29 septiembre 2022

CONCIERTOS

REGRESO AL MUNDO DE LOS VIVOS: EXPERIENCIAS POST-PANDEMIA

Tomavistas, Antorchas, Mad Cool, etc.

Como ya ocurrió con los dos anteriores, 2022 está siendo un año para olvidar. De nuevo lo celebrable escasea, siendo lo mejor la vuelta a la música en vivo y a los festivales. Poco y selectivo, pero disfrutado como ya no nos acordábamos. Dos años y diez meses después volvimos a colocarnos delante de un escenario en Madrid, en la jornada de viernes del Tomavistas Festival, casi con palpitaciones y lagrimitas en los ojos. Allá vamos, a resucitar nuestros egos del pasado, con más quebrantos pero no menos ganas. Y así, cuando ves a los chicos de Rolling Blackouts Coastal Fever con algunas canas, entradas y barriguitas de más te percatas de que el tiempo y la crisis han hecho mella pero no nos han doblegado. Y cuando Kevin Morby declama eso de “this is what I´ll miss about being alive”, confirmas que estos son los instantes que marcan tu experiencia en la vida. Y cuando Brett Anderson se asoma a la ventana como un majestuoso Dorian Gray confirmas que el reloj es maquiavélico pero no invencible. Y cuando Slowdive sirven en bandeja los entremeses de hace veinte años te terminas de responder a la eterna pregunta: ¿de verdad los tiempos han cambiado tanto? Sí o no. Depende de nosotros, pero sobre todo de ellos.

El viernes del Tomavistas fue una experiencia de recuerdo y de refuerzo personal. Rolling Blackouts Coastal Fever van seguros y rodados, con tres largos ya bajo el brazo. Presentaron su nuevo “Endless Rooms” (2022) aireando temas como “The Way It Shatters”, “My Echo”, “Caught Low” o “Dive Deep”, pero no se saltaron la vibrante “Cars in Space” ni la adictiva “Talking Straight” ni la monumental “Fountain of Good Fortune”. El COVID no ha podido con su método y estrategia en escena, repartiéndose la gloria por tercio y apostando todo su patrimonio al pandemónium de guitarras. Y luego llegó Kevin Morby y se convirtió en la auténtica sensación, con su chaqueta de flecos. El tejano empieza a escribir su nombre con letras mayúsculas, en la dirección correcta de camino a la leyenda, bajo los focos de astros como Bob Dylan, Lou Reed o Townes Van Zandt. “This Is a Photograph” (2022) es su séptimo disco en menos de una década, y menudo disco. La apertura con el tema homónimo nos dejó claro que su directo ha evolucionado hacia el más absoluto esplendor y que sus brazos siguen abarcando todos los lugares comunes del sonido americano. Estacazos como “Rock Bottom”, “Wander”, “No Halo” o “Dorothy”, tránsitos eternos en “City Music” y “Harlem River”, la finura aplastante de “I Have Been to The Mountain”, el aire ancestral de “Campfire” o “Parade”. Grandiosa exhibición de toda la banda (saxo incluido). Ya está contado el presente, ahora vayamos al presente-pasado. Suede irrumpen regios en el escenario y la mente viaja veintitantos años atrás en el tiempo, al FIB de 1999. Se estrenan con “She”, “Trash”, “Animal Nitrate”, “Killing of a Flashboy” y “We Are the Pigs”, con Brett Anderson en plena forma y con muchas ganas. Nos tienen en el bolsillo, a partir de aquí ya no importa lo que toquen porque han cumplido con creces, aunque el remate con “So Young”, “Metal Mickey”, “Beautiful Ones” y “New Generation” es un plus de nostalgia y celebración que los vuelve a situar como referente de una era pop que nos dejó serias cicatrices. Luego llega el turno de Slowdive, asignatura pendiente desde hace mucho tiempo, los adorables Neil Halstead y Rachel Goswell a los que una vez llegamos a ver en vivo como Mojave 3. No era el escenario perfecto, ni el equipo de sonido perfecto, ni la hora perfecta, así que sus bucles y ráfagas de ruido amable se diluyen en el aire. Aún así es un placer volver a “Soulvaki Space Station”, “Crazy for You”, “Allison” o “Dagger”, así como degustar una “Sugar for the Pill” impecable.

