CONCIERTOS
PRIMAVERA SOUND 2010
Sábado: descubrimientos, magia y más nostalgia.
El día de clausura de esta décima edición del PS empezaba con un accidental descubrimiento, tras la siesta reventada por una inoportuna radial. REAL ESTATE (foto 1) no son la mitad de Sunny Day Real Estate ni mucho menos. Unos desconocidos de New Jersey con brillantes canciones (especialmente simpática “Fake Blues”), herederos del pop más elegante de los ochenta. Sombras de Felt o The Triffids asomaron la cabeza en el Pitchfork, y esas nítidas y envolventes guitarras regalaron uno de los momentos más placenteros del festival. Tras ellos era el momento de acercarse a comprobar si DR. DOG (foto 2) serían capaces de justificar su programación de honor en el San Miguel. Sin demasiado público, algo de agradecer tras dos días de caos humano, la “banda favorita de Jeff Tweedy” cumplió, dejando buen sabor de boca. Primero: porque funcionan a tope de rendimiento, dejándose la piel. Segundo: porque tienen algunas canciones (aunque no todas) de toma pan y moja, y cito “The Old Days”, “Army of Ancients” y “Shadow People”. El vozarrón de Toby Leaman maravilló (debería cantarlas todas él), especialmente en sus virajes más blueseros.
A continuación tocaba peregrinación al Auditori, para intentarlo con RODDY FRAME (foto 3). Casualmente el sábado no había colas ni masificación, vía despejada y un recinto algo desangelado. Lo cual tiene delito, si consideramos que VAN DYKE PARKS daba los últimos coletazos a un concierto que debió ser mágico, tan mágico como una retrospectiva por todos los géneros populares de varios siglos. Como un regalo venido del cielo, pudimos asistir a un par de piezas, saborear un cachito de esa magia, conectar brevemente con la genialidad de todo un nombre y con la humanidad de todo un hombre. Viejo (lo dice él, no yo) pero entrañable. A continuación Roddy Frame conquistaba el escenario con la única compañía de sus guitarras (y una armónica). Y cómo suenan esas guitarras. O mejor dicho, cómo las hace sonar. Hace un par de años su dote eléctrica nos hizo vibrar acompañando a otro gran escocés, Edwyn Collins. Esta vez era el momento de la acústica. Fue un placer recuperar a Aztec Camera (emotivas “Black Lucia”, “Bigger Brighter Better” y “Oblivious”) o sentir el brillo desnudo del magnífico “Surf” (“Over You”, “Surf”). Si no puedes con la adversidad (¿nadie le entendió cuando pedía un cambio de foco?) únete a ella, échale bemoles y evoca el espíritu de Johnny Cash.
De nuevo al aire libre, el momento más deseado del día llegaba bajo el alias GRIZZLY BEAR (foto 4). Hace tres años eran unos absolutos desconocidos, una rara avis haciendo música de cristales y porcelana. Entonces deslumbraron en el ATP ante poco público, antojándose solo aptos para sensibilidades extremas. Pues bien, su acelerado avance hacia el éxito sorprende. En esta ocasión demostraron que están en posición de llenar un escenario grande. Y para más inri, la gente conoce sus canciones. Su momento ha llegado, y ante tanto interés desperdiciado en hypes insulsos, es de celebrar que las curiosidades se dirijan masivamente hacia este tipo de música. Música de belleza indescriptible, de matices infinitos, de coordinación (instrumental y vocal) perfecta. Música que se escucha, se ve, se toca, se siente. Música que gana robustez en directo (se dejaron las guitarras acústicas en casa, de ahí la extraña disección de “On a Neck, On a Split”), tan pronto acariciando suavemente (“Knife”, “Ready, Able”) como rascando con uñas afiladas (“Lullabye”, “Fix It”). Al fin un grupo que llega dentro, muy dentro. Con la sensación de bienestar inyectada en vena por el oso, los pies se dirigen solos al escenario San Miguel. Es hora de experimentar otro ataque de nostalgia, de viajar atrás en el tiempo con uno de nuestros discos favoritos de los 90: “Some Friendly” de THE CHARLATANS (foto 5). Posiblemente el destino conciertil hubiera sido otro de no haber mediado esta obra. Pero himnos como “You´re Not Very Well” y “The Only One I Know” se resisten estoicos a la decadencia, sonando igual de verticales y directos (o más) que en su génesis. Con Tim Burguess cumpliendo años pero recuperando el look juvenil, los de Manchester confirmaron una gran noticia: que aún gozan de buena salud. Hubo concentración, actitud y sudor en el escenario. Hubo diversión, locura y alegría debajo de él. Nada en el disco homenajeado tiene desperdicio, pero “Believe You Me”, “Flower” y “Sproston Green” fueron vomitadas con la chulería y elegancia que solo ellos saben poner en práctica. La montaron y gorda.
