15 junio 2018

CONCIERTOS: NOS PRIMAVERA SOUND

Oporto. Parque da Cidade. 7, 8 y 9 de junio. 

Reencuentro con la marca Primavera Sound después de siete años. Esta vez en Oporto, no en Barcelona. Una sucursal rentable para la empresa, desde luego: cartel mínimo para aforo máximo. Los festivales en Portugal son diferentes. Están llenos de portugueses, evidentemente. También hay muchos españoles, muchísimos. El inglés se oye poco, únicamente como conducto comunicativo estandarizado. El ambiente en general es pacífico, sosegado y contemplativo. El NOS Primavera Sound es un festival civilizado donde se permite llevar paraguas. El Parque da Cidade es un bonito lugar para oír música, pero un mal sueño si tienes movilidad reducida o si está lloviendo. Y Oporto es una ciudad que combate la decadencia, en notoria evolución, acogedora y fraternal, la ciudad de lo vintage.

Y Nick Cave es Nick Cave; es decir, el más grande y quizá único cabeza de cartel de una oferta esmirriada y paticorta, la razón por la que muchos se acercaron (nos acercamos) a Matosinhos, sus compañeros de generación orgullosos y curtidos y las nuevas generaciones que corean “Tupelo” o “Red Right Hand” con disciplina militar. Puede que el australiano y las semillas marcaran la más alta cota de excelencia del festival, al mismo tiempo que se alcanzaba la cota máxima de agua caída por metro cuadrado. Porque sí, la lluvia fue el otro cabeza de cartel, la amenazante y a la postre incomodante compañera de unas fatigas mucho más duras que de costumbre. Salvando el viernes, la lluvia condicionó las primeras horas del jueves y casi todas las del sábado, privándonos de Waxahatchee, de Public Service Broadcasting, de War on Drugs, de cosas que a fuerza de ser difíciles devinieron en imposibles.
 
Así que el jueves nos conformamos con Ezra Furman, tras haber atisbado la insustancia de The Twilight Sad y la astracanada de Starcrawler, de haber esperado a Father John Misty hasta el hartazgo y de haber aplaudido el final de Rhye. Y el encantador Ezra  salva un día que se antojaba para olvidar con un sublime y variopinto recital con casi de todo: zarpazos punk (“I Wanna Destroy Myself”), filigranas pop (“Haunted Head”, “My Zero”, “I Lost My Innocence”), épica rock (“Drawning Down to L.A.”, “No Place”). Una inmensa bola de música viva que gira y gira saludando a Bowie y a Springsteen, una inmensa banda capaz de replicar en vivo el más difícil todavía y un inmenso tipo con salvas y amores para los incomprendidos, las mujeres, los refugiados y para todo el universo. 

El viernes comenzaba echando un ojo a Black Bombaim y su incombustible progresión maratoniana de elementos básicos: guitarra, bajo y batería. Demostración de contundencia a base de inmensos desarrollos como los de la colosal “Africa II”. Para amantes de las guitarras afiladas y las canciones sin fin. Después llegaba la esperada hora de Amen Dunes. Damon McMahon ha firmado con “Freedom” (2018) uno de los mejores discos de lo que va de año, y de él se nutrió casi todo el set (solo una mención al pasado con “Splits Are Parted”). Canciones como “Blue Rose”, “Time”, “L.A.” (dedicada a Sinatra) o “Miki Dora” (dedicada al mítico surfero californiano) ponen en valor la elegancia de un proyecto de un tipo la mar de elegante, que en directo cobra accesibilidad y desprende una luz que hipnotiza.
 
A continuación, la puesta de largo de una mujer de voz impresionante: Mattiel. ¿Y quién es esta chica que canta de esta forma? Pues se sabe que se apellida Brown, que es de Atlanta y que es pluriempleada (también se dedica al diseño y la ilustración). Pero es más lo que se intuye que lo que se sabe, de dónde sale esa irresistible y adorable antigualla sónica. Se hace acompañar por una banda espectacular y magnética, y entre todos reproducen a la perfección los cánones más tremendos del soul, el R&R, el R&B y el country, trazando un show harto de potencia, trepidancia y osadía. Ella no es que tenga mucho brío, pero su garganta la lleva en parihuelas.

Antes de que la gran voz se apague acudimos a la llamada de Breeders. Y aunque las hermanas Deal no estén en su mejor estado de forma, a sonrisas no hay quien las gane. Comienzan con “New Year” (la cosa promete), alternan las novedades (“Wait in the Car” y “Spacewoman” son realmente buenas) con sus esperadas y clásicas “No Aloha”, “Divine Hammer”, “S.O.S”, “Driving on 9” o “Cannonball”. Y entre presente y pasado, guitarras distorsionadas, bajos desdoblados y bromas inocentes la tarde va pasando en un risueño estado contagiado de su propia felicidad. Da igual que suenen bien o mal; son simpáticas hasta decir basta. Posiblemente rubricaran con “Gigantic”, como viene siendo habitual. No puedo asegurarlo porque no llegué hasta el final. Logística festivalera.
 
