Confirmado: el Mad Cool se ha convertido en otro ser
ingobernable. Lo que empezó siendo una cita bienvenida y necesaria en la
capital ha pasado a ser otro ejemplo de festival monstruoso y especulativo. Es
lo que hay: donde hay demanda se crea oferta. Ir de festival está de moda, y de
ello se aprovecha el mercado. La música ya no es solo experiencia, es negocio.
Un producto como otro cualquiera, como un coche, una casa o unos zapatos.
Cuesta asumir en qué se han convertido este tipo de eventos, sobre todo si eres
purista, romántico o simplemente pragmático. Pero es lo que hay: lo tomas o lo
dejas. Y normalmente acabas tomándolo, porque el organismo necesita la fuerza
inspiradora de la música en vivo para subsistir. De las circunstancias y
peripecias organizativas ya dieron buena cuenta los medios a lo largo del fin
de semana. Un consejo: no hay que creerse todo lo que se dice. Y una reflexión:
entre el delirio y el realismo hay una distancia insondable que no se puede
ignorar. Calibrando medios y consecuencias, al final este Mad Cool se ha
saldado con milagrosa suerte. Podía haber sido mucho peor.
Los retrasos en la apertura de puertas del jueves supusieron que muy poca gente recibiera en su estreno a SLAVES, esa “two-pieces band” descarada e irreverente del condado de Kent. Un concepto diferente del rock, minimalista hasta el extremo, acompañado de las poses más insolentes y manidas del punk. “Cheer Up London” y “Cut and Run” se dejan tararear; el resto es pura anarquía sonora. Eso sí, su despedida fue del todo original, superando foso, vallas y seguridad hasta acabar correteando por la hierba entre la audiencia.
EELS hicieron lo que debían. Es decir, rindieron
sus homenajes habituales (este vez Rocky Balboa, The Who y Prince), presentaron
las mejores canciones de su último trabajo (“Bone Dry”, “You Are The
Shining Light” y “Today Is The Day”)
y expusieron los más firmes argumentos de su variopinta discografía. Mucha
fuerza para “Flyswatter”, “Dog Faced Boy”, “Prizefighter”, “Souljacker
Part. I”, “Fresh Blood” o la versión
enmascarada y rutilante de “Novocaine for
The Soul”. Y como no puede haber concierto de Eels sin momento “club de la
comedia”, en esta ocasión el blanco fue el nuevo baterista Little Joe, acreedor
de chanzas, versos y ovaciones. El único pero a tan grande demostración de
versatilidad fue el declive de ritmo en la recta final. Un concierto tan
potente había que rubricarlo con sangre y no con lágrimas.
A continuación era turno para esa inmensa banda llamada FLEET FOXES. Sí, inmensa a todas luces, pero desubicada. Pues es evidente que no están hechos para macroescenarios de festival, aunque todos los festivales se los rifen. La música de los de Seattle está hecha para espacios más íntimos, lugares sagrados donde la acústica se toca con los dedos, rincones pacíficos donde la gente tiene el pico cerrado. Ellos trabajan duro para lograr que su sonido se replique más allá de las barreras, pero aun así tardan en llegar. Y cuando llegan muchos ojos y oídos ya se han ido. Demasiada belleza desahuciada por el camino. Aun así, Robyn Pecknold comanda un grupo mágico, una orquesta que carbura a la perfección, llevando temas como “Grown Ocean”, “Drops In The River”, “White Winter Hymnal”, “Ragged Wood”, “Your Protector”, “He Doesn´t Know Why” o “Blue Ridge Mountains” hacia la exuberancia total. Sí, hubo muchas referencias a los anteriores trabajos, y muchas canciones de “Crack Up” echadas en falta (en especial “Kept Woman”, “If You Need To, Keep Time on Me” o “Mearcstapa”). Pero está claro dónde está su nivel, toquen lo que toquen: está más o menos en torno al 10.
