13 enero 2018

DISCOS EN RESCATE

La música que sonó en 2017 (2ª parte)

ALDOUS HARDING “Party”

La neozelandesa Aldous Harding ha sido uno de los grandes descubrimientos del 2017, a través de un segundo trabajo que es todo intimidad y delicadeza. Un álbum de mínimos recursos, canciones que se construyen a través del exhorto vocal, parcas en instrumentación y arreglos, pero holgadas de belleza y emotividad. Asombra lo que esta mujer puede llegar a hacer con su voz, convirtiéndola en cristal, fuego o terciopelo a merced de humildes melodías, ya sean al piano o a la guitarra acústica, todo líquido y frugal. Destacan sobre todo “Imagining My Man” y “Party”, canciones soberanas, callejones solitarios de blanca melancolía. Una joyita preciosa y especial.

BROKEN SOCIAL SCENE “Hug of Thunder”

Tras siete años desde su último álbum, el combo canadiense regresa en su camino lento pero eficaz. No olvidemos que estamos ante una banda puente, proyecto paralelo o como se le quiera llamar a la típica reunión de amigos que pone sus inquietudes y aprendizajes en común por puro enriquecimiento y diversión. Nuevamente capitaneados por Kevin Drew y Brendan Canning, mantienen su identidad de orquesta efluente en una nueva colección de canciones que comienza en fanfarria y termina en sopor. La exhuberancia de temas como “Halfway Home”, “Skyline” y “Vanity Pail Kids” contrasta con la monotonía del cuarteto que culmina el disco. Con lo que el globo se desinfla poco a poco y llegar hasta el final se hace bastante cuesta arriba.

COURTNEY BARNETT & KURT VILE “Lotta Sea Lice”

Irresistible se antojaba una colaboración entre estos dos músicos de potentísima  personalidad. Y su álbum a medias cumple las expectativas, con la participación bien calibrada de ambos, dándose la mano en un ten con ten amistoso y eficiente. Cada uno deja su huella en las composiciones propias (Kurt en “Over Everything”, “Continental Breakfast” y “Blue Cheese”; Courtney en “Let It Go”, “Outta The Woodwork” y “On Script”) y los dos se acomodan a las estructuras con una naturalidad de andar por casa. Incluso Courtney se atreve a hacer suya la ya conocida “Peepin´Tom” de su acólito con resultado impecable. Para colmo, la grabación cuenta con invitados de excepción, como Mick Harvey, Mick Turner o Jim White. Todo son lujos en este modélico disco de rock.

GRIZZLY BEAR “Painted Ruins”

Aficionados a la rapsodia compleja y alérgicos a la estructura básica de canción, poder tararear un estribillo de estos muchachos estaba muy, muy caro. Hasta ahora: con “Mourning Sound” lo hemos conseguido, esa pequeña joya electro-pop que ilumina este disco. “Painted Ruins” los mantiene en su originalidad nata, moviéndose entre el trending y el barroquismo, siempre dando prioridad a este sobre aquel. Y asombra pensar en la ingente cantidad de trabajo que debe llevar cada uno de sus álbumes; de concepción, composición, memorización, mezcla, edición, de pura asimilación. Este no es para menos. Todavía con capaces de regalar arquetipos tan brillantes como “Cut-Out”, “Neighbor” o “Systole”. El león los tentó pero no se los tragó.

KEVIN MORBY “City Music”

Descubrir a Kevin Morby el año pasado fue todo un regalo. Sin tiempo casi de asumir la ganancia, llegó su nuevo álbum, otro baño de nostalgia y buen hacer, con olor a clásico instantáneo. Bob Dylan sigue siendo el referente, y sin embargo el tejano bien se cuida de no caer en el facsímil. Con una verosimilitud propia de una madurez precoz, Morby selecciona los mejores patrones del folk-rock y el soul (y el punk ramoniano, puntualmente en “1234”) para llevarlos a su taller. Y de ahí se saca un puñado de temas de corte impecable y factura maestra. Como las muy dylanianas “Crybaby”, “Aboard My Train” o “Tin Can”, las cadenciosas “Dry Your Eyes” y “Night Time” o la ideal pieza virtuosista que titula este gran, gran disco.

