17 julio 2019

MAD COOL 2019

Madrid. Valdebebas. 11, 12 y 13 de julio

SÁBADO

Es raro ver a JOHNNY MARR, toda una leyenda, abriendo una jornada festivalera a pleno sol. Y también, por qué no, ciertamente injusto que su real presencia nos sea escatimada a cincuenta pírricos minutos. Supo a poco. Su concierto fue uno de los de mayor calidad y virtuosismo del festival. Un sonido apoteósico (cómo sonaba esa batería, por dios) y un repertorio eminente que no dejó indiferente a nadie. Buena parte del mérito se debe a la reproducción de los viejos temas de The Smiths, tan celebrados, tan exultantes, tan precisamente ejecutados y tan legendarios. “Bigmouth Strikes Again”, “How Soon Is Now?” y “There Is A Light That Never Goes Out” fueron las elegidas, tres clásicos que todo el mundo puede cantar, o al menos tararear. Y resulta del todo reconfortante (y sorprendente quizá) escuchar un tema de The Smiths y no echar de menos a Morrissey. Marr se basta para resucitar los hitos de su ex banda, porque tiene voz de sobra, porque tiene un acompañamiento rotundo a sus espaldas, porque es uno de los mejores guitarristas de todos los tiempos. No fueron los únicos recuerdos; también tuvieron cabida rescates de Electronic, como la estupenda “Get The Message”. No hay tema malo de este hombre; las nuevas, como “The Tracers”, “Hi Hello” y “Walk Into The Sea” también resultaron brillantes y poderosas. “Armatopia” (homenajeando el exangüe sonido Manchester) y “Easy Money” animaron al respetable a ejercitar las gargantas con sus melodías terriblemente adictivas. Lo dicho, supo a poco. Este as de las seis cuerdas merece más cortesía y protagonismo.

Esperando el estreno en escena de CAT POWER soñábamos con encontrar al mítico Jim White a la batería, como ya ocurriera en el pasado. No fue así, desgraciadamente, aunque la baterista del momento también merece una medalla. No es fácil el repertorio de Chan Marshall; no hay un solo hit en su discografía, ni una sola melodía que se capte a la primera, que se adhiera a las meninges sin remedio. Todo es etéreo y exclusivo, quizá no es lo que esperas, quizá te pille a contrapié, quizá bosteces en algún momento. Hay que comprenderlo: no es música divertida, ni alegre, ni condenadamente festivalera. Es música selecta, elegante y oscura. Pero tiene muchos fieles, sí, esos seguidores que no despegaron el pico ni pestañearon en toda la hora de recital. Elegantísima en su vestido de terciopelo, volvió a sacar todo lo que lleva dentro sin poder ocultar sus veleidades; imposible ignorar ese halo de debilidad que la envuelve constantemente. Incómoda en muchas fases del concierto con el sonido, siempre en el límite del derrumbe. Pero aguantó, se vació y nos ofreció cosas como “Cross Bones Styles” y “Manhattan” (los momentos más rítmicos), como “The Greatest” o “Good Woman”, amén de algunas versiones de esas que solo ella sabe hacer, desvistiendo la canción original y convirtiéndola en un esqueleto folk o soul a su medida. Aguas calmadas en un maremágnum de rock sin fin.

Los siguientes en la lista eran PARQUET COURTS. Otro incomprensible capricho del festival, pues esta banda debería haber estado en otro escenario (más grande) con otras concesiones y otros honores. También supieron a muy poco. Lo que ocurrió en este concierto fue un poco extraño, a la par que entrañable; a la altura del segundo tema (“Dust”, su mejor canción) el sonido se va, batería, teclados y micros se apagan, pero ellos siguen y siguen, y se marcan una improvisación hasta que alguien (a buenas horas, mangas verdes) se da cuenta de que algo no marcha y mete el enchufe en la clavija correcta. Así, “Dust” se convierte en diez minutos accidentados pero heroicos, con una ovación a tanta sangre fría y profesionalidad. Impresionante. Incidente aparte, la banda neoyorquina es febrilmente solvente y efectiva, no solo en sus momentos más punk y saltarines (“Total Football”, “Almost Had to Start a Fight/In and Out of Patience”, “Master of My Craft” o “Borrowed Time”), sino también cuando se ponen country (“Freebird II”) o soul (“Before the Water Gets Too High”). Nos encantan, y sobre todo nos encanta Austin Brown, con ese peinado entre Joey Ramone y Roger McGuinn. Entre efluvios psicodélicos y mientras suena “She´s Rolling” decidimos ahuecar, muy a nuestro pesar, y quedarnos con la duda de si tocarán o no la bombástica “Wide Awake!”.

