Yo sobreviví al
primer Mad Cool. Sí, sobreviví a la presunta deficiencia de los cimientos de la
cubierta sobre el estanque, a la caótica inauguración del jueves, a los
inventos peligrosos de chips electrónicos, a la huelga de metro, a informadores
que carecen de información para informar, a carteles indicadores muy monos pero
que no indican nada (¿to everything?) y a guardias de seguridad encelados
tratando a los asistentes como reses. Sobrevivimos a un festival que mucho
tiene que mejorar para perdurar en el tiempo. Hay infraestructura, espacio y
potencial. Pero hace falta mucho más. Hace falta que los festivales los
organice, o al menos colabore, gente que ha estado en muchos festivales. Los
meramente empresarios solo ven billetes, y con los ojos llenos de billetes es
muy difícil observar qué está pasando alrededor. Es difícil ver a la gente. Y
al fin y al cabo estos negocios sobreviven gracias a la gente, ¿no?
Sí, en el aspecto
organizativo los festivales dan para comentar de lo lindo. Podría incluso
escribir un libro entero sobre el tema. Pero por mucho que sufras, que te
cabrees, que maldigas, al final lo que prima por encima de todo es la música. Y
después de ver a The Who y al tío Neil en más que aceptables condiciones ¿quién
se acuerda de las colas? Pues eso.
TOM ODELL: Delicadeza elevada a la potencia. La
propuesta del británico se transforma en vivo en un animal de dos cabezas. Su
elegancia al piano de cola contrasta con el músculo de esas dos baterías que
convierten sus a ratos ralos temas en pura fibra. Por su puesto, el momento
álgido no pudo ser otro que “Another Love”. Aunque la verdaderamente apabullante
fue “I Know”. Una auténtica sorpresa.
THE KILLS: Bestias de escenario. Es cierto que la
minimalista propuesta de Alison Mosshart y Jamie Hince ha perdido la
originalidad de los inicios y sus canciones ya no son tan buenas. Pero hay que
reconocerles un verdadero mérito: que ambos son dos golems escénicos, el uno
haciendo ruido, la otra regodeándose en él. Canciones como “No Wow” y “Kissy
Kissy” nos recuerdan por qué nos interesaron tanto antaño. Y por cierto, el
debate sigue abierto: ¿Alison mejor rubia o morena?
THE WHO: Leyendas vivas. Una vez dije que disfruto
más viendo a leyendas vivas de la música que a noveles muertos. También he
dicho muchas veces que debí nacer treinta años antes. Aunque claro, pensándolo
bien, si hubiera nacido entonces no hubiera podido comprobar lo que afirma
aquel sabio amigo mío: que la música hace tiempo que se acabó y lo que ahora
vivimos son solo moviolas. Viendo a The Who pensé mucho en todo esto. Algo
tiene que tener esta música para sobrevivir décadas con absoluta dignidad. Algo
tendrá esta gente para seguir disfrutando en el escenario con setenta bien
cumplidos. Porque Roger Daltrey y Pete Townsend siguen disfrutando, de eso no
cabe duda. Los cuerpos no son los mismos (ni la voz de Daltrey, desde luego)
pero las almas sí. Y algo tan bueno merece ser perpetuado. Sin concesiones ni
respiros, batería de grandes éxitos acompañada de un espectáculo visual
emocionante, efectivo y nostálgico (con homenaje a Keith Moon incluido). Los
latigazos y los molinillos marca de fábrica tampoco faltaron. Porque The Who
fueron una fábrica de clásicos fabulosa. Y poder vivir tan de cerca
“Substitute”, “Who Are You”, “My Generation”, “I Can See for Miles”, “Behind
Blue Eyes”, “Join Together”, “You Better You Bet”, “Sparks”, “Pinball Wizard”,
“Baba O´Riley” o “Won´t Get Fooled Again” se antoja un auténtico privilegio en
nuestros tiempos. Enorme.
DJANGO DJANGO: Pasados de revoluciones. Está claro que la
misión de los escoceses en este planeta es divertir y hacer bailar al personal.
Pero hay maneras y maneras. Con sobresaturación de bajos y volumen desmesurado,
el artesanal e impoluto sonido de sus grabaciones se convierte en amasijo de
reciclaje. Un crimen tratar así temas como “Hail Bop”, “Waveforms” o
“Reflections” (por cierto, gran aplauso para los solos del esporádico
saxofonista). Eso sí, ellos se lo pasan pipa. Y los que tienen orejas en vez de
oídos también.
