12 diciembre 2022

REPORTAJES

BOBBY GILLESPIE “Un chaval de barrio

Glasgow me persigue en los últimos tiempos: es un hecho. Y la cosa no termina aquí, tras la degustación de estas memorias. Digamos que, una vez estudiado el intenso periodo años 70-años 80 en la peligrosa e idiosincrática ciudad post-industrial, todavía queda tela por cortar y en ello estamos. Pero ahora toca hablar del insigne Bobby Gillespie y su tremenda obra autobiográfica. De siempre lo habíamos visto como el tipo misterioso, políticamente activo, al límite de los excesos, una pose única al frente de una banda inclasificable a tenor de su legado discográfico. Lo que no sabíamos es que Bobby todavía estaba muy vivo, es decir, que todavía le quedaban neuronas suficientes como para componer un retrato absolutamente brillante y demoledor de la sociedad, la evolución personal y el sueño de la música. El título del libro lo define bien: Bobby era un chico de barrio, pero de barrio chungo de verdad. Crecido entre privaciones y austeridad en medio de la granada a punto de estallar que era su ciudad durante los años setenta (y los ochenta, y quizá parte de los noventa), su historia no deja de ser una más entre cientos: la historia del joven que encuentra en la contracultura una vía de escape a su rabia y frustración. La contracultura en sus tiempos mozos estaba representada por el punk, esa nueva forma de expresión, catártica y visceral. Una imagen icónica, la de un Johnny Rotten cabreado y desafiante, inspiró a muchos chicos en aquella época. Bobby no fue la excepción. A partir de ahí se desata la obsesión por querer conocer más, vivir más, entrar de lleno en el vórtice de la movida, formar parte de la familia de portadores de la bandera de la rebelión. 

De ahí hasta el alumbramiento de “Screamadelica” (91), que es hasta donde llega la crónica, hay todo un periplo digno de novela en la lucha por lograr el affair definitivo con el éxito. Bobby quería hacer música, sí, lo tuvo claro desde el principio, pero no quería ser solo un músico más, quería ser la bomba mediática que cambiara el mundo. No sé si Primal Scream llegaron a serlo, pero hits como “Loaded”, “Come Together”, “Don´t Fight It, Feel It” o “Higher Than The Sun” pusieron patas arriba a principios de los noventa el mainstream británico. Cuando los Happy Mondays ya andaban dando tumbos erráticos (por su propia imbecilidad, seamos sinceros), los Scream, tocados por la mano mágica de Andrew Weatherall o The Orb, lograron heredar el testigo como gurús del pastiche bailable del momento, fusionando los principios del evangelio acid house y la salmodia soul. Muchos opinan que “Screamadelica” es uno de los discos más determinantes de la Historia. Quizá lo fuera en el contexto de su época; algunos no lo llegamos a comprender del todo porque nuestras cabezas andaban sumergidas en los nudos de guitarras del grunge (“Screamadelica” y “Nevermind” de Nirvana se publicaron el mismo día de septiembre de 1991). 

Pero antes del furor del éxtasis y el acid house, Gillespie tuvo muchos otros amores confesables: el consabido punk-rock y el post-punk resultante, el rhythm and blues, la psicodelia sesentera. De su deleite por estos géneros nacieron “Sonic Flower Groove” (87) y “Primal Scream” (89), tan inofensivos ahora en comparación con su posterior carrera. Anteriormente a todo esto, Bobby relata con sumo detalle sus etapas como asistente de Altered Images y bajista de The Wake. Aunque quizá su verdadero bautismo rockero estuviera tras la batería primitiva de The Jesus and Mary Chain. En este punto el autor traza un escalofriante retrato del mito de la banda de los hermanos Reid, de sus personalidades, su obsesión por la distorsión sensitiva, su chulería impostada, sus curdas, peleas, odios y bolos de alto riesgo. 

Bobby lo tenía claro desde el principio: quería ser el dueño de su propio destino. Primal Scream lograron echar a andar gracias a él (y a Jim Beattie y Alan McGee, por supuesto), sufrieron hasta poner a punto el carburador, con ideas y venidas hasta lograr la formación perfecta (aquella con Andrew Innes, Robert Young y Martin Duffy en filas; más tarde con la aportación estelar de Mani Mounfield y Kevin Shields), hicieron lo que les dio la gana en cada momento, se pusieron hasta las trancas como si no hubiera un mañana y alumbraron algunos álbumes realmente incendiarios. Dejad que meta aquí una mención de honor a “XTRMNTR” (2000): ese disco me voló el cerebro y me retorció los huesos. Si la inspiración creativa se debe al talento o a las drogas, yo no lo sé. Podríamos preguntarnos esto mismo para cientos de miles de discos o canciones compuestos a lo largo de las décadas. La cuestión es que Bobby o bien supo parar a tiempo, o bien está hecho de cemento armado. Su lucidez a la hora de recordar, plasmar, relatar y reivindicar es digna de un (sobrio) maestro. Un texto delirante que absorbe desde la primera página, mezclando cuentos, ensayo social y poesía en su justa medida y todo en uno. Una oda al inconformismo, al hedonismo y a ese vastísimo universo que es la música. 