Pero es que claro, en otro escenario están tocando MOGWAI. Y ya es extraño que nuestros escoceses favoritos toquen en un festival y no estemos allí rindiendo pleitesía. La elección a veces es inevitable (y dura). Sin embargo, aún hay tiempo de echarles un vistazo y asistir a la recta final. Nos recibe Mogwai y nos recibe Satán, vomitando vatios por todo el barrio de Valdebebas. Y lo primero que llama la atención es que Martin Bulloch ha vuelto a tomar las baquetas tras su larga ausencia por enfermedad; toda una alegría. Deleitan con “Remurdered” y “Old Poisons” (un poco de electro, un poco de hardcore), ya archisabidas de memoria. Y aun así, qué tendrán, no importan las repeticiones, vuelven a hacerlo: vuelven a tejer esa tela de araña de ruido y flash de la que es imposible escapar. La pena es que acaben con “We´re No Here” de nuevo, tan poco amable y tan dura de roer.  

Llegaba la hora de THE CURE. Reconozcámoslo: no vinimos a este festival por hacernos los valientes o los chulos, vinimos por The Cure. Así de claro. Y mereció la pena gastarse el dinero, los malabarismos para encontrar un entretenimiento musical a medida, el calor sofocante. Mereció la pena venir a este festival solo por verlos a ellos. Porque sus casi dos horas y media de concierto rozaron la más absoluta perfección. La hubieran alcanzado del todo si: primero, no hubieran cavado tan profundo en la historia mediado el concierto, rescatando unas “Primary”, “Shake Dog Shake” o “39” que dejaron fríos a muchos; segundo, si “Disintegration” no se hubiera visto envuelta en imprecisiones de sonido que desconcertaron y cabrearon de lo lindo a Roger O´Donnell y Simon Gallup, respectivamente. El resto, auténtica magia. Leía en alguna crónica postrera que se echaron de menos hits conocidos en la primera parte, afirmación que es absolutamente imprecisa. Las grandes canciones estuvieron presentes desde el primer minuto y citemos: “Plainsong”, “Pictures of You”, “High”, “Lovesong”, “Last Dance”, “Fascination Street”, “Never Enough”, “Push”, “In Between Days”, “Just Like Heaven”, “A Night Like This”, “Play for Today”. ¿No son todas ellas temas proverbiales en su discografía? Sin embargo, hubo momentos menos célebres que se transformaron en emociones líquidas, en puro fuego, en simple apología. Fue el caso de “Burn” (incluida en la banda sonora de “The Crow” de 1994), rotunda y machacante hasta los cimientos; o de la bellísima “From The Edge of The Deep Green Sea”, que parecía que nunca acabaría, que no queríamos que se acabara nunca; o por supuesto, “A Forest”, con su trote de bajos lúgubre y majestuoso. Estaba claro que habría unos bises como dios manda, bises que empezaron con una “Lullaby” que en vivo sigue luciendo una musculatura culturista. Tras ella, “The Caterpillar” y “The Walk” hacían temer otra incursión en los archivos más ocultos del pleistoceno, pero no. “Friday I´m In Love”, “Close to Me”, “Why Can´t I Be You?” y “Boys Don´t Cry” consiguieron alegrar la noche a los curiosos, a los oyentes ocasionales, a los que pasaban por allí. También a los entusiastas y afliliados, faltaría más. Emocionado estaba Robert Smith (su voz se conserva impecable, prístina) al final del concierto y no es para menos. Ya no es solo la sensación de gozo del aplauso recibido, sino también ese orgullo de grandeza y prosperidad que debe correrte por las venas cuando, después de cuarenta años, sigues siendo feliz con lo que haces. The Cure son historia viva del rock. Un pasado hecho presente para gracia y delirio de todos.

