REPORTAJES
BLANCAS BICICLETAS (JOE BOYD)
La música también se lee.
“Lo único mejor que la música es hablar de música”. Es la frase que encabeza el prólogo de la edición española de “Blancas Bicicletas. Creando Música en los 60”. Una frase que encierra la respuesta a un dilema que muchos nos planteamos cada día: ¿por qué escribo sobre música?, ¿realmente me compensa?, ¿qué gano con ello?, ¿qué aporta a mi vida?. Tener la posibilidad de comunicar al mundo anónimo las impresiones que no puedes compartir a diario con seres de carne y hueso es tan creativo como reconfortante. No da beneficios tangibles, pero sí alegrías, la satisfacción de un sentimiento perfectamente expresado, de un comentario ocasional.
Hay muchas formas y medios de escribir sobre música. Y a veces leerla es igual de interesante que escucharla. Es lo que ocurre con este libro; una fotografía de los años dorados del cambio. Sin estricto orden cronológico pero con gran delicadeza, Joe Boyd retrata una década vertiginosa, la de los sesenta (aunque según el propio autor, los sesenta empezaron en 1956 y acabaron en 1973) que marcó el comienzo de un camino en lo que a música se refiere. Y no hay nada mejor que conocer la historia de la mano de alguien que estuvo dentro de ella, y más que eso, que fue uno de los actores principales del reparto. Boyd fue descubridor de talentos, propulsor del antro hippy londinense por excelencia (el UFO), páter de Witchseason Productions, amigo, consejero o guardaespaldas de grandes personajes de la época, y acabó trabajando en Hollywood como creador de bandas sonoras y cineasta. La vida narrada por Boyd en “Blancas Bicicletas” es tan fascinante como un cuento de hadas. De hadas con guitarras, caftanes, pantalones de campana y hierba en los bolsillos, claro está.
Leerse este libro es toda una aventura salpicada de nombres célebres (desde músicos a productores, pasando por empresarios, periodistas y otros frikis de la época), anécdotas entrañables (especial la de Joni Mitchell atrapada en plena redada nocturna, o el encontronazo con Bob Dylan en casa de Mary Vangi), apuntes técnicos (impagable el de cómo la tecnología ha eliminado la magia del factor acústica en las grabaciones) y sobre todo, un análisis soterrado y agridulce de cómo los sueños de aquellos días se quedaron en eso, solo sueños.
Es imposible ordenar y comentar las mil y una ideas del libro es unos cuantos párrafos, pero éstas sean quizá las historias más trascendentes, interesantes y reveladoras para un lector enamorado de la música.
NEWPORT FOLK FESTIVAL 65: Los millones de festivales actuales deben bastante a acontecimientos como este, un evento en el que se daban cita “folkies urbanos con contratos discográficos, hillbillies de los Apalaches que apenas habían salido de sus valles, una avanzadilla de grupos de ´músicas del mundo´ veinte años antes de su tiempo y artistas profesionales de blues, gospel y country que raramente actuaban ante audiencias de clase media”. Cualquier parecido con un festival del siglo XXI es pura coincidencia. Todo el mundo recuerda aquel domingo de abril del 65 como “el día del sacrilegio de Dylan”. Se ha elucubrado y fantaseado mucho sobre el tema, sobre lo que ocurrió en el escenario y las reacciones aledañas. Joe Boyd pone los puntos sobre las íes, desterrando para siempre engaños y mitos, y contando la verdad. No es cierto que Peter Seeger intentara boicotear la actuación en un ataque de ira; lo que hizo fue huir cariacontecido y despavorido hacia el parking del recinto. La mayoría de la gente no estaba preparada para tanto ruido. Transcribiendo: “Era algo que hoy damos por hecho, pero totalmente nuevo entonces: letras no lineales, una actitud total de desprecio por la expectación y los valores establecidos, acompañado todo ello de una ululante guitarra de blues y una potente sección rítmica, ejecutado por chicos jóvenes a volumen ensordecedor. Los Beatles todavía cantaban canciones de amor en 1965, mientras que los Stones tocaban una especie de pop sexy de raíces blues. Esto era distinto. Esto era el nacimiento del rock”. Sin más comentarios.
THE INCREDIBLE STRING BAND: Junto a Fairport Convention y Nick Drake, los escoceses fueron el mayor foco de satisfacciones (y de quebraderos de cabeza también) de Joe Boyd. El propio Joe define su primer encuentro con ellos de manera muy expresiva: “críos y drogas por todas partes, camisas y blusas floreadas, capas de terciopelo, pañuelos de seda y zuecos, todo imbuído del aroma del pachulí”. Al dúo inicial formado por Clive Palmer y Robin Williamson se fueron sumando posteriormente personajes que alteraron el rumbo del barco, en lo musical-escénico y en lo personal. Mike Heron asumió el brazo de almirante; Rose Simpson aprendió a tocar el bajo sobre la marcha y con una efectividad de pasmo; y Licorice se convirtió en un muñeco decorativo indispensable. De comuna psicodélica pasaron a reclutas de la cienciología, y sus maneras cambiaron radicalmente. El propio Boyd decidió indagar desde dentro en los misterios de la religión de moda, pero sus conclusiones (diplomáticas, eso sí) matan cualquier atisbo de interés (cienciología=negocio). “Blancas Bicicletas” despeja una duda crucial mantenida durante mucho tiempo: ¿por qué la Incredible String Band no aparece en la película sobre Woodstock?. Cuestiones meteorológicas, logísticas y del destino impidieron que el grupo alcanzara su gloria. Y Boyd se lamenta, y de qué manera, sobre ello.
