12 noviembre 2025

CONCIERTOS

NEW MODEL ARMY. Madrid. Sala Mon. 07/11/2025. 

Tras el concierto de Radiohead, la siguiente cita con música en vivo no podía ser más antagónica. Sala pequeñita, audiencia de edad homogénea, cero efectos especiales, pero la misma adhesión a un legado intachable. Dicen que New Model Army son como una religión, y el viernes pudimos comprobarlo. Muchas camisetas de la banda, muchos guiños estéticos y actitud, algún que otro pogo y canciones coreadas de pe a pa por unos fans que son los más fans del universo. Nos los perdimos en aquel Visor Fest de 2022 por tristes razones, así que era hora de sacarse la espina. Y hay que decir que el infatigable Justin Sullivan sigue llevando su proyecto en volandas, acompañándose de acólitos que dan la talla (el bajista-percusionista Ceri Monger causó sensación) y componiendo canciones como soles. En su caso, no se necesita más: un buen repertorio nacido de un oído fino, una pluma inspirada, sentido crítico y experiencia humana. Sus álbumes siempre han sido interesantes, pero en la última década ha firmado auténticas joyas. Oíganse “Unbroken” (2024), “From Here” (2019) o “Winter” (2016) para confirmarlo. Por eso temas como “First Summer After”, “Winter”, “Never Arriving”, “Language” o la onírica "Idumea" pueden codearse dignamente con otros himnos perentorios como “Christian Militia”, “No Rest”, “Here Comes the War”, “Purity”, “51st State” o “225”. El setlist empezó en acústico y abarcó todas las épocas de su tenaz carrera, y ello permitió confirmar lo dicho: la calidad abrumadoramente regular de sus creaciones y la pasión abrumadoramente regular de sus seguidores, que se las saben todas. Yo, particularmente, me quedo con la heroica “Stormclouds”. En los bises aparecieron dos muy cotizadas y alabadas: “Stupid Questions” y “I Love the World”. Y todos se fueron deshidratados y un pelín afónicos, pero enormemente satisfechos.

08 noviembre 2025

CONCIERTOS

RADIOHEAD. Madrid. Movistar Arena. 05/11/2025.


No fue fácil conseguir entrada para la nueva gira de Radiohead. Fue una odisea de locas operaciones internáuticas. Fue lo más parecido a echar a la lotería, porque el factor azar resultó determinante. Nada ni nadie te aseguraba que tuvieras premio. Ni proximidad ni celeridad, eso no valía, porque muchos madrileños (y de alrededores) se quedaron a dos velas y había gente de mil nacionalidades en el nuevo Arena. Por eso el miércoles nos sentimos apresados por una fortuna y gratitud inconmensurables, con enormes ganas de aprovechar el privilegio. Quizá esta haya sido la venta de entradas más extraña del siglo, y duele que muchos amigos se vieran excluidos de estas cuatro noches en la capital. Queda la satisfacción de pensar que, al menos, la mayor cantidad de gente ha tenido o va a tener la posibilidad de gozar de esta experiencia, aunque muchos no lo merezcan. Porque da igual que quien toca sea una banda ilustre como Radiohead o que las entradas valgan un riñón; los infaustos que se gastan la pasta solo para estar en la movida y colgar al día siguiente videos en Instagram son como una plaga de chinches. No nos los vamos a poder quitar de encima hasta que las modas den un vuelco monstruoso o haya otra crisis bíblica. Y a lo mejor ni por esas. 

Aun así, lo uno por lo otro, hay motivos también para la esperanza. Como ver a todas esas nuevas mocedades entonar emocionadas los clásicos de una banda con más de treinta años de carrera, que luce arrugas (aunque todos se conservan estupendos), que no viste a la moda ni canta himnos de estribillo fácil. Anoche había muchos, muchísimos jóvenes en el ex Wizink, y algunos se portaron con más decoro que sus vecinos cuarentones. Mi sobrina adolescente me cuenta que, gracias a las redes, Radiohead se han convertido en una nueva ola de conocimiento y consuelo para la juventud perdida, que a los chiquillos les ha dado ahora por escucharlos y seguirlos porque son y dicen algo diferente en voz bien alta. Lo mismo que nos pasó a nosotros en los 90. Verdaderamente curioso, a la par que emotivo. Varias generaciones unidas en sentimiento por una banda, por la cultura, por la música. Solo por eso Thom Yorke y compañía ya se merecen un premio magno de las Artes o la Concordia. Y por cierto, no hay ninguna ley que diga que los artistas tienen que significarse políticamente y deben en todo momento airear lo que piensan, sienten, comen o cagan. Se han vertido cosas muy injustas sobre esta gente en los últimos tiempos. A veces callar no es otorgar, sino ignorar el sinsentido. 

Tras la crónica sociológica, vayamos con la crónica puramente artística y musical. Por la sesión del martes ya íbamos sobre aviso de lo que nos encontraríamos, el repaso a toda su carrera (excepto “Pablo Honey”, el gran ausente en los tres primeros asaltos), la curiosa anomalía escénica de 360 grados y esa suerte de jaula-chistera mágica. Lo del escenario circular permitió incrementar el aforo en el recinto, y muchos nos preguntamos cómo de arriesgado para la banda debe de ser ese formato, cuando la mayor parte del tiempo estás dando o viendo la espalda del resto de músicos. Ellos parecieron sentirse en ese descuadre como en su casa. Solo los percusionistas (Phil Selway y Chris Vatalaro) y Ed O´Brien mantuvieron su posición casi inmutable durante todo el show. Los hermanos Greenwood corrigieron sus coordenadas según el tema, y Thom Yorke cumplió los cinco mil pasos del día viajando por todo el circuito. Decía antes que los cinco se conservan en forma, y es verdad, clavando la estampa de lo que vimos por primera vez en 2002 y por última en 2016. Los bailes de San Vito de Thom, el flequillo y las contorsiones de Jonny, la calva de Phil, la sonrisa bonachona de Ed y los cabeceos rítmicos de Colin. Siguen siendo ellos mismos, no cabe la menor duda, y en un mundo en el que lo que antaño vieron nuestros ojos se va desmoronando sin remedio, es hermoso tener una imagen contemporánea de algo que no cambia. 

En cuanto al proyecto escénico, una simple idea desarrollada con ingenio y buen gusto proporciona el decorado idóneo para unas canciones que, adornadas con esas proyecciones y juegos de luces, emocionan el triple. Cada cual tuvo su cuidado diseño, su temática y su efecto sorprendente, con especial mención al acuario de olas refulgentes de “Pyramid Song”. Eso sí, mejor con los paneles bien altos, que no queremos ver a nuestros chicos encerrados o confundidos con su propio reflejo, queremos verlos de verdad, ya que tan caro está poder hacerlo regularmente. Del repertorio, da igual qué canción toquen porque todas nos van a gustar. Pero es de agradecer que no explotaran en exceso su vena rave más desquiciante, solo en una contundente “Ful Stop” o en la paradigmática “Idioteque”. Más bien el set fue girando en distintas direcciones, alcanzando los cientos de capítulos que abarca la creación de esta banda. El repertorio queda citado más abajo y poco se puede objetar de él. “In Rainbows” (2007) fue el vencedor con nada menos que seis canciones, seguido de “The Bends” (95) y “OK Computer” (97) con cuatro cada uno y “Hail to the Thief” (2003) con tres: adivinaron cuáles eran nuestros álbumes favoritos. El sonido en las gradas altas no fue perfecto, pero fue posible sentir cada acorde de cada instrumento sin dificultad. “Jigsaw Falling into Place”, “Bodysnatchers” y “There There” fueron la apoteosis. “All I Need”, “Nude”, “Airbag”, “Separator” y “Weird Fishes/Arpeggi” fueron pura elegancia. “Pyramid Song” fue como un cuento de hadas. “You and Whose Army?”, “(Nice Dream)” y “Street Spirit (Fade Out)” fueron conmovedoras. “Let Down” fue de las más coreadas por obra y gracia de TikTok. “The Daily Mail” fue la rareza que nos pilló a contrapié. 