16 julio 2019

MAD COOL 2019

Madrid. Valdebebas. 11, 12 y 13 de julio

VIERNES

Que haya una banda llamada ROLLING BLACKOUTS COASTAL FEVER tiene su punto divertido. Primero: nadie es capaz de aprenderse su nombre de corrido. Segundo: mola mucho comentar eso de “voy a ver a los Rolling” y que el vecino de tren te mire como si estuvieras loco. Estos chicos deberían pagarnos una cerveza: el año pasado bajo la lluvia torrencial de Oporto, este año bajo la canícula madrileña de las seis de la tarde. Ahí estuvimos, incondicionales. La chispa de esas tres guitarras conversando frenéticamente entre ellas bien merece el esfuerzo. Menos mal que las benditas nubes taparon por un rato el sol, y pudimos disfrutar (sin morir) de una imagen muy semejante a la de hace un año. Aunque hoy ya son un poco más mayores, ya están en boca de prensa y tienen un largo bajo el brazo. Y sin embargo las canciones que más lucen siguen siendo las más amateurs. Comenzaron el concierto con algunas de ellas, “Clean Slate”, “Julie´s Place” y “Sick Bug”, sonando a gloria. Después, presentación de sus dos nuevos temas (“Read My Mind”, “In The Capital”), de buen nivel pero poca empatía. Luego el relleno de “Hope Downs”, con “An Air Conditioned Man”, “Bellarine”, “Exclusive Grave” y “Sister´s Jeans”, decentes pero dispersas. A partir de aquí el termostato subió de golpe al son de las magníficas (muy bailadas, muy coreadas) “Talking Straight” y “Mainland”, seguidas de la nueva versión mucho más ruda y potente de “Fountain of Good Fortune” y de su clásico de cierre “The French Press”, con jam session final de exhibición incluida. Una máquina de directo con dos líneas (la vanguardia estelar de voces y guitarras, la retaguardia rítmica) a cual más impactante.

Sin tiempo para el respiro SHARON VAN ETTEN hacía su aparición en el escenario grande. Y había curiosidad por saborear en directo los temas de “Remind Me Tomorrow” (2019), su último álbum y quizá el más arriesgado de su carrera. “Jupiter 4”, “Comeback Kid” y “No One´s Easy To Love” completaron una sólida presentación. Buena banda, buen sonido, magnífica actitud, deslumbrante voz. Sí, la norteamericana, que intentó comunicarse en castellano en todo momento, que es muy cercana y nada diva, impactó con todos sus recursos vocales posibles, llevados hasta el extremo en la espectral “Memorial Day”. Agradaron los rescates de sus viejos álbumes, en especial la aplaudida “One Day” y la heroica “All I Can”. Emocionó profundamente sentada al piano, interpretando esa joyita que abre su reciente trabajo, “I Told You Everything”. Guerrera, oscura, bulliciosa, melancólica; tiene muchas caras (algunas desconocidas hasta ahora) y en su show aparecieron todas, ordenadas y calibradas en su justa medida. Echó el cierre con otras dos excursiones al pasado (“Everytime the Sun Comes Up” y “Serpents”), y todos terminamos contentos.

Del concierto de MILES KANE se esperaba mucho. No hay más que echar una audición a sus discos para concluir que: primero, es un fiel representante del nuevo rock británico, que no por nuevo suena menos viejo que el de sus gloriosos antepasados; segundo, que tiene melodías y estribillos para parar un tren. Fiebre nostálgica y diversión aseguradas. Dicho y hecho. Todas las expectativas se vieron confirmadas desde el minuto uno de “Silverscreen”. Este tipo tiene garra, tiene gancho, sabe llevar camisas floreadas y sabe manejar a las masas. Y además se pone maquillaje, amplificando el recuerdo del glam y de T-Rex, presente sin remedio cuando suenan “Too Little Too Late” y “Cry on My Guitar”. Un primer cuarto de concierto epatante y lleno de energía, en el que destacaron con vida propia las endemoniadas “Inhaler” y “LA Five Four (309)”. Una segunda parte ciertamente comedida, una muestra preclara de su lado más soul (“Killing The Joke”, “Colour of The Trap”), para a continuación volver a pisar suavemente el acelerador al son de “Wrong Side of Life” y “Rearrange”, ambas de dulce. Pero la auténtica locura fue la recta final, primero enlazando el “Hot Stuff” de Donna Summer con la descomunal (y muy funky) “Coup de Grace”, después regalando sus dos superhits Don´t Forget Who You Are” y “Come Closer”. No, no somos muy aficionados a los numeritos de hacer cantar al público en plan hooligan, pero hay que reconocer que este tipo sabe cómo hacerlo sin que resulte ridículo. Qué energía y qué derroche de pasión. Y por cierto, qué buen guitarrista es.

Para esperar a las calabazas no había demasiado donde elegir: los pasos llevaban solos hacia SEX MUSEUM, esa banda madrileña grande, enorme, veteranísima, colocada a capón en un escenario menor, con solo cuarenta y cinco minutos para elegir algo de entre su granado repertorio. Uno nunca está donde debe cuando se trata de festivales. Escogieron algunos temas míticos, como “Dopamina”, “Two Sisters” o “Lucky Man”. Pero el momento por el que se recordará este concierto será la versión combinada de “Smoke on The Water” de Deep Purple y “Fight for Your Right To Party” de Beastie Boys, ambas ensambladas, sumadas, superpuestas con un resultado aplastante. Momento memorable escondido en las más recónditas entrañas del festival.

