RETROSPECTIVAS
CAT STEVENS. Tea for the Tillerman.
Joyas de los setenta (3ª parte).
Y volviendo insistentemente a esa cosa llamada folk, no se puede hablar de ello y de los setenta sin obviar al gran Cat Stevens. De sus muchos y brillantes trabajos, quizá sea este “Tea for the Tillerman” (70) el álbum con mayúsculas. Ese disco que siempre estará presente en cualquier lista de los mejores. Ese disco por el que no pasarán los años, que seguirá siempre sonando convincente, puro, desgarrador, poético y verdadero. Nada, absolutamente nada en el mismo tiene el carácter de desechable. Todas, absolutamente todas las canciones gozan de su importancia, su trono particular. Sanadoras e inmaculadas melodías emergen de cada una de ellas. Profundos y maravillosos mensajes se suceden una tras otra; especialmente emocionantes son la carta de consuelo de “Sad Lisa”, las antológicas descripciones en “Into White” o los consejos paternos en “Father and Son”. El fingerpicking y la voz gravitatoria del gato expelen bondad en toda su extensión, configurando un esqueleto revestido en ocasiones por pianos (“Wild World”, “But I Might Die Tonight”, “Miles from Nowhere”), violines y chelos (“Hard Headed Woman”, “Into White”) o por todo a la vez (“Sad Lisa”). Quizá la más recordada sea “Where Do the Children Play?”. Quizá las más inmediatas sean “Miles from Nowhere” con su vigoroso subidón, o “Longer Boats” con su reconfortante y unificador mantra (“longer boats are coming to win us, they´re coming to win us”). Pero sería ingrato tratar esta obra por partes, porque esta obra es un todo, un cuerpo entero, que se mueve y respira, que actúa e inspira, que refulge como un diamante. Sí, una obra maestra en toda regla.
www.catstevens.com
CANCIONERO
RICHIE HAVENS. Freedom.
Renovarse o morir. Comienza aquí una nueva sección para este blog. Un apartado dedicado a aquellas canciones que hoy, ayer o algún día dejaron su huella impresa en la tierra tierna. En un afán de supervivencia estoico, en un último aliento por mantener viva la llama de la pasión musical hecha letra, empecemos a trazar una nueva ruta: la de un libro de canciones para interiorizar y recordar.
La sección queda inaugurada con el pulso frenético y la honda voz de Richie Havens. “Freedom”, una reconstrucción del tema espiritual negro “Motherless Child”, protagonizó uno de los momento más intensos y excitantes en Woodstock 69. Haciendo honor al título, un escalofriante momento de libertad improvisatoria. Sutil canto a la soledad y la nostalgia. La misma puede encontrarse en las varias recopilaciones publicadas sobre el autor, por ejemplo en el muy completo “Resume: The Best of Richie Havens” (93). Un artista que deslumbró en una época en la que ver a un negro aporreando una guitarra acústica y cantando folk era poco menos que novedad. Ahí están las palabras. El sonido se puede capturar fácilmente en cualquier parte. No lo olvidemos, es la era digital.
FREEDOM
Freedom, freedom
Freedom, freedom
Sometimes I feel like a motherless child
Sometimes I feel like a motherless child
A long way from my home
Sometimes I feel like I´m almost gone
Sometimes I feel like I´m almost gone
A long, long way from my home
Clap your hands, clap your hands
Hey, yeah
I got a telephone in my bosom
And I can call him up from my heart
I got a telephone in my bosom
And I can call him up from my heart
When I need my brother, brother
When I need my mother, mother
www.richiehavens.com
DISCOS
STEVE MASON. Boys Outside.
El regreso del hombre beta.
