NICK CAVE & THE BAD SEEDS. Madrid. Wizink
Center. 25-10-2024.
Ver en directo a Nick Cave con sus malas semillas es toda una experiencia. Esto se ya se ha dicho un millón de veces, pero conviene recordarlo periódicamente. Por si a alguno se le ha olvidado. Por si todavía queda alguien que no lo ha vivido. Lo de anoche en el Wizink fue otra maravilla, otra demostración de fuerza e inspiración, el opus interminable de un hombre que no parece tener los 67 años que dice su DNI, un brujo que jamás pierde el poder de su magia y sabe gestionarla para crecer sin control. Y ni él ni su banda necesitan que nadie vuelva a reivindicarlos, porque ya lo hacen ellos solos. Y todas las frases que podamos inventar resultan un mantra pegajoso. Y todos los elogios que podamos verter sobre ellos carecen de originalidad, porque ya se ha dicho todo, y todo bueno. Pero vaya, algo hay que escribir, al menos para nuestro propio recuerdo, aunque la horda trajeada volviera, como siempre y sin excepción, a dejarnos huérfanos de palabras.
Veamos que sale entonces. Por lo pronto, la excusa de la cita era “Wild God” (2024), su último trabajo, no tan incidente en la tristeza y la oscuridad, más cercano a la redención y el regocijo. Y por eso sonaron nueve de sus diez temas. Y por eso había un cuarteto de voces negras acompañando a la banda (sumando once el número total de efectivos, como una alineación balompédica), que dieron el toque soul y gospel del que se nutrió el grueso del recital. Un cóctel menos rock, menos punk, más espiritual, pero para nada exento de los números estrella: “From Her To Eternity”, “Tupelo”, “Red Right Hand”, “The Mercy Seat” y “The Weeping Song” eran obvias, y ahí es donde el tío Nick se transforma realmente, de predicador a bestia, de ángel a demonio (de los buenos), interactuando con ese público que ahora es un elemento más en su actuación, esas manos que van y vienen, que vuelan, que lo tocan o le sostienen el micro. Hablando de transformaciones y/o demonios, la resiliencia de este tipo es digna de estudio. Coger la desgracia y usarla para mejorar, en beneficio propio, del arte y del prójimo. Un ejemplo de ardor y amor por la música y la vida. Y cuanto más viejo y más jodido, más entrañable, simpático y cercano.
Volviendo al repertorio, “Jubilee Street” también se ha convertido ya en otra hostia sagrada. Un ejemplo de manejo de las progresiones instrumentales, con el “I´m transforming, I´m vibrating, look at me now!” convertido en sublime grito de guerra. Si hay una canción en la que Nick Cave se luzca, quizá sea esta, haciendo todo, absolutamente todo (incluido solo al piano) lo que un músico suicida puede hacer. Y qué gusto da verlo campar por su pasarela favorita, bailón, confiado, convencido de que lo que dice es la pura verdad. Y qué placer es también verlo sentadito al piano, haciendo que canciones como “Long Dark Night” o “Cinnamon Horses” se conviertan en himnos que parecen tener mil años. Pues sí, “Wild God” el álbum es nuevo, pero muchos de sus temas parecen haber vivido con nosotros siempre. Muy especiales resultaron “Wild God” la canción (“bring-your-spirit-down”), “Song of The Lake” (“nevermind, nevermind”) y “Final Rescue Attempt” (“with the wind and the wind oh the wind in your hair”). E increíblemente emotiva fue “O Wow O Wow (How Beautiful She Is)”, dedicada a Anita Lane, con hermosas palabras de introducción y evocadoras proyecciones.
Como siempre suele hacer, el autor intentó recorrer gran parte de sus cuarenta y tantos años de carrera, cosa que se antoja dificilísima. Porque, ¿qué elegir entre tanto y tan excelso? Los rescates de esta vez tuvieron más que ver con el mensaje y el contexto, y de la lira de Orfeo surgió “O Children”, precedida de un sabio discurso sobre la obligación de cuidar a nuestros niños; y de los fantasmas surgió “Bright Horses”; y del árbol esquelético cayó “I Need You”. Lo dicho, todo muy soul. También hubo dos concesiones a ese álbum conjunto Cave-Ellis más allá de las bandas sonoras, el estupendo “Carnage” (2021), con la bellísima canción que le da título y con “White Elephant”, que convirtió el final del show (antes de los bises) en un delirante jolgorio gospeliano.
¿Y qué pasa con el semillero? Siempre nos ha gustado indagar en él, que aquí no campa cualquiera, aquí solo están los mejores. Como Warren Ellis, el mejor de los más grandes, receptor merecido de una de las mayores ovaciones de la noche (la gente coreó su nombre y él lo vale). Como Jim Sclavunos, que ahí sigue dando el do de pecho a las percusiones. Como George Vjestica, que ya es una semilla con pedigrí, pura elegancia a las seis cuerdas. Pero había cambios, caras nuevas y sorpresas en el elenco. Larry Mullins sustituía a Thomas Wydler a las baquetas, rebosante de ímpetu y revoluciones. Colin Greenwood (sí, sí, el de Radiohead, el mismo) suplía la ausencia de Martyn Casey al bajo y lo bordó. Y una refrescante noticia la de ver a una semilla femenina por primera vez en siglos; Carly Paradis a los teclados le da a la banda el toque sofisticado total. De las cuatro voces corales ya hemos hablado, vibrantes, sutiles, majestuosas. De nuevo la máquina funcionando a todo pistón. Damas y caballeros: The Bad Fucking Seeds.
“Into My Arms” cerró la noche convirtiendo el
Wizink en una sola voz, con todos coreando ese estribillo cálido y nostálgico
(hasta un niño de diez años a mi lado la cantaba). Instantes inolvidables,
sensacional latido de vértigo, fuego y agua, el espectáculo total. A la espera
de la siguiente quedamos. Porque el tío Nick, por lo que se ve, se dice y se
cuenta, morirá matando. O, mejor dicho, cantando.
Setlist: “Frogs”, “Wild God”, “Song of The Lake”, “O Children”, “Jubilee Street”, “From Her to Eternity”, “Long Dark Night”, “Cinnamon Horses”, “Tupelo”, “Conversion”, “Bright Horses”, “Joy”, “I Need You”, “Carnage”, “Final Rescue Attempt”, “Red Right Hand”, “The Mercy Seat”, “White Elephant”//”O Wow O Wow (How Beautiful She Is)”, “The Weeping Song”//”Into My Arms”.
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