22 febrero 2014

REPORTAJES: NEIL YOUNG JOURNEYS

Neil al desnudo

Tercera cita del gran Neil Young con el director Jonathan Demme, tras “Heart of Gold” (2006) y “Trunk Show” (2009). Sí, puntual como el AVE (no siempre), cada equis tiempo el cineasta musicólogo se encarga de ofrecernos algunas de las imágenes más bellas del genio canadiense en plena acción. “Neil Young Journeys” (2011) es otro de esos documentos que hay que ver si quieres mucho mucho a su protagonista, o si simplemente amas la música. Porque aunque el concierto que recoge pertenece a la gira de aquel árido “Le Noise” (2010), con el tito Neil solo ante el peligro en un escenario custodiado por un cherokee de madera, la evidencia más sublime queda al descubierto: este músico es único, igual en compañía que en soledad. Él solo se basta y sobra para hacer que un show se convierta en inolvidable, haciendo uso de sus míticas guitarras, la armónica y unos teclados. No hace falta más. Solo hace falta Neil. Y sus composiciones, tan inmensas y brutales que reducen todo lo demás a escombros.

Le Noise” no fue muy bien tratado por la crítica (no es mi caso, yo lo defendí a muerte). Y sin embargo, ¿alguien puede reprochar algo a canciones como “Peaceful Valley Boulevard”, “Sign of Love”, “Love and War”, “Hitchhiker” o “Walk With Me”? No, nada que alegar. Son canciones sobresalientes. Por supuesto, no están solas. Están acompañadas de algunos célebres pedazos de pasado como “Down By The River”, “Ohio” (con imágenes reales de la masacre que relata), “My My, Hey Hey”, “After The Gold Rush” o “I Believe in You”, así como las inéditas entonces “Leia” y “You Never Call” (con referencia altamente emotiva a su hijo Ben Young). El concierto tuvo lugar en el Massey Hall en Toronto, con un público entregado en cuerpo y alma a su paisano.

Y junto a las imágenes del recital, el abuelo Young se pega una vuelta en coche por su pueblo natal en Ontario, recordando y describiendo los lugares comunes de su infancia, en compañía de su hermano Bob. Flashes no demasiado abundantes y que saben a poco, pero desnudan la aureola del mito para convertirlo en un ser de lo más campechano y saludable. La sabiduría hace grande al hombre y él ya era sabio cuando nació.

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