El UFO: Montado inicialmente sobre los restos del decadente Blarney Club, el club UFO fue el santuario de los hippies de Londres y alrededores allá por el 67. Fue mucho más que una sala para conciertos. Era un espacio abierto a todo tipo de actividades (¿legales?, ¿ilegales?), donde se daban la mano músicos, revolucionarios, performers y todo hijo de vecino con necesidad de abstraerse del mundo exterior. Hasta Yoko Ono escogió a los actores de “Bottoms” entre el público del local. Como dice Boyd: “La gente se tragaba cualquier cosa”; conciertos de música rock, psicodélica, jazz de vanguardia, largometrajes de Kurosawa o Warhol, números de baile, luminotecnia. Lo que fuera con tal de alcanzar la gran evasión. De lo meramente musical, la lista de asiduos al escenario del UFO entre diciembre del 66 y septiembre del 67 estaba encabezada por unos Pink Floyd en plena ebullición. Junto a ellos, Soft Machine, Arthur Brown, The Social Deviants, Procol Harum, The Move, Tomorrow, The Knack, Pretty Things o Fairport Convention. El libro contiene la alucinante lista de programaciones diarias durante ese periodo.
PINK FLOYD: Joe Boyd define su música como la música de fondo del underground entre el 66 y el 67. Pese a descubrirlos y apostar por ellos, convirtiéndolos en cabeza de cartel casi continua del UFO, su trabajo común fue efímero (un par de singles). Según el propio Boyd: “el éxito de Pink Floyd es difícil de analizar o explicar; lo que trajeron de Cambridge era de cosecha propia, y el Londres de 1967 fue el primero en enamorarse de ello”. Rock ambiguo en conexión divina con la psicodelia, aderezado con luces en movimiento. El nombre de Pink Floyd siempre estará ligado (por los siglos de los siglos) al de Syd Barrett, pese a que la aportación de éste al proyecto fuera igualmente minúscula. Joe Boyd lo afirma: “Es posible que Syd sea el más famoso individuo de los Floyd, pero sus canciones han sido escuchadas solo por una pequeña fracción de los millones que han comprado discos de Pink Floyd”. El deterioro psico-químico llevó a Barrett a abandonar, y ahí empezó un nuevo episodio para la banda.
FAIRPORT CONVENTION: Al contrario que con los Floyd, el matrimonio con Fairport Convention fue sólido y duradero. En el lado opuesto de la Incredible String Band, Boyd define a los incipientes Fairport como “un grupo de chicos bien educados que se tomaban el rock and roll como si fuera una tesis doctoral”. La banda tiene un antes y un después, con punto de inflexión en el fatal accidente que, recién acabado “Unhalfbricking”, segó la vida de Martin Ramble. En ese antes y en el después, Richard Thompson es el faro guía, un guitarrista superdotado cuya forma de tocar evoca, todo según Boyd, “el sonido ininterrumpido de los gaiteros escoceses y la melodía del cantante, ecos de las guitarras de Barney Kessell y James Burton y el piano de Jerry Lee Lewis”. La otra gran pieza del rompecabezas es Sandy Denny. Boyd apostó por ella como voz del grupo desde el primer momento, dudando de que su personalidad no engullera al resto de la banda. El experimento funcionó durante algunas grabaciones, pero la ambición compositiva de Denny era demasiado fuerte y sus ansias de emancipación ilimitadas. La historia de Joe Boyd y Fairport Convention es una entrañable historia de admiración, fidelidad y amistad. Toda una lección.
NICK DRAKE: Existen muchas teorías y fábulas sobre él. La de Boyd es la definitiva, la creíble del todo, pues compartieron horas, juegos y discos. En sus descripciones sobre la figura de Drake, Joe Boyd no aporta nada que ya no se supiera: introspección, inseguridad, timidez. Lo espeluznante es el relato de cómo la letra de “Fruitree” (“seguro en tu lugar bajo tierra, entonces sabrán lo valioso que eras”) cobró sentido con el tiempo, después de la tragedia, creando sentimientos de culpabilidad por no prestar auxilio a alguien que lo pedía discretamente. En la aparente simplicidad de las canciones se escondía un Nick Drake revolucionario y virtuoso que sorprendía a todos, que enamoraba a todos. Lo dicen los que lo vieron tocar, los que sintieron sus acordes y estudiaron sus textos. Unanimidad absoluta. Su música despertó tantas expectativas que el mundo entero se volcó en ella (incluido el difícil John Cale), trabajando por y para ella, pero olvidando lo más importante: a la persona del músico. “Pink Moon” fue la solución drástica; solo guitarra y voz; la última (y quizá única) vez que Nick Drake hizo realidad un verdadero deseo. Ya lo decía “Fruitree”. Y ya lo dice Joe Boyd: “La música de Nick no fue banda sonora de los recuerdos de sus padres, por eso los oyentes modernos pueden hacerla suya”.
ADDENDA (LAS IMÁGENES): Además de muchos y variados relatos, “Blancas Bicicletas” contiene en sus páginas centrales una colección de fotos en blanco y negro que ponen cara a los protagonistas y dan veracidad a las descripciones. Bob Dylan aparece seguro de sí mismo en plena carretera a Woodstock en el 65. The Move posan con sus locas indumentarias y sus aires trascendentales. Dylan, Joan Baez, Peter, Paul & Mary, The Freedom Singers, Pete Seeger y Theodore Bikel interpretan “We Shall Overcome” cogidos de la mano en Newport 63. Nick Drake se asoma al abismo de un piano, elegante y dubitativo en el 68. La Incredible String Band (acompañada por el propio Boyd) sonríe a cámara en el 69. Fairport Convention ensayan para “Liege and Lief”, con Richard Thompson en el epicentro y Sandy Denny distraída y ausentada.
“Blancas Bicicletas. Creando música en los 60” está editado por Global Rhythm Press, traducido por Ignacio Juliá y es una auténtica maravilla.