La música que sonó en 2018 (3ª y
última parte)
COURTNEY BARNETT “Tell Me How You Really Feel”
Después
del álbum despachado a medias con Kurt
Vile, Courtney vuelve con su segundo largo, con el apoyo de las hermanas Kim y Kelly Deal y manejando los mismos estándares que en anteriores
entregas: rock alternativo, country y música americana. Muy clásica en “Need a Little
Time” o “Walkin´on Eggshells”,
hipercorrecta en “City Looks Pretty”
o “Charity”, pícara en “Help Your Self” o comedida en “Hopefulessness” y “Sunday Roast”. Pero
quizá su mejor cara sea la más insolente, la más ruidosa, la más grunge; por
eso las poderosas “Nameless, Faceless”
y “I´m Not Your Mother, I´m Not Your
Bitch” lucen como lo más impactante de un trabajo sin peros que valgan.
A
estas alturas de la película, Dr. Dog
son capaces de dominar todos los palos. Y para muestra, un botón. Empiezan con
un reggae (“Listening In”), siguen
con un poco de música disco (“Go Out
Fighting”), continúan con pop melosito (“Buzzing in The Light”) para después caer en las redes del sonido
Motown (“Virginia Please”). Seguidamente
una balada psicodélica (“Critical
Equation”), y luego algo de rock and roll clásico (“True Love”) empalmando con una dosis de rock setentero (“Heart Killer”). Para postre todavía
queda una pieza onírica a lo Mercury Rev
(“Night”), un flash de blues-rock (“Under The Wheels”) y, por último, otra
cuota de ritmos jamaicanos (“Coming Out
of The Darkness”). Un disco la mar de entretenido.
Prolífico
hasta el tuétano, el de Filadelfia no descansa. Tras su ya mentada colaboración
con Courtney el año pasado, en este ha llegado una nueva entrega en solitario. Superando
el nivel de sus predecesores, “Bottle It
In” vuelve a las exhibiciones guitarrísticas, el fraseo perezoso y los
aires de rock sempiterno. Pero ¿por qué no ir siempre al grano? Cuando lo hace
es capaz de brindar canciones fascinantes (“Loading Zones”, “Yeah Bones”,
“One Trick Ponies”, “Come Again”, la exótica “Cold Was The Wind”). Su empeño
recurrente en estirar algunos temas como chicles (“Bassackawards”, “Check Baby”,
“Bottle It In”) hace que un buen
tema se transforme en cantinela agotadora. La sorpresa de este disco la aporta
la maravillosa versión “Rolling With The
Flow”, que alumbra al Kurt Vile
más melódico que jamás hayamos conocido.
Tras
su intentona como Tweedy a secas y
las versiones acústicas de Wilco
en “Together
At Last” (2017), podría decirse que este es el primer trabajo oficial de Jeff Tweedy en solitario. Fabricado
desde la libertad que te da ser dueño de tu propio estudio y sello
discográfico, también es un producto familiar, con la compañía de sus hijos
Spencer y Sammy, y de buenos amigos y compañeros como Glenn Kotche. Un disco de country-folk minimalista, donde únicamente
“From Far Away” y “The Red Brick” se ven envueltas en densos
ambientes más allá de los elementos instrumentales básicos. Especialmente
gustosas resultan “Don´t Forget”, “Let´s Go Rain”, “I Know What It´s Like”, y sobre todo, “Some Birds”, una canción especial digna de los mejores Wilco.
Cinco
años ha tardado Laura Veirs en
entregar nuevo material, y tras la primera escucha solo cabe una palabra:
aleluya. Su décimo álbum es una exquisitez de folk con preciosos arreglos
perpetrados al alimón con Tucker Martine,
productor y consorte. Alguien dijo que ella es el alter ego femenino de Damien Jurado; pues bien, por textura y
riqueza conceptual, este disco es una gran oportunidad comparativa entre ambos.
Sensibilidad e inspiración se dan la mano para alumbrar canciones tan, tan cautivadoras
como “Seven Falls”, “Mountains of The Moon”, “Heavy Petals”, “The Meadow”, “The Canyon”
o “When It Grows”. Eso por citar
algunas, pues todos y cada uno de los cortes merecen un firme aplauso. Normal
que Sufjan Stevens y Jim James no quieran perdérselo,
apuntándose a la celebración de “Watch
Fire”.
Si
hay un clásico contemporáneo entre los clásicos, ese es Matt Ward. A clásico suena todo lo que toca, y este nuevo disco de
irónico título no podía ser menos. Y qué disco, señoras y señores. Maestro del
sonido arcaico, aquí de nuevo vuelven a retumbar los ecos legendarios del mejor
blues, folk y rock de la Historia, incluidos pequeños guiños a The Rolling Stones (“Miracle Man”), Neil Young (“El Rancho”,
“War & Peace”), Electric Prunes (“Sit Around The House”) o The
Shadows (“Return To Neptune´s Net”).
Pero no es apología todo lo que reluce, pues el de Portland también es capaz de
dar algún que otro pasito hacia la modernidad, como ocurre con la sofisticada “Shark”. Qué callado se lo tenía; nadie
esperaba este disco (surgió de la noche a la mañana sin previa anunciación) y
nadie debería sentirse insatisfecho.
Magnífico
el álbum que se han sacado de la manga estos tipos en 2018, una muestra impepinable
de madurez y solera. Ya no hay que esperar solo episodios de punk fustigador,
sino todo un crisol de sonidos con sorprendentes (y muy logrados) acercamientos
al rap, al funk o al pop. Siguen siendo enormes en su lado alborotador
(categóricas suenan “Total Football”,
“Almost Had to Start a Fight/In and Out
of Patience”, “Normalization” o
“NYC Observation”), pero ahora también
son capaces de ralentizar el ritmo para entregar cosas tan brillantes como “Mardi Gras Beads”, “Freebird 2”, “Back to Earth” o “Death Will
Bring Change”. Y al loro con el tema titular, esa vírica “Wide Awake!”, un jubileo funky al que Sly Stone daría sin duda su visto
bueno. Disco de cinco estrellas.
THE DODOS “Certainty Waves”
Se
puede decir que a estas alturas The
Dodos saben llevar como nadie al extremo la concepción de eso que algunos
llaman math rock. Es cierto que a
veces su música suena a pura matemática. Sus temerarios ritmos y cambios de
velocidad hacen de sus canciones un juego de malabares. Malabarística al cien
por cien es “SW5”, por poner un
ejemplo ilustrativo. Han ganado coraje y potencia (cada vez más electricidad) y
ello se hace patente en cortes como la titánica “Forum”. Son mejores y más simpáticos cuando siguen, o al menos
intentan seguir un hilo melódico (“Coughing”,
“Center of”), pero insondables
cuando se enredan en excéntricas cacofonías (“If”, “Ono Fashion”).
“Becoming a Jackal” (2010), no nos
cansaremos de decirlo, fue una maravilla de disco. A partir de entonces los
trabajos de Connor O´Brien se han
caracterizado por la intermitencia, canciones de tránsito entre las que siempre
era posible encontrar dos o tres joyas superlativas. Lo mismo ocurre en esta
entrega, en la que queda claro que el dublinés tiende a decantarse más por el
nuevo soul que por el folk de sus inicios. Las joyas en este caso son “Again”, una apertura apoteósica con
comedidos arreglos electrónicos; “Long
Time Waiting”, brillante gracias a su aire acid jazz, su esqueleto
pianístico y su acompañamiento de metales; y “Ada”, seis largos e
intensos minutos de atmósfera cinematográfica y espacial.