Tras repasar en estos días la discografía completa de la banda y asistir a este precioso e inesperado tour, cabe recordar que no están en la perpetua cresta de la ola por capricho o casualidad. Están por su asombrosa capacidad para componer y dibujar canciones llenas de riesgo y originalidad, sin recordar a nada vivo sobre la Tierra. Y aunque no siempre fuimos benévolos con ellos, aunque, como algunos han comentado en las críticas de esta semana, también llegáramos a veces a pensar que son unos progres un poco elitistas, esta gira resucita con justicia la admiración que se merecen. Al César lo que es del César. Si esto es una maniobra de marketing sin más, un escarceo oportunista para ganar billetes, solo ellos lo saben. Pero, al igual que dijimos tras ver a Peter Hook, al fin y al cabo, es un gran regalo lo que nos están ofreciendo. Y por eso es de bien nacidos ser agradecido. 

SETLIST: “2+2=5”, “The Bends”, “Jigsaw Falling Into Place”, “All I Need”, “Ful Stop”, “Nude”, “Reckoner”, “Airbag”, “Separator”, “Pyramid Song”, “You and Whose Army?”, “Idioteque”, “Bodysnatchers”, “(Nice Dream)”, “There There”, “Myxomatosis”, “Exit Music (for a Film)”, “Street Spirit (Fade Out)”//“Let Down”, “Weird Fishes/Arpeggi”, “Planet Telex”, “Present Tense”, “The Daily Mail”, “Paranoid Android”, “Everything in Its Right Place”.

05 octubre 2025

CONCIERTOS

VISOR FEST 2025. Valencia. Marina Norte. 26 y 27 de septiembre. 

La nueva edición de nuestro festival favorito, esta vez en Valencia, cumplió con las expectativas. El Visor Fest vuelve a ser esa cita auténtica, familiar y recoleta que te despierta la nostalgia y te hace rejuvenecer décadas. Si bien el cartel no resultaba tan atractivo como en otras ediciones, el fichaje de Hooky nos hizo lanzarnos a la piscina en plancha. Será la sabiduría o la veteranía, pero en este evento todas las bandas suelen cumplir, salvo contadas excepciones (ya se sabe de sobra cuál es la excepción en este caso). Quitando la fiesta hortera del sábado en el Vels i Vents, que atacó por la retaguardia sin piedad el sonido de las actuaciones del día, puede decirse que el recinto de Marina Norte es un lugar mágico para disfrutar de la música, viendo el mar, atisbando barquitos y pudiendo aposentar el culo de vez en cuando en esas gradas tan celebradas por los cuerpos de nuestra edad. Hubo algún que otro pero, como la pírrica oferta gastronómica y el tamaño estándar de las cervezas, pero la sensación fue de satisfecho general. 

En lo musical, el viernes comenzó con el regreso de THEN JERICO al completo, de los que solo pudimos degustar el postre. Y menudo postre, oiga: “Big Area” y “Reeling” sonaron majestuosas. Vimos una banda dándolo todo sobre las tablas, luciendo los atuendos y poses de antaño y sonando a gloria. Los amigos improvisados nos confirmaron que sí, que había sido una actuación para enmarcar, plena de garra y profesionalidad. Al parecer, triunfaron de largo. 

Luego BUFFALO TOM empezaron a medio gas, sonando algo descoordinados, lanzando demasiado pronto la fabulosa “Summer” (sonó en segundo lugar) sin apenas precalentamiento. No hay duda de que se trata de una banda referente del rock independiente americano, que tienen buenísimas canciones y que ponen todo su empeño en escena. Pero a la escribe no le calan, resultando imposible aprenderse los temas pese a haberlos oído detenidamente en las previas. Así que no tenemos claro lo que tocaron, solo que el sonido mejoró mediado el show y terminaron a excelente nivel. Y fue una suerte que se acordaran de la deliciosa y emocionante “Late at Night”, única que nos sabemos de memoria. 

Había ganas de ver a ASH. Álbumes como “1977” (96), “Nu-clear Sounds” (98) y “Free All Angels” (2001) nos enamoraron de ellos (y de Tim Wheeler en particular) allá por nuestras veintenas. Luego se les perdió la pista, aunque han seguido lanzando discos que siempre portan al menos un par de temas bien decentes. Pues bien, están en una forma increíble. Comenzaron sonando como un trueno con “A Life Less Ordinary”, y su set, como bien explicaba el adorable Tim, fue una acertada mezcla de recuerdos y novedades. No faltaron las clásicas “Angel Interceptor”, “Goldfinger”, “Shining Light”, “Oh Yeah”, “Kung Fu”, “Girl from Mars” o “Burn Baby Burn”. Es imposible resistirse al embrujo de otras más recientes, como la bailonga “Confessions in the Pool” o como “Crashed Out Wasted”, que fue rubricada con una master class de guitarra eléctrica brutal. Y es que esas Flying tienen mucho que ver en el potentísimo sonido de la banda en vivo. Rugen como diablos y llenan todos los huecos vacíos por ausencia de segundo guitarrista; “Orpheus” y “Braindead” son otras dos buenas muestras de poderío metal. Por cierto, que también se marcaron una divertidísima versión del “Jump in the Line” de Harry Belafonte que volvió loco al personal. Casi casi, los ganadores del día. 

La noche acababa como se preveía: con una sesión de baile y golfeo al estilo HAPPY MONDAYS. O más bien podría decirse al estilo Bez. Porque sí, para qué negarlo, el alma de esta banda siempre ha sido ese que no hace nada o casi nada, el que baila y toca las maracas, ese tipo magnético al que tanto cariño le tenemos y tantas veces hemos imitado. Desde luego, sin él en el escenario no serían lo mismo. Contra pronóstico (pensábamos que estaban en mucha peor forma), los de Manchester (o Madchester) portaron un sonido muy pulido. Lo único que desencajó fue el fraseo aleatorio y despistante de un Shaun Ryder orondo que sigue resistiéndose a sacar la mano izquierda del bolsillo. El show fue un subidón continuo, una oda a la diversión. Empezaron dándole duro a “Pills´n´ Thrills and Bellyaches” (90), su álbum de cátedra, encadenando “Kinky Afro”, “God´s Cop”, “Donovan” y “Dennis and Lois”, y cuando pensábamos que aquello iba de homenaje, hicieron un viraje astuto atacando “Performance”. También sonaron cosas como “Loose Fit”, “Mad Cyril”, “Bob´s Yer Uncle”, “Hallelujah”, la demandada y cacareada “24 Hours Party People”. Lo tenían fácil: cualquier tema de su colección vale para liarla parda. Por supuesto, el final debía ser “Step On” y así fue, con Bez arrojándose de nuevo a la marea humana y perdiendo (o regalando) sus instrumentos de trabajo (o sea, las maracas). “Wrote for Luck” fue un bis ya innecesario después del desparrame del “twistin´my melon man”. Y aunque gustaron y cumplieron, queda esa extraña sensación de que vale más ponerse un disco suyo que verlos en directo. 

