REGRESO AL MUNDO DE LOS VIVOS: EXPERIENCIAS POST-PANDEMIA
Tomavistas, Antorchas, Mad Cool, etc.
Como ya ocurrió con los dos anteriores, 2022 está siendo un año para olvidar. De nuevo lo celebrable escasea, siendo lo mejor la vuelta a la música en vivo y a los festivales. Poco y selectivo, pero disfrutado como ya no nos acordábamos. Dos años y diez meses después volvimos a colocarnos delante de un escenario en Madrid, en la jornada de viernes del Tomavistas Festival, casi con palpitaciones y lagrimitas en los ojos. Allá vamos, a resucitar nuestros egos del pasado, con más quebrantos pero no menos ganas. Y así, cuando ves a los chicos de Rolling Blackouts Coastal Fever con algunas canas, entradas y barriguitas de más te percatas de que el tiempo y la crisis han hecho mella pero no nos han doblegado. Y cuando Kevin Morby declama eso de “this is what I´ll miss about being alive”, confirmas que estos son los instantes que marcan tu experiencia en la vida. Y cuando Brett Anderson se asoma a la ventana como un majestuoso Dorian Gray confirmas que el reloj es maquiavélico pero no invencible. Y cuando Slowdive sirven en bandeja los entremeses de hace veinte años te terminas de responder a la eterna pregunta: ¿de verdad los tiempos han cambiado tanto? Sí o no. Depende de nosotros, pero sobre todo de ellos.
El viernes del Tomavistas fue una experiencia de recuerdo y de refuerzo personal. Rolling Blackouts Coastal Fever van seguros y rodados, con tres largos ya bajo el brazo. Presentaron su nuevo “Endless Rooms” (2022) aireando temas como “The Way It Shatters”, “My Echo”, “Caught Low” o “Dive Deep”, pero no se saltaron la vibrante “Cars in Space” ni la adictiva “Talking Straight” ni la monumental “Fountain of Good Fortune”. El COVID no ha podido con su método y estrategia en escena, repartiéndose la gloria por tercio y apostando todo su patrimonio al pandemónium de guitarras. Y luego llegó Kevin Morby y se convirtió en la auténtica sensación, con su chaqueta de flecos. El tejano empieza a escribir su nombre con letras mayúsculas, en la dirección correcta de camino a la leyenda, bajo los focos de astros como Bob Dylan, Lou Reed o Townes Van Zandt. “This Is a Photograph” (2022) es su séptimo disco en menos de una década, y menudo disco. La apertura con el tema homónimo nos dejó claro que su directo ha evolucionado hacia el más absoluto esplendor y que sus brazos siguen abarcando todos los lugares comunes del sonido americano. Estacazos como “Rock Bottom”, “Wander”, “No Halo” o “Dorothy”, tránsitos eternos en “City Music” y “Harlem River”, la finura aplastante de “I Have Been to The Mountain”, el aire ancestral de “Campfire” o “Parade”. Grandiosa exhibición de toda la banda (saxo incluido). Ya está contado el presente, ahora vayamos al presente-pasado. Suede irrumpen regios en el escenario y la mente viaja veintitantos años atrás en el tiempo, al FIB de 1999. Se estrenan con “She”, “Trash”, “Animal Nitrate”, “Killing of a Flashboy” y “We Are the Pigs”, con Brett Anderson en plena forma y con muchas ganas. Nos tienen en el bolsillo, a partir de aquí ya no importa lo que toquen porque han cumplido con creces, aunque el remate con “So Young”, “Metal Mickey”, “Beautiful Ones” y “New Generation” es un plus de nostalgia y celebración que los vuelve a situar como referente de una era pop que nos dejó serias cicatrices. Luego llega el turno de Slowdive, asignatura pendiente desde hace mucho tiempo, los adorables Neil Halstead y Rachel Goswell a los que una vez llegamos a ver en vivo como Mojave 3. No era el escenario perfecto, ni el equipo de sonido perfecto, ni la hora perfecta, así que sus bucles y ráfagas de ruido amable se diluyen en el aire. Aún así es un placer volver a “Soulvaki Space Station”, “Crazy for You”, “Allison” o “Dagger”, así como degustar una “Sugar for the Pill” impecable.
Últimamente he adoptado la máxima de perseguir a las viejas leyendas vivas, por la solvencia que a menudo demuestran y la satisfacción que me aportan. Así que había que darse una vuelta por ese festival que se han inventado mis queridos paisanos albaceteños para las fiestas de San Juan, con el simpático nombre de Antorchas Festival, un evento que cruzaba a Love of Lesbian, Leiva, Lori Meyers, Nacho Vegas, Los Enemigos o Maika Makovski con Simple Minds. Sí, un festival para indies de libro, pero con un hermoso regalo para los de otros gustos o generaciones. Yo me apunto a Simple Minds sabiendo que han montado una nueva gira que está funcionando pero sin más información, salvo su caterva de grandes éxitos revisada y estudiada. Una apuesta por lo añejo que sale redonda desde el minuto uno y los primeros compases de “Act of Love”. Jim Kerr y Charlie Burchill, veteranos de guerra en plena facultad, comandan una orquesta en la que destaca la fuerza bruta de Cherisse Osei a las baquetas. Un cien por cien de calibración y entrega, y una colección de remembranzas donde no faltan las veneradas “Waterfront”, “She´s a River”, “Belfast Child” o “Sometimes Somewhere in Summertime”. Para cuando suena el clásico “The Walls Came Down” de The Call ya está todo el mundo feliz y tarareando (la mayoría sin saber que este tema no es original de la banda, pero da igual), y cuando llega “Don´t You (Forget About Me)” las brasas ya arden a todo trapo. Los bises nos regalan el impagable himno “Alive and Kicking” y “Sanctify Yourself” pone el broche a uno de esos flash-backs que tanto nos encantan. Lo dicho: los viejos no fallan.
