16 diciembre 2009

CONCIERTOS

PRIMAVERA CLUB MADRID 2009

Gran hermano.

Por segundo año consecutivo el Primavera Club desembocaba en Madrid. Y por segundo año la capital se llenaba de buena música en unas fechas en las que el top lo copan los insufribles villancicos, poniendo en bandeja un desfogue alternativo a todas esas cosas que acostumbra a hacer el madrileño (y el turista) cuando asoma diciembre. Qué bueno es tener donde elegir. Pero qué traicionera es la dispersión. El popurrí de salas y horarios en esta edición ha marcado distancias insalvables, obligando a empollarse un mapa imaginario, poner en marcha un cronómetro virtual y renunciar a ciertos placeres. Aún así, no hay mucho que oponer. Que la marca Primavera acerque al centro peninsular su ingenio y buen gusto artístico es toda una bendición, y como tal se agradece. Y es que estos festivales hermanos, versión primaveral y otoñal, gozan de un sabor especial: el sabor de la cercanía y la intimidad, de sentirte parte del pastel, de ver a tus ídolos frente a frente, a tu lado y sobre la tierra. Y gracias a ello suceden cosas muy curiosas: como intercambiar saludos con Devendra, hacer de brújula de Tobias Nathaniel, casi ser arrollado por un presuroso Alan Sparhawk o compartir la cola del baño con la bajista de Cass McCombs. Y por supuesto, lo más personalísimo y modernísimo de la especie en Madrid y España estaba allí presente (Christina Rosenvinge incluida). Estas son las impresiones de una sospechosa habitual que tomó foto mental en perspectiva.

TED LEO & THE PHARMACISTS (Neu!. Jueves): Ted Leo puede que sea el novio perfecto para los amantes del punk-rock. Para los no tan aficionados al género la propuesta aburre. Repleto de tópicos manidos, su concierto fue una taladradora en las sienes, con algún momento vibrante echado a la basura ipso-facto con un cambio de ritmo impertinente. No hubo tregua contra el ruido y la gente se divirtió, pero había cosas más interesantes que abordar. Como el que vino después.


CASS McCOMBS (Neu!. Jueves): Y el de después era el tímido y fotosensible Cass McCombs. Fiel a su bautismo como revelación con sabor a clásico no defraudó, exhibiendo abiertamente sus tres dones. Primero: esa voz de mil recursos, personal e intransferible. Segundo: esos dedos de artesano, capaces de modelar los acordes más cálidos en su Stratocaster. Tercero: la mutabilidad de un repertorio que abruma. “Don´t Vote” rezumó elegancia, “Dream-Come-True-Girl” reverdeció aquellos maravillosos cincuenta y el doblete leonino (la nervuda “Lionkiller” y la ceremonial “Lionkiller Got Married”) lo apostillaron como el geniecillo que es. Solo le falta creérselo y perder el miedo.

LITTLE JOY (Círculo de Bellas Artes. Jueves): A la “banda favorita del mundo” de Devendra Banhart (lo dice él, no yo) no le hacen justicia sus grabaciones. En vivo suenan a otra cosa, a pura fiesta, a los mejores años sesenta. Y es que con dos bajos y dos guitarras bien se puede. Aunque su concierto se pilló en el desenlace (el metro es rápido, pero no hace milagros), dejaron una sensación brillante, con el Strokes Fabrizio Moretti engullido por la gracia del resto de la banda y Rodrigo Amarante emplazado a la siguiente sesión como parte de los Grogs.

DEVENDRA BANHART & THE GROGS (Círculo de Bellas Artes. Jueves): Una de las grandes cosas de Devendra es lo feliz que es. O al menos lo feliz que parece. Su actitud hilarante y positiva se contagia. Pero aquel primer Devendra hippy y asilvestrado pasó a mejor vida; ahora es el timón de un barco llamado rock´n´roll, en el que viajan su eterno amigo Noah (grandioso guitarrista) o Gregorio, ese baterista salvaje con vozarrón de impresión. Y aunque hubo tiempo para un poco de funky (“Baby”), un poco de folk (“Mama Wolf”), un poco de disco (“16th & Valencia Roxy Music”) y un poco de reggae (“Foolin’”), el titular general del show reza como la misma nave: rock´n´roll. Las vomitonas a lo Black Sabbath y Led Zeppelin que se marcaron en “Diamante” y “Rats” todavía zumban en los oídos.