Está claro que SMASHING PUMPKINS ya no son lo que eran. El tiempo no ha sido tan benévolo con su música como con la de otros coetáneos de la comúnmente llamada era grunge, y comenzaron a cavar su hoyo cuando se pasaron a los experimentos electrónicos. Pues bien, el hoyo está ahí, pero ellos se resisten a ocuparlo. De momento. Es de honor dar nuevas oportunidades y se la dimos. Billy Corgan, antes muerto que sencillo: hay que tener muchos bemoles para calzarse una sotana de paño en lo más tórrido del estío ibérico. La producción escénica, impactante. James Iha, radiante y joven como nunca. Jimmy Chamberlin, soberano tras los bombos y platillos. Inauguración con música de Haendel, todo un detalle pomposamente chic. Pero al arrancar “Siva”, ay, de nuevo el mismo estupor. Falta volumen, falta evidencia, falta ecualización. Una cosa es sonar sucio (como siempre han querido), pero otra es sonar mal. A pesar de que el entuerto no se arregló en todo el concierto, a pesar de que tocaron muchas cosas post (“Solara”, “Knights of Malta”, “Tiberius”, “G.L.O.W.”, “The Everlasting Gaze”) y pocas pre (“Zero”, “Bullet With Butterfly Wings”, “Disarm”), lo mejor estaba por llegar. Para el final quedaba el gran memorándum: la mística de “Ava Adore”, el alma de “1979” y “Tonight, Tonight”, y ese pelotazo de rock harapiento que es “Cherub Rock”. Que a fin de cuentas es lo que la gente quería y con lo que todo el mundo vibró. Después hubo algo más (“The Aeroplane Flights High” y “Today”, parece ser) pero ya andábamos de retirada. Cualquier tiempo pasado, en este caso concreto, fue sin duda alguna mejor.

15 julio 2019

MAD COOL 2019

Madrid. Valdebebas. 11, 12 y 13 de julio

JUEVES

Sobrevivir al Mad Cool 2018 fue una hazaña de campeones. Había que ser muy kamikaze para regresar. Pues bien, premio para los valientes. La edición de 2019 no ha tenido nada que ver con la anterior. Números menores, impecable organización, relativas comodidades. Como la de poderte sentar sin problema en una mesa para cenar, no hacer ni una sola cola, o llegar a ver conciertos a pie de escenario sin apenas pretenderlo. Aire fresco para aquellos que van a estos eventos a escuchar música (y no a montar en las atracciones de feria, a hacerse trenzas, a maquillarse o a comprar un Mercedes). Apenas si hemos tenido que echar mano al icónico manual de supervivencia para crisis festivaleras. Claro que, como en España es una tradición eso de atacar renuncios y hurgar en las heridas, siempre hay vampiros que buscan el tropiezo para atacar a la presa. Y así tras la jornada del jueves se mentaba la baja calidad del cartel o las quejas de los vecinos del barrio. Pero esos intentos cabezones se diluyeron como azucarillo al cierre de un festival al que, definitivamente, no se le puede poner ni un pero. Un festival que nos deja una reflexión: los viejos siempre son apuesta segura. Y digo viejos desde el respeto más absoluto, la admiración más sincera y la envidia más sana. Yo de mayor quiero ser como ellos.

Empezó el jueves echando un vistazo a TASH SULTANA, esa jovencita australiana que se ha hecho eco a través de Youtube y del boca a boca en red. Demasiado escenario para tan poco capital humano, pero no seamos ingenuos, la chica sabe lo que se hace e intenta dominar ese mastodonte a base de briosos sprints. Curiosa propuesta la suya, amalgamando estilos como el rock progresivo, la electrónica, el soul o la música reggae. Yo me lo guiso, yo me lo como, en una alternancia de guitarras, loops, percusiones y trompeta. Y además, tiene una voz privilegiada. La soledad es dura y exige mucho esfuerzo: he aquí un botón de muestra.

