JARVIS COCKER “Buen Pop, Mal Pop, Un inventario”
Siguiendo con la manía de cazar memorias de artistas presuntamente cualificados para contar algo interesante, era de cajón que había que leer a Jarvis Cocker, un personaje icónico del pop por sus propios méritos. Nunca fuimos unos locos de Pulp, pero hay que reconocer que “Common People” sigue siendo un himno de nuestras andanzas desde 1995, “This Is Hardcore” y “Party Hard” lucen como diamantes en los recopilatorios caseros de aquella época, y que ver a Jarvis en acción (dentro de la banda o como artista en solitario) siempre nos ha resultado divertidísimo. Ahí va el tipo raro, el gafotas, el patoso, el payasete, esa entrañable parodia de crooner. Bien, estos pensamientos no son insultantes ni malévolos; están construidos desde el máximo respeto, y precisamente ahora descubrimos que el hombre-personaje no piensa otra cosa distinta de sí mismo. Y también descubrimos cuan inteligente e ingenioso es, sacándose de la manga (de una de sus camisas raras) una autobiografía parcial con un armazón y un argumento totalmente insólitos.
La cosa va de rebuscar y purgar en un viejo desván. De ahí se van rescatando recuerdos, antiguallas y reliquias, y el autor nos las muestra explicándonos el por qué de cada una y relacionándolas con un episodio vital o histórico. Vamos, como un “Yo fui a EGB” (de Sheffield). Con este formato el libro se hace entretenido, irresistible, y asombra con su imaginativo diseño gráfico. Es como leer un diario adolescente, un fanzine, un cómic o la guía de la tele, todo junto y bien revuelto. En esos capítulos vamos descubriendo a un tipo que tuvo bien claro desde pequeñito que quería ser artista, soñando con fundar una banda (que, sin duda, se llamaría Pulp) y desmontar las reglas del universo pop (o del universo a secas). Como a tantísimos músicos, el punk le ofreció la ilusión de poder hacer algo relevante sin saber nada o casi nada, solo a base de actitud. Se juntó con los más raritos del lugar para dar rienda suelta a su obsesión. Las pasó canutas para encajar las piezas de su invento. Pero jamás se rindió; ni los desastres escénicos, ni los accidentes, ni la decadencia local ni el thatcherismo pudieron pararle los pies. Ejemplo de contumacia y perseverancia, y de “me importa un bledo lo que penséis de mí y de nosotros”.
A través de esos objetos tan peculiares (me quedo
con la grabadora Tensai, el jersey de tres estrellas, la entrada del John Peel
Roadshow, el recopilatorio de la Velvet y, por supuesto, con el Science Book nº
4 entero), Jarvis nos va narrando con un sentido del humor muy inglés una
infancia y adolescencia que marcaron sus decisiones postreras. Entretanto
mezcla el pasado con confesiones sobre las esquinas de su personalidad, taras
variadas, estupideces cometidas, y sobre todo, ídolos y héroes. De querer ser
como una mezcla entre Ian McCulloch,
Hugh Cornwell y Elvis Costello hasta encontrar un estilo propio del que estar
orgulloso. De hablar con Leonard Cohen,
recibir una lección y aplicarla en adelante. De oír en bucle a Barry White y adorarlo hasta la
eternidad. En fin, las andanzas de un cantante y compositor pop. Un tipo que
llegado a los sesenta se plantea guardar o tirar (y guarda más que tira, la
verdad). Porque, según él, la vida puede que se venda como azar, pero todo
tiene una conexión. ¿O no? Lo que el bueno de Jarvis ofrece como
entretenimiento se convierte en un manojo de teorías que noquean por su
acierto. Gran sabio. Buen Pop.