REPORTAJES
PATTI SMITH “ÉRAMOS UNOS NIÑOS”
El germen del artista.
“En la guerra de la magia y la religión, ¿termina venciendo la magia?. Sacerdote y mago quizá fueron uno al principio, pero el sacerdote, tras aprender humildad ante Dios, descartó el conjuro como plegaria”.
La voz de Patti Smith habla en clave de rock and roll. Fundamentalmente. Es el cauce comúnmente utilizado. Pero un artista con mayúsculas posee muchas formas de expresión, un imaginario ilimitado y una gran riqueza de manifestaciones. Ver, oír, escuchar, leer o tratar de comprender a esta mujer es una aventura gratificante. “Éramos unos niños”, su primer libro puramente biográfico, deja al descubierto su relación con el artista gráfico Robert Mapplethorpe entre 1967 y 1978. Un tributo gestado a partir de una promesa. Patti ha cumplido. Así debería ser siempre. Así deberíamos ser todos.
Pero el libro no solo es un relato sobre la efervescencia juvenil, la amistad y el contubernio de dos artistas potenciales en la cruda tesitura de descubrirse a sí mismos y descubrir el mundo. No es genérico en sentido estricto. Tiene un poco de esto y de aquello. De novela, autobiografía, tratado filosófico o crónica social. De romanticismo rosa por la relación inquebrantable de los dos protagonistas. De relato de aventuras pues ¿no era Nueva York en general, y el hotel Chelsea en particular, una jungla en aquellos turbulentos años?. De documento histórico, pues la narradora no pasa por alto ninguno de los acontecimientos que marcaron la época (la conquista de la Luna, la caída de los Kennedy o de Martin Luther King, Vietnam, Woodstock, la masacre de Charles Manson). De cómic subterráneo, pues las minuciosas descripciones animan a la mente a recrear la imagen con todo lujo de detalle. También tiene algo de enciclopedia de las artes: poetas, dramaturgos, diseñadores, fotógrafos, guitarristas. Gente de las letras, de las artes plásticas, de la música. Un sinfín de referencias y menciones a personajes admirados, idolatrados o encontrados. Experiencias casuales de lo más entrañables, esos breves intercambios compartidos con Allen Ginsberg, Janis Joplin o Jimi Hendrix. Sí, parece mentira que esta mujer de carne y hueso, a la que tuvimos tan cerca hace bien poco, haya tenido la fortuna de vivir todo aquello, de conocer a toda aquella gente y experimentar todos aquellos cambios. Así, es fácil adoptarla como paloma mensajera, como nexo intergeneracional.
Volviendo al hilo, “Éramos unos niños” pretende santificar la intrincada pero pura amistad entre la dibujante y el pintor, la poetisa y el diseñador, la rockera y el fotógrafo. Una amistad sin condiciones, ambages ni prejuicios. La amistad entre dos personas con el único objetivo de ser libres. Tratando de vivir y de dejar vivir. Un camino que ambos empiezan a recorrer desde el mismo punto, bifurcándose irreversiblemente conforme avanza la historia. Dos personalidades muy diferentes aunque compatibles. El libro deja al raso el carácter ambicioso de Mapplethorpe, su búsqueda de la identidad artística y sexual, y lo más importante, su fe ciega, apoyo incondicional y admiración hacia su amiga, amante, confidente, compañera y musa. Aunque a quien acabas por conocer del todo y con quien terminas de empatizar es con ella. Con la gran Patti. Y lo que pretende ser la fábula de una aventura existencial compartida se convierte en una autodeclaración de principios, inquietudes, logros, defectos y virtudes. “A menudo, la contradicción es el camino más diáfano para llegar a la verdad”. El libro confirma su devoción casi obsesiva por Arthur Rimbaud, con peregrinaje incluido a su morada eterna en Charleville con parada en la de Jim Morrison; su afinidad con Baudelaire o William Blake, con Maiakovski o Genet, con Bob Dylan o Brian Jones. Sus páginas hablan de un universo cultural vasto, infinito, intratable, guardado dentro de un puño cerrado, y recogen numerosos y singulares encuentros-alianzas (Bob Neuwirth, Sam Shepard, Todd Rundgren, Johnny Winter, Lenny Kaye, Tom Verlaine, un larguísimo etcétera).
