La tercera fase llega hasta el infinito.
Pues sí, he aquí al maestro. Su bombillita brilla más que las
otras, por algo será. “Infinity”
(2014) vestido de largo. Casi al completo. Pero ya no suena a fríos glaciares;
suena a una calidez casi familiar. Si hablo de Yann tengo que dejar a un lado
la ironía y el chascarrillo, pues de un músico de su categoría solo se puede
escribir desde la admiración, desde el más profundo de los respetos. Sí, un
músico. Ya lo dije en otra ocasión: es músico, del verbo ser. Y atrás quedará
su leyenda de enfant terrible, bohemio, esquivo y antisistema, pues en
el escenario es solo eso, un músico. Sin pose, sin ínfulas, sin cuento, sin tonterías.
Este es su trabajo. Y a eso se dedica, a trabajar. Hasta nueve instrumentos
pasaron por sus manos el sábado: piano, guitarra acústica (de doce cuerdas),
guitarra eléctrica, vibráfono, violín, melódica, toy piano, flauta y
sintetizador. Y de vez en cuando da las gracias. Como si hiciera falta. Somos
nosotros los que estamos sinceramente agradecidos.
Pero dotes y aptitudes aparte, Yann (de nuevo flaco como un
palo) goza de un activo que proporciona crédito asegurado: ese cuarteto
extraordinario y rotatorio que lo acompaña formando un mecano de piezas
intercambiables. Una mini-delegación de Naciones Unidas formada por el francés Lionel Laquerriere, los británicos Neil Turpin y Robin Allender y el escandinavo Ólavur Jákupsson. Magníficos allegados en una elegante y sutil
batalla contra los arquetipos en la que no hay ganador ni perdedor, solo una
vestimenta sonora tejida de sueños. Y de esos sueños nacen otros, y hoy quieres
tener a mano una máquina del tiempo para echar marcha atrás, regresar al
dieciocho de octubre a las nueve y media de la noche y empezar de nuevo desde
el principio. ¿Y por qué? Pues porque nada de aquello se volverá a repetir, ya nunca
será igual. El hombre de las sorpresas, el mago y la chistera. Aunque ya
sabíamos lo que iba a tocar volvió a hacernos caer en la trampa. Naturalmente. Y
así, canciones como “Palestine”, “Rue des Cascades” o “Till The End” se convirtieron en
versiones de sí mismas, danzando por otros caminos. Y “A Midsummer Evening” se presentó con una deliciosa, conmovedora y
desnuda coral a cinco voces cantada alrededor de una hoguera. Y “Dark Stuff” se detuvo justo cuando no
debía, dejando para otro día su romántico desenlace. Y sí, había que estar allí
para vivirlo, porque probablemente esto ya no suceda jamás. Llegarán otros
días, estas piezas se colarán en otros repertorios, pero el tempo y la paleta
de colores no serán los mismos. Como le ha ocurrido a la “La Crise” (qué título tan apropiado para estos tiempos), que dejó atrás
sus nudos voltaicos para transformarse en un armonioso crescendo trazado en
meticulosos capítulos, recordando su concepción original.
Y para los cabezotas y desincronizados que siguen suspirando
por Amélie (sorprende que todavía queden tantos), bueno, pues ahí van “La Dispute” y “Sur Le Fil” fielmente recreadas. Y es que Yann a fin de cuentas ni
es malo ni es tonto. Inevitable la clásica mención honorífica a “Sur Le Fil”, fija en sus múltiples
giras, pues pegado a su violín es cuando verdaderamente se luce. Y aquí se luce
de una manera insultante. La exhibición requirió en esta ocasión una pausa
calculada hasta que el fervor a destiempo amainó. Antes ese violín (el de Warren Ellis es el de los infiernos,
este sería el de los cielos) ya había dibujado la espina dorsal de dos temas que
en directo y con la gran voz de Ólavur
Jákupsson suenan colosales: “Chapter
19” y “The Gutter”. También
había navegado sobre las sumisas olas de “Steinn”
y “Gronjord”. Y después rugió, se
volvió loco, volcó su cólera contra el mundo en esos escasos dos minutos que
dura “Le Quartier”.
Pero si el violín es el sol, el piano es la luna. Y Yann lo recupera
ahora, entre otras cosas para lanzar una ojeada furtiva a las eméritas fases
previas, rescatando las mencionadas “Rue
des Cascades” y “La Dispute”, o
para reconocer con “La Longue Route”
(o “The Long Road”) que sus bandas sonoras no son su crucifixión, sino
otro valioso sumando. Y no podía faltar tampoco el pequeño homenaje a la edad
de oro del synth-pop, más contenido que en su anterior gira, servido casi al
final de la partida con “The Crossing”,
“Vanishing Point” y “Lights”.
Soledad y compañía, calma y estruendo, luces y sombras. Suaves voces cogidas de
la mano e instrumentos con huéspedes
cambiantes. El completo universo tierseniano manifestado en su amplísima gama
de matices y con la dignidad reforzada, en una onírica y emocionante hora y
media que, para justicia necesaria, debería haberse dilatado algo más. Y ahora
que el bretón ha llegado hasta el infinito, ¿cuál será el siguiente paso? ¿Qué
viene a continuación? Deseando estamos descubrirlo. Un acicate como cualquier
otro para mantener la guardia y seguir respirando.
SETLIST: “Meteorites (Intro)”, “Slippery Stones”, “Ar Maen Bihan”, “A Midsummer
Evening”, “Palestine”, “Dark Stuff”, “La Dispute”, “La Crise”,
“Steinn”, “In Our Minds”, “Chapter 19”, “Rue des Cascades”,
“Gronjord”, “The Gutter”, “The Crossing”,
“Vanishing Point”, “Lights”;
“La Longue Route”, “Sur Le Fil”, “Till The End”; “Le Quartier”.
www.yanntiersen.com
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