El sábado comenzó con un buen recordatorio: que nosotros también fuimos indies una vez, cuando oíamos cosas como CHUCHO, por ejemplo. Pero es que nuestros paisanos son indie, sí, pero también son otro montón de cosas. Son esa banda capaz de aunar el pop-rock con un fandango o una copla, con el punk o la música disco, y terminar un concierto con una lección de distorsión y feedback a lo Spiritualized. Casi habíamos olvidado lo grandes que son. En Valencia confirmaron esa grandeza desde el minuto cero de “Esto Es Mi Sangre”, con una ejecución y sonido espectaculares. Para colmo, eligieron un repertorio de ensueño, donde no faltaron todas las esperadas (llámense hits). Estuvieron “Cirujano Patafísico”, “Un Ángel Turbio”, “El Ángel Inseminador”, “De Aire”, “Flores sobre el Estiércol”, “Mi Anestesia”, “Abre Todas las Ventanas”, “Revolución” y “El Detonador EMX-3”. Hicieron protesta con elegancia y sutileza, trayendo a colación la fantástica “Piedras de Palestina” y dedicando “La Mente del Monstruo” a Benjamin Netanyahu. En el desenlace unieron el buen rollo discotequero de “Magic” (el himno optimista por excelencia no podía faltar) con la rabia de “Perruzo” y el humo acre de “Inés Groizard”, terminando entre psicodelia, ruidos y furias. En definitiva, ofrecieron un concierto al que le faltó el canto de un duro para ser perfecto. 

ECHOBELLY venían a Valencia celebrando el 30 aniversario de su disco “On” (95), y nos olíamos que lo iban a tocar de cabo a rabo. Bingo. Entero y por orden. Eso significa abrir el show con tres trallazos como “Car Fiction”, “King of The Kerb” y “Great Things”. ¿Y luego qué? “Y ya no me sé más” decía un colega. Pero aquel LP estaba lleno de canciones estupendas, y aunque jamás fuéramos seguidores acérrimos de la banda, hay que reconocer que temas como “Something Not in a Cold Country” o “Four Letter Word” nos gustaban mucho en tiempos (cuando éramos indies, vaya). Por no hablar de la superlativa “Dark Therapy”, que ya vale sola un concierto entero. Nunca los vimos en vivo antes, por lo que no hay con qué comparar, pero los devotos dicen que estuvieron magistrales. La voz de Sonya Madan ha perdido algo de potencia, pero su carita de ángel, su encanto y simpatía siguen haciéndola brillar. 

De LEMONHEADS ya se ha dicho de todo tras su paso por España. Palabras como vergüenza, esperpento o autosabotaje han aparecido en muchas crónicas, dándole a Evan Dando hasta en el cielo de la boca. Tampoco los vimos nunca en vivo y tampoco hay con qué comparar, pero desde luego no tuvieron su mejor día. Bueno, Dando no tuvo su mejor día, porque los otros dos aguerridos supervivientes (el bajista Farley Glavin y el batería John Kent) hicieron todo lo que pudieron. Uno no se explica cómo no se levantan (figuradamente) y se van. Porque a base de querer lucirse y dar el cante, Evan lo único que hace es ponerse en ridículo y boicotearlos. Pero qué demonios, sonaron un montón de canciones buenísimas (de esas de dos minutos) y aunque sonaron fatal (algunas desafinadas, otras arrítmicas) por un momento nos vimos con la sonrisa en la boca. Porque hay que reconocer que creando este tío era una máquina, y nos ha dejado cositas tan grandes como “Bit End”, “It´s About Time”, “Down About It”, “The Great Big No”, “Big Gay Heart”, etcétera. Que luego las reboce por el barro, pues allá él. Con “Style” ni siquiera sabemos lo que hizo, aparte de demostrar que el bajo no es lo suyo y liarse a patadas con el micro. En su evidente estado de debacle física y confusión mental no esperábamos un solo acústico, pero lo hubo y bien largo. Y no le salió mal, pues intentando emular a Tim Hardin o a Oasis tuvo algún que otro momento de ligera lucidez. Eso sí, lo de empezar con “Confetti” y luego pasársela por el forro no nos gustó nada. El ataque de punk rock final ni mejoró ni empeoró las cosas, con descompases, aborto y vuelta a empezar de la estupenda “Deep End” y huida muda. Penoso, pero casi divertido. 

PETER HOOK & THE LIGHT cerraban el festival con honores. Los hay que critican a Hooky por oportunista. Los hay que tildan su aventura de impostura o banda tributo. Pero también los hay que opinan, al igual que nosotros, que lo que este hombre está haciendo es ofrecer un regalo muy muy valioso: la oportunidad de poder saborear en vivo las canciones de Joy Division y New Order en su recreación más justa posible. Una reciente operación en el hombro nos privó de verle tocar el bajo, pero hay que reconocer que los chicos de The Light, con su hijo Jason y antiguos miembros de Monaco en plantilla, estaban al calibre perfecto para que todo sonara con una fidelidad pasmosa. Él no estuvo del todo cómodo, pues le faltaba su arma letal, que fue sustituida por un vaper. El setlist fue para haberlo cogido impreso, enmarcarlo y colgarlo en el salón. Primera mitad, Joy Division: “Warzaw”, “Interzone”, “Isolation”, “She´s Lost Control”, “Shadowplay”, “Disorder”, “Digital”, “Transmission”, “Atmosphere”. Segunda mitad, New Order: “Your Silent Face”, “Blue Monday”, “Regret”, “Crystal”, “Bizarre Love Triangle”, “Temptation”, “True Faith”, “Ceremony” (un justo y merecido guiño a Monaco en medio de esta parte con “What Do You Want from Me?”). Habríamos apostado un riñón a que “Love Will Tear Us Apart” cerraría la fiesta (más después de habérsela saltado en la primera parte), y así fue, la guinda a una tarta de tres pisos. Para los que hemos crecido escuchando y amando a estas dos bandas este podría citarse como uno de los conciertos de nuestras vidas, una especie de sueño imposible cumplido. Incluso los no tan fans acusaron recibo, y Hooky consiguió lo que nadie había logrado en dos días de festival: que todo el mundo mirara al escenario y cerrara el pico. La fiesta fue como no se recuerda, las caras de ilusión también. Y da igual lo que digan por ahí los listos: yo a este señor le hago una reverencia y le doy un millón de gracias.










24 septiembre 2025

CONCIERTOS

MOGWAI + KATHRYN JOSEPH & LOMOND CAMPBELL. Lausana. Les Docks. 18/09/2025.

¿Mogwai otra vez? Pues sí. ¿Por qué? Porque sí. No es casualidad. Últimamente los buscamos a conciencia. Hay que aprovechar que están de gira. En realidad, casi siempre están en la carretera o barruntando viajes. O sea, como nosotros. Hicimos un conjuro hace tres años en un rincón de Murcia, después de que los acontecimientos nos devastaran y “As the Love Continues” aliviara nuestras heridas: vamos a ver a estos chicos dondequiera que toquen. Y lo que al principio fue una osadía ahora se ha convertido en un vicio. Porque una escapada se hace más atractiva si la rubricas con uno de sus shows. Vuelves con los deberes turísticos hechos y la satisfacción musical completa. Son ya como de la familia. 