Por su parte, YO LA TENGO siguen a lo suyo, a lo de siempre, y siempre son un placer. Desde la última cita con ellos no ha cambiado nada, o más bien solo algunas arrugas de más en el rostro de Ira y Georgia. Estamos hablando de sexagenarios que mantienen el espíritu de la primera juventud; increíble pero cierto. Estamos hablando de unos eruditos del rock, de gente que ha ido y ha vuelto cientos de veces por los caminos que algunos otros se empeñan en querer asfaltar con mociones innecesarias. Brillaron algunas de las clásicas, como “From a Motel 6”, “Stockholm Syndrome”, “Autumn Sweater” y “Tom Courtenay”. Lucieron algunas de las nuevas, como “For You Too” y “Ashes”. Terminaron con los colosales testimonios de fuerza de “Ohm” y “Pass The Hatchet, I Think I´m Goodkind”. Y entre medias, la dulzura y timidez de Georgia, los juegos a tres voces, el ritmo atroz de un James que está hecho un chaval y las enajenaciones eléctricas de Ira compartidas con el público a pie de escenario. Pues eso, lo de siempre. Y siempre grandes.
Y llegaba el plato fuerte del jueves, el gran momento PEARL JAM. Asignatura pendiente para algunos, queríamos escuchar muchos temas. Queríamos escuchar por ejemplo “Daughter”, esa canción que nos convirtió en lo que somos hoy, pero “Daughter” no estuvo y nadie se explica por qué. Aunque estuvieron otras, claro. Comenzaban sentimentales enlazando “Release”, “Elderly Woman Behind The Counter In a Small Town” y “Given to Fly” para desatar un ciclón al frenético grito de guerra de “Lukin”. Después llegarían “Corduroy”, “Why Go”, “Animal” e “Even Flow” todas de corrido. Ahí ya estaba claro por qué se les considera una de las mejores bandas de todos los tiempos. Punto 1: su música es atemporal y perdurable, manteniendo la frescura con el paso de los años. Punto 2: son un equipo, se mantienen en forma (McCready y Ament en especial), se comportan como profesionales. Punto 3: creen en lo que hacen y siempre lo han hecho, incluso en los más duros tiempos de críticas destructivas. Punto 4: se han dado cuenta, como todos, de que la posible solución es pactar una alianza pacífica con el enemigo (Live Nation, Ticketmaster, etc). Su solvencia y efectismo pasa por un repertorio de bajadas y subidas constantes, de energía perfectamente dosificada, de empellones furiosos (“Mind Your Manners”, “Jeremy”, “Do The Evolution”, “Porch”) y treguas líricas (“Better Man”, “Black”). En definitiva, el ejemplo exacto de auténtica banda de rock. Y ejemplares son a pesar del constante alegato de un Eddie Vedder empeñado en un chamanismo innecesario. Con canciones como las suyas cualquier otra prédica sobra.
El segundo día de festival comenzaba con un acto de
fe: el de exponerse al sol más justiciero para agasajar a KEVIN MORBY. Y la fe se vio recompensada con un concierto primoroso.
Rodeado de adláteres confiables (entre ellos Nick Kinsey, ex Elvis Perkins in
Dearland), el tejano justificó por qué su nombre apunta en dirección a Bob Dylan.
Porque la sombra de Dylan fluctuó en varias ocasiones durante un recital que
jugó con la variedad, con el medio tiempo y el acelerón. Brillante en las
cadencias crecientes (soberbias “City
Music” y “Harlem River”),
efectivo en sus contornos pop-rock (“Cry
Baby”, “I Have Been to The Mountain”,
“Dorothy”), emocionante en su lado
melancólico (“Destroyer”), y siempre
concentrado y regio. Especialmente emotiva resultó “Dry Your Eyes”, dedicada al recientemente fallecido Richard Swift.
Tenía que ser el propio Kevin quien nos diera la noticia. Un valor en alza. Un
músico excepcional.
La siguiente parada del día fue en la carpa Mondo Sonoro. Delicatessen nacional. NÚRIA GRAHAM convence con sus discos, con su soltura y madurez compositiva y esos aires de jungle pop y psicodelia. También convence en directo, pura dulzura y candor, presentando maravillas como “Bird Hits Its Head Against The Wall”, “Cloud Fifteen”, “Peaceful Party People from Heaven” o “Smile on The Grass”. Da igual que sea con guitarra de doce cuerdas o guitarra convencional; esos acordes se acoplan a su preciosa voz como guante en mano. Atención a ella, no ha hecho más que nacer.
