La neozelandesa Aldous
Harding ha sido uno de los grandes descubrimientos del 2017, a través de un
segundo trabajo que es todo intimidad y delicadeza. Un álbum de mínimos
recursos, canciones que se construyen a través del exhorto vocal, parcas en
instrumentación y arreglos, pero holgadas de belleza y emotividad. Asombra lo
que esta mujer puede llegar a hacer con su voz, convirtiéndola en cristal,
fuego o terciopelo a merced de humildes melodías, ya sean al piano o a la
guitarra acústica, todo líquido y frugal. Destacan sobre todo “Imagining My Man” y “Party”, canciones soberanas, callejones
solitarios de blanca melancolía. Una joyita preciosa y especial.
Tras siete años desde su último álbum, el combo canadiense
regresa en su camino lento pero eficaz. No olvidemos que estamos ante una banda
puente, proyecto paralelo o como se le quiera llamar a la típica reunión de
amigos que pone sus inquietudes y aprendizajes en común por puro
enriquecimiento y diversión. Nuevamente capitaneados por Kevin Drew y Brendan Canning,
mantienen su identidad de orquesta efluente en una nueva colección de canciones
que comienza en fanfarria y termina en sopor. La exhuberancia de temas como “Halfway Home”, “Skyline” y “Vanity Pail Kids”
contrasta con la monotonía del cuarteto que culmina el disco. Con lo que el
globo se desinfla poco a poco y llegar hasta el final se hace bastante cuesta
arriba.
Irresistible se antojaba una colaboración entre estos dos músicos
de potentísima personalidad. Y su álbum
a medias cumple las expectativas, con la participación bien calibrada de ambos,
dándose la mano en un ten con ten amistoso y eficiente. Cada uno deja su huella
en las composiciones propias (Kurt en “Over
Everything”, “Continental Breakfast”
y “Blue Cheese”; Courtney en “Let It Go”, “Outta The Woodwork” y “On
Script”) y los dos se acomodan a las estructuras con una naturalidad de
andar por casa. Incluso Courtney se atreve a hacer suya la ya conocida “Peepin´Tom” de su acólito con resultado
impecable. Para colmo, la grabación cuenta con invitados de excepción, como Mick Harvey, Mick Turner o Jim White.
Todo son lujos en este modélico disco de rock.
Aficionados a la
rapsodia compleja y alérgicos a la estructura básica de canción, poder tararear
un estribillo de estos muchachos estaba muy, muy caro. Hasta ahora: con “Mourning
Sound” lo hemos conseguido, esa pequeña joya electro-pop que ilumina este
disco. “Painted Ruins” los mantiene en su originalidad nata, moviéndose
entre el trending y el barroquismo, siempre dando prioridad a este sobre
aquel. Y asombra pensar en la ingente cantidad de trabajo que debe llevar cada
uno de sus álbumes; de concepción, composición, memorización, mezcla, edición,
de pura asimilación. Este no es para menos. Todavía con capaces de regalar
arquetipos tan brillantes como “Cut-Out”, “Neighbor” o “Systole”.
El león los tentó pero no se los tragó.
Descubrir a Kevin Morby el
año pasado fue todo un regalo. Sin tiempo casi de asumir la ganancia, llegó su
nuevo álbum, otro baño de nostalgia y buen hacer, con olor a clásico
instantáneo. Bob Dylan sigue siendo
el referente, y sin embargo el tejano bien se cuida de no caer en el facsímil.
Con una verosimilitud propia de una madurez precoz, Morby selecciona los
mejores patrones del folk-rock y el soul (y el punk ramoniano, puntualmente en
“1234”) para llevarlos a su taller. Y de ahí se saca un puñado de temas
de corte impecable y factura maestra. Como las muy dylanianas “Crybaby”, “Aboard My Train” o “Tin Can”,
las cadenciosas “Dry Your Eyes” y “Night Time” o la ideal pieza
virtuosista que titula este gran, gran disco.
