El antes y el después.
Antes de ver a Yann Tiersen por cuarta o quinta vez decidí que debía
estudiar y recordar un poco, aun consciente de que con este músico ninguna de
esas acciones vale para nada. Sus canciones son como la arcilla del alfarero:
manipulables, moldeables. Y como él es un artista adimensional, supercualificado,
libérrimo e incorruptible, puede y sabe hacer con ellas lo que quiere. ¿Conocéis
a algún músico capaz de dominar todos o casi todos los instrumentos, clásicos o
modernos, de viento, cuerda o percusión? ¿Y que además de eso haga cobrar vida
a objetos inanimados como una máquina de escribir, la rueda de una bici, una silla
o una sartén? Intentar aprenderse toda su creación de memoria es trabajo
perdido; siempre habrá al menos una duda, una inquietante y a la vez excitante
duda. Habrá un momento en que te rebase, te confunda, te haga perderte; en
definitiva, te obsequie con un souvenir, una sorpresa, un incentivo, un
banderín contra la matemática y la inercia. Así es él.
Y digo que antes del
próximo concierto decidí recordar aquellas otras veces (otros discos, otros directos)
y rescatar dos perlas visuales datadas al tiempo que aquel maravilloso álbum
llamado “Les Retrouvailles” (2005). Me refiero a esos dos documentales
obra de Aurélie du Boys: “La Traversée” y “On Tour”. En el
primero se evidencia todo el proceso de creación del disco. Esas íntimas y meticulosas
ideas primitivas y solitarias, las tomas de su esqueleto en la isla de Ouessant
(remoto y salvaje santuario de Tiersen, su madriguera en el finisterre
francés). La puesta de largo de las composiciones con los primeros músicos en el
Hotel Vauban de Brest, su ciudad natal. La adición y mezcla de metales y voces
en los estudios Davout de París, con las visitas de sus ilustres invitados (Dominique
A, Miossec, Jane Birkin, Stuart Staples, Liz Fraser)
y el parto definitivo y feliz en Abbey Road. Un documento especial, bellísimo,
un juego entre la música y la imagen, el blanco y negro y el color, la broma y
la melancolía. “Uno se pregunta como artista lo que va a producir como
objeto. Hasta ahora cada canción acababa en un soporte audible. Hoy en día se
convierte en un fichero”. Duda razonable de Yann mientras un
vinilo de Cocteau Twins gira en el plato. Nota adicional: “La
Traversée” también contiene ese delicioso minimetraje animado creado para
la canción “Le Train”, injustamente olvidada en el listado final del álbum
(sí encontró su hueco en directo, en una versión tremenda y feroz). En
definitiva, qué gran película, qué gran forma de meterse en la casa, en la
piel, en el diario, casi en la cabeza de un músico tan excepcional.
“On Tour” no es otra
cosa que el resultado en la carretera del anterior trabajo, recogiendo y
entrelazando imágenes de la gira que llevó a Tiersen y su (espléndida) banda por
aquel entonces a lugares tan dispares como Tokio o Beirut. En él queda la
memoria de sus varias visitas de 2006 a nuestro país, el despliegue de su magia
en lugares (Madrid, Benicasim) por los que tuvimos la suerte de pisar sucumbiendo
a una autoridad eléctrica insólita, desterrando manidos clichés y falsos mitos
cinematográficos, quedando prendidos de una cuerda que no se ha roto desde
entonces. Era la materialización de la segunda fase. Atrás quedaban los tiempos
del folclore y el intimismo, de filarmónicas y filmes. Todavía quedan muchos
que cuestionan aquellos cambios y que seguirán analizando los subsiguientes con
fanático ojo crítico. Pero exigir límites a la inquietud y al ingenio de este
hombre es como ponerle puertas al mar. Para él la música es algo abstracto y
misterioso, una serie de sonidos combinados que él se encarga de desordenar. Para
mí la música es como una forma de traducción de aquellas palabras que no
existen. Y Yann Tiersen es, de facto, un gran traductor.
La tercera fase ya está en
ciernes, otro paso al frente. Adiós, aristocrático piano de cola. Adiós, simpático acordeón. Comenzó
con la gira de “Dust Lane” (2010) y siguió con la de “Skyline” (2011), con nuevas caras de
acompañamiento, polivalentes fichajes, grandes instrumentistas. La mayoría de
ellos siguen en filas y ahora el bretón (o llamémoslo mejor “ciudadano del
mundo”) ya no es la imperiosa estrella de la fiesta; ahora parece más bien el sapientísimo
profesor que se aparta a una esquina de la clase, invitando a sus pupilos a
demostrar en la pizarra todo lo que han aprendido. Veremos qué nos ofrece el
próximo fin de semana.
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