Y como la fiesta llama a la fiesta, LIQUID LIQUID (foto 6) se presumían un plato ideal de continuidad para la noche. Degustados apenas media hora, estos iconoclastas neoyorquinos, excelsos pioneros de un estilo no muy bien definido (¿kraut-calypso?) parametrizaron su extraño arte con eficacia, arrastrando a la masa al hedonismo y al baile. Un manual teórico-práctico de ritmos y percusiones como reactores de espasmos. Su aureola de maestros obligaba a dedicarles al menos un ratito. Tras lo cual, y sin saber muy bien las razones y porqués, tocaba el turno de PET SHOP BOYS (foto 7). Incluidos en la agenda por inercia o inquisición, el caso es que de repente estábamos allí, frente al escenario de cubos de colores, viendo como Neil Tennant y Chris Lowe salían no se sabe cómo de no se sabe dónde, marcándose el primer hit: “Heart”. Y entonces me acordé de esa mítica frase de Milhouse en un episodio de los Simpsons: “¡Hagámos locuras al estilo Broadway!”. Pues eso hicieron. Empezar con las nuevas y cantearse hacia las viejas más tarde, en medio de un maremágnum de disfraces, efectos geométricos y coreografías de Fama. “Left to my Owndevices”, “Always on my Mind” o “It´s a Sin” siguen teniendo gancho, pero “Suburbia” o “What Have I Done to Deserve This?” ya huelen un poquito a carne en descomposición. “Go West” y “Se a Vida É” no hay quien se las trague. Del “Viva la Vida” de Coldplay ni nos enteramos, más concentrados en encontrar un baño sin cola. Lo mejor con diferencia, los bises: “Being Boring” (sobria y sin bailarines) y “West End Girls” (definitivamente, la mejor de su historia). Hay que reconocerles el mérito de haber sobrevivido a los cambios de onda con absoluta dignidad y su efectivo rol como animadores y entertainers. Pero dejémos el veredicto de su relevancia actual en manos de los expertos. Después de tres días de tanta emoción e intensidad, los cuerpos y las mentes ya no dan para más.
Sábado: descubrimientos, magia y más nostalgia.
El día de clausura de esta décima edición del PS empezaba con un accidental descubrimiento, tras la siesta reventada por una inoportuna radial. REAL ESTATE (foto 1) no son la mitad de Sunny Day Real Estate ni mucho menos. Unos desconocidos de New Jersey con brillantes canciones (especialmente simpática “Fake Blues”), herederos del pop más elegante de los ochenta. Sombras de Felt o The Triffids asomaron la cabeza en el Pitchfork, y esas nítidas y envolventes guitarras regalaron uno de los momentos más placenteros del festival. Tras ellos era el momento de acercarse a comprobar si DR. DOG (foto 2) serían capaces de justificar su programación de honor en el San Miguel. Sin demasiado público, algo de agradecer tras dos días de caos humano, la “banda favorita de Jeff Tweedy” cumplió, dejando buen sabor de boca. Primero: porque funcionan a tope de rendimiento, dejándose la piel. Segundo: porque tienen algunas canciones (aunque no todas) de toma pan y moja, y cito “The Old Days”, “Army of Ancients” y “Shadow People”. El vozarrón de Toby Leaman maravilló (debería cantarlas todas él), especialmente en sus virajes más blueseros.
A continuación tocaba peregrinación al Auditori, para intentarlo con RODDY FRAME (foto 3). Casualmente el sábado no había colas ni masificación, vía despejada y un recinto algo desangelado. Lo cual tiene delito, si consideramos que VAN DYKE PARKS daba los últimos coletazos a un concierto que debió ser mágico, tan mágico como una retrospectiva por todos los géneros populares de varios siglos. Como un regalo venido del cielo, pudimos asistir a un par de piezas, saborear un cachito de esa magia, conectar brevemente con la genialidad de todo un nombre y con la humanidad de todo un hombre. Viejo (lo dice él, no yo) pero entrañable. A continuación Roddy Frame conquistaba el escenario con la única compañía de sus guitarras (y una armónica). Y cómo suenan esas guitarras. O mejor dicho, cómo las hace sonar. Hace un par de años su dote eléctrica nos hizo vibrar acompañando a otro gran escocés, Edwyn Collins. Esta vez era el momento de la acústica. Fue un placer recuperar a Aztec Camera (emotivas “Black Lucia”, “Bigger Brighter Better” y “Oblivious”) o sentir el brillo desnudo del magnífico “Surf” (“Over You”, “Surf”). Si no puedes con la adversidad (¿nadie le entendió cuando pedía un cambio de foco?) únete a ella, échale bemoles y evoca el espíritu de Johnny Cash.