Últimamente he adoptado la máxima de perseguir a las viejas leyendas vivas, por la solvencia que a menudo demuestran y la satisfacción que me aportan. Así que había que darse una vuelta por ese festival que se han inventado mis queridos paisanos albaceteños para las fiestas de San Juan, con el simpático nombre de Antorchas Festival, un evento que cruzaba a Love of Lesbian, Leiva, Lori Meyers, Nacho Vegas, Los Enemigos o Maika Makovski con Simple Minds. Sí, un festival para indies de libro, pero con un hermoso regalo para los de otros gustos o generaciones. Yo me apunto a Simple Minds sabiendo que han montado una nueva gira que está funcionando pero sin más información, salvo su caterva de grandes éxitos revisada y estudiada. Una apuesta por lo añejo que sale redonda desde el minuto uno y los primeros compases de “Act of Love”. Jim Kerr y Charlie Burchill, veteranos de guerra en plena facultad, comandan una orquesta en la que destaca la fuerza bruta de Cherisse Osei a las baquetas. Un cien por cien de calibración y entrega, y una colección de remembranzas donde no faltan las veneradas “Waterfront”, “She´s a River”, “Belfast Child” o “Sometimes Somewhere in Summertime”. Para cuando suena el clásico “The Walls Came Down” de The Call ya está todo el mundo feliz y tarareando (la mayoría sin saber que este tema no es original de la banda, pero da igual), y cuando llega “Don´t You (Forget About Me)” las brasas ya arden a todo trapo. Los bises nos regalan el impagable himno “Alive and Kicking” y “Sanctify Yourself” pone el broche a uno de esos flash-backs que tanto nos encantan. Lo dicho: los viejos no fallan.   

Y la siguiente parada festivalera era un Mad Cool al que nos unimos por la fuerza de la corriente, y por apenas una docena de nombres verdaderamente apetecibles (de los cuales no pudimos ver ni a la mitad). Al traste Seasick Steve, Villagers y Wolf Alice el primer día por solapamientos e inclemencias horarias. Al traste Mother Mother el segundo por algo parecido. Al traste Warmduscher, que desaparecen del cartel el día del anuncio de horarios sin ninguna explicación. Al traste The Struts el sábado por aforo desmesurado en la carpa Amazon. Así que había que contentarse con Placebo, St. Vincent, Foals, Pixies, The War on Drugs, Editors y poco más. No soy fan de Metallica, aunque los visito con respeto un rato y admiro su grandeza y profesionalidad. No soy fan de Muse, aunque los visito un rato y acabo hastiada de tanta megalomanía. No soy fan de Kings of Leon pero me los tengo que tragar a la fuerza otra vez y vuelvo a reconocer que tienen algunos temas estupendos (“Crawl”, “Knocked Up”, “Fans”). Veo de reojo a Yungblud, Imagine Dragons, Haim o Parcels y todo me resulta desconcertante o indiferente. Y me cago en todo porque Jack White toca el domingo extra y ya no me quedan fuerzas ni recursos para aguantar.

Placebo dan la cara sobrados de experiencia y tablas, pero se echan de menos sus dos primeros discos (solo aparece por ahí “Bionic”). St. Vincent o Annie Clark se corona como jefa del festival dando un show lleno de clase, de aromas retro (coro gospel incluido), de precisión técnica (con músicos como el infalible Justin Meldal-Johnsen) y de super canciones (qué buenas son “New York”, “Fast Slow Disco”, “Cheerleader” y “The Melting of The Sun”). The War on Drugs clavan un soberbio recital con impecable sonido e impecable actitud, llegando a su máxima expresión de destreza con la interminable “Under The Pressure”. Pixies vuelven a hacer lo único que saben: éxitos, garras y agallas. Y lo hacen francamente bien, volviendo a reivindicar las eternas “Monkey Gone to Heaven”, “Here Comes Your Man”, “Bone Machine”, “Debaser”, etcétera (creo que solo se les escapó “Velouria”). En cuanto a Editors, menos mal que no siguieron la estrategia Placebo: se acordaron de “The Racing Rats”, “An End Has a Start”, “Blood”, “Smokers Outside the Hospital Doors” y “Munich”, cosa que se les agradece. 