No solo de folk vive el hombre. A veces también regenera cambiar el chip, abordar otros palos. Y también recordar viejos tiempos de euforia musical. Steve Mason lideró a principios de siglo una excitante banda llamada The Beta Band. Sí, aquel grupo que conocimos gracias a Rob, el singular protagonista de “Alta Fidelidad” (el libro de Nick Hornby, la peli de Stephen Frears). Tan pronto como se hizo querer, la banda se escindió, dejando tras de sí una imbatible aptitud para la mezcla de pop, folk y electrónica, aderezada con pequeñas dosis de calipso o socca y mucha psicodelia. El espectacular “Heroes to Zeros” (2004) fue la carta de despedida, el triste adiós para un combo que ofreció muchos momentos de alegría (siempre recordaré el festín del FIB 2002, a Mason disfrazado de cura hippie con flores en la mano) y canciones tan sublimes como “Dry the Rain”, “Quiet”, “Smiling” o “Wonderful”. Efímeros.
Claro que Steve Mason no se ha estado quieto en todo ese tiempo de paréntesis. Ahora, después de varios alias sin repercusión tangible (King Biscuit Time, Black Affair) decide publicar bajo su nombre (mejor sin despistes) y jugar a crooner vanguardista. “Boys Outside” (2010) es un disco sin complicaciones, con ligero sabor a déjà vu, pero agradable a fin de cuentas. Un trabajo donde las maquinitas y los humanos mantienen el pulso, igualados y con juego limpio. Balsámico a tope resulta su primer estribillo, el de “Understand my Heart”. “Am I Just a Man?” y “Yesterday” rescatan por inercia el tempo hipnótico de los trabajos pretéritos con la susodicha banda. En “Stress Position” resuena el eco de la new wave y el synth-pop más sugerente. Y la preciosa “I Let Her In”, a pesar de su capa espacial sobrevenida, podría catalogarse como canción folk sin problema. Qué remedio. Al final todos los caminos conducen a Roma.
www.stevemasontheartist.com
DISCOS
BLITZEN TRAPPER. Destroyer of the Void.
Aire fresco.
Como una lluvia desinfectante, como un soplo de aire fresco, Blitzen Trapper han llegado a nuestros corazones (y oídos). Tarde, pero en el momento justo. Cuando las ganas y las esperanzas se habían revelado en huelga. “Destroyer of the Void” (2010) es su quinto largo, el segundo para el mítico Sub Pop, un disco que emborracha de satisfacción sin artificios, sin volutas innecesarias, con una pureza adorable y un enorme sentido práctico. Si “Furr” (2008) fue un pulpo con mil tentáculos estilísticos, las influencias se compactan en este nuevo disco, tratado fino y seguro de folk-rock con pequeñas insinuaciones traviesas, como las rapsódicas aventuras de la canción homónima e introductoria. Al igual que otras bandas de este siglo (The Coral, MGMT o Fleet Foxes son ejemplos cazados al vuelo), los de Portland restauran la pátina dorada de otros tiempos. Y así, bajo el manto protector del glorioso pasado y gracias a la holgura poética de Eric Earley, alumbran un manual de las buenas costumbres musicales, que atrae y distrae, emociona y cura sin prepotencia. Su ilustrísima Alela Diane colabora con su dulce voz en “The Tree”, tesoro folky que, al igual que la mágica “The Man Who Would Speak True”, revela el lado más doméstico de la banda, para nada cerrada por contra a pedir silencio a guitarrazos (“Dragon´s Song”). “Below the Hurricane”, “Heaven and Earth” o “Evening Star” serían otros episodios deslumbrantes de este, un disco para escuchar en paz, en la noche, prestando mucha atención a cada una de sus bellas palabras.
www.blitzentrapper.net
RETROSPECTIVAS
GEORGE HARRISON. All Things Must Pass.
Joyas de los setenta (2ª parte).
Centrémonos en otro ex Beatles. En el Beatle de la sombra, el esquinado. Sí, Lennon y McCartney eran los dueños y anfitriones, pero la aportación del bueno de George al fenómeno no puede obviarse alegremente. Aunque de lo que toca hablar es de su obra magna, de su apología en tres actos, de la ambición hecha carne en este “All Things Must Pass” (70). Concebido en sus orígenes como un álbum triple, un órdago en la época. Un disco que refleja todo un amanecer post-beatleiano, el esplendor de un compositor extraordinario, una coronación bien ganada. Absolutamente a lo grande. Con lujosas invitaciones y colaboraciones (Ringo Starr, Eric Clapton, Ginger Baker, Dave Mason, Bob Dylan, Phil Collins…). Y con la magnificente batuta de Phil Spector, apuntando al epicentro de un terremoto. Su impronta es notoria, especialmente en temas como “Wah-Wah” o “Let It Down”, recargadas, ampulosas, rebosantes.
