Los reportajes obituarios
no es que sean apetecibles, pero sí que son a veces necesarios. Porque hay
músicos a los que hay que dar el último adiós. Yo le digo adiós a J.J.Cale
con todos mis respetos. Hace un tiempo nos hacíamos eco desde aquí de su
hermoso “Naturally” (71). Y han sido muchos discos más, muchas canciones
prestadas sin atisbo de egoísmo a otros. Eric Clapton se hizo de oro con
varias composiciones suyas. Y no sería el único. Cale prefería ser un
figurante, un genio camuflado. Pasaba de la fama, de sus fastos y mentiras. No
solo era un músico genial, era un jodido sabio. Y como tal dejó que su vida
circulara, al rebufo de los que lo hacían grande sin él quererlo. Músicos como
él hay pocos. Y los pocos que hay se van marchando sin hacer ruido pero dejando
huella. Llegará un día en que no quede ninguno, y entonces el mundo podrá
acabarse por lo que a mí respecta. Claro que siempre quedarán los recuerdos,
las enseñanzas y el legado que nos dejaron. Con J.J. Cale se va otro
eslabón de la cadena de la música popular. Otra pérdida que, junto a las
recientes de Richie Havens, Georges Moustaki o Ray Manzarek,
demuestran el agotamiento natural de una de las mejores generaciones de músicos
de todos los tiempos. Y no nos engañemos, tanta genialidad no se repetirá. Porque
como dijo alguien en alguna parte “la música se acabó hace tiempo; ahora lo
único que podemos hacer es copiar intentando que se note lo menos posible”.
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