“There was a time when we were golden like the sun…”
Así empieza “Life Away from The Garden”, esa canción
que siento como si fuera de mi propiedad. Ya me hubiese gustado que Damien me
la dedicara, al igual que hizo dedicando “Kola”
a esa chica que suplicaba sin éxito “Sheets”
y no sé qué más desde el primer palco. Pero “Life Away from the Garden” no sonó, al igual que tantas otras. Para
contentar íntegramente a una servidora debería haber tocado tres o cuatro horas
al estilo Springsteen, cosa que no ocurrió y temo que nunca ocurrirá. Porque
este tipo pasa por cada escenario como una exhalación, cumple con sus trámites
de la forma más pulcra posible y desaparece como un relámpago al final de la
tormenta dejando a todo el mundo con cara de tonto y ganas de mucho más. Sí,
fue un show bastante microscópico, pero de una intensidad absolutamente
atómica. Lo uno por lo otro.
Breve mención aquí y
ahora para The Weather Station,
proyecto de la canadiense Tamara Hope,
aspirante a nueva Joni Mitchell y
primeriza en nuestro país. Su set de guitarra eléctrica-batería descubrió una
interesante y negra visión del folk y una voz esplendorosa.
Pese a la sensación de
incompleta plenitud, sigo y seguiré diciendo que Damien es de esos artistas en
los que creo totalmente, a los que daría un gran abrazo por llenar mi pequeño
universo paralelo de belleza. Se merece un respeto. No obstante, estamos ante
el hombre que rompió a llorar sobre las tablas en un Tanned Tinn, aplastado por
sus miserias humanas. O el hombre solidario que defiende la expansión del arte
por rincones fuera de circuitos comunes, ya se llamen Orense, Castellón, Cádiz,
Murcia, Cartagena o Ciudad Real. Y ahora que surge este tema, ¿para cuándo un
concierto de Damien Jurado en el
Círculo del Arte de Toledo? ¿Qué mejor enclave para acoger su música y su
mensaje? Qué bien casarían “This Time
Next Year” o “Jericho Road” en
ese presbiterio. Seguro que él se sentiría como en casa. Y nosotros lloraríamos
de la emoción. Apunten la sugerencia, señores de Grupo 5 Notas. Y soñemos…
Es un placer cuando
Damien se presenta solo con su acústica, pero es cierto que su repertorio más
reciente no tiene sentido sin el apoyo de una banda (bárbara guitarrista,
bárbaro batería). Estas composiciones demandan adornos, color, calor, un golpe
seco y tajante con la maza del juez. Es injusto que esa guitarra viaje por tan
adustos parajes en solitario, esa guitarra sencilla y límpida en la que sigue
luciendo la foto de Richard Swift. Y
cuantísimo le debe Damien a este hombre, el buen amigo que un día le dijo: “Amplía tus horizontes. ¿De qué tienes miedo?”.
Pues bien, efectivamente el miedo se disipó hace tiempo, aunque yo tuviera que
esperar hasta el jueves para corroborarlo, para comprender a fondo el
crecimiento creativo sin par de este artista gigantesco (en todos los sentidos)
y para dicotomizar entre el personaje y la persona.
El personaje: la gama
de matices y registros ha engordado notablemente, desde el rol de chico marginal
y atribulado de sus inicios. Ahora sigue fluyendo una especie de melancolía
infinita, pero el mirlo enjaulado se ha convertido en un águila imperial.
Damien ya no solo habla en susurros, sino que grita, invoca, aprieta los dientes,
chasquea la lengua y aúlla como un coyote. Incluso se levanta de su tradicional
trono de modestia recogida para compartir el ritmo con sus compañeros en la
megaconstrucción sonora “Nothing Is The
News”, o baja a la platea guache y micro en mano, para encarar a la banda y
administrarla como un endemoniado director de orquesta mientras remacha la
orgía psicodélica de “TAQOMA” con
los versos omnipresentes y reescritos de “Silver
Timothy”. Y en ese preciso instante creí estar viendo a The Doors…
La persona: a Damien lo
había visto en otros lugares hace muchos años y entonces adiviné el alma de un
ser humano tímido y frágil, empeñado en pasar de puntillas por la lujosa
alfombra roja que el mundo le tendía. Ahora ya no es así. Ahora es un cachondo,
sin miedo al ridículo y bien pagado de sí mismo, capaz de bromear a saco con la
audiencia, recordar lo duro que es llevar ropa limpia y seca cuando andas
tirado en la carretera, reseñar los
enlaces matrimoniales de sus colegas de escenario y darles las gracias por “haber abandonado a sus mujeres por él”.
Primer acto, el
personaje: silencio y concentración absolutos. Entreacto y bises, la persona:
soltura, empatía y un sentido del humor cortante como un cuchillo jamonero.
Definición aproximada
para “Kola”: “Esta es una de las canciones más románticas que nunca he escrito. Al
menos en ella no muere nadie”.
Este era el bálsamo de una oportunidad
lamentablemente perdida en el pasado, aquella otra gira que lo trajo a España
con acompañamiento en el 2012. No pude estar allí porque justo ese día
regresaba de su país, ese inmenso país que él recorre sin cesar, una y otra
vez, de cuerpo y mente, y que nos presenta en pequeños artículos de doble
ángulo haciendo de su trabajo una guía Lonely Planet no apta para obtusos. Arkansas, Ohio, Wyoming, Maine, Nevada, Texas, Denton,
Abilene, Omaha, Hoquiam, Kalama, Kansas City, Onalaska, Tacoma… Y la lista no
ha acabado.
Y nunca, nunca olvidaré que precisamente allá,
sobre su suelo natal, descubrí el exuberante “Maraqopa” (2012). Allí oí por primera vez aquello de “all
of us light, all of us free”. Nadie sabe las veces
que me he repetido mentalmente este mantra; juro que me ayuda. Por eso quería
que me lo cantara él, alto y claro, face
to face. Pero no pudo ser. Así que es mejor olvidar lo que no pasó y sentir
lo que sucedió. Y sucedió que vimos como “Silver
Timothy” (versión original), “Magic
Number”, “Exit 353”, “Lon Bella”, “Mellow Blue Polka Dot”, “Sam
and Davy”, “Nothing Is The News”
o “TAQOMA” cobraban vida. Que el
sueño que sale del reproductor y te llena los oídos a rebosar no es un sueño
imposible. Que es factible modularlo con seres de carne y hueso, unos pocos
instrumentos y mucha imaginación. Es trabajo, sí, trabajo muy duro. Es
inspiración, sí, genuina inspiración. Pero también es un poquito de magia.
Magia que hace que cosas aparentemente inalcanzables se puedan tocar con los
dedos.
“Magic will do what magic does” (“Cloudy Shoes”; tampoco sonó).
Así que lejos de deseos insatisfechos, demandas desatendidas,
tiempos que pasan demasiado rápido y logísticas defectuosas, lejos de la lluvia
amenazante y de los dolores que no cesan… lejos de todo eso quedémonos con ese
sueño sónico hecho realidad, y con la suerte de haber podido conocer al patito
feo que una vez se convirtió en cisne y nos cautivó con un talento y una
sensibilidad inconmensurables.