La cosa estaba difícil. La
última vez que lo vi acaba de estrenarse con su propio nombre, hace ya seis
años. Con solo un disco sin alias bajo el brazo, en aquella ocasión pareció que
Mister Callahan se metía en mi cabeza, sacaba de ella “Our Anniversary”, “Rock
Bottom Riser”, “Natural Decline”
o “Bloodflow” (algunas de mis
favoritas de siempre) y me las servía en bandeja de plata, exquisitas, solo
para mí. Recuerdo que el Auditorio del Forum de Barcelona estuvo a punto de
colapsar. Así que anoche veníamos de una experiencia de la que aún quedaban
marcas en la piel. Y por eso la cosa estaba tan difícil. Difícil de superar.
Nada que ver. Lo de anoche fue un concierto hermoso e impecable, pero de otra
manera. “Dream River” (2013) tuvo su
protagonismo reglamentario y merecido, con “The Sing”, la sublime “Javelin
Unlanding” y “Small Plane”
abriendo y sugiriendo una presentación plena y de corrido. Pero no. Tras ellas
se sucedieron episodios de lo más variado, desde una emocionante “Too Many Birds” hasta una imprevista “Dress Sexy At My Funeral” (el alias
sigue vivo, pero fue solo con este flash), pasando por una “America!” exhibicionista, llena de
fuerza, de alma funky y oh, sorpresa, remachada de armónica. Arriesgado fue
meter en medio del repertorio los fatigantes diez o más minutos de “One Fine Morning”, único tema que hizo
que mi cabeza se marchara durante un rato a otra parte. Un despiste que me hizo
volver al turrón con la ardiente interpretación de “Drover” o con el arrullo de aguas revueltas de “Seagull”. “Ride My Arrow”, “Spring” y “Winter Road”
también lograron su hueco obvio, magníficas, artesanales, y el aroma country de
la versión “Please Send Me Someone to
Love” sirvió para el regodeo virtuosista del propio Bill y los tres
extraordinarios músicos que lo acompañan en esta gira.
Y es que un concierto de este
hombre es pura intriga. La intriga de cómo sonará esa canción que tantas veces
has oído con los cascos, que siempre tendrá alguna cosa diferente; un tempo cambiado, otra vuelta de
tuerca, un arrobe de guitarra distorsionada o un stop inesperado. No obstante,
es un músico al que no le asusta la improvisación y el riesgo, asumiéndolos
como algo sano y natural. Tras casi dos horas de tensión contenida ni siquiera
hace falta regalar un bis. Aunque algunos, sinceramente, lo hubiéramos
agradecido y hoy estaríamos mucho más contentos.
Y por cierto, hagamos
justicia a la inquietante telonera Haley Fohr, bajo el pseudónimo Circuit
des Yeux; como si Jeff Buckley hubiera resucitado transformado en
mujer, heredando una guitarra de doce cuerdas.
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