MARK LANEGAN BAND “Gargoyle”
Dicen que no hay disco malo de Mark Lanegan. Escuchando este se puede constatar la afirmación.
Podría parecer en su comienzo que el artista de la voz oscura decide finalmente
abandonarse a los brazos de la electrónica, pero no. “Gargoyle” es un disco que tiene de todo, que abarca multitud de
campos, sin un solo instante menor. Del pop casi industrial de “Nocturne” o “Drunk on Destruction” al folk sofisticado de “Goodbye to Beauty”, del rock garajero de “Emperor” a la sensualidad arrítmica de “Blue Blue Sea” y “Sister”.
Con las colaboraciones más que habituales de Greg Dulli, Josh Homme o
Jack Irons y con la ventaja de una
voz que jamás pasa desapercibida, Lanegan se cuelga otra merecida medalla en la
pechera.
Otra mujer, otro descubrimiento de 2017. Paralelamente a su
banda Carolina Chocolate Drops, esta banjista, violinista y magnífica
cantante se prodiga igualmente en solitario para honrar de un plumazo todos los
símbolos de la América ancestral y sureña. Sufrimiento, dolor, injusticia, encuentros
con el diablo, todo se hace imagen en esta colección ejemplar de canciones que
beben del gospel y el blues, de los pozos oscuros de la música tradicional
americana, de Robert Johnson y Mississipi John Hurt, de Odetta
y Leadbelly, del jazz de Nueva Orleans. Y también, por qué no, de Joan
Baez, Joni Mitchell, Emmylou Harris, Aretha Franklin,
y todas esas voces femeninas superlativas que han cantado por lo mismo durante
años. Por un poco de dignidad.
SYD ARTHUR
“Apricity”
Este es un disco que
ha pasado muy desapercibido en 2017. Lo cual es una pena, pues estamos ante una
banda que podría hacerse con el cetro del indie rock si el viento soplara un
poco a su favor. Sus anteriores trabajos asombraron por su madurez y su
destreza malabarística, y lo mismo ocurre con este. No pierden de vista los
sonidos progresivos de los setenta, pero se quieren colocar en la parrilla de
salida del math rock. Su fuerte son los ritmos imposibles, esos que agitan “Coal
Mine”, “Plane Crash in Kansas”, “Seraphim”, “Apricity”
o la maravillosa “Into Eternity” hasta convertirlas en efervescentes.
Gran disco. Gran banda.
He aquí a la (posiblemente) mejor banda de rock psicodélico del
momento. Estrenando sello discográfico, los de Austin se consolidan en un
estatus intocable, armonizando como nadie la potencia sónica y una envidiable
puntería melódica. Combinación abrumadora que alcanza el éxtasis en momentos
como “Currency”, “Grab As Much (As You Can)”, “Estimate” o “I Dreamt”. Fuerza bruta para un disco que calibra el prolífico Phil Elk, sutil generador del brillo deslumbrante
de bandas como Built to Spill, Band of Horses, Fleex Foxes o The Shins.
THE WAR ON DRUGS “A
Deeper Understanding”
“Wagonwheel Blues”
(2008) y “Slave Ambient” (2011) eran tan sumamente grandes que creíamos
estar ante un clásico renaciente del rock. Sin embargo, “Lost in the Dream”
(2014) nos dio un buen cachete en la cara, ahogándonos con sus estructuras
interminables y su diletante pretensión. Aún armados de paciencia y esperanza,
había que echar un ojo (o una oreja) a este nuevo trabajo, máxime cuando la
crítica lo ensalza hasta las puertas del Olimpo. Y aunque “Up All Night”
asombra por su alegría festiva y abre una puerta a la novedad, no hay que
dejarse camelar. Adam Granduciel tendrá las ideas muy claras, pero
siempre son las mismas ideas, dilatadas hasta el hastío, cocinadas y masticadas
una y otra vez.