No recuerdo cuántas reseñas van ya sobre Neil Young. Muchas. Decenas. De todo tipo. Discos. Películas.
Conciertos. Reflexiones. Y ahora tengo entre manos el documento definitivo: su atípica
autobiografía. O quizá una parte de ella, pues al superabuelo le ha gustado
esto de escribir, lo repite incesantemente a lo largo de todo el libro, así que
no descartemos una segunda parte o un poco de ficción. Y esto se le da bien.
Casi tan bien como crear canciones superiores y azuzar las cuerdas de sus
guitarras. Es un crack dándole a la tecla. Es crítico, profundo, aleatorio y
divertido. Es recalcitrante y generoso. Estas memorias, escritas en su mayoría en
el paréntesis entre “Le Noise” (2010)
y su reencuentro con Crazy Horse (“Americana” y “Psychedelic Pill”, ambos de 2012), rezuman historia, autoanálisis,
agradecimiento y sinceridad. Un libro fascinante para sus admiradores. Un libro
recomendable para todo el mundo.
Historia: la de sus primeros pinitos en Fort William y el
Yorkville de Toronto, la de su chocante incursión ilegal en los Estados Unidos,
la de sus casas y territorios, la de sus locos medios de transporte (Mort, el
coche fúnebre; Pocahontas, el estrafalario autobús tuneado; Black Queen, el Buick
oficial de “Tonight´s The Night”; WN
Ragland, la goleta que nunca llegó a recorrer el mundo), la de sus amplis y
guitarras. La historia de sus enfermedades (polio, epilepsia, aneurismas) y
manías compulsivas (coches, trenes, el medio ambiente, Lincvolt, PureTone). La
de sus mejores héroes y amigos (nombres incontables) y la de su familia
(familia de luchadores). La historia de su música, la historia de LA MÚSICA. Cómo
y por qué nacieron ciertas canciones (“Leia”,
“Old Man”, “Like a Hurricane”, “Words”,
“Ohio”, “Cinnamon Girl”), ciertos discos (“Harvest”, “Trans”, “Prairie Wind”, “Le Noise”, “Zuma”, “Ragged Glory”) o ciertas películas (“Human Highway”, “Journey Through The Past”, las colaboraciones con Jonathan Demme). El viaje desde The Squires y The Mynah Birds hasta Neil
Young, con transbordo en Buffalo
Springfield, CSNY y Crazy Horse.
Autoanálisis: “Me llevé
un buen chasco. Creí que era el elegido (…) Era ego puro y duro. Pensaba que
todo tenía que ver conmigo. Craso error”. Neil no tiene piedad consigo
mismo. Consciente de lo que ha hecho bien o mal, mostrando un valiente e
hilarante poder de autocrítica y esa honrosa capacidad que solo dominan los
viejos y los sabios: la de escribir sobre los
logros sin colgarse medallas y sobre las fechorías sin renegar de ellas.
Todo forma parte de un mismo juego. “La
vida es un bocata de mierda. Cómetelo o muérete de hambre” (David Briggs, productor). La vida de
este hombre ha sido como una montaña rusa. El viaje aún no ha terminado, qué va.
A sus casi 70 años, el jodido cabezota todavía no se quiere bajar. Y ahí sigue
dándole al coco, barruntando, reuniendo a antiguos colegas, rescatando maquetas
perdidas y recolectando archivos, empeñándose en usar las nuevas tecnologías
para mejorar la calidad del planeta y del ser humano. Don Erre que Erre. Suma y
sigue. “Para mí, las canciones son
producto de la experiencia y de una alineación cósmica de circunstancias. Es
decir, quién eres y qué sientes en un momento determinado. He escrito muchas
canciones. Algunas no valen nada. Algunas son geniales y otras pasables. Eso es
lo que opina la gente. Para mí son como hijos. Nacen, crecen y luego se valen
por sí mismas en el mundo. Buscarse la vida en el mundo no es fácil para una
canción”.
Agradecimiento: Y es que este es, sobre todo, un libro de
gratitud. Gratitud hacia todas esas personas que han acompañado al músico, al
padre, al emprendedor, al loco soñador en su incansable periplo. Ni un
reproche, ni una invectiva, ni una sola mala palabra. Buscar la perspectiva
para encontrar lo mejor de cada ser o acontecimiento de toda una vida.
Agradecimientos y alabanzas para Larry
Johnson, David Briggs, Gary Burden o Elliot Roberts, para su Pegi, su Zeke, su Ben Young y su Amber,
para las otras mujeres de su vida, para sus antepasados, para los músicos que
se fueron (como David Whitten, Bruce Palmer, Ben Keith) o para los que siguen ahí (como Stephen Stills, David Crosby,
Graham Nash, Poncho Sampedro, Billy
Talbot). También gratitud para esa gente anónima en la sombra, la que cuida
de él y de ellos, la que trabaja para él y para ellos. Incluso alguna que otra
palabra de gracia para sus seguidores, los puros seguidores, los seguidores no
impostados.
Sinceridad: Pero es que estas memorias van mucho más allá del
típico compendio de relatos añejos. También recogen un nutrido muestrario de
análisis y opiniones esbozados a corazón abierto. En sus páginas el abuelo
confiesa sus grupos contemporáneos favoritos (Mumford & Sons, Wilco,
My Morning Jacket, Givers, Foo Fighters, Sonic Youth,
Pearl Jam) y su admiración por músicos
universales como Bob Dylan o Bruce Springsteen. Se moja en temas
relevantes: religión, drogas, biocombustibles, Spotify, el futuro de la industria
musical. Explica, por si quedaba alguna duda, por qué no le gusta conceder
entrevistas. Y revela su romántica y perentoria sumisión a la musa, siempre a
merced de la musa.
Y así va relatando el sueño del hippie que siempre quiso ser
desmontándolo en pedazos y volviéndolo a reconstruir. Moraleja: es muy fácil
ser un hippie con los bolsillos llenos de dinero. Pero emplea ese dinero en
algo que tenga sentido, para ti, para los tuyos, para la Humanidad, y el sueño
seguirá quedando intacto. Bravo, Neil.
“Me gusta vivir. No
quiero morir hasta dentro de mucho porque todavía no estoy preparado (…) Hoy el
viento sopla con fuerza y soy parte del mismo. Quiero aportar algo al mundo y,
sobre todo, a partir de ahora quiero ser buena persona. No puedo cambiar el
pasado. No miremos atrás”.
2 comentarios:
Joer, me has despertado el interés, no tenía pensado hacerme con él. Saludos.
El abuelo me ha vuelto a sorprender. Escribe de maravilla. Es un gran libro, muy muy divertido. Y con una selección de fotografías de archivo única.
Saludos, Johnny!!
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