A veces el público es como un rebaño que pasta perezosamente en el campo a la espera de que lo lleven a otro sitio, siempre dirigido por otros, sin espíritu crítico, inconsciente. Pero el artista debe ser valiente; como reza el dicho, “el pionero se lleva todas las flechas”. Debe penetrar él solo en los márgenes, al filo de la percepción, en las regiones desconocidas de terror espiritual y desequilibrio psíquico donde no se aventuran los más precavidos; el gran rebaño se arremolina, avanza en bloque, elige la ruta segura, siempre en la misma dirección, y confía en que el granjero se encargue de alimentarlo. Conoce el lugar que ocupa dentro del gran (o no tan “gran”) panorama, mientras que el lobo solitario vaga hambriento, buscando los raquíticos desechos que la sociedad ha olvidado y considera inservibles; pero el lobo solitario utiliza esa “basura” cultural como alimento del alma y, mediante una especie de alquimia irracional, crea con ella un arte poderoso. Por usar la muy manida pero acertada frase de Kipling: “Viaja más rápido el que viaja solo” (…)”.

23 noviembre 2022

REPORTAJES

ESE GENIO LLAMADO KELLEY STOLTZ (2ª PARTE)

El 23 de noviembre de 2013, hace justo nueve añitos (da vértigo ver cómo pasa el tiempo), coincidiendo con la publicación de “Double Exposure” (2013), dedicaba un notable reportaje al inigualable Kelley Stoltz. Eran los tiempos del descubrimiento, de la inmersión en la extensa discografía de este músico todoterreno, ilimitado y brillante songwriter afincado en San Francisco. Entonces hablaba de su excitante viaje por los confines de la música popular: “Hey chicos, estoy en marcha, acabo de subirme a una moto y voy a conquistar el mundo. En la mochila llevo de todo: folk hippilondio, blues, country, garage, pop, surf, rock and roll, lo que me pidáis”. Más tarde tuvimos la oportunidad de disfrutar de su directo en el Café Berlín de Madrid, en su gira de presentación de “Que Aura” (2017), ese directo cercano y familiar, pues sus shows siempre transcurren en lugares íntimos y recogidos. Kelley nunca ha sido hombre de grandes fastos ni vastas pretensiones, más bien un humilde trovador con miedo escénico. Pues bien, nueve años y una decena de discos después, el trovador sigue su viaje imparable, sin haber conquistado el mundo, pero sí nuestros corazones. Nos tiene rendidos a sus pies. 

Del análisis y disfrute de su carrera y sonido se infieren muchas cosas: que es un currante, una mente prodigiosa, un creador hiperactivo, un amante incondicional de la música. Sus discos son pequeños experimentos de DIY (“hazlo tú mismo”) de eficiente (y sorprendente) resultado sónico. Sí, él se lo guisa y se lo come en el pequeño estudio-cocina instalado en su apartamento de la bahía, atreviéndose con toda clase de retos: cuerdas, percusiones, máquinas, voces y teclas. Por eso no es de extrañar que durante la pandemia haya estado tan entretenido. Mientras otros se dedicaban a lamentarse y holgazanear, él se ha dedicado a publicar tres LP: el ramoniano “Hard Feelings” (2020), el ecléctico “Ah! (Etc)” (2020) y el más reciente “The Stylist” (2022). Antes de eso ya había alumbrado los exquisitos “Natural Causes” (2018) y “My Regime” (2019), además de colaborar en otros proyectos con amigos o principiantes con necesidad de empujón profesional. Porque, además de lo suyo, Kelley se preocupa por lo de los demás, echando una mano creativa, productiva o promocional cuando es preciso. Músico prolífico y, además, generoso. 

Su catálogo de los últimos años sigue ampliando más y más el espectro de estilos dominados. Además de sus inolvidables piezas de pop cristalino y rock sucio de garaje, Kelley es valiente, enamoradizo, caprichoso, dispuesto a coquetear con todo (post-punk, funk, disco-pop, glam-rock, R&B, psicodelia, etcétera, etcétera) y lograr que su música suene infinita. Se podrían empezar a decir nombres y apellidos de referencia e inspiración (Wilson, Lennon, Bowie, Gaye, Petty, Erickson…), pero la lista no acabaría jamás. Ingenio y posibilidades sin límite, música universal. ¿Habrá tercera parte para seguir agasajando al genio? Es más que probable. 