PORT O´BRIEN (Círculo de Bellas Artes. Jueves): Los californianos aterrizaron en Madrid en formato cuarteto, para pena de los que ansiaban escuchar la voz de Cambria. Y para los que tienden a compararlos con Arcade Fire, ahí va un desmentido: el único parecido entre ambas bandas es el peinado de sus frontmen. Tienen canciones de nivel (“Stuck on a Boat”, “Oslo Campfire” y “My Will Is Good” deslumbraron), pero pierden chicha en el medio tiempo. Claro que el apoteósico desenlace borró de un plumazo el resto del concierto: “I Woke Up Today” convertida en una auténtica rave folky, con el escenario a reventar de invitados anónimos. Momentazo.

THE SOUNDTRACK OF OUR LIVES (Joy Eslava. Viernes): Los suecos son pura apología de los setenta en pleno siglo XXI. Nadie como ellos para resucitar los clichés de otras épocas, para limpiar el polvo a los tics de The Who, The Stooges, Kiss o Led Zeppelin. Su limitado set se basó mayormente en el reciente “Communion”, con una “Second Life Replay” convertida en el cénit épico de la velada. Del pasado solo recuperaron dos, pero qué dos: “Bigtime” y “Sister Surround”. A veces pecan de excesiva megalomanía, pero está claro que sus vitaminados shows consiguen lo que se proponen: divertir. No hace falta más que seguir el juego al enorme Ebbott y a sus dos descacharrantes guitarristas.


SR. CHINARRO (Círculo de Bellas Artes. Viernes): El señor Antonio Luque, o como dice un amigo con gracia, “er Bill Callaján andalusí”, es ya toda una institución en la historia de nuestro indie. Por este motivo, un concierto como este, de autohomenaje y retrospectiva celebérrima, queda que ni pintado. Con el solemne acompañamiento de batería, bajo y violoncello fueron cobrando forma todas las añejas: “Desilusión”, “Sal de la Tarta”, “Informe para un Barco Vikingo”, “El Libro Gordo de Peut-Etre”, “El Trébol de 3 k”, “Quiromántico”, “El Idilio” o “Santa Teresa”. Y la historia se pudo palpar en una hora de surrealismo hecho canción, donde no faltaron anécdotas y chascarrillos. Que Antonio, detrás de esas nuevas y pobladas barbas, también estuvo de lo más sembrado como entertainer. Hasta amagó riffeando el “Lionkiller” de Cass McCombs.

THE BLACK HEART PROCESSION (Círculo de Bellas Artes. Viernes): Toma 1. Los californianos no juegan a ganar; por eso quizá dejaron en el tintero algunas de sus más valiosas composiciones para dar cancha a un nuevo trabajo (“Six”) que se aleja de la gloria para abrazar el trámite, con “Wasteland”, “All My Steps”, “Drugs”, “Heaven and Hell” o “Suicide” como puntos remarcables de un set teñido de la solemnidad esperada. Su calidad es indiscutible, la voz de Pall Jenkins insuperable y la nueva sección rítmica de diez. Pero faltaron los clásicos, salvando una “Tropics of Love” que marcó la diferencia.