A continuación solo quedaba aguardar al más deseado del día, ese que lleva diciendo años que se jubila (¡ja!), ese que ya ha cumplido 72 años, ese entrañable y malhablado clown, padre (o abuelo) de un punk rock que vive horas muy, muy bajas. ¿Que queréis punk? Pues dicho y hecho. Tomad “I Wanna Be Your Dog”, “Gimme Danger”, “The Passenger”, “Lust for Life” y “Skull Ring” de aperitivo. Así, sin anestesia. Toda una lección de cómo estrenar un concierto, un huracán, simbólica e infalible prédica para captar a jóvenes, mayores, ricos, pobres, deudos o incrédulos en un plis. IGGY POP y los que lo secunden jamás defraudan, ya sean los Stooges o ya sean los que sean (esta vez con sección de metales incluida). Y aunque los años ya no le permitan a la iguana tantos excesos físicos como antaño (y haya descendido ostensiblemente su promedio de motherfuckers por minuto), sabe mantener el tipo con una actitud tan admirable como emotiva, y sacarlo todo de dentro de su cuerpecillo arrugado mientras repasa mitos festivos como “Some Weird Sin”, “No Fun” y “Sixteen” o trallazos ariscos como “TV Eye”, o nos muestra que aún tiene cuerda para colar perlas de nueva factura (“Repo Man”) entre sus añejos monumentos. Tampoco pierde la actitud en los teóricos y casi tétricos respiros, mientras nos vomita “I´m Sick of You” o nos declama la escalofriante “Mass Production”, ni se le olvida homenajear a su amigo Bowie con la versión de “The Jean Genie”, préstamo que le sienta como anillo al dedo. Y claro, no podía faltar el baño de masas, arrojarse al foso para contactar con esos incondicionales (más preocupados por sacar la foto o el video perfecto que por tocarlo o mirarlo a la cara), y convertir “Search and Destroy” en un espectáculo imperdible y eficazmente retransmitido desde las grandes pantallas. En definitiva, Iggy Pop es Iggy Rock, claro y cristalino, todo un lujo veterano sobre los escenarios, bálsamo para  nostálgicos y clase magistral para principiantes. Lo realmente incomprensible es que no anduviera posicionado en los escenarios principales, pues sin duda era un cabeza de cartel indiscutible. Pero en la era del postureo y la impostura, los galones y los laureles ya no valen para nada.

Otro que se puede vanagloriar de sus galones es el líder de Jane´s Addiction, que ahora se ve embarcado en un nuevo proyecto con el épico nombre de PERRY FARRELL´S KIND HEAVEN ORCHESTRA. Como la sensación hace tres años fue tan positiva, había ganas de volver a verlo, y más después de escuchar la variada y lustrosa mezcla que es su último disco. Pues bien, bajo el embrujo de una puesta en escena onírica y colorida, al abrigo de una banda de hasta once piezas (cuerdas, coros, bailarines incluidos, amén de la pinturera presencia de la señora Farrell), el concierto fue una buena ocasión no solo de conocer nuevas canciones, sino de rendir tributo a toda una carrera. Y así pudimos rescatar dos de los mejores temas de Porno for Pyros, las colosales “Pets” y “Tahitian Moon”, que resultaron dos de los momentos más exquisitos del show. De entre las novedades destacó la chispa retro de (Red, White and Blue) Cheerfulness”, el arrojo rockero de “Pirate Punk Politician”, los números vodevilescos en las bailables “Snakes Have Many Hips” y “Spend The Body” y, cómo no, el alborozo de esa hermosura lírica llamada “Let´s All Pray for This World”. Los amantes de Jane´s Addiction tampoco se fueron descontentos, después de haber coreado a saco “Jane Says” o “Mountain Song”. Confirmado: Perry sigue entusiasmado con lo que hace, en buena forma y con cuerda para rato.

A falta de otro plato de mejor gusto había que acercarse a echar una ojeada a NOEL GALLAGHER´S HIGH FLYING BIRDS y comprobar lo que ya nos temíamos: que Oasis era Noel Gallagher, evidentemente. Batería de clásicos de la antigua banda en la recta final del concierto, encadenando “Little by Little”, “Half The World Away”, “Wonderwall” y “Stop Crying Your Heart Out”. La vistosa “AKA…What a Life” constata que el hermano mayor puede seguir componiendo todavía canciones poderosas y muy, muy cool, y que no le hace ni pizca de falta el lastre de su otro puñetero hermano. Todo ello no cambia que “Don´t Look Back In Anger” siga siendo una ñoñería insoportable, y que “All You Need Is Love” sea un lugar común demasiado machacado en la discografía de los Beatles (será por canciones de los Beatles donde elegir). El jueves terminaba asistiendo al comienzo de THE HIVES, tan cacareados como bestias pardas de escenario y divertimento sin fin. Come On!”, “Walk Idiot Walk”, “Main Offender” y pare usted de contar: a dormir. Sí, enérgicos, interactivos, impecablemente maqueados, pero después de ver a la iguana esto suena a nada y sabe a poco.

02 abril 2019

CONCIERTOS: DOMINIQUE A

Madrid. Teatro Lara. 1 de abril de 2019.