Una selección de temas escogidos: “Natural Causes”, “Decisions, Decisions”, “How Psychedelic of You”, “Are You an Optimist?”, “2020”, “Uh Oh”, “Fire on Fire”, “Zonked”, “Things Go Bump”, “Team Earth”, “The Quiet Ones”, “Cold”, “She Likes Noise”, “Tomorrow”, “We Grew So Far Apart”, “Your Name Escapes Me”, “In The Night”, “My Island”, “Wings”, “Jacuzzi Blues”.

 

17 noviembre 2022

DISCOS

STEVE GUNN “Other You” 

Hace unos días, en una famosa revista online, leía lo siguiente: “Steve Gunn es un tipo talentoso y prolífico, poseedor de un aura creativa que destila misticismo y buenas vibraciones con ecos al californiano Laurel Canyon de la década de los setenta”. Nadie lo hubiera podido expresar mejor. Veintiún álbumes referenciados en Wikipedia, entre trabajos en solitario, directos y colaboraciones con amigos como John Truscinski, Kurt Vile, His Golden Messenger o Ryley Walker. Todo un currículum ganador. “Other You” fue el último de sus regalos, uno de los discos más amables, inspiradores y deliciosos de 2021. Vale la pena volver a rescatarlo. Como vale la pena añadir a la presente un extracto de aquella crítica de su paso por Moby Dick en abril de 2017 que, por razones insondables, nunca se llegó a publicar. 

Sin embargo, la orfandad acaba transformándose en libertad y ventaja, y una vez más, la parquedad acaba iluminando al músico profesional expuesto en su absoluta desnudez. Ser un virtuoso de la guitarra ya es un rédito, pero también cuentan la templanza y la absoluta fe en lo que se muestra. A fin de cuentas, habíamos venido a verlo a él, a seguir el ritmo endiablado de sus arpegios, ¿o no? Pues eso, es un gusto asistir a un recital de técnica tan intenso y tan cercano, a tan escasos metros que casi puedes masticar los acordes. Y como a fin de cuentas el gran meollo de su creación son las seis cuerdas (seis que parecen diez), el ahorro casi no se nota (…). Y esas maravillosas reliquias te hacen volver al punto de partida, al día en que Steve Gunn se asomó a nuestra ventana y nos cazó, blandiendo el arte de la repetición como arma lisérgica sin par”. 

Buenísimas: “Morning River”, “Good Wind”, “Circuit Rider”, “On The Way”.

Superlativas: “Protection”, “Reflection”.

03 noviembre 2022

DISCOS

FOALS “Life Is Yours”

 

Definitivamente, Foals han sido una compañía extraordinaria en estos tiempos raros, una pastillita antidepresiva bastante potente para los bajos estados de ánimo. Por si todo lo anterior fuera poco, ahora aparecen con un álbum de lo más disco y funk, estilos con los que ya habían tenido escarceos interesantes en el pasado. Si estás melancólico y pesimista, escúchalo. Si no tienes ganas de hacer nada, escúchalo. Si la vida te supera, escúchalo. La música tiene efectos terapéuticos contrastados, y este disco lo confirma cien por cien. Si lo escuchas y no te pones a marcar el ritmo o a bailar es que no tienes ya sangre en las venas. Es adictivo hasta decir basta. “Life is yours, I heard to say”. 

Las mejores: “Life Is Yours”, “2am”, “2001”, “Looking High”, “Under the Radar”, “Wild Green”.

31 octubre 2022

CONCIERTOS

TRIBUTO A THE CURE, U2 Y DEPECHE MODE by NEON COLLECTIVE

Toledo. Círculo del Arte. 28-10-2022

Lo reconozco, soy una loca de los ochenta. Y lo reconozco, soy una loca de The Cure y Depeche Mode (y de los U2 originales). Así que, si me prometen que voy a pasar una noche en un garito escuchando música de estas tres bandas, ¿cómo voy a poder resistirme? Era la oportunidad de asistir por primera vez a esa moda desatada hace unos años de los tributos, cosa que definitivamente tiene su gracia y su arte particular. Mucho trabajo, mucho estudio y, por supuesto, mucha capacidad de mimetización. Neon Collective son una banda valenciana de músicos ya consolidados en la escena española, dedicados ahora a las lides del homenaje, grandes músicos y grandes artistas que demuestran un amor y un respeto absoluto por los temas que emulan. Y así son muy capaces de meterse en la piel de estas tres bandas míticas consecutivamente y por espacio de tres horas, creando una especie de mágica ilusión en el espectador. Una experiencia realmente inusual en más de dos décadas vividas de música en directo. 