Y para el final dejo lo mejor del festival, a juicio muy personal. Foals han ido creciendo como la espuma con los años, en cuanto a creación y a fuerza en directo. Aún recuerdo el impacto de “Antidotes” (2008), que los puso en la rampa de salida del entonces llamado math-rock, y aquel primer show que vimos en vivo en el Summercase del mismo año, con su extravagante disposición en escena y su orgía de guitarras locas. Desde entonces los hemos ido siguiendo discretamente, degustando serenamente cada disco y llevándonos muchísimas de sus canciones a la libreta de favoritas: “Olympic Airways”, “Red Socks Pugie”, “Big Big Love (Fig. 2)”, “Black Gold”, “Total Life Forever”, “After Glow”, “Providence”, “What Went Down”, “Night Swimmers”, “A Knife in The Ocean”, “Exits”, “In Degrees”, “Sunday”, “The Runner”, “2am”. Bueno, he aquí una lista de temas absolutamente soberbios y adictivos. Foals se han hecho mayores, ya nos lo avisaron en el Mad Cool de 2017 con aquel concierto redondo rematado con fuego a discreción. Pues sí, confirmado, ya son grandes, ya están en otro nivel (¿nivel cabeza de cartel?). El carisma de Yannis Philippakis y el caudal rítmico de Jack Bevan lideran un directo monstruoso, una coordinación extraordinaria de los estilos, los tempos y los ritmos, una historia con introducción, nudo y desenlace, ofreciendo sus aperitivos pop, disco y calipso como entrante para luego transformarse en el cuello de la bestia. Así lo hicieron nuevamente esta vez, poniéndonos a bailar al principio (“Wake Me Up”, “The Runner”, “2am”, “2001”, “In Degrees”), hipnotizándonos después (“Spanish Sahara”), sacándonos de la hipnosis a tortazos (“Providence”) para finalmente arrasarlo todo como un ejército de hunos (“Inhaler”, “Black Bull”, “What Went Down”, “Two Steps Twice”).

Aquí debería empezar la reseña del siguiente evento, el VisorFest. ¿Festival maldito? En 2019 la gota fría. En 2022 las tristes circunstancias. Me quedé con la miel de Mudhoney, James, The Lightning Seeds y Teenage Fanclub en los labios. A ver si el año que viene lo consigo por fin.  

05 septiembre 2022

DISCOS: MOGWAI "As The Love Continues"


Alguien a quien quiero mucho me planteaba hace poco la siguiente cuestión: ¿cuál es tu grupo favorito del mundo, del que tienes todos los discos, que más veces has visto en concierto y del que sabes casi todo? Uff, vaya pregunta. Días y días dando vueltas a la cabeza para acabar con un selecto grupo de finalistas: Yo la Tengo, Nick Cave and The Bad Seeds, Dominique A, Calexico, Tindersticks, Mercury Rev, Mogwai... Que haya fair play: empiezo a otorgar puntos en función del número de audiciones, lecturas, shows en vivo, visionados en Youtube, búsqueda de rarezas y curiosidades, ranking de días seguidos escuchando a ese grupo y solo a ese, capacidad de retentiva y reproducción en la memoria de mayor número de canciones en su integridad. Y finalmente los ganadores son… MOGWAI. Y no por los pelos, precisamente. Porque los escoceses nunca se van, a lo sumo se quedan en stand-by y cada equis tiempo emergen, resucitan como un titán y vuelven a azuzarme los oídos (ay, pobres oídos), las neuronas, las vísceras y, permitiéndome un poco de cursilería, también el alma. No sé qué tiene su música, quizá sea un ejemplo de eso que llaman música orgánica, lo que quiera que esa etiqueta signifique. Desde luego post-rock ya está claro que no es porque, como ellos mismos defienden, el término post-rock sugiere la muerte del rock y el rock nunca morirá (ya sabemos eso de “hardcore will never die”). Así que el poder del sonido de la banda de Glasgow puede que sea un misterio. ¿O puede que no? ¿O puede que de repente ese sonido se haya colado por las peligrosas grietas que se han abierto recientemente en el mundo, en la sociedad, en nuestras cabezas y haya logrado empezar a sellarlas? Quién sabe. Lo cierto es que, después de 25 años de carrera y una pandemia del demonio, Mogwai sacan a la luz su décimo álbum de estudio (siempre sin hablar de su eminente colección de bandas sonoras) y se plantan en el número uno de las listas de ventas del Reino Unido del infame Boris Johnson. ¿Qué rayos está pasando? ¿Es que el mundo se ha vuelto loco? ¿O es que definitivamente nos hemos dado cuenta de la diferencia entre el provecho y la basura, el trabajo y la impostura, la presunción y la honestidad? Como no soy socióloga ni musicóloga ni psicóloga ni antropóloga dejo de hacerme más preguntas al respecto y acepto la noticia con asombro y alegría, ni más ni menos que como la aceptaron ellos. Extraterrestres en un mundo de voraces humanos o seres humanos en un planeta extraterrestre ridículo y extraño. Ellos se lo toman bien. Les da la risa. Son agradecidos y humildes. Se plantan en la gala de los Premios Mercury 2021 felices y naturales, sin pizca de glamur, dispuestos a abrazar una experiencia novedosa. Probablemente son los bichos raros pero les importa un comino. Y lo más relevante es que después de todo el paripé siguen sabiendo muy bien quiénes son, por dónde caminan y de qué pie cojean. Saben que a lo mejor ya no volverán a alcanzar nunca más el top, pero les sigue importando un comino. Ese es el secreto, el seguro de vida de esas grandes bandas que después de décadas siguen funcionando y creando más y más leyenda.

