Albacete. Los Ejidos. 17-9-2015.
Nunca nos veremos en otra igual. Que la música
legendaria de The Animals y The Waterboys aterrice en tu ciudad, al
lado de tu hogar paterno, del lugar donde creciste y empezaste a desarrollar el
gusto musical mientras soñabas con viajar lejos para poder asistir a conciertos
vedados, reservados a las grandes capitales… en fin, que este hecho se haga
realidad es un sueño para romanticones como yo. Y aunque ahora tenga Madrid más
a mano para todo, no, lo siento, prefiero venirme a casa, porque quiero verlo
para creerlo, saber que Mike Scott y
compañía pisan mi barrio (que no Albacete, ya estuvieron aquí en 2012) y “The House of The Rising Sun” llega
hasta mis balcones. Y quiero disfrutarlo con mis amigos, los que se apuntan a
esta porque no pueden permitirse otras, los que aprovechan una ocasión que de
otra manera no podrían alcanzar. Y aunque el emplazamiento no sea el más glamuroso,
aunque las entradas no se vendan en masa, los que estuvimos allí sabíamos por
qué estábamos. Quizá había algún que otro despistado de los que se apuntan a un
bombardeo, con resaca ferial invalidante, pero fueron los menos. Los más sabían
a quiénes teníamos delante. Fue hermoso y radiante y emocionante mientras duró,
aunque lo cierto es que duró demasiado poco. Porque la alegría suele ser exigua
en la casa del pobre.
A The Animals
no se les puede hacer ni un reproche. Sin nada que perder y poco que ganar, lo
suyo ahora es divertirse y dar fe de un legado divulgativo y envidiable. Ni
siquiera estábamos seguros de quiénes pisarían el escenario, aunque ya sabíamos
que Eric Burdon no. Pero ahí estaban
John Steel a la batería y Mick Gallagher a los teclados,
incombustibles y adorables máquinas de una tercera edad convertida en segunda
juventud, rememorando aquellos maravillosos años 60. Junto a ellos, Scott Whitley (bajo) y un joven Danny Handley (guitarra y voz)
convertido en fidedigno eslabón entre generaciones. Debe dar gusto tocar con tamaña
troupe de expertos. Disfrutaron
ellos, disfrutamos nosotros. Qué lección magistral de blues y rock´n´roll, qué
placer indescriptible que Chuck Berry,
John Lee Hooker, Muddy Waters o Bo Diddley sean invocados en las fiestas de tu ciudad. “It´s My Life”, “I´m Crying”, “Don´t
Bring Me Down”, “Don´t Let Me Be
Misunderstood”, “Club A-Go-Go”, “We´ve Gotta Get Out of This Place”, “Boom Boom”. Y por supuesto, señoras y señores, la
guinda esperada: “The House of The
Rising Sun”, escalofriante y proverbial como en sus orígenes.
A The Waterboys
se les puede reprochar únicamente su cicatería. Tocar una hora y poco y salir
por patas sin hacer ni siquiera un bis no sentó nada bien. Silbidos y
maldiciones aparte, la banda de Mike
Scott volvió a certificar engranaje perfecto y calidad superior,
independientemente de los miembros que la integren. Su ultranorteamericano “Modern Blues” (2015) tuvo presencia obvia
con “Destinies Entwined”, “Still a Freak”, “Rosalind (You Married The Wrong Guy)” y “Long
Strange Golden Road”, pero lo que todos esperábamos eran los hits y en eso sí que no racanearon: “A Girl Called Johnny”, “We Will Not Be Lovers”, “Medicine Bow”, “Fisherman´s Blues”, “Glastonbury
Song”, “The Whole of The Moon” y
“Don´t Bang The Drum”, himnos
culpables de una afonía severa pero feliz. Aunque la policía no es tonta y la
prontitud del blues del pescador, comúnmente reservada para gozosos finales,
hizo prever que algo raro iba a suceder. Y lo que sucedió fue simplemente un glacial
adiós en el punto álgido sin concesiones, dejando una amarga sensación de
euforia interrumpida y audiencia de segunda clase. Algunos nunca lo perdonarán.
Otros aún andamos debatiéndonos entre el amor incondicional y la fase de
perplejidad.