Un disco de múltiple tributo: al amor, al miedo, a la religión. Un disco cuyas canciones rebosan magia, desplegando sus alas hacia el cielo del subconsciente, vertiendo polvos mágicos en la cabeza, elevando el estado de ánimo hasta un nivel si no óptimo, sí aceptable. Entre las más efectivas cabría citar la cálida y archiversionada “Isn´t It a Pity?”, donde también se siente la mano de Spector levantando un muro de belleza instrumental que se funde con una de las melodías más hermosas de la historia. Efectos lisérgicos también consiguen “I´d Have You Anytime” (co-escrita con Dylan), la muy country “Behind That Locked Door” o la profunda “Beware of Darkness”. Y efectos de animación extrema llegan de la mano de “Apple Scruffs” y su efervescente solo de armónica, de la luminosa “Ballad of Sir Frankie Crisp”, y cómo no, de quizá la canción estrella del conjunto, santo y seña de Harrison: “My Sweet Lord”. Auténtica o plagio, lo mismo da. Pagana o sacra, también da igual. Su espiritualidad, alegría y extraordinario poder catalizador es lo que cuenta.
“All Things Must Pass” fue remasterizado y reeditado en 2001, poco antes del fallecimiento del autor. A fuer de ser estrictos, esta crónica se basa en esa reedición. En ella aún se conserva el sabor y contenido de la primera grabación, incluyendo aquel tercer acto experimental de sesiones de blues con amigos (“Apple Jam”). También se incluyen nuevas versiones acústicas de temas como “Beware of Darkness” o “Let It Down”, así como la novedosa “I Live for You”, abandonada en las sesiones originales y salvada para la ocasión. Un compendio reformateado para perpetuar uno de los discos más loados de todos los tiempos. Excelso. Inalcanzable. Punto de referencia en el horizonte.
www.georgeharrison.com
REPORTAJES
PATTI SMITH “ÉRAMOS UNOS NIÑOS”
El germen del artista.
“En la guerra de la magia y la religión, ¿termina venciendo la magia?. Sacerdote y mago quizá fueron uno al principio, pero el sacerdote, tras aprender humildad ante Dios, descartó el conjuro como plegaria”.
La voz de Patti Smith habla en clave de rock and roll. Fundamentalmente. Es el cauce comúnmente utilizado. Pero un artista con mayúsculas posee muchas formas de expresión, un imaginario ilimitado y una gran riqueza de manifestaciones. Ver, oír, escuchar, leer o tratar de comprender a esta mujer es una aventura gratificante. “Éramos unos niños”, su primer libro puramente biográfico, deja al descubierto su relación con el artista gráfico Robert Mapplethorpe entre 1967 y 1978. Un tributo gestado a partir de una promesa. Patti ha cumplido. Así debería ser siempre. Así deberíamos ser todos.