MARK LANEGAN BAND “Gargoyle”

Dicen que no hay disco malo de Mark Lanegan. Escuchando este se puede constatar la afirmación. Podría parecer en su comienzo que el artista de la voz oscura decide finalmente abandonarse a los brazos de la electrónica, pero no. “Gargoyle” es un disco que tiene de todo, que abarca multitud de campos, sin un solo instante menor. Del pop casi industrial de “Nocturne” o “Drunk on Destruction” al folk sofisticado de “Goodbye to Beauty”, del rock garajero de “Emperor” a la sensualidad arrítmica de “Blue Blue Sea” y “Sister”. Con las colaboraciones más que habituales de Greg Dulli, Josh Homme o Jack Irons y con la ventaja de una voz que jamás pasa desapercibida, Lanegan se cuelga otra merecida medalla en la pechera.

RHIANNON GIDDENS “Freedom Highway”

Otra mujer, otro descubrimiento de 2017. Paralelamente a su banda Carolina Chocolate Drops, esta banjista, violinista y magnífica cantante se prodiga igualmente en solitario para honrar de un plumazo todos los símbolos de la América ancestral y sureña. Sufrimiento, dolor, injusticia, encuentros con el diablo, todo se hace imagen en esta colección ejemplar de canciones que beben del gospel y el blues, de los pozos oscuros de la música tradicional americana, de Robert Johnson y Mississipi John Hurt, de Odetta y Leadbelly, del jazz de Nueva Orleans. Y también, por qué no, de Joan Baez, Joni Mitchell, Emmylou Harris, Aretha Franklin, y todas esas voces femeninas superlativas que han cantado por lo mismo durante años. Por un poco de dignidad.

SYD ARTHUR “Apricity”

Este es un disco que ha pasado muy desapercibido en 2017. Lo cual es una pena, pues estamos ante una banda que podría hacerse con el cetro del indie rock si el viento soplara un poco a su favor. Sus anteriores trabajos asombraron por su madurez y su destreza malabarística, y lo mismo ocurre con este. No pierden de vista los sonidos progresivos de los setenta, pero se quieren colocar en la parrilla de salida del math rock. Su fuerte son los ritmos imposibles, esos que agitan “Coal Mine”, “Plane Crash in Kansas”, “Seraphim”, “Apricity” o la maravillosa “Into Eternity” hasta convertirlas en efervescentes. Gran disco. Gran banda.

THE BLACK ANGELS “Death Song”

He aquí a la (posiblemente) mejor banda de rock psicodélico del momento. Estrenando sello discográfico, los de Austin se consolidan en un estatus intocable, armonizando como nadie la potencia sónica y una envidiable puntería melódica. Combinación abrumadora que alcanza el éxtasis en momentos como “Currency”, “Grab As Much (As You Can)”, “Estimate” o “I Dreamt”. Fuerza bruta para un disco que calibra el prolífico Phil Elk, sutil generador del brillo deslumbrante de bandas como Built to Spill, Band of Horses, Fleex Foxes o The Shins.

THE WAR ON DRUGS “A Deeper Understanding”

Wagonwheel Blues” (2008) y “Slave Ambient” (2011) eran tan sumamente grandes que creíamos estar ante un clásico renaciente del rock. Sin embargo, “Lost in the Dream” (2014) nos dio un buen cachete en la cara, ahogándonos con sus estructuras interminables y su diletante pretensión. Aún armados de paciencia y esperanza, había que echar un ojo (o una oreja) a este nuevo trabajo, máxime cuando la crítica lo ensalza hasta las puertas del Olimpo. Y aunque “Up All Night” asombra por su alegría festiva y abre una puerta a la novedad, no hay que dejarse camelar. Adam Granduciel tendrá las ideas muy claras, pero siempre son las mismas ideas, dilatadas hasta el hastío, cocinadas y masticadas una y otra vez.

04 enero 2018

DISCOS EN RESCATE

La música que sonó en 2017 (1ª parte)

BECK “Colors”

Muchos meses estuvo en barbecho este disco, y todo por culpa de Donald Trump. Superado el disgusto y el luto, Beck decide que no hay mejor manera de combatir al enemigo que con una buena juerga. Porque su nuevo trabajo no es otra cosa que una fiesta supina, una auténtico jubileo de funk y dance. Cuidado: “Colors”, “Seventh Heaven”, “I´m So Free” o “Dreams” son corrosivamente adictivas. Aquí no hay nada que no hayan hecho antes los más modernos del lugar, aunque tratándose de quien se trata es más fácil prestar atención y asumir el resultado. Haga lo que haga, su imponderable itinerario artístico y su prestigio lo avalan. A bailar se ha dicho.

