19 diciembre 2006

RETROSPECTIVAS

THE JIMI HENDRIX EXPERIENCE. Electric Ladyland.

Un viaje hacia lo desconocido.

Electric Ladyland” (68) es ese álbum que todo melómano empedernido debe tener obligatoriamente en su discoteca. Y la obsesión por escribir sobre él viene de la visualización de uno de esos impecables documentales ideados por la BBC sobre historia, leyendas y mitos de la música. En esta entrega, los que fueran colaboradores de “experiencia” de Hendrix (el productor Eddie Kramer, los baterías Mitch Mitchell y Buddy Miles, el bajista Noel Redding, el manager Chas Chandler, Steve Winwood, entre otros) cooperan para sacar a la luz el proceso de gestación de un disco que, como ellos mismos dicen, se adelantó a su tiempo. Proceso no exento de diferencias, pormenores e influencias externas, entre ellas, la muerte de Martin Luther King, acontecimiento que sin duda comprometió el pensamiento y el sentimiento de la comunidad de color, y cómo no, de los músicos de esa raza. Aunque The Jimi Hendrix Experience como formación iba más allá de las posturas sociopolíticas de la época; un negro comandando y guiando a una legión de blancos en la búsqueda del objetivo. Una estampa irónica frente a una realidad opuesta.

Electric Ladyland” está lleno de matices, voces, efectos marcianos caseros y sonidos novedosos de guitarra, basculando entre los dos pilares base en las creaciones de Hendrix: las raíces de la música negra (el blues más puro en “Voodoo Chile” y “Rainy Day, Dream Away”, la Motown en “Have You Ever Been (To Electric Ladyland)”, el funk en “Gypsy Eyes”) y la eclosión de la psicodelia (evidente en “Burning of the Midnight Lamp” o “Crosstown Traffic”) . Igualmente el álbum contiene la revisión del clásico “All Along the Watchtower” de Bob Dylan, botón de muestra de que el mito también tenía sus mitos, y quizá más trascendente que la propia original. Tampoco hay que olvidar “Voodoo Child (Slight Return)”, que ilustra un poderío vertiginoso y salvaje a las seis cuerdas. En un ranking de mejores canciones de la historia estaría entre las diez primeras sin excesivo calentamiento de cascos; su intro de guitarra wah-wah y batería ya lo vale.

El documental que inspira estas palabras tiene un valor incalculable. Y no porque resucite una obra que por sí sola subyace al paso del tiempo, sino porque muestra al Jimi Hendrix desmitificado, apartado de fetichismos. Hasta ahora Hendrix era ese músico que tocaba la guitarra con soltura y que murió joven por culpa de sus excesos. Hasta ahora Hendrix era ese negro extraño de cabello cardado y trajes multicolor inmortalizado en pósters, postales y portadas. Y a partir de ahora hay otro Hendrix, el humano, con su ego y sus manías como todo hijo de vecino. Los que lo conocieron y lo acompañaron hablan de él como una persona afable, dinámica y bromista, ahuyentando la leyenda negra de retraimiento, soledad y martirio interior. Un virtuoso ignorante de la técnica académica, entre cuyos planes no estaba la perfección, sino avanzar hacia lo desconocido. Hacer que su eléctrica sonara como el océano, hacer que su eléctrica sonara como el viento.

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