EDITORS: Cualquier tiempo pasado fue mejor. Es lo
que ocurre con los hypes; después hay que sudar sangre para mantener el
tipo. Tampoco apostábamos tantos discos ni que duraran más que un caramelo a la
puerta de un colegio (de modernos). Pero ahí está la banda de Tom Smith, cada
vez más plana pero más laureada en circuitos y festivales varios. Por suerte
siguen teniendo un gran directo y Tom sigue hechizando con su histrionismo, lo
cual ayuda a soportarlos. Eso, y que se cuelen por ahí “Smokers Ouside The
Hospital Doors” y “Munich”.
CARMEN BOZA: Descubrimientos. Es lo que tienen los
festivales; que sin comerlo ni beberlo te topas con algo que no entraba en el
planning y te deja con la boca abierta. Como lo de esta gaditana, versión spanish
oscura de Patti Smith salvando las distancias. Excelente voz,
guitarra que arde y lírica de versos que hacen sangre. “En la mansión de los
espejos no cabe un alma más. Siento aversión por mis complejos y manejo un arma”.
Mucha suerte para ella.
KINGS OF
CONVENIENCE: Pequeños Simon
y Garfunkel. Hace once años tuve ocasión de verlos en Benicasim y me prendé de
ellos. Qué bonito es comprobar que, años después, siguen siendo el mismo
remanso de paz. ¿Para qué cambiar cuando la cosa funciona? Y sí, “Quiet Is The
New Loud” (2001) funciona, principal protagonista (que no único) con sus
canciones quiet tocadas muy loud (a la ironía de Erik me remito).
¿Quién necesita una sección rítmica teniendo un público entusiasta que sepa dar
palmas y chasquear los dedos? ¿Quién necesita publicar nuevos trabajos si los
antiguos resultan tan agradecidos? ¿Quién es capaz de levantar tanta devoción
con dos voces, dos guitarras y un puñado de canciones intimistas folk? Solo
ellos. Parte de culpa la tiene Erlend, simpático maestro de la empatía y el
espoleo masivo. Y sí, chaval, tienes toda la razón: ¿POR QUÉ LA GENTE NO SE
CALLA DE UNA PUTA VEZ EN LOS CONCIERTOS?.
TEMPLES: Chicos con futuro. Ni el sol cayendo en
sus narices, ni el mejorable sonido ni el partido de la selección española.
Temples son buenos hasta decir basta. A las ya memorables “Colours of Life”, “A
Question Isn´t Answered”, “Sun Structures”, “Keep in The Dark” o “Mesmerize” se
unieron algunos estrenos, temas nuevos que pronto verán la luz y que prometen un
avance por la senda psicodélica encomendada. Esta vez sí se les permitió rubricar
con “Shelter Song”. Esa extraña y escondida maravilla llamada “Ankh” volvió a
embrujar con su melodía milenaria. Y James Edward Bagshaw cada día se parece
más a Jim Morrison.
JANE´S ADDICTION: Perry, el
resucitado. Hace muchos años,
cuando éramos jóvenes y grunges, “Ritual de lo Habitual” (90) nos parecía un
disco de lo más molón. Picaba la curiosidad de saber cómo nos sonaría ahora.
Mucho más picaba la curiosidad de comprobar el estado de un Perry Farrell al
que dábamos por semi-muerto. Y ahí está, renacido de las cenizas del exceso y
la chaladura, ataviado de brillos, traje y sombrero, muy dandy y nada punky. Y
aún canta, vaya si canta. ¿En cuanto al disco rememorado en cuestión? Pues no,
no pasa el examen del tiempo tan bien como los clásicos de The Who, aunque
temas como “Obvious” y “Been Caught Stealing” todavía colorean un puntillo de
nostalgia. Lo mejor: ese inesperado homenaje a David Bowie con “Rebel Rebel”. Lo
peor: el anecdótico pero innecesario teatrillo de las bailarinas-objeto.