KURT VILE & THE VIOLATORS (Wurlitzer Ballroom. Viernes): La sala de la calle de las Tres Cruces es toda una cruz para aquellos que quieran ver un concierto en condiciones decentes. Espacio hiperlimitado, caótico sonido y como tengas que ir al baño ya puedes rezar. Pero quizá ese es el ambiente que pega a este melenudo Kurt Vile y sus amigos, una especie de Velvet Underground tejana con soplidos de un Bob Dylan extenuado, una pandilla de frikis de instituto con fuego en las venas y chiribitas en la cabeza. Su propuesta es altamente satisfactoria, arriesgada y muy doctoral. Experimentación y rock con tintes clásicos y perspectivas de futuro. Sobresaliente para el tipo de las gafas y sus impagables solos de saxo y armónica.

TARA JANE O´NEIL (Joy Eslava. Sábado): A veces no hace falta demasiado para que la música acampe en los corazones, se cuele por las grietas de la mente y paralice los sentidos. Simplemente una guitarra, un ritmo latente, unas tímidas luces, una voz de cristal. Tara Jane dio en la Joy una de esas lecciones minimalistas e introspectivas que no se olvidan. Blandió con orgullo la espada de la honestidad, con su hoja brillando indulgente en maravillas como “Howl”. Y cuando parecía que la dama era invisible, de cartón piedra o un espejismo, emergió para repartir panderetas y cascabeles, y nos hizo cómplices de una “Dig In” interminable y mágica. Impresionante.

THE BLACK HEART PROCESSION (Joy Eslava. Sábado): Toma 2. Otro escenario, otra hora, otro sombrero para Jenkins. Pero exactamente el mismo set. Y el despistado Tobias sigue enfundado en su anorak. Mejor sensación que en el Círculo de Bellas Artes, mejor sonido (al fin pudo percibirse el eco de su artefacto estrella: la sierra y el arco). Pero exactamente el mismo set. “Release My Heart”, “Square Heart” y “Tropics of Love” volvieron a dar esa vidilla agonizante entre los surcos espesos del malévolo “Six”. Y Pall abrió su corazón al público (mucho más numeroso y agradecido que un día antes), con toda suerte de comentarios personales sobre vicios varios. Tobias Nathaniel (piano, teclado, percusión, guitarra) y Matt Resovich (percusión, teclado, violín, voces) ratificaron que tanto valen para planchar un huevo como para freír una camisa. Y aunque son una banda superlativa, la ausencia de cambios en el repertorio impidió la apertura de la puerta grande.

THE PASTELS (Círculo de Bellas Artes. Sábado): Para muchos (los grandes fans, haberlos haylos), la reunión de los escoceses era uno de los acontecimientos de este Primavera. A mí nunca me convencieron. Decidí darles esta oportunidad por James McNew (Yo La Tengo), que un día dijo tenerlos entre sus bandas favoritas de todos los tiempos. Y es que a veces Yo La Tengo se ponen muy Pastels. Pero no hay color. Porque la voz de Stephen no es la de Ira, ni la de Katrina es la de Georgia. Sonaron mal, muy mal (trompeta y flauta inexistentes) y a ratos troquelaron el ambiente de tedio incontenible. Solo les salvó ese penúltimo ramalazo post-punk, que resucitó a Ian Curtis con un chasquido de dedos.

RETRIBUTION GOSPEL CHOIR (Círculo de Bellas Artes. Sábado): Comenzaron con corbata y mocasín y terminaron a pecho descubierto. El nuevo proyecto de Alan Sparhawk junto a Steve Garrington (bajo) y Eric Pollard (batería) nada tiene que ver con Low, aunque de algunas de sus canciones se nutra el repertorio (brutales “Breaker” y “Take Your Time”), alicatándolas de electricidad y animalismo. Su propuesta se adentra en un terreno pantanoso entre el emo, el grunge y el hard rock, sin concesiones al respiro, sin tregua vital. Una intensa hora para quitarse espinas adolescentes, de redención y exorcismo, de posible sanación para un Sparhawk al que nunca debieron dar de alta en el hospital. A ratos causaba verdadero miedo, mordiendo las cuerdas de su Gibson y declamando como un enviado del diablo. La fórmula es simple como el mecanismo de un chupete, pero de una intensidad legendaria. Por algo fueron los más aclamados del festival y los únicos con honor de bis.


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