Pero no desvelemos nada más. Digamos solo que “Éramos unos niños” es un deleite para todas las facciones. Para los auténticos fans de Patti Smith. Para los nostálgicos de los 60, de Warhol y la generación beat. Para los estudiosos de la marginalidad y el punk-rock. Para los fanáticos de la ciudad de Nueva York. Para amantes de la poesía y defensores del arte contemporáneo. Para iconoclastas e inconformistas. Para todo tipo de artistas, consagrados o latentes. Pero ante todo digamos la verdad sobre su fondo: que es un libro ardiente, honesto y sincero, preñado de enseñanzas sobre libertad y humanidad. Una oda a la fidelidad, al amor incondicional. Un bellísimo retrato del ascenso y la caída. La gran obra de una artista con la cabeza ungida por los dioses, pero con los pies bien plantados en la tierra.
“Nos veíamos como los hijos de la libertad con la misión de conservar, proteger y difundir el espíritu revolucionario del rock and roll. Temíamos que la música que nos había dado sustento estuviera en peligro de destruirse espiritualmente. Temíamos que perdiera su razón de ser, que cayera en manos sobrealimentadas, que se revolcara en un lodazal de aparatosidad, consumo y vacua complejidad técnica. Tendríamos presente la imagen de Paul Revere recorriendo los caminos a caballo exhortando a la gente a despertar, a tomar las armas. También nosotros tomaríamos las armas, las armas de nuestra generación, la guitarra eléctrica y el micrófono”.
www.pattismith.net
El germen del artista.
“En la guerra de la magia y la religión, ¿termina venciendo la magia?. Sacerdote y mago quizá fueron uno al principio, pero el sacerdote, tras aprender humildad ante Dios, descartó el conjuro como plegaria”.
La voz de Patti Smith habla en clave de rock and roll. Fundamentalmente. Es el cauce comúnmente utilizado. Pero un artista con mayúsculas posee muchas formas de expresión, un imaginario ilimitado y una gran riqueza de manifestaciones. Ver, oír, escuchar, leer o tratar de comprender a esta mujer es una aventura gratificante. “Éramos unos niños”, su primer libro puramente biográfico, deja al descubierto su relación con el artista gráfico Robert Mapplethorpe entre 1967 y 1978. Un tributo gestado a partir de una promesa. Patti ha cumplido. Así debería ser siempre. Así deberíamos ser todos.
Pero el libro no solo es un relato sobre la efervescencia juvenil, la amistad y el contubernio de dos artistas potenciales en la cruda tesitura de descubrirse a sí mismos y descubrir el mundo. No es genérico en sentido estricto. Tiene un poco de esto y de aquello. De novela, autobiografía, tratado filosófico o crónica social. De romanticismo rosa por la relación inquebrantable de los dos protagonistas. De relato de aventuras pues ¿no era Nueva York en general, y el hotel Chelsea en particular, una jungla en aquellos turbulentos años?. De documento histórico, pues la narradora no pasa por alto ninguno de los acontecimientos que marcaron la época (la conquista de la Luna, la caída de los Kennedy o de Martin Luther King, Vietnam, Woodstock, la masacre de Charles Manson). De cómic subterráneo, pues las minuciosas descripciones animan a la mente a recrear la imagen con todo lujo de detalle. También tiene algo de enciclopedia de las artes: poetas, dramaturgos, diseñadores, fotógrafos, guitarristas. Gente de las letras, de las artes plásticas, de la música. Un sinfín de referencias y menciones a personajes admirados, idolatrados o encontrados. Experiencias casuales de lo más entrañables, esos breves intercambios compartidos con Allen Ginsberg, Janis Joplin o Jimi Hendrix. Sí, parece mentira que esta mujer de carne y hueso, a la que tuvimos tan cerca hace bien poco, haya tenido la fortuna de vivir todo aquello, de conocer a toda aquella gente y experimentar todos aquellos cambios. Así, es fácil adoptarla como paloma mensajera, como nexo intergeneracional.