BENJAMIN CLEMENTINE “I Tell a Fly”

Poeta, bohemio, músico autodidacta, ex sin techo y ex artista callejero, la biografía de este británico es sin duda un cuento de película. De ahí que su música resulte tan particularísima y no deje indiferente. Cita como sus héroes a Nina Simone, Tom Waits y Nick Cave, así que no es casualidad que el espíritu de los tres deambule por este “I Tell a Fly”, un álbum sinuoso, ambicioso y elegíaco. Piano y clavecín (o algo parecido) son las herramientas más empleadas, aunque el protagonismo se lo lleve nuevamente la voz del bardo y su infinidad de recursos vocales. Ungido por las sombras de sus héroes, de ancestros soñados y de clásicos como Satie, Debussy o Chopin, compone una obra inclasificable y atemporal, puente entre el pasado y un futuro aún intangible, solo imaginable.

COLIN HAY “Fierce Mercy”

A veces hay discos que entran por los ojos. Este lo hace a través de su preciosa portada. Músico y actor, veterano en la sombra, lento pero constante, Hay lleva componiendo desde los ochenta y ha participado en multitud de proyectos musicales y televisivos. Su último trabajo se estrena sobrado de poderío y esperanzas, con dos joyas como “Come Tumblin´Down” y “Secret Love”. Después todo se estanca en un diccionario country-pop de medios tiempos, correcto pero pantanoso. Un disco que, a pesar de todo, lo convierte en pariente lejano de dos monstruos como Ray Davis o Paul Weller.

FLEET FOXES “Crack-Up”

El disco del año. Indudable e intocable. Seis años para concebir y alumbrar una obra que, por dedicación y obstinación, estaba obligada a ser lo que se esperaba que fuera: otra hermosísima epopeya onírica y pastoral. Sumamente valiente es la apertura con “I Am All That I Need/Arroyo Seco/Thumbprint Car”, un triple movimiento que bien puede enganchar por el cuello o tirar de espaldas. Una vez superado el trance, “Crack-Up” fluye y refulge a su antojo. Afincado definitivamente en las más altas cimas compositivas e interpretativas, Robin Pecknold vuelve a demostrar que lo que llamamos folk no es sinónimo de simplismo: es todo un mundo y aún no está agotado. Delicada y decorosa obra maestra lograda ensartando pequeñas labores orfebres, del calado y la belleza de “Cassius,-“, “Kept Woman”, “Mearcstapa”, “On Another Ocean (January/July)” o “Fool´s Errand”. Un disco monumental.

MODERN ENGLISH “Take Me to The Trees”

Pequeño homenaje merecido para esta banda, grandes de los 80, gregarios de lujo en la escena británica new wave. Difícil seguir la estela de un grupo que aparece y desaparece como el Guadiana. Por casualidad atrapamos “Take Me To The Trees” a mediados de año, un álbum que ni pintado para rescatar destellos ochenteros. No los artificiales años 80 de pega que se fabrican ahora, no; los auténticos 80, la economía de sonido, la gravedad y la claustrofobia. Con pelotazos como “Moonbeam”, “Sweet Revenge” o “Flood of Light”, o con melodías como las de “I Feel Small” o “Trees” (un guiño presuntamente involuntario al “Heroes” de David Bowie), es fácil echar de menos cualquier tiempo pasado. Aunque esto sea el presente.  

MOGWAI “Every Country´s Sun”

¿Quién dijo que Mogwai fueran cosa fácil? Hay que dedicarles tiempo y paciencia. El tiempo y la paciencia que requiere su último álbum, mayormente neutro en las primeras escuchas. Pero qué bueno es vivir la música en directo, pues no hay directo como el suyo para asentar conceptos. No es un disco relevante, pero a base de tenacidad “Coolverine”, “Brain Sweeties” o “Crossing The Road Material” se transforman en clásicos concienzudamente macerados, “Old Poisons” desbanca a “Glasgow Mega-Snake” y “Batcat” como filón diabólico, y “Party in The Dark” consigue introducirlos en el universo pop por la puerta grande.