Y la siguiente parada festivalera era un Mad Cool al que nos unimos por la fuerza de la corriente, y por apenas una docena de nombres verdaderamente apetecibles (de los cuales no pudimos ver ni a la mitad). Al traste Seasick Steve, Villagers y Wolf Alice el primer día por solapamientos e inclemencias horarias. Al traste Mother Mother el segundo por algo parecido. Al traste Warmduscher, que desaparecen del cartel el día del anuncio de horarios sin ninguna explicación. Al traste The Struts el sábado por aforo desmesurado en la carpa Amazon. Así que había que contentarse con Placebo, St. Vincent, Foals, Pixies, The War on Drugs, Editors y poco más. No soy fan de Metallica, aunque los visito con respeto un rato y admiro su grandeza y profesionalidad. No soy fan de Muse, aunque los visito un rato y acabo hastiada de tanta megalomanía. No soy fan de Kings of Leon pero me los tengo que tragar a la fuerza otra vez y vuelvo a reconocer que tienen algunos temas estupendos (“Crawl”, “Knocked Up”, “Fans”). Veo de reojo a Yungblud, Imagine Dragons, Haim o Parcels y todo me resulta desconcertante o indiferente. Y me cago en todo porque Jack White toca el domingo extra y ya no me quedan fuerzas ni recursos para aguantar.
Placebo dan la cara sobrados de experiencia y tablas, pero se echan de menos sus dos primeros discos (solo aparece por ahí “Bionic”). St. Vincent o Annie Clark se corona como jefa del festival dando un show lleno de clase, de aromas retro (coro gospel incluido), de precisión técnica (con músicos como el infalible Justin Meldal-Johnsen) y de super canciones (qué buenas son “New York”, “Fast Slow Disco”, “Cheerleader” y “The Melting of The Sun”). The War on Drugs clavan un soberbio recital con impecable sonido e impecable actitud, llegando a su máxima expresión de destreza con la interminable “Under The Pressure”. Pixies vuelven a hacer lo único que saben: éxitos, garras y agallas. Y lo hacen francamente bien, volviendo a reivindicar las eternas “Monkey Gone to Heaven”, “Here Comes Your Man”, “Bone Machine”, “Debaser”, etcétera (creo que solo se les escapó “Velouria”). En cuanto a Editors, menos mal que no siguieron la estrategia Placebo: se acordaron de “The Racing Rats”, “An End Has a Start”, “Blood”, “Smokers Outside the Hospital Doors” y “Munich”, cosa que se les agradece.
Y para el final dejo lo mejor del festival, a juicio muy personal. Foals han ido creciendo como la espuma con los años, en cuanto a creación y a fuerza en directo. Aún recuerdo el impacto de “Antidotes” (2008), que los puso en la rampa de salida del entonces llamado math-rock, y aquel primer show que vimos en vivo en el Summercase del mismo año, con su extravagante disposición en escena y su orgía de guitarras locas. Desde entonces los hemos ido siguiendo discretamente, degustando serenamente cada disco y llevándonos muchísimas de sus canciones a la libreta de favoritas: “Olympic Airways”, “Red Socks Pugie”, “Big Big Love (Fig. 2)”, “Black Gold”, “Total Life Forever”, “After Glow”, “Providence”, “What Went Down”, “Night Swimmers”, “A Knife in The Ocean”, “Exits”, “In Degrees”, “Sunday”, “The Runner”, “2am”. Bueno, he aquí una lista de temas absolutamente soberbios y adictivos. Foals se han hecho mayores, ya nos lo avisaron en el Mad Cool de 2017 con aquel concierto redondo rematado con fuego a discreción. Pues sí, confirmado, ya son grandes, ya están en otro nivel (¿nivel cabeza de cartel?). El carisma de Yannis Philippakis y el caudal rítmico de Jack Bevan lideran un directo monstruoso, una coordinación extraordinaria de los estilos, los tempos y los ritmos, una historia con introducción, nudo y desenlace, ofreciendo sus aperitivos pop, disco y calipso como entrante para luego transformarse en el cuello de la bestia. Así lo hicieron nuevamente esta vez, poniéndonos a bailar al principio (“Wake Me Up”, “The Runner”, “2am”, “2001”, “In Degrees”), hipnotizándonos después (“Spanish Sahara”), sacándonos de la hipnosis a tortazos (“Providence”) para finalmente arrasarlo todo como un ejército de hunos (“Inhaler”, “Black Bull”, “What Went Down”, “Two Steps Twice”).
Aquí debería empezar la reseña del siguiente evento, el VisorFest. ¿Festival maldito? En 2019 la gota fría. En 2022 las tristes circunstancias. Me quedé con la miel de Mudhoney, James, The Lightning Seeds y Teenage Fanclub en los labios. A ver si el año que viene lo consigo por fin.