Sus primeros protagonistas son The Cure, con cardado y maquillaje incluidos, y aunque “Just Like Heaven” revele que en realidad hay una diferencia significativa, conforme se suceden “Lovesong”, “Friday I´m in Love”, “Boys Don´t Cry”, “Why Can´t I Be You?” o “In Between Days” vas entrando en una especie de sueño surreal, creyendo estar verdaderamente delante de un Robert Smith menos siniestro y más estilizado. A la altura de “Close to Me” la cosa está a pleno rendimiento, y “Lullaby”, fidelísima e impoluta, sugiere que esta noche estamos precisamente en el lugar donde debíamos estar. Serán U2 los encargados de confirmar el acierto, con un arranque potentísimo a ritmo de “Desire”. El miedo: que aparezcan los U2 mesiánicos de macroestadio. Pero no. Surgen los añejos, los que nos gustan, y allá que nos arrancamos a corear “I Still Haven´t Found What I´m Looking For”, “Pride (In the Name of Love)”, “I Will Follow”, “Sunday Bloody Sunday”, “Where The Streets Have No Name”, “One” y, cómo no, la imprescindible “With or Without You”. Tiene gracia: no he visto a U2 en vivo en mi vida y hoy casi los estoy viendo aquí en Toledo (nota histórica: tuve una entrada para verlos en el Calderón en 2005 y la regalé). El atracón final es probablemente el más bombástico, Depeche Mode surgidos del otro lado del espejo. “Si este tipo sale ahora y clava la voz de Dave Gahan, le pongo un monumento” pienso y comento. Y en efecto, no solo se desmarcan en voz y en pose, sino en todo lo demás, recreando magistral y explosivamente “Stripped”, “Strangelove”, “Just Can´t Get Enough”, “A Question of Time”, “I Feel You”, “Policy of Thruth”, “Walking in My Shoes” o “Never Let Me Down Again”, y dejando para unos bises antológicos las archiconocidas y archinecesarias “Personal Jesus” y “Enjoy The Silence”. Tres estilos diferentes, tres leyendas vivas, tres exhibiciones cenitales y una sola banda. De verdad que hay que darles la enhorabuena y, por supuesto, las gracias.



29 octubre 2022

DISCOS

ARAB STRAP “As Days Get Dark


Y hablando de Glasgow… Tengo la obligación moral de rescatar algunos de los discos que me motivaron durante los dos años y pico de silencio, que no fueron demasiados. Más bien viví de las rentas durante todo ese tiempo, de misceláneas de recuerdos de los ochenta y los noventa. No hubo mucho donde rascar ni muchas ganas de hacerlo, pero 2021 vino con algunas joyas bajo el brazo. Ya hablé del impacto definitivo de “As The Love Continues” de Mogwai, y ahora toca hablar de sus amigos y nuevos huéspedes de Rock Action Records: Arab Strap. Anunciaban en 2016 su regreso tras casi diez años de experimentos paralelos, subiéndose a las tablas de vez en cuando para recuperar el fondo perdido. Tuvimos que esperar hasta 2021 para tener nuevo material, y sabíamos que no sería moco de pavo. En efecto, no lo es: “As Days Get Dark” es lo más brillante que Aidan Moffat y Malcolm Middelton podían ofrecer para un retorno a bombo y platillo. Inmenso de principio a fin, con un arranque de los más épicos en mucho tiempo (“The Turning of Our Bones”), los caústicos e inquietantes discursos de Mofatt, los excelsos ritmos y melodías de Middelton, arreglos de cuerda y viento como agujeros para que corra un poco el aire entre tanta intensidad. Nada que no conociéramos ya. Algo que echábamos de menos.

Lo mejor dentro de lo mejor: “The Turning of Our Bones”, “Another Clockwork Day”, “Compersion, pt 1”, “Kebabylon”, “Here Comes Comus!”, “Fable of The Urban Fox”.  

