ANNA CALVI “Hunter”
Anna Calvi está aquí para quedarse, para marcar tendencia, para asumir el mando. Su personalidad y su fortaleza son ya dos certezas incuestionables. Con “Hunter” vuelve a demostrar que es una mujer con ideas fijas pero muy, muy claras. Y ser mujer en el mundo del rock no es fácil. Ella se ha ganado a pulso un ilustre respeto, que se ve ensanchado a la sazón mediante acentos bien puestos en sus más patentes cualidades. Soberbia como guitarrista, poderosísima vocalmente e inquietante en las palabras, sus dotes se vuelcan en este álbum, tan impetuoso a ratos como místico en ocasiones. Su vigor sísmico despunta en temas como “As A Man”, “Indies or Paradise” y “Chain”; su extraordinario poder lírico queda al desnudo en las sublimes “Swimming Pool” y “Eden”. Todo ello perfumado nuevamente por célebres y precisos aires new wave.
Anna Calvi está aquí para quedarse, para marcar tendencia, para asumir el mando. Su personalidad y su fortaleza son ya dos certezas incuestionables. Con “Hunter” vuelve a demostrar que es una mujer con ideas fijas pero muy, muy claras. Y ser mujer en el mundo del rock no es fácil. Ella se ha ganado a pulso un ilustre respeto, que se ve ensanchado a la sazón mediante acentos bien puestos en sus más patentes cualidades. Soberbia como guitarrista, poderosísima vocalmente e inquietante en las palabras, sus dotes se vuelcan en este álbum, tan impetuoso a ratos como místico en ocasiones. Su vigor sísmico despunta en temas como “As A Man”, “Indies or Paradise” y “Chain”; su extraordinario poder lírico queda al desnudo en las sublimes “Swimming Pool” y “Eden”. Todo ello perfumado nuevamente por célebres y precisos aires new wave.
A
algunos les gusta el Damien Jurado escueto
e intimista. A otros, el que hizo sociedad con Richard Swift. Éste nos dejó hace unos meses, pero ya se había ido
un poco antes. Aunque una ligera estela aún queda presente, porque Damien,
ahora en plenas funciones productoras, aprendió de un gran maestro. Así que
este álbum es un poco de esto y de aquello. Es austeridad, como la que
desprenden “Over Rainbows and Rainier”
y “Lou-Jean”; es exuberancia, la de
“Marvin Kaplan” y “Florence-Jean”; es melancolía con
sutiles arreglos de cuerda en “Allocate”,
“Dear Thomas Wolfe” o “Percy Faith”. Es poesía, ingrávida y
honesta, y también crónica de sociedad, de una sociedad de las artes donde las
almas de actores, escritores, músicos o dibujantes se empecinan en robar un
minúsculo instante más de vida. Es un álbum fino y deslumbrante. Es un álbum de
Damien Jurado, y eso es garantía de
calidad.
“Cabinet of Curiosities” (2013) e “Hypnophobia” (2015) eran tan, tan terriblemente
buenos que los ecos de la publicación de este nuevo disco sonaron a salva
celestial. Pero he aquí la sorpresa: Jacco se ha quedado mudo. En lugar de su
voz, ahora las melodías son dibujadas por guitarras y, sobre todo, por
sintetizadores. Es decir, que tenemos un disco íntegramente instrumental, una
opereta galáctica y psicodélica, con
pasajes de amigable lucidez, pero con algunos traspiés de bostezo
incontrolable. Con títulos tan oníricos como “Volva”, “Levania”, “Utopos”, “Descent” o “Somnium”, el
holandés consigue mantener el tipo y esparcir las más coloridas virutas de su
imaginación. Sin embargo, echamos de menos esa voz que nos cantaba “Clear The Air”, “Puppets Dangling” o “Another
You”. La echamos de menos y mucho.
El
señor Wilson (ilustre apellido, nada que ver con la prole surfera) está muy
crecido; basta con echar un vistazo a la augusta portada de este disco. No nos
engañemos, no es un disco de chill-out ni músicas del mundo, tampoco un disco
de folk-rock en la línea de sus primeros trabajos. Más bien se trata de una
autoafirmación faraónica, megaproducida y ostentosa hasta la médula. “Fanfare” (2013) ya susurraba hacia
dónde irían los tiros. Encontramos momentos luminosos, como la rapsodia “Trafalgar Square”, la vibrante “There´s a Light” o la epopeya
beatleliana “Miriam Montague”.