A Grizzly Bear ya los había visto dos veces anteriormente, y las dos sentí lo mismo: asombro y respeto. La tercera vez era esta y exactamente las mismas sensaciones. Los mismos pensamientos y el mismo impacto. Cuando los veo me acuerdo de la panda de raritos del instituto. Cuando los oigo pienso que esa panda finalmente hizo una peineta bien grande a todos los demás. Su sonido es tan especial que no debe de ser nada fácil ecualizarlo, y quizá por eso “Losing All Sense” y “Cut-Out” sonaron tan terribles, con los bajos tan altos y los altos tan bajos. Mal asunto pero bien resuelto. En la mesa había un técnico que supo pillar el punto y a mitad de “Fine for Now” ya todo tenía otro color. Y es que no hace falta demasiado para alcanzar la categoría de mayúsculo espectáculo; tan solo canciones impecables (“Ready, Able”, “Mourning Sound”, “Sleeping Ute” o “Two Weeks” sin duda lo son), buenas voces (las de Ed Droste y Daniel Rossen son dos voces majestuosas) y un gran dominio del humo y la luz. El final con la conmovedora “Sun in Your Eyes” fue de esos episodios míticos que dejan una huella imborrable.

Pasamos al sábado, el gran día de Zeus. Lluvia moderada para recibir a Rolling Blackouts Coastal Fever, uno de los hallazgos más deslumbrantes del festival. He aquí a un ejemplo de banda colaborativa, con no un solo frontman sino tres, donde todos tienen la palabra e importan tanto como el de al lado. A su antología de temas encomiables con regusto ochentero se unen energías y conexiones indelebles en el escenario. Talking Straight”, “Wither with You”, “Sick Bug”, “Mainland”, “Wide Eyes”, “Fountain of Good Fortune” y “French Press” son abrumadoramente brillantes, y ellos son tan efectivos que las hacen todavía mejores. La lluvia continúa para asistir a Flat Worms. Los angelinos no han inventado nada (otro trío de guitarra, bajo y batería), pero canciones como “Motorcycle”, “Pearl” o “11816” demuestran la universalidad y eternidad de aquella cosa llamada punk que nació hace cuatro décadas y que sobrevive con una estimulante dignidad. 

Un breve descanso bajo techo y vayamos a adorar al tío Nick, porque está claro que las plegarias a otros dioses son en vano y sigue lloviendo. Nick Cave & The Bad Seeds tienen el título de “mejor banda en directo de todos los tiempos”, al menos para Curtains. Eso es algo que ya nadie les va a quitar. Pero el planteamiento ha cambiado desde hace algunos años; ahora es Nick Cave, vis a vis, cuerpo y alma, carne y hueso. Y los Bad Seeds son algo que está allá, a lo lejos, sombras y nubes que pululan por un lujoso escenario. Demasiada personalidad para integrarla en un gran conjunto. Así que en estos tiempos el australiano se dedica a buscar el calor de la gente, a imponer las manos, a dejarse agasajar por una multitud que lo venera como a una deidad. Y algo de mitología hay en él, algo de sobrehumano y mesiánico, o si no ¿cómo puede causar tanto impacto que te vomité “From Her to Eternity” a metro y medio? Dan ganas de decir amén. Sobre el incontestable manto que le tejen sus imponderables esbirros (los Ellis, Casey, Sclavunos, Wydler, Vjestica y Mullins), el cazador apunta, dispara y atrapa su presa. Da igual que sean los aquelarres habituales  (“From Her to Eternity”, “Tupelo”, “Red Right Hand”, “The Weeping Song” o “Stagger Lee”), las novedades petrificantes (“Jesus Alone”, “Magneto”, “Girl in Amber”) o los rescates de las mazmorras (“Do You Love Me?” y “Loverman”). Da igual que prime la calma (“Into My Arms”) o el delirio (“Jubilee Street”). La potencia de su mensaje, de su mecánica y de su arte es tan poderosa que bien vale dos horas bajo el aguacero padre. Él también acabó empapado hasta los huesos: una comunión completa y total. Música de otra dimensión.

Y nada mejor para acabar el festival que otro encuentro con esos a los que tan bien conocemos, esos que sabes que no van a fallar. En efecto, Mogwai no fallaron, a pesar de las goteras, de los aprietos técnicos, de esa guitarra muda que saca al paciente Stuart de quicio. Ya nos los sabemos de memoria pero siempre hay alguna sorpresa en la recámara; como que “Mogwai Fear Satan” sea prólogo en lugar de epílogo, o como la recuperación de “Auto Rock”. No faltó “Rano Pano” ni tampoco Jim Morrison, como tampoco podía faltar ese hit adorable que es “Party in The Dark”. No faltó el lado más core (“Old Poisons”) ni el lado más trance (“Remurdered”). Un concierto inventario de sus mil caras, versiones y propósitos. Monumentales por derecho propio.
 
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