BAND OF HORSES: Caballos pura sangre. Corría por ahí el
rumor de que la banda de Seattle era un portento en directo. Pues bien, la
leyenda era cierta. Bastó el brutal arranque con “Cigarettes, Wedding Bands” (temazo,
temazo, temazo) para corroborarlo. Ya nos tienes en el bolsillo, Ben Bridwell.
Ahora, a hacer lo que os de la gana. Y eso hicieron, sin que faltaran
imprescindibles como “Casual Party”, “Laredo” o “No One´s Gonna Love You”,
canciones que en casa no alimentan pero en vivo se trasforman en el increíble
Hulk. Pedazo de banda de barbudos rockeros.
THE LONDON SOULS: Jimi Hendrix
experience, parte 1. Llego el sábado al festival bien temprano, me planto ante
el escenario 2 y de repente... una nube me teletransporta un porrón de años
atrás y me despierto en Woodstock o Monterrey. Un dúo (guitarra-batería) toca
blues rock de alta escuela. “¿Eres Jimi?” le pregunto mentalmente al
guitarrista en pleno solo eléctrico. Y me contesta con una lluvia de ruido.
“¿Eres Mitch?” le pregunto al batería. Y me responde con un trueno de redobles.
“¿Sois la Jimi Hendrix Experience?” grito a pulmón partido. “No, coño, no ves
que solo somos dos”. “Ah, vale. Entonces seréis The London Souls”.
GARY CLARK JR.: Jimi Hendrix
experience, parte 2. ¿Se puede ser más fino y elegante? ¿Se puede mutar de B.B.
King a Chuck Berry o Sam Cooke en un parpadeo? Gary Clark Jr. venía precedido
de buena prensa y elogios a su técnica y repertorio. No defraudó. Sus
majestuosos solos de guitarra volvieron a traernos a la mente al jodido Jimi. Calidad,
mucha calidad.
NEIL YOUNG + PROMISE OF THE REAL: “Yo
de joven quiero ser como Neil Young”. Eso decía un amigo tras el concierto.
Y yo también quiero lo mismo. Pero es imposible, porque Neil solo hay uno. Y
jamás habrá dos. Dos horas y media de crescendo maravilloso, comenzando
por las odas en solitario (piano, órgano, acústica y armónica): “After The Gold
Rush”, “Heart of Gold”, “The Needle and The Damage Done”, “Mother Earth”. Y las
ovejas despistadas comenzaron a abandonar el redil. Después Promise of The
Real. Sí, unamos el nombre de la banda al del genio. Crazy Horse no, pero casi.
Músicos enormes para acompañar al coloso. “Yo toqué con Neil” podrá
decir alguno dentro de unos años, blandiendo su brillante currículum con
inmenso orgullo. Parte sosegada y acústica con omnipresencia para unas “Out on
The Weekend”, “From Hank to Hendrix” (¡Jimi de nuevo!), “Unknown Legend” y
“Alabama” inmaculadas. Y otro puñado de ovejas descarriadas huyen por
peteneras. Vale, ahora ya solo quedamos los mejores. Disfrutemos al fin pues.
Abracemos la explosión eléctrica como a un hermano perdido. Esa iracunda fiebre
que nunca acaba, como en “Words”, “Down by The River”, “Mansion on The Hill”,
“Like a Hurricane”, “Rockin´in The Free World” o “Love and Only Love”. Y
rocanroleando en el mundo libre creímos alcanzar la verdad sobre quiénes somos
y hacia dónde vamos. Nos sentimos los escogidos. Nos sentimos cómplices de un
hombre de la edad de nuestro padre al que queremos como a un hijo. Sí, te
queremos, tito Neil.
BEN MILLER BAND: Revelación del
festival. Los discos de esta cuadrilla nos habían prometido espectáculo en
directo. Cuadrilla, familia, caterva de personajes, panda de musicazos a cual
más singular. Imposible elegir entre la cresta de Ben, el pelazo de Rachel, los
tirantes de Scott o el sombrero carmesí de Smilin Bob. Bluegrass y skiffle a
saco. Improvisación y rotaciones instrumentales. Espectáculo es poco. Fiestón,
diría yo. Con canciones tan resultonas como “Hurry Up and Wait” tienen el cielo
ganado. Y si ya se ponen a versionar “The House of The Rising Sun” a su loca y
desvergonzada manera, ¿quién puede resistirse a hacerles la ola? Una pena que
durara un suspiro.