con una precisión de miniaturista. Rivers Cuomo, amable hasta decir basta, se esforzó con el castellano en un acto venerable (“me llamo Ríos”, decía). Entre los surcos del disco azul también se colaron muchas del verde o del “Pinkerton” (“Hash Pipe”, “Island In The Sun”, “Why Bother?”, “Pink Triangle”, “El Scorcho”, “The Good Life”), elevando el concierto a la categoría de tributo, homenaje o revival. Un viaje espectacular hacia atrás en la máquina del tiempo. El pasado no se pierde, siempre hay una copia de seguridad en alguna parte. Y la esperanza tampoco hay que perderla. ¿O quién nos iba a decir que después de 30 años íbamos a gozar “Holiday” en directo? Otros que podemos tachar de la lista.



05 julio 2025

CONCIERTOS

WILCO. Madrid. Auditorio Parque Tierno Galván. 27 junio.   

El tiempo vuela. Ocho años hace ya desde la última vez que nos encontramos con Wilco. En aquella ocasión decíamos que era necesario que siguieran, que de ellos solo se puede aprender. En efecto, han seguido. Y en todos estos años han enseñado que se pueden hacer mil cosas diferentes, dejando que la inquietud y la creatividad vuelen en distintas direcciones. Su concierto en Madrid no fue más que una retrospectiva de sus treinta años de carrera, teniendo cabida buena parte de sus trabajos. Solo “Wilco (The Album)” (2009) y “Star Wars” (2015) quedaron fuera. “Summerteeth” (99) estaba dentro, pero “A Shot In The Arm” no llegó a sonar por razones desconocidas, pese a estar impresa en el setlist. El ganador de la noche fue “Sky Blue Sky” (2007) con cinco temas (“You Are My Face”, “Either Way”, “Impossible Germany”, “Hate It Here” y “Walken”). Sus obras cénit a mi juicio (“Yankee Hotel Foxtrot” del 2001 y “A Ghost Is Born” del 2004) tuvieron una modesta pero brillante presencia, con las emotivas “Handshake Drugs”, “I Am Trying to Break Your Heart”, “Pot Kettle Black” y “Jesus, Etc”. De las más recientes publicaciones solo aparecieron “Evicted” y “Annihilation”. Y fue curioso el comentario de Tweedy presto a tocar esta última después de finiquitar “Box Full of Letter”, incidiendo en los años que han pasado entre una y otra canción. Lo viejo y lo nuevo no se diferencian tanto y la erosión del tiempo no está tan clara.   

Lo que engancha de esta banda, aparte de ese puñado de canciones inolvidables que crearon y siguen creando, es su funcionamiento en vivo, como un todo bien engrasado e irrefutable. Y conforme pasan los años, su nivel de excelencia sigue asombrando, sin que se atisbe en ellos un mínimo de aburrimiento o desgaste. Ahí sigue Glen Kotche dándole duro a las baquetas con su estilo irrepetible. Ahí está John Stirrat, marcando los ritmos con su clásica gracia y efectividad. Ahí está Pat Sansone cubriendo todos los huecos huérfanos con su voz, sus teclas o sus cuerdas. Ahí está Mikael Jorgensen, que se atreve a tocar el piano incluso con los pies. Ahí está Nels Cline, el guitar hero magnífico y sin rival. Y bueno, ahí está Jeff, que en Madrid parece sentirse como en casa, feliz de poder seguir haciendo lo que le encanta. 

Nuestros gustos y nuestra piel van cambiando. Ahora lo que más nos llena de Wilco no son los episodios de folk, folclore o country-rock, sino sus progresiones y derroches más experimentales. Por eso “Bird Without a Tail/Base of My Skull”, con sus más de diez minutos de desarrollo, fue uno de los momentos favoritos del show. También lo fueron la inquietante “Quiet Amplifier” y “Spiders (Kidsmoke)”, una demanda siempre concedida en España, pues no hay nadie que la sepa corear mejor que los españoles. Y por supuesto, “Impossible Germany”, canción hecha a medida de Cline, en la que lució como siempre agotando todos sus recursos de excelso guitarrista, haciéndole acreedor de una ovación inmensa. 

Si volvimos a arrojarnos a sus brazos es porque sabemos que nunca decepcionan. Porque nos gustan esas bandas estables y persistentes, bandas que ya son como parte de la historia de nuestra vida, como amigos o hermanos musicales con los que siempre es bonito coincidir. Y cada coincidencia es un auténtico placer.