Pero el libro no solo es un relato sobre la efervescencia juvenil, la amistad y el contubernio de dos artistas potenciales en la cruda tesitura de descubrirse a sí mismos y descubrir el mundo. No es genérico en sentido estricto. Tiene un poco de esto y de aquello. De novela, autobiografía, tratado filosófico o crónica social. De romanticismo rosa por la relación inquebrantable de los dos protagonistas. De relato de aventuras pues ¿no era Nueva York en general, y el hotel Chelsea en particular, una jungla en aquellos turbulentos años?. De documento histórico, pues la narradora no pasa por alto ninguno de los acontecimientos que marcaron la época (la conquista de la Luna, la caída de los Kennedy o de Martin Luther King, Vietnam, Woodstock, la masacre de Charles Manson). De cómic subterráneo, pues las minuciosas descripciones animan a la mente a recrear la imagen con todo lujo de detalle. También tiene algo de enciclopedia de las artes: poetas, dramaturgos, diseñadores, fotógrafos, guitarristas. Gente de las letras, de las artes plásticas, de la música. Un sinfín de referencias y menciones a personajes admirados, idolatrados o encontrados. Experiencias casuales de lo más entrañables, esos breves intercambios compartidos con Allen Ginsberg, Janis Joplin o Jimi Hendrix. Sí, parece mentira que esta mujer de carne y hueso, a la que tuvimos tan cerca hace bien poco, haya tenido la fortuna de vivir todo aquello, de conocer a toda aquella gente y experimentar todos aquellos cambios. Así, es fácil adoptarla como paloma mensajera, como nexo intergeneracional.
Volviendo al hilo, “Éramos unos niños” pretende santificar la intrincada pero pura amistad entre la dibujante y el pintor, la poetisa y el diseñador, la rockera y el fotógrafo. Una amistad sin condiciones, ambages ni prejuicios. La amistad entre dos personas con el único objetivo de ser libres. Tratando de vivir y de dejar vivir. Un camino que ambos empiezan a recorrer desde el mismo punto, bifurcándose irreversiblemente conforme avanza la historia. Dos personalidades muy diferentes aunque compatibles. El libro deja al raso el carácter ambicioso de Mapplethorpe, su búsqueda de la identidad artística y sexual, y lo más importante, su fe ciega, apoyo incondicional y admiración hacia su amiga, amante, confidente, compañera y musa. Aunque a quien acabas por conocer del todo y con quien terminas de empatizar es con ella. Con la gran Patti. Y lo que pretende ser la fábula de una aventura existencial compartida se convierte en una autodeclaración de principios, inquietudes, logros, defectos y virtudes. “A menudo, la contradicción es el camino más diáfano para llegar a la verdad”. El libro confirma su devoción casi obsesiva por Arthur Rimbaud, con peregrinaje incluido a su morada eterna en Charleville con parada en la de Jim Morrison; su afinidad con Baudelaire o William Blake, con Maiakovski o Genet, con Bob Dylan o Brian Jones. Sus páginas hablan de un universo cultural vasto, infinito, intratable, guardado dentro de un puño cerrado, y recogen numerosos y singulares encuentros-alianzas (Bob Neuwirth, Sam Shepard, Todd Rundgren, Johnny Winter, Lenny Kaye, Tom Verlaine, un larguísimo etcétera).
Pero no desvelemos nada más. Digamos solo que “Éramos unos niños” es un deleite para todas las facciones. Para los auténticos fans de Patti Smith. Para los nostálgicos de los 60, de Warhol y la generación beat. Para los estudiosos de la marginalidad y el punk-rock. Para los fanáticos de la ciudad de Nueva York. Para amantes de la poesía y defensores del arte contemporáneo. Para iconoclastas e inconformistas. Para todo tipo de artistas, consagrados o latentes. Pero ante todo digamos la verdad sobre su fondo: que es un libro ardiente, honesto y sincero, preñado de enseñanzas sobre libertad y humanidad. Una oda a la fidelidad, al amor incondicional. Un bellísimo retrato del ascenso y la caída. La gran obra de una artista con la cabeza ungida por los dioses, pero con los pies bien plantados en la tierra.
“Nos veíamos como los hijos de la libertad con la misión de conservar, proteger y difundir el espíritu revolucionario del rock and roll. Temíamos que la música que nos había dado sustento estuviera en peligro de destruirse espiritualmente. Temíamos que perdiera su razón de ser, que cayera en manos sobrealimentadas, que se revolcara en un lodazal de aparatosidad, consumo y vacua complejidad técnica. Tendríamos presente la imagen de Paul Revere recorriendo los caminos a caballo exhortando a la gente a despertar, a tomar las armas. También nosotros tomaríamos las armas, las armas de nuestra generación, la guitarra eléctrica y el micrófono”.
www.pattismith.net