Encontramos alguna balada de corte refinado, como “Sunset Bvrd”. Pero también encontramos peliagudos acoplamientos a
la execrable radiofórmula, como “Over
The Midnight” o “Loving You”.
Creíamos que sería hippie toda la vida, pero no. Un potencial reflejo de su
amigo Josh Tillman.
Tras
los dos magníficos EPs “Talk Tight”
(2016) y “The French Press” (2017),
al fin ha visto la luz el primer largo de esta banda. Y aunque no aporte la frescura
de las primeras entregas (inolvidables son “Wide Eyes”, “Wither With You”,
“Sick Bug” o “Fountain of Good Fortune”) algo deben de tener para que su música
active los circuitos y enganche de la manera que lo hace. Esa mezcla de surf,
power pop y post-punk, esa retroacción hacia el sol californiano (o más bien
australiano), esa catenaria de guitarras titilantes y vertiginosas que
convierten temas como “Talking Straight”
o “Mainland” en zarpazos directos a
la yugular. Lo dicho, “Hope Downs”
aporta pocas sorpresas pero cuenta con dignas canciones y el beneplácito de la
crítica. Veremos hasta donde son capaces de llegar los vientos de augurio y
promesa.
El
hombre del espacio ha vuelto en toda su esencia, y así lo atestigua la portada
de este disco. Ese J Spaceman que
vuelve a vestirse de Neil Armstrong y a navegar por la Luna. Y nunca se sale de
su órbita. Jamás. “And Nothing Hurt”
vuelve a insistir en las invocaciones de tono soul y góspel, que abundan en
número y se repiten en forma. Canciones como “A Perfect Miracle” (que ya conocíamos como avance), “I´m Your Man”, “Here It Comes (The Road) Let´s Go” o “The Prize” nos devuelven a estructuras y melodías infinitamente
bregadas en el tiempo. Lo mismo que “Damaged”, prístina y mortal de
intensidad, o “Let´s Dance”, con su
aire de villancico tan adecuado para estas fechas. “On The Sunshine” y, sobre todo, la desmesurada “The Morning After” escarban un poco más
en ese lado estrepitoso y psicotrópico, llevado hasta el extremo del delirio y
la duración. Un disco que no defrauda, pero que no deja de ser la misma bendita
redundancia, extendida hasta el infinito una y otra vez.
La
banda de los hermanos Skelly (y cía.) no falla. Fieles a sus añejos idearios y
fetiches sonoros, cada álbum es otro pasito más en una carrera de una solidez
envidiable. Aquí vuelven a dar en la diana de la melodía con inclinación de
clásico inmediato (“Eyes Like Pearls”,
“Reaching Out for a Friend”, “She´s a Runaway”, “Eyes of the Moon”), verifican su efectividad marcando músculo (“Sweet Release”, “Stormbreaker”) y se erigen nuevamente en mensajeros accidentales de
The Byrds, Love o The Kinks. Circunstancias
desafortunadas nos privaron de su directo el pasado noviembre en Madrid, pero
los corresponsales nos confirman que estas canciones están hechas para brillar
en vivo, con un lugar de honor reservado entre los pliegues de su magnífica
discografía. Hace quince años pensábamos que serían otra moda retro pasajera,
pero asombra hasta dónde han llegado. Y lo que les queda.
Cuando empiezas a escuchar este disco (“Nobody”, “I´ve Got a Hole Where My Heart Should Be”, “Saturday Night”) no puedes evitar rememorar a Lynyrd Skynyrd y a The Band.
Cuando terminas de oirlo has añadido a la lista a Crosby, Stills & Nash, Allman
Brothers Band, Cream, Buffalo Springfield, The Mamas & The Papas, Eagles o Gram Parsons. En
resumen, la superbanda canadiense nos trae un lustroso y completísimo compendio
de géneros utilitarios que oscila por los caminos del rock clásico con rotunda sobriedad,
sin escatimar en fragmentos ni minutos (hoy en día un álbum con 17 cortes es
pura fantasía). Desde los metaclásicos americanos del principio hasta la
deliciosamente hogareña “Run Baby Run”
hay un poco de todo: armonías vocales, sesiones de guitar hero, retales psicodélicos, efectivos enlaces instrumentales
y un sinfín de giros que confluyen en un argumento irresistible para nostálgicos
del pretérito perfecto.