Y JACK WHITE no nació ayer. Todavía joven en su ID pero veterano, muy muy veterano en su desarrollo artístico. Por ello no es de extrañar que sea capaz de jugar la partida de ajedrez perfecta en el escenario, de montar un pastiche tan efervescente y delirante tirando de todos los géneros que domina y no son pocos. Todo tiene cabida en su vertiginoso universo, llevado al límite en un directo salvaje y absorbente hasta decir basta. Jack es mucho Jack. Gran mérito tienen también sus músicos acompañantes (siempre seleccionados con lupa) y su impecable montaje visual. Pero el amo de las tablas es él: guitarrista de élite, fiera escénica, auténtica fuerza de la naturaleza. En su calculado repertorio hubo de todo. The White Stripes estuvieron presentes con una selección tan diversa como impactante: “Black Math”, “Cannon”, “Hotel Yorba”, "Why Can´t You Be Nicer to Me?", “We´re Going to Be Friends”, “I´m Slowly Turning Into You”, “The Hardest Button to Button” y “Ball and Biscuit”. The Racounteus también lo hicieron con “Steady As She Goes”, incluso The Dead Weather aparecieron con una aplastante “I Cut Like a Buffalo”. Pero es en su creación nominativa donde emerge la verdadera diversidad; el macro rock (“Over and Over and Over”), el punk (“Sixteen Saltines”), el funky (“Corporation”), el soul (“Why Walk a Dog?”), el blues (“High Ball Stepper”), el gospel (“Connected by Love”), el hip hop (“Lazaretto”), el macro pop (“Love Interruption”, “Would You Fight for My Love?”). ¿Alguien da más? Yo diría que, hoy por hoy, no. El jaque mate: “Seven Nation Army”, todo un himno popular que expande sus fronteras más allá de su ámbito (hasta mi madre se la sabe). De lo mejorcito del festival.
Y si por la música de Pearl Jam no pasan los años, no
puede decirse lo mismo de ALICE IN
CHAINS. Ungidos en la misma revolución aunque con visiones diferentes,
ambos contribuyeron a la regeneración del rock en los 90. Y sin embargo, los
unos han sabido evolucionar mientras los otros se han quedado sentados en la
misma silla. Y eso se nota. No hay brecha notable entre las añejas (“Them Bones”, “Dam That River”, “We Die
Young”, “Man in The Box”) y las
recientes (“Check My Brain”, “Hollow”, “Stone”), y ambas tienen igual aceptación entre sus (fieles)
seguidores. William DuVall ha recogido con enorme dignidad el testigo del
finado Layne Staley. Pero a pesar del buen talante, todo resulta estático, lineal
y temporalmente ajeno. Mucho mejor en las bajas revoluciones de “Nutshell” o “No Excuses”.
SÁBADO
HURRAY FOR THE RIFF RAFF pasaban por España por primera vez, pese a llevar ya una década funcionando. Una interesantísima propuesta llena de mensajes reivindicativos, con la comandancia arrolladora de una Alynda Segarra que es como la versión femenina de Nick Cave. “The Navigator” y “Rican Beach” aportan el lado más exótico y fronterizo, mientras que “Hungry Ghost” o “Living in The City” refuerzan su faceta power pop. Los pasajes más emocionantes fueron los de mayor contenido político: “Kids Who´ll Die” (basada en el poema de Langston Hughes) y la coreadísima “Pa´lante” (homenaje a la comunidad latina). Otros americanos que se avergüenzan de su impresentable presidente.
Sobre QUEENS OF THE STONE AGE solo se puede decir una cosa: que son una potentísima banda de rock. No hay nada novedoso en su oferta: rock de músculo y potencia, una fuerza sobredimensionada que engancha. En su eficacia tiene mucho que ver el carisma de Josh Homme, que se empeñaba en espolear a la gente para invadir ese estúpido invento infrautilizado de la zona front stage. Rugieron como leones “My God is The Sun”, “The Way You Used to Do”, “You Think I Ain´t Worth a Dollar, But I Feel Like a Millionaire”, “Burn The Witch”, “Go With The Flow” o “No One Knows”, esta última con exhibición megalítica de Jon Theodore a las baquetas. Teniendo un baterista así, ¿quién necesita a Dave Grohl? Por su parte, “Make It Wit Chu” puso la nota de sofisticación, único respiro a un concierto extenuante en su conjunto. El final con “Song for The Dead” podría pasar a los anales del metal sin mayor problema. Garra y actitud: Homme acabó arrancando los postes de luces y tumbando teclados como un auténtico destroyer.
