A veces nos
sentimos propietarios de nuestras bandas favoritas; creemos saberlo todo sobre
ellas, fieles entendedores y defensores de su música, de su rebeldía, de su
temperamento. Pero no es así. Más allá de las notas, los surcos, las armonías y
el deleite que ello nos produce hay miles de millones de historias, de verdades
de verdad que desconocemos. Creí que conocía a Yo La Tengo. Es la banda
que más veces he visto en directo, me sé todos sus discos, he escudriñado sus
rarezas, me he fotografiado y he conversado con ellos. Y sí, conocía (y
admiraba) muchas cosas, pero hay que leer un libro como este para darse cuenta
de que ni el más fanático de los fans puede saberlo todo sobre nada.
Indie. Sí,
esa palabra que tanto me gusta me ha estado persiguiendo a lo largo de toda
esta lectura, con que ahora sé de dónde viene y cómo emplearla. Sus
connotaciones son múltiples y no existe una sola medida posible; hay muchas
escalas entre lo absolutamente independiente y lo independiente a conveniencia.
Gracias por ilustrarme, Jesse Jarnow.
“Big Day Coming”
es otra de esas lecturas apasionantes que saben capturar el interés de un buen
melómano. ¿Una biografía del trío? No exactamente. Es mucho más: una historia
de constancia encuadrada en un marco espacio-temporal muy concreto, un
verdadero estudio social, el perfil de un protagonista tozudo dentro de una
inmensa vorágine territorial, artística y comercial. “Con insistente naturalidad fueron transformando sus carencias en genio;
no hay cinismo en su actitud, tan solo espontaneidad y empeño, una potente
alianza entre pureza y sofisticación” aporta Ignacio Juliá en el
epílogo. No se puede dar más en el clavo.
Hace tiempo les
dediqué un reportaje: Yo La Tengo lo tienen todo. Lo siguen teniendo muchos
años después y lo saben. Por eso se permiten celebrar su treinta cumpleaños con
un disco como “Stuff Like That There” (2015) tras los problemillas de
salud de Ira. Cuesta creer que el ricitos de las camisetas de rayas esté
envejeciendo, ¿no? Pero Yo La Tengo no se hizo en un día ni en dos. Escribe
Jarnow: “Por rebeldía o accidente, Kaplan
y Hubley se mantuvieron fuera de las tendencias de un underground que les
habría deparado una mayor atención. Les gustaba demasiado el folk y los Kinks,
y eran demasiado mayores para el hardcore; sus modales parecían excesivamente
suaves para el post-punk y nacieron demasiado tarde para formar parte de la
explosión inicial de bandas en Hoboken ocurrida a principios de los ochenta.
Eran demasiado sencillos para ser new wave y demasiado modestos para ser
estrellas de los videoclips”. Después de todos estos años, ¿alguien puede
describir el puerto al que han llegado? ¿Alguien puede encuadrarlos en alguna
corriente o tendencia, pegarles alguna etiqueta o código de barras? Quizá es
que todavía se encuentran navegando. Sí, no me cabe duda de que el viaje aún no
ha terminado. Ni de coña.
Me rindo: conocerlos
al 100% es tarea bastante ilusoria. Basta con comprenderlos y aceptar su
singularidad, imprevisibilidad, desafectación y sentido del humor (una nota
mental con la que quizá estarían muy de acuerdo: tener sentido del humor no es
tomarse las cosas a broma). Pero Yo La Tengo son lo que son gracias a
múltiples jugadas del destino, a mucho trabajo y a una conjunción interminable
de personas, cosas, estímulos y emplazamientos. Probablemente no serían lo que
son sin el apoyo de la familia Kaplan y de la creativa familia Hubley, ni por
haber sabido cruzar a tiempo el Hudson hacia Hoboken (para hacernos una ligera idea, y el libro ya
lo apunta, Hoboken fue al rock en los ochenta lo que Brooklyn ha sido en los
albores del siglo actual: nido de concentración de artistas, fecundo paraíso de
ideas renovadoras). No serían lo que son sin la existencia de Maxwell´s, lugar
privilegiado de arte y ensayo, segunda casa, timba de amigos, caja de
fotogramas, escenario de las clásicas y recurrentes “ocho noches de Hannukah”. Yo la Tengo también son lo que son
gracias a personajes como Steve Fallon, Byron Coley, Gerard Cosloy,
Roger Moutenot, Kurt Wagner o
Jad Fair, a publicaciones como The New Work Rocker, Conflict,
Village Voice o Jersey Beat, a la guía gastronómica Roadfood o a formaciones como The
Feelies, The Clean, Superchunk,
The dB´s, Antietam, Mofungo o The Bongos. Son lo
que son porque Matador Records apostó por ellos y porque la WFMU, loable
bastión de la radio americana en formato libre, los acogió como huéspedes perpetuos.
Y por supuesto, son lo que son gracias a la extraordinaria e ilimitada
aportación de James McNew, que llegó más tarde pero justo a tiempo;
decimoquinto bajista tras un anárquico desfile de bajos-guitarras que incluyó a
Dave Rick, Dave Schramm, Mike Lewis, Stephan Wichnewski
o Gene Holder.
“Algunos grupos se meten de lleno en la máquina de sueños
del éxito, y descubren un mundo demencial y magnético que, si se dejan, puede
triturarlo todo, desde su música hasta sus mismas moléculas” decía un
reportero de la cadena de televisión WNYW al respecto de la escena musical en
Hoboken. No ha sido el caso de Yo La Tengo. Y sin embargo, son leyenda.
La idea es que se puede llegar a ser una estrella sin vender el alma al diablo.
O vendiéndola solo ocasionalmente a algún diablillo inofensivo por pura
curiosidad o divertimento.
El siguiente capítulo puede que sean cuarenta minutos de
improvisación ruidosa con un solo acorde. O una banda sonora para una serie de animación.
O un cameo en un film de Noah Baumbach o un reality de food tracks.
O la reaparición de Condo Fucks interpretando versiones disco pop. O un
concierto benéfico de cinco horas donde solo suene una y otra vez el “it´s a
motherfucker” de “Nuclear War”. O un nuevo disco doble o triple con
percusionistas africanos y la Orquesta Sinfónica de Galicia. Es otras de las
muchas bondades de Yo La Tengo: que no sabes lo que pasará mañana. Y me
temo que ellos tampoco.