DOS NOCHES DEL BOTÁNICO. Madrid. 15 y 16 de julio
2025.
El Real Jardín Botánico Alfonso XIII con sus noches musicales se ha convertido en uno de los clásicos veraniegos de la capital. Y no es para menos. Un espacio encantador para disfrutar de la música y la naturaleza, ambas cosas o solo una de ellas. Ya vivimos una experiencia parecida el año pasado en la Caserme Rosse de Bolonia; parques que se transforman en escenarios de convivencia para gozar del arte y buscar el refresco en noches tórridas. Una idea brillante. Como siempre, la programación de las Noches del Botánico alcanza todos los géneros y gustos. Nosotros elegimos dos de esas noches para conocer de primera mano el entorno y constatar la verdad de la leyenda.
La primera anunciaba algo intimista, con AMOS LEE y Beth Gibbons en cartel. El de Filadelfia abrió la tarde con el único acompañamiento de tres guitarras electroacústicas y un micro. La lucha de un hombre solo ante el peligro del sol, el precalentamiento y el segundo plano. Empezó efusivo con “Built to Fall”, “Dreamland” y “Crooked” para irse haciendo cada vez más confidencial. Declaró varias veces su amor por España, versionó a Bill Withers (“Lovely Day”), se atrevió con el español en el tema “Caminando” y atendió con gusto todas las peticiones de la audiencia. Un pulcro ejemplo de concierto de cantautor que no fue debidamente respetado, salvo por los seguidores de las primeras filas. Amos es un gran compositor, un gran tipo y un intérprete especial; no se merecía tanto ninguneo de una plana centrada en la charla y el avituallamiento.
A BETH GIBBONS sí se le guardó el silencio requerido, y menos mal. Su show estuvo lleno de magia, de emoción sostenida, de milimétrica precisión. Había ganas de escuchar en vivo el excelso “Lives Outgrown”, que fue reproducido en su integridad con acato al mínimo detalle. Iba acompañada por siete músicos, teclas, percusiones, cuerdas y metales, toda la ingeniería necesaria para dotar esas canciones de su profundidad entre siniestra y melancólica. Y cómo no, su voz; esa voz que en directo pierde algo de frágil y gana seguridad. El diseño visual también contribuyó a crear un ambiente etéreo y refinado, pintando de color pastel los temas más delicados (“Tell Me Who You Are Today”, “Floating on a Moment”, “For Sale”, “Lost Changes”, “Oceans” o “Whispering Love”) y creando relámpagos para los más ardientes (“Rewind”, “Beyond The Sun” o “Reaching Out”). En el repertorio también apareció su trabajo conjunto con Rustin Man de 2002; sonó “Mysteries”, esa triste y conmovedora tonada que nos erizó el pelo (también lo hicieron “Oceans” y “Whispering Love”), y sonó “Tom the Model” con su aroma a clasicazo. Para los devotos de Postishead hubo dos concesiones en los bises. “Roads” y “Glory Box” fueron la obviedad en recuerdo de aquella banda que en los noventa sorprendió por su sonido conspicuo y su forma novedosa de entender la música, uniendo clasicismo y modernismo en un producto exquisito que algunos llamaron trip-hop. Sonaron perfectas y fieles a su original versión, pero quizá algo fuera de contexto sin la presencia de Adrian Utley y Geoff Barrow. Y es que había que rellenar huecos para alargar un poquito el set, que se acabó en un suspiro. Supo a poco, pero supo a gloria. La aclamación fue mayúscula, demasiado para una mujer que es toda timidez y humildad, y que terminó firmando discos a pie de escenario.
