RETROSPECTIVAS
NICK GARRIE. The Nightmare of J.B. Stanislas.
Joyas de los 60.
Tras las sesiones de clásicos por décadas del pasado, es hora de desacotar. A partir de ahora las retrospectivas no tendrán regla ni método. La resurrección comienza de nuevo en los 60, con uno de esos discos que muchos llaman “de culto” o que otros llaman “malditos”. La historia de Nick Garrie es la triste historia del trovador que recorre las calles del reino sin que nadie realmente lo escuche. “The Nightmare of J.B. Stanislas” (69) reunía las hechuras más pulidas y apasionadas del pop, la fórmula del crooner acompañado de una gran orquesta. Algo muy apropiado para los ingleses, pero es que los ingleses apenas se enteraron. Fueron los franceses los que tuvieron la suerte de acogerlo, descubrir sus bondades y guardarlas a buen recaudo hasta muchos años después. ¿Y qué hubiera pasado si Nick Garrie hubiera nacido y grabado en América?. Quizá hubiera tenido más suerte. La suerte de un Scott Walker al que, bajo un punto de vista muy personal, nada tenía que envidiar.
El caso es que este disco apenas gozó de eco en sus orígenes. Un proyecto ambicioso que cayó en agua de borrajas por un revés del destino (el suicidio de su valedor Lucien Morisse), dejando a su autor (un jovencito ambicioso e impresionable por aquel entonces) sumido en la más honda decepción. Por suerte el tiempo le hace justicia, y ahora se cuenta como lo que es, una auténtica obra maestra, reeditada con todos los honores en 2005 y después en 2010. El álbum está colmado de sencillas pero exuberantes composiciones, con exquisitos arreglos y una lírica conmovedora. Canciones como “The Nightmare of J.B. Stanislas”, “Bungles Tours”, “Ink Pot Eyes”, “Little Bird” o “Evening” demuestran el ingente poder de Garrie para escribir e interpretar, y nos regalan esa preciosa voz, transparente y cálida, que nos susurra sobre sueños y amores difíciles en clave surrealista.
Muchos opinan que más vale tarde que nunca. La extraña y dilatada progresión de este hombre hace bueno el dicho, pues han tenido que pasar cuarenta años entre su primer trabajo y el segundo. “49 Arlington Gardens” (2008) es el último grito de un alma en busca del pan negado. Una particular lección de vida: siempre hay una oportunidad para sacarse las espinas. Y nunca es tarde si la dicha es buena. La suya y también la nuestra.
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