Solitario, ahorrativo, íntimo, sobre unas tablas minimalistas. Casi habíamos olvidado esta variante de Dominique A. Qué buen momento para recordarla, cuando hace ya veinte años de nuestro primer encuentro en vivo con él. Él da, la audiencia recibe. Y así se suceden años y discos y giras que siempre tienen la bondad de sorprender. Porque si algo hay que agradecerle es su enorme capacidad de adaptación, un magistral don de transformación tan sutil que apenas si le aleja de su esencia, de su yo, ese yo que tanto amamos y respetamos. Nos hay dos giras iguales, ni dos conciertos iguales, no hay dos formatos iguales ni dos versiones de la misma canción iguales. El repertorio fluye y se derrama por caminos múltiples, siempre reconocibles pero nunca obvios. Es el genio de un artista que no se limita a producir y vender arte, sino que la adopta, la acuna y la mima, la retroalimenta y la ofrece al mundo de mil formas diferentes. El francés es uno de esos músicos que llenan con su voz y su presencia cada uno de los centímetros del más vasto escenario, y por eso la soledad no preocupa ni condiciona, sino que casi alivia. Con las armas más básicas es capaz de conseguir cotas de intensidad infinitas, emboscadas hipnóticas y emocionales, dejando su firme huella en el corazón musical de neófitos y decanos. Un concierto suyo jamás se olvida. 
 
La Fragilité” (2018) es su último trabajo conocido, tras el experimental “Toute Latitude” (2018). Dos discos en un año, el sueño de todo insaciable adepto. Con la cincuentena recién estrenada, muestra unas ganas y una fortaleza intactas. Y es que no parece que hayan pasado veinte años desde aquel “Remué” (99); más bien parece que hoy sigue siendo ayer, y que dentro de un par de años (en otro escenario, quizá con una banda nueva, con camisa negra y la misma cabeza pelona) será más de lo mismo, pues ya no es oportuno ni necesario cambiar. Es el rédito meritorio del que lo da todo, siempre más de lo que se espera, como ocurrió anoche. Dos horas largas de recorrido vertiginoso por su elegante universo, haciendo magia con pies y pedales, desafiando y desterrando la vieja idea de que una guitarra eléctrica hace más ruido que una acústica. Pasando con una ligereza espeluznante de la intimidad (“La Poésie”, “La Memoire Neuve”, “Comme Au Jour Premier”, “Au Revoir Mon Amour”, “Éléor” o “Ce Gest Absent”) a la intensidad más bárbara (“Pour la Peau”, “Hôtel Congress”, “Corps de Ferme à l´Abandon”, “Antonia”, “Rendez-nous La Lumière” o “L´Horizon”), guiando el redescubrimiento de clásicos nunca bien ponderados (“Tout Sera Comme Avant”), mostrando las líneas ocultas de piezas  transfiguradas (“Central Otago” o “Le Courage des Oiseaux” en modo performance) y brindando homenajes a nombres semiocultos de la música gala (como Gisor o Étienne Daho). Las proyecciones seleccionadas contribuyeron a dar intensa vida a algunos de los temas novedosos (“Le Grand Silence des Campagnes”, “Le Splendeur”, “J´Avai Oublié Que Tu M´Aimais Autant”), la luz en general fue una tecla más de un piano perfectamente afinado: un 10 para la producción visual. Y por supuesto, no mencionemos solo al músico, sino también a la persona. Cuánto se agradece una pequeña broma, una palabra en tu idioma o una amable sonrisa entre canción y canción. Las dos caras son igual de imprescindibles para forjar una leyenda; la una la esculpe, la otra la barniza para que se conserve durante muchos años. Esperemos que otros veinte más.
 

12 febrero 2019

CONCIERTOS: YO LA TENGO

Madrid. La Riviera. 11 de febrero de 2019.

 
¿Qué se puede escribir de una banda a la que has seguido durante años, a la que has disfrutado en vivo una docena de veces? ¿Qué se puede opinar de Yo La Tengo a estas alturas, en medio de su cuarta década de vida? Ya está todo dicho y verificado. Ya no es posible medir, examinar, sacar la lupa para aumentar y analizar. Aunque se aferren a formatos académicos o se enroquen en ensayos técnicos, Ira Kaplan, Georgia Hubley y James McNew siguen siendo un paradigma de frescura e imperfección. Absolutamente imprevisibles en sus elecciones de repertorio, generosos con sus múltiples periodos creativos, defensores de sus diversas caras y velocidades. Extremadamente medido el tempo del concierto en esta ocasión, dividiendo el show en dos partes diferenciadas, con un interludio que, quizá necesario para ellos, resultó mortífero para la audiencia. Primera parte mimosa para unos, narcótica para otros, Yo La Tengo trémulos y experimentales, introspectivos y parcos en revoluciones. De eso trata sin duda “There´s a Riot Going On” (2018). De eso tratan temas como “Forever” o “Ashes”, que se alían con reliquias insospechadas como “One PM Again”, o con las versiones ingrávidas de “Tom Courtenay” y “Big Day Coming”, despojadas de toda su fiereza hasta convertirse en gatitos recién nacidos. Exquisitos para unos, aburridos para otros, ¿quién sabe? En la variedad está el gusto.