¿Que si no nos cansamos de verlos (ocho veces en los últimos tres años)? Pues sí y no. Cierto que ya nos sabemos qué instrumentos van a llevar y a qué amplis los van a enchufar. Nos sabemos los tics de cada uno y el ritual de preparación de cada tema. Pero siempre hay algo de expectación y apuesta, claro. ¿Se pondrá hoy la gorra Stuart o no? ¿Qué cachonda camiseta lucirá Dominic? ¿Usará Barry la SG marrón? ¿Cuántos instrumentos tocará Alex? ¿Regalará Martin sus baquetas? El repertorio tampoco suele ser el mismo, o si lo es, estará ordenado de otra manera. Las luces que antes eran rojas ahora son azules o verdes o viceversa, sin que puedas asociar una canción a un diseño lumínico concreto. En fin, que cada espectáculo es un mundo y por eso es un placer repetir. En la gira de “The Bad Fire” han sonado ya cerca de cuarenta temas diferentes. En Lausana apareció la incólume “Christmas Steps”, que jamás habíamos saboreado en vivo después de veintisiete años siguiéndolos. Sea cómo o dónde sea, siempre hay premio. 

Pero antes habría que hablar de la enorme Kathryn Joseph, porque no lo hicimos después de Hamburgo y Berlín, y eso está muy feo. Con un discreto pero rotundo bagaje musical, y patrocinada por esos buenos amigos a los que no se cansa de alabar con pasión, la escocesa ha cambiado su formato de solista por el dúo, acompañada ahora por el artista y medio-ingeniero Lomond Campbell, que aporta con sus sintetizadores un nuevo volumen a las canciones. Así, la lírica rebelde un tanto folky se convierte en un muro electrónico donde, pese a todo, la voz de la protagonista sigue brillando. Porque cómo canta esta mujer. Cómo maneja esa voz susurrante, matizándola y vibrándola. Qué buenas son las composiciones de su nuevo “We Were Made Prey” y qué bonita sigue siendo “The Burning of Us All”, aun cambiada a un contexto más nutrido. 

El Young (Oldie) Team, por supuesto, tampoco defraudó. Sus conciertos raramente superan la hora y cuarenta minutos, pues tamaña intensidad requiere una dosis moderada. A tal volumen de sonido, la OMS no aprueba mayores minutajes. En la pequeñita Les Docks volvieron a atronar, aunque no fue tan atroz como en Hamburgo. Mejor acústica, mejor ecualización o mejores condiciones físicas del receptor, el caso es que se pudo soportar. Eso sí, está claro que los Alpine se han convertido en un ítem imprescindible y necesario para estas citas, especialmente si son indoors. Que Mogwai no solo son experiencia mística, también deporte de riesgo. 

El repertorio volvió a regalarnos esas cosas exquisitas que ya nos sabemos de memoria, pero de las que jamás se cansa uno. Aparte de la mencionada y añeja “Christmas Steps”, que es un viaje sensorial difícil de describir, el inicio del bis nos sorprendió con la también añeja “Helicon 1” (esta siempre es azul), que no suele colarse casi nunca en los postres. Descubrimos cómo suena la cadencia de “Pain Vegan Hip Pain” sobre las tablas. Volvimos a constatar el crecimiento exponencial en vivo de “How to Be a Werewolf” y “Every Country´s Sun”, con Stuart exprimiendo los recursos de su pedalboard al máximo. Volvimos a sumergirnos en la hipnosis-catarsis de “Mogwai Fear Satan” (esta siempre es roja) con otra demostración de tenso silencio en el mítico interludio. Y se agradeció el nuevo rescate de una “Old Poisons” que improvisaron en modo supervivencia por los problemas con el equipo de Barry. Sí, el pobre Barry Burns tuvo que lidiar con su noche más perra a causa de numerosos avatares técnicos, y ni por esas pierde el humor y la sonrisa. 

Así que no cabe más que darles otro diez y decirles hasta luego. Nos volveremos a encontrar, por supuesto que sí. ¿El año que viene? Acaban de anunciar una gira por el Reino Unido para principios de 2026. ¿Podremos resistirnos?   

SETLIST: “God Gets You Back”, “Hi Chaos”, “Kids Will Be Skeletons”, “Christmas Steps”, “What Kind of Mix Is This?”, “How to Be a Werewolf”, “Pale Vegan Hip Pain”, “Every Country´s Sun”, “Ritchie Sacramento”, “Fanzine Made of Flesh”, “Mogwai Fear Satan”, “Old Poisons”//”New Paths to Helicon 1”, “We´re No Here”.

22 julio 2025

CONCIERTOS

DOS NOCHES DEL BOTÁNICO. Madrid. 15 y 16 de julio 2025.   

El Real Jardín Botánico Alfonso XIII con sus noches musicales se ha convertido en uno de los clásicos veraniegos de la capital. Y no es para menos. Un espacio encantador para disfrutar de la música y la naturaleza, ambas cosas o solo una de ellas. Ya vivimos una experiencia parecida el año pasado en la Caserme Rosse de Bolonia; parques que se transforman en escenarios de convivencia para gozar del arte y buscar el refresco en noches tórridas. Una idea brillante. Como siempre, la programación de las Noches del Botánico alcanza todos los géneros y gustos. Nosotros elegimos dos de esas noches para conocer de primera mano el entorno y constatar la verdad de la leyenda. 

La primera anunciaba algo intimista, con AMOS LEE y Beth Gibbons en cartel. El de Filadelfia abrió la tarde con el único acompañamiento de tres guitarras electroacústicas y un micro. La lucha de un hombre solo ante el peligro del sol, el precalentamiento y el segundo plano. Empezó efusivo con “Built to Fall”, “Dreamland” y “Crooked” para irse haciendo cada vez más confidencial. Declaró varias veces su amor por España, versionó a Bill Withers (“Lovely Day”), se atrevió con el español en el tema “Caminando” y atendió con gusto todas las peticiones de la audiencia. Un pulcro ejemplo de concierto de cantautor que no fue debidamente respetado, salvo por los seguidores de las primeras filas. Amos es un gran compositor, un gran tipo y un intérprete especial; no se merecía tanto ninguneo de una plana centrada en la charla y el avituallamiento.

A BETH GIBBONS sí se le guardó el silencio requerido, y menos mal. Su show estuvo lleno de magia, de emoción sostenida, de milimétrica precisión. Había ganas de escuchar en vivo el excelso “Lives Outgrown”, que fue reproducido en su integridad con acato al mínimo detalle. Iba acompañada por siete músicos, teclas, percusiones, cuerdas y metales, toda la ingeniería necesaria para dotar esas canciones de su profundidad entre siniestra y melancólica. Y cómo no, su voz; esa voz que en directo pierde algo de frágil y gana seguridad. El diseño visual también contribuyó a crear un ambiente etéreo y refinado, pintando de color pastel los temas más delicados (“Tell Me Who You Are Today”, “Floating on a Moment”, “For Sale”, “Lost Changes”, “Oceans” o “Whispering Love”) y creando relámpagos para los más ardientes (“Rewind”, “Beyond The Sun” o “Reaching Out”). En el repertorio también apareció su trabajo conjunto con Rustin Man de 2002; sonó “Mysteries”, esa triste y conmovedora tonada que nos erizó el pelo (también lo hicieron “Oceans” y “Whispering Love”), y sonó “Tom the Model” con su aroma a clasicazo. Para los devotos de Postishead hubo dos concesiones en los bises. “Roads” y “Glory Box” fueron la obviedad en recuerdo de aquella banda que en los noventa sorprendió por su sonido conspicuo y su forma novedosa de entender la música, uniendo clasicismo y modernismo en un producto exquisito que algunos llamaron trip-hop. Sonaron perfectas y fieles a su original versión, pero quizá algo fuera de contexto sin la presencia de Adrian Utley y Geoff Barrow. Y es que había que rellenar huecos para alargar un poquito el set, que se acabó en un suspiro. Supo a poco, pero supo a gloria. La aclamación fue mayúscula, demasiado para una mujer que es toda timidez y humildad, y que terminó firmando discos a pie de escenario.

