13 septiembre 2009

CONCIERTOS

LEONARD COHEN. Madrid. Palacio de los Deportes. 12-9-2009.

Tributo al ganador.

De las muchas bondades que posee el arte, la mejor de todas es la eternidad. Y como forma de arte, la música, que también es literatura (escoger y ordenar palabras), que también es pintura y escultura (modelar y combinar los innumerables colores del sonido), tiene un poder de supervivencia privilegiado. La demostración tiene nombre y apellido: Leonard Cohen. En su extensa gira veraniega por nuestro país, desembocando en una Madrid que ya no sabe si volverá a pisar alguna vez (75 años, nada menos), el hombre de todas las damas ha conseguido dos cosas: la primera, la más frívola, es volver a llenar su maltrecha cuenta para vivir con dignidad los últimos años de su vida; la segunda, la más profunda, ha sido la de hacer florecer los recuerdos de aquellos que perdieron el tren de la juventud. Y no solo eso: en el Palacio de los Deportes también había jóvenes, muchos jóvenes, capturados por el mensaje cautivador de la poesía hecha melodía, las enseñanzas de un eremita, de un vividor largamente vivido, de un entrañable abuelo dispuesto a contarnos sus batallas con inusitada pausa y distinción. Y es que ya lo reconocía el joven músico en ciernes, espeluznado tras el fin de la primera parte: “Observando estas cosas me doy cuenta de que toco mal y canto peor”. ¿Qué se le va a hacer?. La batalla contra la experiencia está perdida de antemano. Artistas como Cohen ponen en evidencia que existe un abismo entre dioses y monstruos. Y a un grande como él solo pueden acompañarle los mejores: los más preparados, los más diestros y los más elegantes. Mucha calidad y mucho conservatorio. Ah, y también muchas cuerdas: se vieron bajos de cinco y guitarras de doce.

Como era de esperar, la noche fue un repaso a toda una carrera llena de cumbres de categoría reina. La primera parte, impacto de tiempos modernos, tuvo un destacado sabor a soul. “The Future” (con pirueta de las hermanas Webb incluida), “Ain´t No Cure for Love” y “Everybody Knows” brillaron en plenitud. Pero la sensación más fuerte se vivió con “Who by Fire” y ese mágico intro de guitarra clásica del catalán Javier Mas. Tras un descanso demasiado largo, el segundo plato trajo por vianda un soplo de folk y los más ansiados clásicos. “Tower of Song” permitió al maestro juguetear con su órgano Cassio; “Suzanne” desgarró los corazones y “Sisters of Mercy” fue la puntilla para verter la lágrima en el filo; la rotunda “The Partisan” despertó las más airosas aclamaciones y “Hallellujah” sonó como lo que es, ese himno milenario, de todos los tiempos. “I´m Your Man” animó al respetable a un acompañamiento deseado de cánticos y palmas, y “Take This Walz” no empezó hasta no haber escuchado las tres palabras obvias: Federico García Lorca. Y así culminó la segunda mitad.

Y los bises fueron una extensa parte más, y “So Long, Marianne” y “First We Take Manhattan”, vívidas y animosas, con todo el recato y respeto perdidos en la macrosala, anunciaban un broche de oro para un concierto soberbio. Pero no: el baile de la vida no se ha acabado aún para Leonard, y había que danzar hasta el final. Así que añadamos “Famous Blue Raincoat”, “If I Bet Your Will” (interpretada por las exquisitas Webb Sisters y precedida de emocionante recitado), “Chelsea Hotel Nº 2”, “Closing Time” y alguna más (perdí la cuenta), y tendremos tres horas de concierto, lo comido por lo servido, lo pagado por lo comprado. El viejo, con su rotunda voz impoluta, se propuso devolvernos el precio de la entrada y lo hizo. Aunque ya poco o nada nos acordamos del dinero. Nos acordamos de que los designios del destino son indescifrables, y el destino de este hombre sabio y encantador como pocos probablemente era éste: volver, renacer, revivir, enseñar, agradecer y marcharse como un triunfador.

www.leonardcohen.com


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