De nuevo al aire libre, el momento más deseado del día llegaba bajo el alias GRIZZLY BEAR (foto 4). Hace tres años eran unos absolutos desconocidos, una rara avis haciendo música de cristales y porcelana. Entonces deslumbraron en el ATP ante poco público, antojándose solo aptos para sensibilidades extremas. Pues bien, su acelerado avance hacia el éxito sorprende. En esta ocasión demostraron que están en posición de llenar un escenario grande. Y para más inri, la gente conoce sus canciones. Su momento ha llegado, y ante tanto interés desperdiciado en hypes insulsos, es de celebrar que las curiosidades se dirijan masivamente hacia este tipo de música. Música de belleza indescriptible, de matices infinitos, de coordinación (instrumental y vocal) perfecta. Música que se escucha, se ve, se toca, se siente. Música que gana robustez en directo (se dejaron las guitarras acústicas en casa, de ahí la extraña disección de “On a Neck, On a Split”), tan pronto acariciando suavemente (“Knife”, “Ready, Able”) como rascando con uñas afiladas (“Lullabye”, “Fix It”). Al fin un grupo que llega dentro, muy dentro. Con la sensación de bienestar inyectada en vena por el oso, los pies se dirigen solos al escenario San Miguel. Es hora de experimentar otro ataque de nostalgia, de viajar atrás en el tiempo con uno de nuestros discos favoritos de los 90: “Some Friendly” de THE CHARLATANS (foto 5). Posiblemente el destino conciertil hubiera sido otro de no haber mediado esta obra. Pero himnos como “You´re Not Very Well” y “The Only One I Know” se resisten estoicos a la decadencia, sonando igual de verticales y directos (o más) que en su génesis. Con Tim Burguess cumpliendo años pero recuperando el look juvenil, los de Manchester confirmaron una gran noticia: que aún gozan de buena salud. Hubo concentración, actitud y sudor en el escenario. Hubo diversión, locura y alegría debajo de él. Nada en el disco homenajeado tiene desperdicio, pero “Believe You Me”, “Flower” y “Sproston Green” fueron vomitadas con la chulería y elegancia que solo ellos saben poner en práctica. La montaron y gorda.
Y como la fiesta llama a la fiesta, LIQUID LIQUID (foto 6) se presumían un plato ideal de continuidad para la noche. Degustados apenas media hora, estos iconoclastas neoyorquinos, excelsos pioneros de un estilo no muy bien definido (¿kraut-calypso?) parametrizaron su extraño arte con eficacia, arrastrando a la masa al hedonismo y al baile. Un manual teórico-práctico de ritmos y percusiones como reactores de espasmos. Su aureola de maestros obligaba a dedicarles al menos un ratito. Tras lo cual, y sin saber muy bien las razones y porqués, tocaba el turno de PET SHOP BOYS (foto 7). Incluidos en la agenda por inercia o inquisición, el caso es que de repente estábamos allí, frente al escenario de cubos de colores, viendo como Neil Tennant y Chris Lowe salían no se sabe cómo de no se sabe dónde, marcándose el primer hit: “Heart”. Y entonces me acordé de esa mítica frase de Milhouse en un episodio de los Simpsons: “¡Hagámos locuras al estilo Broadway!”. Pues eso hicieron. Empezar con las nuevas y cantearse hacia las viejas más tarde, en medio de un maremágnum de disfraces, efectos geométricos y coreografías de Fama. “Left to my Owndevices”, “Always on my Mind” o “It´s a Sin” siguen teniendo gancho, pero “Suburbia” o “What Have I Done to Deserve This?” ya huelen un poquito a carne en descomposición. “Go West” y “Se a Vida É” no hay quien se las trague. Del “Viva la Vida” de Coldplay ni nos enteramos, más concentrados en encontrar un baño sin cola. Lo mejor con diferencia, los bises: “Being Boring” (sobria y sin bailarines) y “West End Girls” (definitivamente, la mejor de su historia). Hay que reconocerles el mérito de haber sobrevivido a los cambios de onda con absoluta dignidad y su efectivo rol como animadores y entertainers. Pero dejémos el veredicto de su relevancia actual en manos de los expertos. Después de tres días de tanta emoción e intensidad, los cuerpos y las mentes ya no dan para más.