RYAN ADAMS “Prisoner”

De Ryan Adams ya se dijo todo lo que había que decir en las crónicas de su paso por España el pasado verano. De “Prisoner” cabe decir que es su vigésimo trabajo (solo, con Whiskeytown o con The Cardinals), parido a lo grande como siempre, con un reverso de caras B adicional que lo multiplica más que por dos. Canciones de extremada corrección, rígidos moldes del estilo americana-para-todos-los-públicos, deudoras a veces de Dylan, a veces de Sprinsgteen. Demasiado insulso en su global, pero salvado por “Do You Still Love Me?” y “Anything I Say to You Now”. Dos canciones épicas y contundentes que sonaron y sonaron sin descanso en el 2017.

SHADOW BAND “Wilderness of Love”

El folk sigue estando de moda. No fue una vorágine de un día; sigue habiendo muchos músicos que buscan su inspiración y su camino en el sonido hedonista y psicodélico de los 60. Y nosotros, amantes de aquella década, encantados. La oferta es amplia y hay de todo, dentro de la comúnmente denominada escena neo-folk. Esta banda de Filadelfia aporta la parte lúgubre y funeraria al legado; “Wilderness of Love” suena lánguido, soterrado y perezoso, como una fotografía desenfocada, como un jugoso guiso a medio cocinar. Y qué buenas serían “Green Riverside”, “Indian Summer”, “Mad John” o “Darksiders´ Blues” con un poquito más de cocción. Con algo más de luz, el efecto sería mucho más amable.

SLOWDIVE “Slowdive”

Qué elocuente y bienvenido regreso. Qué placer que bandas como esta vuelvan, se crezcan y mantengan el orgullo intacto. Slowdive han renacido tras 22 años de aquel inclasificable “Pygmalion” (95). Y esta ha sido quizá una de las mejores noticias de 2017. Sobre todo porque, lejos de perder su esencia original, reivindican no solo su nombre, sino también su estilo. Un estilo que parecía andar en horas bajas, defenestrado o simplemente malinterpretado. Ocho canciones que vuelven a poner en valor el poder del ruido, y la capacidad ingénita de convertirlo en algo bello. Maremágnum de guitarras y susurros que vuelven a sumergirnos en un océano de prodigioso bienestar. “Star Roving”, “Sugar for The Pill”, “No Longer Making Time” y “Go Get It” conforman la columna vertebral de un álbum que camina erguido, y bien erguido.

SPOON “Hot Thoughts”

El aparente vuelco electrónico de Spoon ha dado sus frutos y los ha puesto en el punto de mira tras largos años de meritorio esfuerzo y rácana atención. Una pena o una alegría, según se mire. Nunca es tarde para hacer justicia. Y sí, quizá este sea su disco de influencia más digital, pero Britt Daniel es hijo del rock y no lo puede evitar. Por eso “Hot Thoughts”, “Do I Have to Talk You Into It” y “Can I Sit Next to You” despuntan sobre el resto. Un disco que va de más a menos, que se desinfla levemente a la altura de “I Ain´t The One”, culminando con el enésimo quiebro estilístico de la banda en la experimental, jazzística y muy, muy sorprendente “Us”.

TEMPLES “Volcano”

Con un debú absolutamente perfecto, ¿qué queda para después? Rezumando psicodelia por cada poro, alzando escaleras melódicas sinuosas, pisando el pedal del falsete hasta el derrape y tirando de sintetizador hasta el hartazgo, “Volcano” es superable e irregular. Cosas que arraigan pero no a la primera (“Oh The Saviour”, “Born into The Sunset”, “Open Air”), pasajes inofensivos (“Certainty”, “How Would You Like to Go?”) y desechos huérfanos de inspiración (“Celebration”, “Mystery of Pop”). En cuanto a “Roman God-Like Man”, alguien está robando algo en alguna parte, pero no sé dónde ni el qué. Larga vida al intocable “Sun Structures” (2014).

THE FLAMING LIPS “Oczy Mlody”

Símbolo consolidado de actos lúdicos, de humor negro y cultura naif, la madurez   sigue arrastrando a The Flaming Lips a nuevos test de laboratorio. Otro experimento de bucles, ecos y fanfarria, sobredotado de efectismo y grandilocuencia, y sin embargo menos sedante que aquel “The Terror” (2013). Ensamblado todo dentro de un mismo hilo argumental, escasean las piezas acreedoras del término “canción”, y en aquellas que lo parecen (“Sunrise”, “The Castle”, “We A Famly”) rozan peligrosamente el autoplagio. Su extravagancia y osadía tienden a infinito.