El día siguiente nos prometía otra excursión al pasado. En concreto a Glasgow y Manchester, años 90. Inauguraban la jornada TEENAGE FANCLUB, a los que hemos llegado a adorar con el tiempo. Sí, es curioso; cuando todos andaban enganchados a sus “Bandwagonesque” (91), “Thirteen” (93) o “Grand Prix” (95), a nosotros nos aburrían. Después fueron progresando en un sonido más macerado, quizá más influenciado por el folk californiano de los 60, para acabar convirtiéndose en los Byrds escoceses. Su último “Nothing Last Forever” (2023) es una auténtica delicia. Y verlos en acción veinticinco años después de la primera (y única) vez nos hace gracia; las melenas y flequillos han desaparecido, pero no la simpatía y la solvencia. Dieron un concierto soberbio, luchando contra el mismo hándicap que Amos Lee un día antes: el calor y la indiferencia grosera del personal. Se dedicaron a viajar por toda su discografía, desde las añejas “About You”, “Alcoholiday”, “What You Do to Me”, “I Don´t Want Control of You” o “The Concept” (que ahora nos encantan, misterios de la vida) hasta cosas más recientes, como las magníficas (y muy Byrds) “Tired of Being Alone”, “Endless Arcade”, “Everything Is Falling Apart”, “Falling Into the Sun”, “I´m In Love” o “My Uptight Life”. Arrancaron con déficit de volumen, cosa que se solucionó sobre la marcha, pero lograron el set perfecto (muchas canciones en poco tiempo, como decía Norman), clavando ritmos, armonías y solos eléctricos. Todo en su punto.

De JAMES se esperaba justo lo que ofrecieron: una fiesta llena de himnos, virtuosismo e interacción. Lo que no se esperaba era esa impactante entrada en escena, con Tim Booth, Saul Davis, Chloë Alper y Andy Diagram flotando por la grada al son de “Lose Control”. Una vez en las tablas, el equipo al completo (ahora con nueve miembros) inició su tour de force haciendo repaso a buena parte de su fértil carrera. Era obligatorio dar cancha con orgullo a “Yummy” (2024), el primer número uno de su historia en las listas de su país, pero no había que olvidarse de los clásicos (ahora hablaremos de ellos), ni de otros temas menos clásicos que ya se han colado en la lista de notoriedades, como “Moving On”, “Interrogation” o “Beautiful Beaches”. Así, el repertorio fue una celebración completa de casi cuarenta años de idas y venidas. Porque sí, en 2001 se fueron a descansar, pero ¿quién iba a imaginar que volverían con tanto ímpetu? Ocho álbumes más desde entonces, vida perenne en la carretera y un esplendor escénico creciente y mutante. O sea, que había muchísimo donde elegir. Pero está claro que la gente siempre espera que miren hacia atrás, cuanto más hacia atrás mejor. Y por eso cuando suenan “She´s a Star”, “Say Something”, “Born of Frustration”, “Tomorrow”, “Sound”, “Out to Get You”, “Getting Away With It (All Messed Up)”, “Laid” o “Sit Down” todo el mundo se conecta y se levanta. Y lo más curioso es que, tras haber oído estos temas un millón de veces, parece que fueran algo distinto, porque jamás empiezan, fluyen o terminan igual. Nuevas versiones mejoradas de las mejores versiones oídas, con intros progresivos, ritmos cambiantes y desenlaces sostenidos. 

James siempre han sido una banda interesante en cuanto a música, pero también en lo visual. En estas últimas giras hay estímulos para aburrir. No sabes a dónde dirigir la vista o la atención. Puedes centrarte en Tim Booth, su voz inconmensurable, su carisma zen o sus bailes desquiciados. Pero también puedes irte al violín de Saul Davis y su danza mano a mano con Jim Glennie. Puedes seguir a Andy Diagram en sus apariciones estelares (con trompeta o sin ella) por todo el escenario o por las gradas. Puedes gozar de esa cosa poco común que son dos baterías simultáneas a todo tren, con el elegante y supersónico David Baynton-Power y su alumna aventajada Deborah Knox-Hewson. También puedes centrarte en las inquietantes proyecciones que ahora ilustran muchos de sus temas, como el precioso video stop motion de Ainslie Henderson que acompaña a “Moving On”. En fin, los mancunianos son un espectáculo en todas sus vertientes, y ahora, con más efectos y efectivos, parecen serlo más que nunca. Es loable que, después de cuarenta años, la banda parezca hallarse en el cénit supremo de su trayectoria. Y a juzgar por el entusiasmo y estado físico de casi todos, esto va a seguir un buen rato.



13 julio 2025

CONCIERTOS

MAD COOL 2025. Madrid. Jueves 10 de julio. 

No sé ya cuántas veces habremos jurado no volver al Mad Cool, ese festival que hemos visto nacer, crecer y convertirse en lo que ahora es, otro producto del capitalismo feroz, una máquina insana de hacer dinero. Pero claro, te anuncian a Iggy Pop y Weezer y te entra un gusanillo incómodo. Y si luego resulta que ambos coinciden el mismo día, entonces ya no hay salida: tienes que sacar una entrada y envainártela. Porque el primero está en la recta final por orden de la naturaleza y los segundos visitan nuestro país cada veinte años. Así que de nuevo nos sumergimos en el maremágnum con la sola de idea de disfrutar de lo nuestro y hacer como que no vemos todo lo demás. Si te lo propones, lo consigues. Antifaz y orejeras mentales para ignorar lo que no nos cuadra, que es mucho. En todos los Mad Cool pasa algo; peleas institucionales, sabotajes, mala accesibilidad, accidentes. Este no podía ser menos. 

Para abrir boca a media tarde, un poco de Bright Eyes torrándose al sol medio decadente (igual que antes lo habían hecho Royel Otis). Que no le des al público todas las facilidades posibles (una triste zona de sombra) tiene guasa, pero que expongas a los artistas al padecimiento extremo es un delito. Aún así, qué más da, hay gafas de sol, abanicos, cerveza y botellas de agua. Clinc, clinc, hagamos caja. Nunca hemos seguido con dedicación a Conor Oberst (cuánto habló de él la Rockdelux en los 2000), pero enseguida nos suenan “Four Winds”, “We Are Nowhere and It´s Now” y “Shell Games”. Cosas de oído privilegiado o cosas de un género musical que nunca se agota. Una pena tener que marchar cuando Conor empezaba a desmelenarse de verdad. Pero es que justo al lado iba a suceder algo gordo, así que había que intentar al menos echar un ojo antes de ponerse en modo iguana. Porque esa es otra de las buenas: los horarios y la mala folla. Pon una crucecita a Iggy Pop, Bright Eyes, The Backseat Lovers y Deadletter. Ya sería mala suerte que coincidieran todos a la misma hora. Pues justo.