Volviendo al hilo, “Éramos unos niños” pretende santificar la intrincada pero pura amistad entre la dibujante y el pintor, la poetisa y el diseñador, la rockera y el fotógrafo. Una amistad sin condiciones, ambages ni prejuicios. La amistad entre dos personas con el único objetivo de ser libres. Tratando de vivir y de dejar vivir. Un camino que ambos empiezan a recorrer desde el mismo punto, bifurcándose irreversiblemente conforme avanza la historia. Dos personalidades muy diferentes aunque compatibles. El libro deja al raso el carácter ambicioso de Mapplethorpe, su búsqueda de la identidad artística y sexual, y lo más importante, su fe ciega, apoyo incondicional y admiración hacia su amiga, amante, confidente, compañera y musa. Aunque a quien acabas por conocer del todo y con quien terminas de empatizar es con ella. Con la gran Patti. Y lo que pretende ser la fábula de una aventura existencial compartida se convierte en una autodeclaración de principios, inquietudes, logros, defectos y virtudes. “A menudo, la contradicción es el camino más diáfano para llegar a la verdad”. El libro confirma su devoción casi obsesiva por Arthur Rimbaud, con peregrinaje incluido a su morada eterna en Charleville con parada en la de Jim Morrison; su afinidad con Baudelaire o William Blake, con Maiakovski o Genet, con Bob Dylan o Brian Jones. Sus páginas hablan de un universo cultural vasto, infinito, intratable, guardado dentro de un puño cerrado, y recogen numerosos y singulares encuentros-alianzas (Bob Neuwirth, Sam Shepard, Todd Rundgren, Johnny Winter, Lenny Kaye, Tom Verlaine, un larguísimo etcétera).
Pero no desvelemos nada más. Digamos solo que “Éramos unos niños” es un deleite para todas las facciones. Para los auténticos fans de Patti Smith. Para los nostálgicos de los 60, de Warhol y la generación beat. Para los estudiosos de la marginalidad y el punk-rock. Para los fanáticos de la ciudad de Nueva York. Para amantes de la poesía y defensores del arte contemporáneo. Para iconoclastas e inconformistas. Para todo tipo de artistas, consagrados o latentes. Pero ante todo digamos la verdad sobre su fondo: que es un libro ardiente, honesto y sincero, preñado de enseñanzas sobre libertad y humanidad. Una oda a la fidelidad, al amor incondicional. Un bellísimo retrato del ascenso y la caída. La gran obra de una artista con la cabeza ungida por los dioses, pero con los pies bien plantados en la tierra.
“Nos veíamos como los hijos de la libertad con la misión de conservar, proteger y difundir el espíritu revolucionario del rock and roll. Temíamos que la música que nos había dado sustento estuviera en peligro de destruirse espiritualmente. Temíamos que perdiera su razón de ser, que cayera en manos sobrealimentadas, que se revolcara en un lodazal de aparatosidad, consumo y vacua complejidad técnica. Tendríamos presente la imagen de Paul Revere recorriendo los caminos a caballo exhortando a la gente a despertar, a tomar las armas. También nosotros tomaríamos las armas, las armas de nuestra generación, la guitarra eléctrica y el micrófono”.
www.pattismith.net
1 comentario:
Qué ganas, qué ganas, pero qué ganas tengo de leerme este librazo... dioooos.
Bonita forma de reseñar sin revelar. ¿El hotel Chelsea?. Hmm, allí pasaron tantas cosas en los 60... normal que Patti no se lo quisiera perder.
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