Y no es extraño que “As the Love Continues” (2021) recibiera una acogida tan fastuosa, no solo porque necesitábamos más Mogwai tras cuatro años, un duro confinamiento y varias vacunas, sino porque es sin duda su mejor disco en mucho tiempo. Y en su caso hablar de mejor es hablar de excelencia, pues no tienen disco malo (solo alguno un poco fragmentario). Los escoces han vivido y padecido la crisis del coronavirus (y un Brexit, para más inri) como cualquier hijo de vecino, entre el miedo, la frustración y el desaliento, y en ese penoso periplo han conseguido hacer lo que tantos y tantos se propusieron llenos de arrogancia y jamás consiguieron: sacar algo positivo del desastre, crear algo grande con las cenizas del incendio. Ellos suelen concebir sus creaciones desde la distancia, enviándose ideas que vuelan, van y vienen por los circuitos de la telecomunicación. Esta vez esa distancia se ha impuesto como norma, y he aquí un disco trabajado, modelado e incluso producido (por Dave Fridmann, nuevamente) haciendo encaje de bolillos virtual. Sorprende escuchar el resultado: una colección de canciones sin fractura, un ente sónico en el que nada falta y nada sobra. Algo más clásicos y eléctricos, pero sin renunciar a ese sintetizador que pone la nota cinematográfica, ese voccoder que añade la anécdota robótica o ese reverb que desata el aura psicodélica. Desde el crescendo épico de “To The Bin My Friend, Tonight We Vacate Earth” hasta el emotivo cuadro emo que representa “It´s What I Want to Do, Mum”, este disco logra algo muy difícil de conseguir: desatar una hermosa y caótica tormenta de vibraciones que no se resiente hasta el último acorde, y la necesidad vital, animal, casi instintiva de volver a empezar desde el principio una y otra vez.