Deadletter son la esperanza y “Hysterical Strenght” (2024) es un monstruo de álbum. Tristeza infinita al verlos solapados con Mr. Osterberg, pero había que curar el antojo de algún modo. Fueron únicamente tres temas, pero confirmaron todas las crónicas e intuiciones sobre su excelencia y potencia en vivo. “Credit to Treason”, “Bygones” y “Hero” resultaron munición suficiente para constatar que no todo está perdido, que ellos escriben el futuro, y que Zac Lawrence (en el segundo tema ya estaba navegando entre el público) es un dignísimo candidato a heredero de Iggy Pop.

Porque el bueno de Iggy, las cosas como son, tiene ya 78 años. Hace seis pensábamos que sería la última vez, pero ha vuelto a suceder. ¿Sucederá nuevamente? Quién sabe. La sensación es que esto se acaba, aunque no porque él arroje la toalla. Pero los años se notan y pasan factura y qué demonios, no le puedes pedir a un anciano que de más de lo que él está dando en el escenario en esta gira. Para quitarse el sombrero. Ni siquiera el corte eléctrico en un espacio patrocinado por Iberdrola lo aturde. Se ríe del festival y de sí mismo, y arenga con simpatía y autoparodia a un público que le debe mucha de la música que ha bebido. El show tarda más de un cuarto de hora en arrancar, y cuando arranca lo hace a un volumen indecente, pero da igual. Aquí estamos y hay que aprovechar la ocasión. Al son de “TV Eye” nos subimos al caballo y cabalgamos sin resuello por cinco décadas de historia del rock. Porque los conciertos de Iggy son así; una carrera imparable sin interludios. Ni siquiera para él, que pelea y resiste, que se aferra al micro, pero no puede evitar soltarlo y darse unas carreras suicidas, más suicidas ahora que nunca, bramando su “raw power”, su “I gotta right to move”, su “lust for life”, su “searchin´to destroy”, su “no wall”, su “I feel alright” y, por supuesto, el “now I wanna be your dog” que no sabe interpretar lejos de los brazos y las manos de su gente, aunque le cueste la integridad y la vida. Una silla y una botella de agua para un respiro que es solo eso, un respiro, porque a mitad de “Some Weird Sin” ya está otra vez en marcha. Para el final nos deja algunas de sus piezas maestras más recientes (“Frenzy” y “Mother Day Rip Off”), un atisbo de “Nightclubbing”, una “Louie Louie” que ni los más avezados estudiosos de setlist esperaban y una “Funtime” gloriosa, despedida de las que a él le gustan, dirigiendo la orquesta de una multitud enfebrecida. Y cuando se va, dejando a sus músicos culminar, solito y cojeando, es cuando se nos escapa la lágrima. Y recordamos todos los grandes momentos que este hombre nos ha dado, que son infinitos. Y le decimos adiós (o quizá hasta siempre), agradeciéndole en el alma ese titánico esfuerzo, esa fe, esa resistencia física y mental y esa pasión por el rock.

Y luego llegaron Weezer, a los que ya no se esperaba, todo un regalo. Cuánto nos gustaban en la uni. Qué refrescante descubrimiento aquel disco debú. Cuántas veces entonamos y vimos el video de “Buddy Holly”. Pues la suerte es completa, porque están dándole un garbeo de los buenos al fabuloso álbum azul. Y sonó casi entero (solo faltó “Only In Dreams”). Y todos lo disfrutaron, grandes y pequeños, porque los californianos son esa banda que gusta a todos, punky, garagero, indie, popero o lo que quiera que seas. Y visto lo visto, nunca se pasan de moda. Porque esas melodías perfectas y esos mensajes humorísticos entran con facilidad asombrosa y se quedan en la cabeza para siempre. Y todo ello siguiendo la ley del minimalismo extremo: dos guitarras, un sinte, un bajo, una batería y a correr. Jamás se ha visto escenario más desnudo antes de un show, si bien luego lo llenaron de coloridas proyecciones. Y con esos pocos recursos consiguen replicar sus temas con una precisión de miniaturista. Rivers Cuomo, amable hasta decir basta, se esforzó con el castellano en un acto venerable (“me llamo Ríos”, decía). Entre los surcos del disco azul también se colaron muchas del verde o del “Pinkerton” (“Hash Pipe”, “Island In The Sun”, “Why Bother?”, “Pink Triangle”, “El Scorcho”, “The Good Life”), elevando el concierto a la categoría de tributo, homenaje o revival. Un viaje espectacular hacia atrás en la máquina del tiempo. El pasado no se pierde, siempre hay una copia de seguridad en alguna parte. Y la esperanza tampoco hay que perderla. ¿O quién nos iba a decir que después de 30 años íbamos a gozar “Holiday” en directo? Otros que podemos tachar de la lista.



05 julio 2025

CONCIERTOS

WILCO. Madrid. Auditorio Parque Tierno Galván. 27 junio.   

El tiempo vuela. Ocho años hace ya desde la última vez que nos encontramos con Wilco. En aquella ocasión decíamos que era necesario que siguieran, que de ellos solo se puede aprender. En efecto, han seguido. Y en todos estos años han enseñado que se pueden hacer mil cosas diferentes, dejando que la inquietud y la creatividad vuelen en distintas direcciones. Su concierto en Madrid no fue más que una retrospectiva de sus treinta años de carrera, teniendo cabida buena parte de sus trabajos. Solo “Wilco (The Album)” (2009) y “Star Wars” (2015) quedaron fuera. “Summerteeth” (99) estaba dentro, pero “A Shot In The Arm” no llegó a sonar por razones desconocidas, pese a estar impresa en el setlist. El ganador de la noche fue “Sky Blue Sky” (2007) con cinco temas (“You Are My Face”, “Either Way”, “Impossible Germany”, “Hate It Here” y “Walken”). Sus obras cénit a mi juicio (“Yankee Hotel Foxtrot” del 2001 y “A Ghost Is Born” del 2004) tuvieron una modesta pero brillante presencia, con las emotivas “Handshake Drugs”, “I Am Trying to Break Your Heart”, “Pot Kettle Black” y “Jesus, Etc”. De las más recientes publicaciones solo aparecieron “Evicted” y “Annihilation”. Y fue curioso el comentario de Tweedy presto a tocar esta última después de finiquitar “Box Full of Letter”, incidiendo en los años que han pasado entre una y otra canción. Lo viejo y lo nuevo no se diferencian tanto y la erosión del tiempo no está tan clara.   

Lo que engancha de esta banda, aparte de ese puñado de canciones inolvidables que crearon y siguen creando, es su funcionamiento en vivo, como un todo bien engrasado e irrefutable. Y conforme pasan los años, su nivel de excelencia sigue asombrando, sin que se atisbe en ellos un mínimo de aburrimiento o desgaste. Ahí sigue Glen Kotche dándole duro a las baquetas con su estilo irrepetible. Ahí está John Stirrat, marcando los ritmos con su clásica gracia y efectividad. Ahí está Pat Sansone cubriendo todos los huecos huérfanos con su voz, sus teclas o sus cuerdas. Ahí está Mikael Jorgensen, que se atreve a tocar el piano incluso con los pies. Ahí está Nels Cline, el guitar hero magnífico y sin rival. Y bueno, ahí está Jeff, que en Madrid parece sentirse como en casa, feliz de poder seguir haciendo lo que le encanta. 