Lo de DEPECHE MODE es algo insólito. Casi cuarenta años en escena y todavía mantienen las baterías cargadas. Asombran su dedicación y su eficiencia, asombra la pose heroica de un Dave Gahan que hace no mucho estaba más cerca de allá que de acá. Otros que visten su reputación por derecho propio. Frío al principio, su concierto fue un globo que se fue inflando a medida que llegaban los grandes hits. Dosificados al principio (“It´s No Good”, “World In My Eyes”), imparables desde el final de la insufrible “Somebody” (con perdón para Martin Gore). A partir de ahí y por orden: “In Your Room”, “Everything Counts”, “Stripped”, “Personal Jesus” y “Never Let Me Down Again”. Para los bises, una trilogía apoteósica: “Walking In My Shoes”, “Enjoy The Silence” y “Just Can´t Get Enough”. Ni un minuto de respiro. Una montaña rusa de emoción y comunión popular, una miscelánea para el recuerdo y para la constatación de que sus himnos merecen la etiqueta de eternos.
Nada mejor para culminar un festival que FUTURE ISLANDS. Vale, su música no es novedad, sus canciones están todas cortadas con el mismo patrón, pero hay que reconocer que Samuel Thomson Herring da un juego extraordinario. Es el símbolo y el corazón de la banda, con sus gruñidos, sus postureos, sus bailes y sentadillas imposibles. ¿Concierto electro-pop o pasatiempo circense? La cosa es tan, tan desternillante que al final te encuentras coreando “Cave” (“I don´t believe anymore”), “Seasons (Waiting on You)” (“As it breaks, the summer awaits”) o “Spirit” (“don´t cast away, don´t cast away”) sin saber a santo de qué. Parecen de otro mundo: un mundo sui géneris y totalmente anti-rock.
Cosas cazadas al vuelo:
- La solidez de piedra del directo de The White Buffalo.
- La bacanal de ruido de At The Drive-In y su demoniaco Cedric Bixler-Zavala.
- Las londinenses The Big Moon y sus hits “Sucker” y “Cupid”.
- Snow Patrol, insulsos hasta la desesperación.
- La despedida de Perfume Genius al son de la impecable “Queen”.
- El cabreo creciente en la atestada carpa The Loop ante la espantada de Massive Attack (sin más comentarios).
- El hard rock sin pies ni cabeza de Pile.
- La calidez pop-folk de un encantador Jack Johnson.
www.madcoolfestival.es
La siguiente parada del día fue en la carpa Mondo Sonoro. Delicatessen nacional. NÚRIA GRAHAM convence con sus discos, con su soltura y madurez compositiva y esos aires de jungle pop y psicodelia. También convence en directo, pura dulzura y candor, presentando maravillas como “Bird Hits Its Head Against The Wall”, “Cloud Fifteen”, “Peaceful Party People from Heaven” o “Smile on The Grass”. Da igual que sea con guitarra de doce cuerdas o guitarra convencional; esos acordes se acoplan a su preciosa voz como guante en mano. Atención a ella, no ha hecho más que nacer.
Y JACK WHITE no nació ayer. Todavía joven en su ID pero veterano, muy muy veterano en su desarrollo artístico. Por ello no es de extrañar que sea capaz de jugar la partida de ajedrez perfecta en el escenario, de montar un pastiche tan efervescente y delirante tirando de todos los géneros que domina y no son pocos. Todo tiene cabida en su vertiginoso universo, llevado al límite en un directo salvaje y absorbente hasta decir basta. Jack es mucho Jack. Gran mérito tienen también sus músicos acompañantes (siempre seleccionados con lupa) y su impecable montaje visual. Pero el amo de las tablas es él: guitarrista de élite, fiera escénica, auténtica fuerza de la naturaleza. En su calculado repertorio hubo de todo. The White Stripes estuvieron presentes con una selección tan diversa como impactante: “Black Math”, “Cannon”, “Hotel Yorba”, "Why Can´t You Be Nicer to Me?", “We´re Going to Be Friends”, “I´m Slowly Turning Into You”, “The Hardest Button to Button” y “Ball and Biscuit”. The Racounteus también lo hicieron con “Steady As She Goes”, incluso The Dead Weather aparecieron con una aplastante “I Cut Like a Buffalo”. Pero es en su creación nominativa donde emerge la verdadera diversidad; el macro rock (“Over and Over and Over”), el punk (“Sixteen Saltines”), el funky (“Corporation”), el soul (“Why Walk a Dog?”), el blues (“High Ball Stepper”), el gospel (“Connected by Love”), el hip hop (“Lazaretto”), el macro pop (“Love Interruption”, “Would You Fight for My Love?”). ¿Alguien da más? Yo diría que, hoy por hoy, no. El jaque mate: “Seven Nation Army”, todo un himno popular que expande sus fronteras más allá de su ámbito (hasta mi madre se la sabe). De lo mejorcito del festival.