El día siguiente nos prometía otra excursión al pasado. En concreto a Glasgow y Manchester, años 90. Inauguraban la jornada TEENAGE FANCLUB, a los que hemos llegado a adorar con el tiempo. Sí, es curioso; cuando todos andaban enganchados a sus “Bandwagonesque” (91), “Thirteen” (93) o “Grand Prix” (95), a nosotros nos aburrían. Después fueron progresando en un sonido más macerado, quizá más influenciado por el folk californiano de los 60, para acabar convirtiéndose en los Byrds escoceses. Su último “Nothing Last Forever” (2023) es una auténtica delicia. Y verlos en acción veinticinco años después de la primera (y única) vez nos hace gracia; las melenas y flequillos han desaparecido, pero no la simpatía y la solvencia. Dieron un concierto soberbio, luchando contra el mismo hándicap que Amos Lee un día antes: el calor y la indiferencia grosera del personal. Se dedicaron a viajar por toda su discografía, desde las añejas “About You”, “Alcoholiday”, “What You Do to Me”, “I Don´t Want Control of You” o “The Concept” (que ahora nos encantan, misterios de la vida) hasta cosas más recientes, como las magníficas (y muy Byrds) “Tired of Being Alone”, “Endless Arcade”, “Everything Is Falling Apart”, “Falling Into the Sun”, “I´m In Love” o “My Uptight Life”. Arrancaron con déficit de volumen, cosa que se solucionó sobre la marcha, pero lograron el set perfecto (muchas canciones en poco tiempo, como decía Norman), clavando ritmos, armonías y solos eléctricos. Todo en su punto.
De JAMES se esperaba justo lo que ofrecieron: una fiesta llena de himnos, virtuosismo e interacción. Lo que no se esperaba era esa impactante entrada en escena, con Tim Booth, Saul Davis, Chloë Alper y Andy Diagram flotando por la grada al son de “Lose Control”. Una vez en las tablas, el equipo al completo (ahora con nueve miembros) inició su tour de force haciendo repaso a buena parte de su fértil carrera. Era obligatorio dar cancha con orgullo a “Yummy” (2024), el primer número uno de su historia en las listas de su país, pero no había que olvidarse de los clásicos (ahora hablaremos de ellos), ni de otros temas menos clásicos que ya se han colado en la lista de notoriedades, como “Moving On”, “Interrogation” o “Beautiful Beaches”. Así, el repertorio fue una celebración completa de casi cuarenta años de idas y venidas. Porque sí, en 2001 se fueron a descansar, pero ¿quién iba a imaginar que volverían con tanto ímpetu? Ocho álbumes más desde entonces, vida perenne en la carretera y un esplendor escénico creciente y mutante. O sea, que había muchísimo donde elegir. Pero está claro que la gente siempre espera que miren hacia atrás, cuanto más hacia atrás mejor. Y por eso cuando suenan “She´s a Star”, “Say Something”, “Born of Frustration”, “Tomorrow”, “Sound”, “Out to Get You”, “Getting Away With It (All Messed Up)”, “Laid” o “Sit Down” todo el mundo se conecta y se levanta. Y lo más curioso es que, tras haber oído estos temas un millón de veces, parece que fueran algo distinto, porque jamás empiezan, fluyen o terminan igual. Nuevas versiones mejoradas de las mejores versiones oídas, con intros progresivos, ritmos cambiantes y desenlaces sostenidos.
James siempre han sido una banda interesante en cuanto a
música, pero también en lo visual. En estas últimas giras hay estímulos para
aburrir. No sabes a dónde dirigir la vista o la atención. Puedes centrarte en
Tim Booth, su voz inconmensurable, su carisma zen o sus bailes desquiciados.
Pero también puedes irte al violín de Saul Davis y su danza mano a mano con Jim
Glennie. Puedes seguir a Andy Diagram en sus apariciones estelares (con
trompeta o sin ella) por todo el escenario o por las gradas. Puedes gozar de
esa cosa poco común que son dos baterías simultáneas a todo tren, con el
elegante y supersónico David Baynton-Power y su alumna aventajada Deborah
Knox-Hewson. También puedes centrarte en las inquietantes proyecciones que
ahora ilustran muchos de sus temas, como el precioso video stop motion
de Ainslie Henderson que acompaña a “Moving On”. En fin, los mancunianos
son un espectáculo en todas sus vertientes, y ahora, con más efectos y
efectivos, parecen serlo más que nunca. Es loable que, después de cuarenta
años, la banda parezca hallarse en el cénit supremo de su trayectoria. Y a
juzgar por el entusiasmo y estado físico de casi todos, esto va a seguir un
buen rato.