Nuestros gustos y nuestra piel van cambiando. Ahora lo que más nos llena de Wilco no son los episodios de folk, folclore o country-rock, sino sus progresiones y derroches más experimentales. Por eso “Bird Without a Tail/Base of My Skull”, con sus más de diez minutos de desarrollo, fue uno de los momentos favoritos del show. También lo fueron la inquietante “Quiet Amplifier” y “Spiders (Kidsmoke)”, una demanda siempre concedida en España, pues no hay nadie que la sepa corear mejor que los españoles. Y por supuesto, “Impossible Germany”, canción hecha a medida de Cline, en la que lució como siempre agotando todos sus recursos de excelso guitarrista, haciéndole acreedor de una ovación inmensa. 

Si volvimos a arrojarnos a sus brazos es porque sabemos que nunca decepcionan. Porque nos gustan esas bandas estables y persistentes, bandas que ya son como parte de la historia de nuestra vida, como amigos o hermanos musicales con los que siempre es bonito coincidir. Y cada coincidencia es un auténtico placer.

28 junio 2025

CONCIERTOS

AZKENA ROCK 2025. Vitoria. Sábado 21 de junio. 

Esta vez sí. Este año hubo Azkena Rock, aunque fuera solo un día. Un festival con solera, auténtico, con una delicada selección para los amantes del rock, un ambiente genuino y las comodidades y bellezas de una ciudad como Vitoria. La experiencia no defraudó. Es más, supo a poco. Nos quedamos con ganas de The Damned, el “Without a Sound” de Dinosaur Jr, John Fogerty o el homenaje a Little Richard de Diamond Dogs. Pero la jornada del sábado nos deparó de todo un poco: alegría de nuevos descubrimientos (Ezezez), inmersiones nostálgicas (The Chesterfield Kings y The Lemon Twigs), examen de excelencias cacareadas (Derby Motoreta´s Burrito Cachimba, Margo Price) y el placer de rozar (casi literalmente) a dos de nuestras bandas más queridas de todos los tiempos (The Flaming Lips y Manic Street Preachers). Y lluvia, bastante lluvia. Un inconveniente in situ que ahora se percibe como el éxito del aguante. 

Nos encontrábamos nada más llegar con los bilbaínos EZEZEZ en el escenario La Salve, cuya decoración, dicho sea de paso, no pudo ser más acertada (una miscelánea de logos rockeros que han hecho historia). Y encontrábamos a una excelente banda que deambula entre el punk, el garage y el rock gótico, haciendo honor a la creatividad y valentía que siempre se le presumió al rock vasco. Pese a no tener acceso a un mensaje que debe de ser febril (Unai Madariaga canta mayormente en euskera), fueron una sorpresa positiva en mayúsculas. A continuación era turno para RICHARD HAWLEY en un estado personal de incógnita; su discografía da para muchos tipos de concierto: uno intimista, uno a lo Scott Walker, un clásico rockero, algo típicamente americano (interpretado por un inglés). El inicio con “She Brings The Sunlite”, “Prims in Jeans” y “Open Up Your Door” no despejaba mucho las dudas, y de repente nos entró ganas de otra cosa. Dejamos al bueno de Richard allí, bien arropado por una banda excelsa y un puñado de fans fieles, y nos vamos a ver a un grupo al cual no se puede saborear todos los días: THE CHESTERFIELD KINGS. Pioneros secundarios del sonido garagero en los 60, funcionan ya sin Greg Prevost (vocalista original), pero funcionan. Y no solo funcionan en vivo con sus hits legendarios, también siguen publicando discos nuevos, como el reciente “We´re Still All The Same” (2024). Y es curioso que, puestas en directo, recientes composiciones como la canción titular, “Electrified” o “Fly The Astral Plane” se acoplen al repertorio clásico (esas irresistibles “She Told Me Lies”, “Sunrise (Turn On)”, “I Don´t Understand” o “Baby Doll”, entre otras) como una mano en su propio guante. Unión de seis décadas en un bloque sólido e imbatible. Con la precisión que aportan tantos años en el negocio, regalaron un set impecable, dando todo lo que sus abultados DNIs les permiten, e incluso más. Eternos mods, rockeros de vieja cuna, adictos pop o psicodélicos recalcitrantes, todos gozaron en una cátedra de recital al que estuvieron invitados también algunos colegas como Moving Sidewalks o los Yardbirds. 

El siguiente plan tenía que ver con otro baño de nostalgia, pero la aparición de la lluvia (y la excesiva confianza o el despiste o la falta de prevención, qué se yo) obligó a prescindir de buena parte de THE LEMON TWIGS para ir en busca del chubasquero olvidado. Así que la experiencia quedó en unos ecos lejanos finales, que nos hicieron cosquillitas en la nuca y alegraron el corazón (como la preciosa versión de los Byrds “Have You Seen Her Face”), preparándonos para la prometida fiesta inolvidable made in THE FLAMING LIPS. Esta vez había que realizar una inmersión completa, es decir, buscar los cañones y dejarse regar por el colorín (aparte de la lluvia). Digamos que el inigualable Wayne Coyne (Michael desertó y Steven está tomándose un respiro) pasea sin miedo por el mundo su “Yoshimi Battles The Pink Robots” (2002). Y lo hace sin escatimar, encabezando un espectáculo diseñado con la misma pompa, originalidad y gusto por lo naif de siempre. En sus shows se pone en valor un oficio nunca valorado en el mundo del rock: el de atrezzista. Porque de veras que esos valientes especialistas curraron de lo lindo esta vez, inflando, dando vida y desinflando los ciclópeos pink robots, trayendo y llevando ítems diversos o convirtiéndose en bailarinas de can-can con cabeza de globo ocular. Y siempre se habla mucho del aspecto visual festivo y casi caricaturesco de esta banda, pero no obviemos la forma en que esos músicos (los ahora reclutados, los mejores) reproducen unas canciones llenas de puntillas y recovecos. El disco homenajeado sonó brillante y absoluto, y la opción karaoke fue todo un acierto para poder cantar sin error cada estrofa y estribillo de esas maravillosas “One More Robot/Sympathy 3000-21”, “Yoshimi Battles The Pink Robots PT.2”, “In The Morning of Magicians”, “Are You a Hypnotist?”, “It´s Summertime”, “Do You Realize?” o “All We Have Is Now”. Por supuesto, Wayne es el que dirige la orquesta, y cuando digo orquesta no me refiero a los duchos instrumentistas; me refiero a nosotros, a la audiencia, que canta, tararea, jalea y grita siguiendo la instrucción vocal y gestual de un tipo transformado en entrañable sargento, animador cultural y telepredicador. Tras repasar el disco estrella de principio a fin, hubo tres adendas imprescindibles y celebradísimas: “Pompeii Am Götemdämmerung” (con su contundencia legendaria y el candil giratorio), “The Yeah Yeah Yeah Song” (máxima conexión Wayne-público) y la por siempre amada “Race for The Prize”. Y si, hubo riego de confetti, y ni el más mínimo detalle es banal: eran papelitos de color rosa con forma de robot. Siempre increíbles. 