HURRAY FOR THE RIFF RAFF pasaban por España por primera vez, pese a llevar ya una década funcionando. Una interesantísima propuesta llena de mensajes reivindicativos, con la comandancia arrolladora de una Alynda Segarra que es como la versión femenina de Nick Cave. “The Navigator” y “Rican Beach” aportan el lado más exótico y fronterizo, mientras que “Hungry Ghost” o “Living in The City” refuerzan su faceta power pop. Los pasajes más emocionantes fueron los de mayor contenido político: “Kids Who´ll Die” (basada en el poema de Langston Hughes) y la coreadísima “Pa´lante” (homenaje a la comunidad latina). Otros americanos que se avergüenzan de su impresentable presidente.
Sobre QUEENS OF THE STONE AGE solo se puede decir una cosa: que son una potentísima banda de rock. No hay nada novedoso en su oferta: rock de músculo y potencia, una fuerza sobredimensionada que engancha. En su eficacia tiene mucho que ver el carisma de Josh Homme, que se empeñaba en espolear a la gente para invadir ese estúpido invento infrautilizado de la zona front stage. Rugieron como leones “My God is The Sun”, “The Way You Used to Do”, “You Think I Ain´t Worth a Dollar, But I Feel Like a Millionaire”, “Burn The Witch”, “Go With The Flow” o “No One Knows”, esta última con exhibición megalítica de Jon Theodore a las baquetas. Teniendo un baterista así, ¿quién necesita a Dave Grohl? Por su parte, “Make It Wit Chu” puso la nota de sofisticación, único respiro a un concierto extenuante en su conjunto. El final con “Song for The Dead” podría pasar a los anales del metal sin mayor problema. Garra y actitud: Homme acabó arrancando los postes de luces y tumbando teclados como un auténtico destroyer.
Lo de DEPECHE MODE es algo insólito. Casi cuarenta años en escena y todavía mantienen las baterías cargadas. Asombran su dedicación y su eficiencia, asombra la pose heroica de un Dave Gahan que hace no mucho estaba más cerca de allá que de acá. Otros que visten su reputación por derecho propio. Frío al principio, su concierto fue un globo que se fue inflando a medida que llegaban los grandes hits. Dosificados al principio (“It´s No Good”, “World In My Eyes”), imparables desde el final de la insufrible “Somebody” (con perdón para Martin Gore). A partir de ahí y por orden: “In Your Room”, “Everything Counts”, “Stripped”, “Personal Jesus” y “Never Let Me Down Again”. Para los bises, una trilogía apoteósica: “Walking In My Shoes”, “Enjoy The Silence” y “Just Can´t Get Enough”. Ni un minuto de respiro. Una montaña rusa de emoción y comunión popular, una miscelánea para el recuerdo y para la constatación de que sus himnos merecen la etiqueta de eternos.
Nada mejor para culminar un festival que FUTURE ISLANDS. Vale, su música no es novedad, sus canciones están todas cortadas con el mismo patrón, pero hay que reconocer que Samuel Thomson Herring da un juego extraordinario. Es el símbolo y el corazón de la banda, con sus gruñidos, sus postureos, sus bailes y sentadillas imposibles. ¿Concierto electro-pop o pasatiempo circense? La cosa es tan, tan desternillante que al final te encuentras coreando “Cave” (“I don´t believe anymore”), “Seasons (Waiting on You)” (“As it breaks, the summer awaits”) o “Spirit” (“don´t cast away, don´t cast away”) sin saber a santo de qué. Parecen de otro mundo: un mundo sui géneris y totalmente anti-rock.
Cosas cazadas al vuelo:
- La solidez de piedra del directo de The White Buffalo.
- La bacanal de ruido de At The Drive-In y su demoniaco Cedric Bixler-Zavala.
- Las londinenses The Big Moon y sus hits “Sucker” y “Cupid”.
- Snow Patrol, insulsos hasta la desesperación.
- La despedida de Perfume Genius al son de la impecable “Queen”.
- El cabreo creciente en la atestada carpa The Loop ante la espantada de Massive Attack (sin más comentarios).
- El hard rock sin pies ni cabeza de Pile.
- La calidez pop-folk de un encantador Jack Johnson.