Escribía hace un tiempo que Mogwai era en sus comienzos el grupo que te ponías a escuchar cuando estabas deprimido o cabreado, aquellos tétricos riffs de guitarra, esas explosiones de ira que te dejaban medio sordo. “Young Team” (97) y “Come On Die Young” (99) fueron la banda sonora de nuestras penas a finales de los 90. Más tarde llegó “Rock Action” (2001) y en él ya pudimos empezar a ver un poco de luz, sobre todo en canciones como “Take Me Somewhere Nice” o “2 Rights Make 1 Wrong”. Y luego titularon su cuarto álbum “Happy Songs for Happy People” (2003) y ya nos rompieron los esquemas, los muy canallas, certificando ese sentido del humor typical scottish que no es tan diferente del nuestro. Por eso, y en comparativa, es curioso escuchar ahora temas como “Here We, Here We, Here We Go Forever” o “Supposedly, We Were Nightmares”, que destilan tanto optimismo, tan bailables, luminosas y expansivas. O comprobar que pueden sacarse de la manga hits de digestión inmediata, como ocurrió en su anterior trabajo con “Party in The Dark” o como ocurre en este con “Ritchie Sacramento”. También es sorprendente acreditar cómo pueden llegar al máximo cénit sinfónico (gracias a la aportación de Atticus Ross, por cierto) en la inclasificable “Midnight Flit”, o su increíble estado de forma como arquitectos del sonido, construyendo muros colosales de ruido ladrillo a ladrillo, como ocurre en la implacable “Drive The Nail”. También siguen mostrando su destreza creando envolventes melódicas a través de la voz encriptada de Barry Burns y dibujando repeticiones heroicas y emocionalmente devastadoras, logrando sonar como una auténtica orquesta a base de sintetizador, redoble y pedal; todas estas cosas ocurren en “Fuck Off Money”, quizá una de las mayores epopeyas de su carrera. Desde luego en un disco de Mogwai no podían faltar las bofetadas en la cara, los nudos y miasmas de guitarras a toda potencia que raspan y dejan sin aliento, faceta que aquí queda representada en dos piezas como “Ceiling Granny” y “Pat Stains”. Y quedaría hablar de ese delicioso arquetipo ambient que es “Dry Fantasy”, de cómo hacer pura magia con un sol y un do de teclado.

La edición que cayó en mis manos por arte de magia hace unos días incluye además las demo originales de “To The Bin My Friend, Tonight We Vacate Earth”, “Here We, Here We, Here We Go Forever”, “Supposedly, We Were Nightmares”, “Drive The Nail” y “It´s What I Want to Do, Mum”. Y qué interesante resulta escucharlas, asistir al embrión, a la idea inicial, al esqueleto de la bestia, al ensayo y la intuición. Es como meterse en la cabeza y en el estudio de Stuart, o de Barry o de Dominic e imaginarse cómo trabajan, cómo inventan, qué fuerza divina los guía para lograr ser tan colosales.

Y después de toda esta vorágine de reconocimiento y suerte, cuesta imaginar cuál será el siguiente paso. Para nosotros, esperar con ilusión un nuevo capítulo y poder volver a verlos en vivo otra vez, quién sabe cuándo. Para ellos, seguramente seguir trabajando. Y no para amasar fortuna, pues no hay banda más anticapitalista en el mundo del rock (por ahí deben de ir los tiros del título “Fuck Off Money”). Tampoco para ganar finalmente el Mercury que, por cierto, en 2021 fue a parar a Arlo Parks. Seguirán trabajando para dar a la gente lo que la gente merece y espera, un quid pro quo entre banda y fans, la más bonita relación de amor que pueda existir en el mundo. No lo digo yo, lo dicen ellos. Dicen cosas muy interesantes, y no solo a través de su música y sus surrealistas títulos, sino en las numerosas entrevistas que regalan sin reparo, siempre con una sonrisa pese al jet lag y la resaca. Que nuestros músicos idolatrados resulten ser personas de calle, gente normal, nos dice algo muy importante: que no hemos perdido ni un solo minuto del tiempo que les hemos dedicado. De momento a estos les he dedicado 26 añitos, más de la mitad de mi vida llevando a Mogwai en el walkman, en el discman, en el mp3, en el coche, en los bolsillos, en la cabeza.  Y seguro que nos quedan unos cuantos años más, pues para ellos no parece haber ni techo ni fondo. “No tenemos ningún secreto. Sólo somos unos tíos que se aprecian, dedicándonos a hacer lo que más nos gusta”. Eso lo han repetido ya muchas veces ante la contumaz pregunta de cómo funciona Mogwai y por qué funciona tan bien. Pues nada, felicidades y adelante. Que el amor continúe otro poquito más.

Gracias, Stuart, Dominic, Barry y Martin, por haberme devuelto la inspiración y las ganas de escribir.

Gracias, Manolo, por haberme devuelto las ganas de publicar.