29 septiembre 2012

REPORTAJES

IRLANDA: MÚSICA EN CADA ESQUINA

Recién regresados de la tierra de los duendecillos y la Guinness, no cabe duda: Irlanda es un país especial. No solo por sus bellos paisajes, por sus pueblos coloridos y pintorescos, por lo entrañable de sus gentes, por su buen humor (pese a estar intervenidos) y por su buen comer y beber. Irlanda es un país eminentemente musical. Los irlandeses llevan música en las venas. De cada tres habitantes uno es músico, y el que no lo es lo intenta. Porque vayas donde vayas, hagas lo que hagas, siempre hay una canción sonando cerca. Ya sea un grupo en el cogollo de Dublín, un bluesman en un callejón, un tenor cantando a pelo en pleno centro comercial, un combo de música tradicional en un pub o una arpista en los acantilados de Moher. En irlanda hay música en vivo por todas partes. Pero allá donde no la hay, algún paisano con cultura y buen gusto se encarga de enchufar el hilo. Y así, puedes comer escuchando los mejores éxitos del blues en el Vaughan´s de la remota Clifden, o disfrutar de Trees en el O´Donnabhain´s de Kinvara, oir el mítico “Fisherman´s Blues” de Mike Scott mientras los músicos del pub de turno descansan, cenar viendo videos de Marvin Gaye, The Marvellettes, Blondie, Happy Mondays, Supergrass o Pulp en la Vintage TV o recordar los grandes éxitos pop británicos de todos los tiempos mientras atacas una hamburguesa en Burger King. En Irlanda oyes música por todas partes: en plena calle, en los bistros y pubs, en los aseos públicos, en el bed & breakfast y hasta en las iglesias. Y vas como un perrillo, siguiendo el rastro de esa música, buscando de dónde viene y adonde va, pensando que cuando vuelvas a casa España se habrá convertido en Irlanda y el sueño se habrá hecho realidad.

Experiencias musicales irlandesas las ha habido a puñados y en todos los rincones del país. Desde esos australianos llamados The Wishing Well con sus amplis a todo trapo, convocando en Grafton Street a una amplia multitud.


O como los vivarachos Rackhouse Pilfer, naturales de la entrañable Sligo, cuyo mapa turístico solo incluye nombres de pubs. En McGarrigle´s aterrizamos y allí nos deleitamos con la magia bluegrass de estos chavales (son seis, pero solo conocimos a cuatro), capaces de honrar a Hank Williams y de dar la vuelta hacia el género country a clásicos como “I Want To Break Free” y “I Fought The Law”.


Tampoco estuvieron mal los solitarios, como los músicos residentes del Bachelor Inn de Dublín los viernes y sábados, desnudando con apenas una acústica “Another Brick in The Wall”, “Sit Down” o “The Whole of The Moon”, entre muchas otras. También los había de dos en dos, como el simpático dúo guitarra-bajo en el Tatler Jack de Killarney intercalando la plenitud de la música irlandesa (no faltaron “Whiskey in The Jar”, “Molly Malone”, “Dirty Old Town” y “No Never No More”) con éxitos de siempre como “The Boxer” (Simon & Garfunkel).


O como la pareja de guitarristas que en el The King´s Head de Galway bordaba cosas tan dispares como “Victoria” (The Kinks), “Heart of Gold” y “Rockin´In The Free World” (Neil Young), “Losing My Religion” (REM), "Layla" (Eric Clapton) o una inédita versión bossa nova de “Message in a Bottle” (The Police).

Pero los que la liaron parda fueron Broken Spokes en el Andrew Ryan de Kilkenny, un garito que enamora, un museo del rock con inquilinos eminentes en sus paredes (Jimi Hendrix, The Doors, The Waterboys, Neil Young, etc). Es de lo más reconfortante ver a una banda de auténticos veteranos de guerra tocando gratis y en familia, y si esa banda de amables maduritos virtuosos se dedica a repasar todos los estándares de country, blues, rock´n´roll, surf y americana, esto es el acabose del deleite. Por poner un ejemplo, “Up On Cripple Creek” fue como gozar a los mismísimos The Band en los morros. Y si todo esto lo riegas con exquisitas y no precisamente escasas burbujas cerveceras, acabas creyendo que Dios existe.   


Lamentablemente volvemos a estar en casa y el sueño se ha desvanecido. España no es Irlanda y eso es un hecho: aquí no hay pubs auténticos ni saludos por la calle, no hay sonrisas sino mala leche generalizada, no hay música por ninguna parte. La diferencia cualitativa es tan enorme que da lástima. Pero viviremos del aprendizaje y los recuerdos, que en los tiempos que corren son una buena agarradera. Los irlandeses nos han dado una gran lección de cultura, amabilidad y optimismo, y es preciso reconocérselo.


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