La noche nos llevaba entonces a alternar dos propuestas que no pueden ser más opuestas. Por un lado, los ya consolidados DERBY MOTORETA´S BURRITO CACHIMBA, el grupo con el nombre más gracioso y despistante del panorama patrio. Su versión folclórica del universo zeppeliniano tiene su aquel. Son grandes intérpretes y creen en lo que hacen, pero a ratos adolecen de un exceso de pose que no les favorece. Por otro lado, MARGO PRICE, la nueva joya del country. No es que seamos nosotros mucho de country, y menos bajo un aguacero desolador. Pero hay que reconocer que esta chica tiene voz, talento y actitud, y que viaja rodeada de músicos excelentes. A la espera de nuestro momento, y ese momento llegó. MANIC STREET PREACHERS están de vuelta con nuevo disco (el pasable “Critical Thinking”), pero eso da igual. Porque los Manic son las canciones de todos los tiempos, himnos que han dibujado la silueta de nuestras vidas durante más de tres décadas. Y ellos lo saben. Por eso no se dejan arrastrar por la defensa necesaria de su nuevo material, sino que prefieren mirar hacia atrás y recopilar una muestra que nos haga felices. Y felices salimos. “Decline & Fall”, “Hiding in Plain Sight” (cantada por Nick Wire e introducida con el estribillo de “Bring On The Dancing Horses” de los Bunnymen) y “People Painting Ruins” fueron las únicas concesiones a lo nuevo, y sin duda son las tres mejores. Arrancar con “Motorcycle Emptiness” ya es un clásico en España, y a partir de ahí todo es cuesta arriba, aunque la jodida lluvia pugne por fastidiar el momento y James Dean Bradfield se cabree en la toma falsa de “You Stole The Sun From My Heart” (que tuvo que ser aparcada para después). Especial resultó acordarse del 32 cumpleaños de “Gold Against The Soul” (93) y honrarlo con “La Tristesse Durera” y “From Despair to Where”. Especial fue también encadenar esos dos emotivos himnos que son “Autumnsong” y “A Design for Life”. Especial fue el momento acústico de James, ese “Raindrops Keep Fallin´On My Head” que conjuró el fin definitivo de la lluvia, seguido de “Ocean Spray” y “The Everlasting”. Y especial fue disparar de nuevo ese obús llamado “You Love Us” y reconstruir luego los pedazos con “If You Tolerate This”. Especiales y eficaces son ellos y siempre lo serán. Ojalá se prodigaran más por nuestro país. 

 

05 junio 2025

CONCIERTOS

TOMAVISTAS 2025. Madrid. Caja Mágica. 30-31 mayo. 

El día que anunciaron que Mogwai venían al Tomavistas, imaginad qué. Pues que una se compró el abono sin pensar, cegada por la pasión. Luego salió el cartel completo y hay que aceptar la realidad: los festivales ya no se hacen para nosotros, o viceversa. Ahora, en la mayoría (hay excepciones, claro) solo conoces o deseas dos o tres nombres a lo sumo, y te aferras a ellos sabiendo que tendrás suficiente porque el cuerpo ya no da para más. Abiertos siempre a las experiencias, si luego suena alguna otra flauta, pues fenomenal. Flautas como Depresión Sonora, por ejemplo, que nos ganaron la atención el sábado con esa vena post-punk de nueva generación. Pero los objetivos claramente eran otros. 

A Maika Makovski le teníamos muchísimas ganas. Por diversas razones nunca habíamos coincidido con ella, pero sabíamos de sus gestas por testimonios de otros. Hemos adorado su música, su voz y su valentía desde su disco de debut. Era el momento de saldar cuentas, y qué mejor ocasión que esta, con un álbum (“Bunker Rococo”) tan delicioso y un espectáculo tan sui generis. Esta mujer es un tesoro. No es de justicia relegarla a media tarde en escenario pequeño. Su show habría llenado y alumbrado el mayor de todos los escenarios de un festival cualquiera. Pero como ella misma nos confesaba, honesta y educadamente, propuestas así no tienen mucho éxito dentro de la escena actual en nuestro país. Una pena, la verdad. Acompañada por una cuadrilla de músicos fabulosos (batería, guitarra, bajo, violín, viola, trompa y trombón, además de sus guitarra, sintetizador y piano rococó), fue la dueña y señora de la Caja Mágica durante hora y pico, exprimiendo su espectacular voz y deslumbrante personalidad. Hubo muchas canciones de su variopinto reciente trabajo (tremendas “Muscle Cars”, “B Series”, “My Head Is a Vampire” y “Hunch of the Century”), pero también se abrieron huecos para clásicos de todos los colores, como las vehementes “Only Innocence Is Capable of Pure Evil”, “Reaching Out to You” y “Lava Love”, o las celestiales “When The Dust Clears” y “Love You Till I Die”. Y todo ello en el más cálido de los ambientes (no solo por el calor), con un enorme derroche de ganas y una eterna sonrisa en la boca. 

A Doves los vimos por única vez allá por el 2000, hace un cuarto de siglo. Ha llovido, vaya que sí. “Lost Souls” fue un disco que nos robó el corazón. Después vinieron otros trabajos, fuimos perdiendo interés, ellos iban y venían. Esta ha sido una oportunidad de revisar toda su discografía, reencontrarnos con el pop psicodélico, reconocer que sus últimos discos siguen teniendo magia y preguntarse por qué Coldplay arrasaron y ellos no. Se echó de menos a Jimi Goodwin, pero Jez William suplió su papel vocal con decencia. Al igual que hace veinticinco años, Andy William sigue acaparando intereses; un baterista poco común por su extraña técnica, su don de director de orquesta y su aportación coral (y porque no envejece nunca). Se les agradece que se pusieran en plan nostálgico y eligieran un repertorio casi basado en sus legados, con “Snowden”, “Words”, “Pounding”, “Caught By The River” y “There Goes The Fear” como melodías más coreadas, y con el adorno de sus videos oficiales proyectados en la pantalla. Yo me quedo con el precioso country-western de “Kingdom of Rust”, momento de gloria cantora de Andy. Aunque el sonido dejó que desear, los viajes al pasado siempre son emocionantes. 

Y luego están Mogwai. Otro nivel. Decir aquí que fueron lo mejor del festival no vale, porque no lo vimos todo y somos muy parciales. Pero hay gente que sí lo dice. Personas que no los conocían mucho o solo de refilón, y que acabaron con la boca abierta y a sus pies. Porque los chicos de Glasgow, Scotland hicieron lo de siempre: clavar otro set sensacional, mezclando lo onírico y lo bestia, sin abusar de lo nuevo y arrojando una ancha red a buena parte de su historia. Las normas sobre tope de decibelios en la capital mesuraron el volumen mefistofélico de esta gira, y es de agradecer. Que no es necesario empeñarse en sonar a 120, que con 100 ya les cunde de lujo. Que su apasionante música es para oírla con el oído desnudo, sin tener que usar esos malditos tapones. Las inmensas “God Gets You Back” y “Hi Chaos” iban a abrir la tarde sí o sí. Luego aparecieron “I´m Jim Morrison, I´m Dead”, “How To Be a Werewolf”, “Rano Pano” y “Hunted by a Freak” una detrás de otra, y aquello fue mostrar en verso toda su clase y profundidad. Después llegaron las cantadas, “Ritchie Sacramento” y “Fanzine Made of Flesh”, para sugerir que ellos pueden ponerse también de lo más indie si les da la real gana. “Remurdered”, como siempre, dio cancha a los amantes del trance y a los que adoramos ver al bueno de Dominic fuera de su zona de confort. “We´re No Here” y “Lion Rumpus” lanzaron el gancho de K.O. en el último asalto con su contundencia escandalosa. Y sin haberse ido del todo, volvieron a empuñar sus artefactos para rematar con una “Mogwai Fear Satan” ineludible, con la que lograron una gesta absolutamente homérica: hacer silencio sepulcral en un festival ibérico durante casi dos minutos. Ahora que venga otro y lo intente.