11 enero 2011

RETROSPECTIVAS

SYD BARRETT. Barrett.

Joyas de los setenta (6ª parte).

Hace un par de meses se conmemoraba el cuarenta aniversario de la publicación de este disco. Con celebraciones de todo calibre, sobre todo en el Reino Unido. Eso demuestra la notoria influencia que la figura de Roger Keith Barrett dejó en su efímero paso por la vida pública. ¿Qué artista es merecedor de tanto agasajo y recordatorio con una obra tan minúscula y concentrada?. También pasó con Ian Curtis o Nick Drake, por poner otros ejemplos. Desde luego, existen los mitos. Y Syd Barrett lo es. Pink Floyd nunca fueron lo mismo tras su deserción forzosa. Ni mejores ni peores, solamente diferentes. “The Piper at The Gates of Dawn” (67) muestra a unos Pink Floyd que no volvieron a repetirse en toda su trayectoria. Y en este “Barrett” (70), grabado en los míticos estudios Abbey Road, se inmortaliza el potencial de un compositor grandioso, indestructible y vulnerable a la vez.

Más centrado y menos experimental que su anterior y muy cercano en el tiempo “The Madcap Laughs” (70), este disco recoge el no va más de un músico que dejó de serlo de repente. Canciones como “Baby Lemonade” y “Gigolo Aunt” muestran una claridad de ideas que se presuponía muerta, o al menos moribunda, en la mente etérea, convulsa y contaminada del genio. Otros temas, como “Rats”, “Maisie” o la acongojante “Wolfpack”, exhiben la excentricidad del Barrett explorador, el hombre engullido por el torbellino químico, refugiado en oscuridad y ahogado en soledad. Confusas sensaciones que él sentía, y que se encargaba de transmitir con su quebradiza voz, recitando sobre un finísimo hilo a punto de romperse.

Y esa es la impresión que causa este disco: temor, inseguridad, mortalidad. El caos como peligro inminente. La duda como animal de compañía. Nubes y claros. La noche y el día. El sí y el no. Algunas veces no cuesta nada comprender a la gente como Barrett. Por suerte o por desgracia, hay Syd Barretts por todas partes. Aunque no todos son capaces de enfocar su colapso hacia los territorios del arte, como hizo el de Cambridge. De su sufrimiento (quizá autoinfligido) nació una obra que emociona, que duele. Obra magnífica y regia, donde las luces y las sombras conviven en un sueño a punto de desvanecerse.

www.sydbarrett.com

2 comentarios:

Rastreador dijo...

Excelentemente contado, sí señor. Este disco no lo había escuchado, le prestaré toda mi atención. Agradecido.

Mary dijo...

No hay de qué, hombre. Un disco que hay que escuchar.