La segunda parte comenzaba igualmente serena al son de “Polynesia #1”, pero bastaron los primeros compases de “False Alarm” para arrancar, calentar y, al fin, resucitar. Estos son los Yo La Tengo que amamos, que recordamos cuando hay que hacer memoria. Este es el Ira loco y frenético, que destripa teclados y guitarras. Miran hacia atrás y rescatan una visión vigorizada de “Barnaby, Hardly Working”, amén de unas imperativas y agradecidas “Deeper Into Movies” y “Double Dare”. Y también, una vez más, se acuerdan de “Autumn Sweater” y su magistral bastidor rítmico. “The Weakest Part” y “Shades Of Blue” retornan a la mansedumbre, y “I Heard You Looking”, como en algunas otras ocasiones, pone un colofón de sangre, esquizofrenia y ruido sin fin.
 
Los bises postreros brindaron las versiones que de ellos siempre se esperan, más obvias y reconocibles que otras veces: el “Somebody´s Baby” de Jackson Browne y el “What Can I Say” de NRBQ, separadas por la calidez fuera de juego de “Our Way To Fall”. Casi tres horas con Yo La Tengo. Un regalo inusitado para sus incondicionales, que siguen siendo muchos y selectos.

15 enero 2019

DISCOS


La música que sonó en 2018 (3ª y última parte)

COURTNEY BARNETT “Tell Me How You Really Feel”
Después del álbum despachado a medias con Kurt Vile, Courtney vuelve con su segundo largo, con el apoyo de las hermanas Kim y Kelly Deal y manejando los mismos estándares que en anteriores entregas: rock alternativo, country y música americana. Muy clásica en “Need a Little Time” o “Walkin´on Eggshells”, hipercorrecta en “City Looks Pretty” o “Charity”, pícara en “Help Your Self” o comedida en “Hopefulessness” y “Sunday Roast”. Pero quizá su mejor cara sea la más insolente, la más ruidosa, la más grunge; por eso las poderosas “Nameless, Faceless” y “I´m Not Your Mother, I´m Not Your Bitch” lucen como lo más impactante de un trabajo sin peros que valgan.

DR. DOG “Critical Equation”
A estas alturas de la película, Dr. Dog son capaces de dominar todos los palos. Y para muestra, un botón. Empiezan con un reggae (“Listening In”), siguen con un poco de música disco (“Go Out Fighting”), continúan con pop melosito (“Buzzing in The Light”) para después caer en las redes del sonido Motown (“Virginia Please”). Seguidamente una balada psicodélica (“Critical Equation”), y luego algo de rock and roll clásico (“True Love”) empalmando con una dosis de rock setentero (“Heart Killer”). Para postre todavía queda una pieza onírica a lo Mercury Rev (“Night”), un flash de blues-rock (“Under The Wheels”) y, por último, otra cuota de ritmos jamaicanos (“Coming Out of The Darkness”). Un disco la mar de entretenido.

KURT VILE “Bottle It In”
Prolífico hasta el tuétano, el de Filadelfia no descansa. Tras su ya mentada colaboración con Courtney el año pasado, en este ha llegado una nueva entrega en solitario. Superando el nivel de sus predecesores, “Bottle It In” vuelve a las exhibiciones guitarrísticas, el fraseo perezoso y los aires de rock sempiterno. Pero ¿por qué no ir siempre al grano? Cuando lo hace es capaz de brindar canciones fascinantes (“Loading Zones”, “Yeah Bones”, “One Trick Ponies”, “Come Again”, la exótica “Cold Was The Wind”). Su empeño recurrente en estirar algunos temas como chicles (“Bassackawards”, “Check Baby”, “Bottle It In”) hace que un buen tema se transforme en cantinela agotadora. La sorpresa de este disco la aporta la maravillosa versión “Rolling With The Flow”, que alumbra al Kurt Vile más melódico que jamás hayamos conocido.

JEFF TWEEDY “Warm”
Tras su intentona como Tweedy a secas y las versiones acústicas de Wilco en  Together At Last” (2017), podría decirse que este es el primer trabajo oficial de Jeff Tweedy en solitario. Fabricado desde la libertad que te da ser dueño de tu propio estudio y sello discográfico, también es un producto familiar, con la compañía de sus hijos Spencer y Sammy, y de buenos amigos y compañeros como Glenn Kotche. Un disco de country-folk minimalista, donde únicamente “From Far Away” y “The Red Brick” se ven envueltas en densos ambientes más allá de los elementos instrumentales básicos. Especialmente gustosas resultan “Don´t Forget”, “Let´s Go Rain”, “I Know What It´s Like”, y sobre todo, “Some Birds”, una canción especial digna de los mejores Wilco.

LAURA VEIRS “The Lookout”
Cinco años ha tardado Laura Veirs en entregar nuevo material, y tras la primera escucha solo cabe una palabra: aleluya. Su décimo álbum es una exquisitez de folk con preciosos arreglos perpetrados al alimón con Tucker Martine, productor y consorte. Alguien dijo que ella es el alter ego femenino de Damien Jurado; pues bien, por textura y riqueza conceptual, este disco es una gran oportunidad comparativa entre ambos. Sensibilidad e inspiración se dan la mano para alumbrar canciones tan, tan cautivadoras como “Seven Falls”, “Mountains of The Moon”, “Heavy Petals”, “The Meadow”, “The Canyon” o “When It Grows”. Eso por citar algunas, pues todos y cada uno de los cortes merecen un firme aplauso. Normal que Sufjan Stevens y Jim James no quieran perdérselo, apuntándose a la celebración de “Watch Fire”.

M. WARD “What a Wonderful Industry”
Si hay un clásico contemporáneo entre los clásicos, ese es Matt Ward. A clásico suena todo lo que toca, y este nuevo disco de irónico título no podía ser menos. Y qué disco, señoras y señores. Maestro del sonido arcaico, aquí de nuevo vuelven a retumbar los ecos legendarios del mejor blues, folk y rock de la Historia, incluidos pequeños guiños a The Rolling Stones (“Miracle Man”), Neil Young (“El Rancho”, “War & Peace”), Electric Prunes (“Sit Around The House”) o The Shadows (“Return To Neptune´s Net”). Pero no es apología todo lo que reluce, pues el de Portland también es capaz de dar algún que otro pasito hacia la modernidad, como ocurre con la sofisticada “Shark”. Qué callado se lo tenía; nadie esperaba este disco (surgió de la noche a la mañana sin previa anunciación) y nadie debería sentirse insatisfecho.

PARQUET COURTS “Wide Awake!”
Magnífico el álbum que se han sacado de la manga estos tipos en 2018, una muestra impepinable de madurez y solera. Ya no hay que esperar solo episodios de punk fustigador, sino todo un crisol de sonidos con sorprendentes (y muy logrados) acercamientos al rap, al funk o al pop. Siguen siendo enormes en su lado alborotador (categóricas suenan “Total Football”, “Almost Had to Start a Fight/In and Out of Patience”, “Normalization” o “NYC Observation”), pero ahora también son capaces de ralentizar el ritmo para entregar cosas tan brillantes como “Mardi Gras Beads”, “Freebird 2”, “Back to Earth” o “Death Will Bring Change”. Y al loro con el tema titular, esa vírica “Wide Awake!”, un jubileo funky al que Sly Stone daría sin duda su visto bueno. Disco de cinco estrellas.

THE DODOS “Certainty Waves”
Se puede decir que a estas alturas The Dodos saben llevar como nadie al extremo la concepción de eso que algunos llaman math rock. Es cierto que a veces su música suena a pura matemática. Sus temerarios ritmos y cambios de velocidad hacen de sus canciones un juego de malabares. Malabarística al cien por cien es “SW5”, por poner un ejemplo ilustrativo. Han ganado coraje y potencia (cada vez más electricidad) y ello se hace patente en cortes como la titánica “Forum”. Son mejores y más simpáticos cuando siguen, o al menos intentan seguir un hilo melódico (“Coughing”, “Center of”), pero insondables cuando se enredan en excéntricas cacofonías (“If”, “Ono Fashion”).

VILLAGERS “The Art of Pretending to Swim”
Becoming a Jackal” (2010), no nos cansaremos de decirlo, fue una maravilla de disco. A partir de entonces los trabajos de Connor O´Brien se han caracterizado por la intermitencia, canciones de tránsito entre las que siempre era posible encontrar dos o tres joyas superlativas. Lo mismo ocurre en esta entrega, en la que queda claro que el dublinés tiende a decantarse más por el nuevo soul que por el folk de sus inicios. Las joyas en este caso son “Again”, una apertura apoteósica con comedidos arreglos electrónicos; “Long Time Waiting”, brillante gracias a su aire acid jazz, su esqueleto pianístico y su acompañamiento de metales; y “Ada”, seis largos e intensos minutos de atmósfera cinematográfica y espacial.