15 octubre 2022

REPORTAJES

LOST IN FRANCE

Más viejos pero más sabios

Para nosotros, los amantes de lo underground, de la música que rula fuera de los circuitos habituales, la ciudad de Glasgow siempre ha sido un punto referente en el mapa. Al igual que Los Ángeles en los 60, Londres en los 70, Manchester en los 80 o Seattle en los primeros 90, Glasgow ha sido la cuna de muchos de los grupos que nos maduraron el gusto en nuestra juventud y nos mostraron cuál era el camino que queríamos seguir. Bandas como The Jesus & Mary Chain, The Vaselines o Primal Scream fueron los primeros en tirar de ese carro de creatividad instigada por la desindustrialización y por el declive económico y social que asoló la ciudad en tiempos de la Thatcher. Recogiendo su testigo, muchas otras bandas emergieron a partir de los 90, saliendo como setas de los sótanos, de los garajes, de los garitos de Sauchiehall Street. Teenage Fanclub, The Pastels, Arab Strap, Mogwai, The Delgados, Bis, Belle and Sebastian, Camera Obscura, Magoo, Travis, Franz Ferdinand, The Phantom Band, Sons and Daughters, todos ellos pueden presumir de formar parte de la historia de una ciudad que vive por y para la música. Una imagen se me quedó grabada a fuego en mi única visita: George Square a las cuatro de la tarde, desierta bajo una lluvia torrencial, mientras una pantalla gigante en medio de la plaza emitía a todo trapo un concierto de Editors.

Pues bien, hubo un tipo llamado David Sosson que durante su época de estudios en Glasgow tuvo el gusto de engancharse a toda esa vorágine artística. Y un buen día decidió coger a un puñado de esas bandas y llevarlas a su pueblo de la Bretaña francesa para montar una especie de festival. En teoría, una idea muy romántica. En la práctica, un experimento con dinamita. Mete a un montón de veinteañeros escoceses locos y ebrios en un ferry para cruzar el Canal de la Mancha y reza a ver qué pasa. La cosa es que el festival se celebró, reuniendo a bandas como The Delgados, Arab Strap, Mogwai, Bis, The Karelia, Magoo o The Johnny 7. Y casi veinte años después alguien tiene otra idea casi igual de buena o mejor: la de juntar a unos cuantos de los protagonistas de aquella aventura y hacerlos regresar al lugar de los hechos. Más viejos, pero probablemente más sabios (como dice el documental en su introducción), Stewart Henderson, Emma Pollock y Paul Savage (The Delgados), Alex Kapranos (The Karelia y Franz Ferdinand), Stuart Braithwaite (Mogwai) y el increíble guitarrista RM Hubbert regresan al pequeño pueblo de Mauron, todos ellos unidos por la conexión inevitable de Chemikal Underground Records, el sello discográfico que The Delgados lanzaron en 1994 como fundación de apoyo a todos esos amigos que tenían talento y querían enseñárselo al mundo.

Entre conversaciones fraternales, reflexiones personales, imágenes de archivo de aquellos salvajes conciertos de 1997 y pequeños recitales de reencuentro, el documental (dirigido con mucho gusto por el irlandés Niall McCann) nos muestra un bonito retrato de la ciudad de Glasgow y su idiosincrasia, así como del lado oculto de la industria musical: el de los pequeños sellos discográficos locales, el de los valientes emprendedores que apuestan por el riesgo por las meras ganas de expresarse y de crear. Y así, gracias a la valentía de unos cuantos y a la colaboración de todos, la música va llegando más y más allá, de boca en boca, de mano en mano, para que todos sepamos (como ahora ya sabemos) que hay bandas que merecen una oportunidad.

Lost in France” (2017) está plagado de imágenes curiosas, material de archivo sacado de no se sabe dónde que nos recuerda otros tiempos, otros ámbitos, los primeros festivales, el desbarre de la juventud, la lluvia incesante de bandas que descubrías cada día a base de investigar en el subsuelo. Y también es genial ver cómo esos músicos han madurado y (quizá) sentado las cabezas, en un juicio profundo sobre un pasado que no es solo algo finito, sino un episodio más del presente. Y claro, emociona ver cómo esos músicos se ponen de nuevo sobre las tablas en un pequeño pub bretón perdido en la nada, para cantar con otra perspectiva más sutil y otras voces la historia que ellos mismos forjaron. Así lo hacen Stuart Braithwaite interpretando “Cody”, Emma Pollock tocando “Can´t Keep a Secret”, Alex Kapranos recuperando “Jacqueline”, o casi todos juntos rescatando el tremendo himno generacional punk “Owl in The Tree” de Trout. El propio Stuart declaraba en su día que no se trataba solo de un documental sobre música, sino sobre la amistad y la nostalgia, la pertenencia a una comunidad y la admiración por el trabajo de los demás. Casi sin pretenderlo, estos tipos nos han aportado una enseñanza rotunda y universal. Una lección digna de ser aplicada en el día a día y en todos los aspectos de nuestras vidas.

08 octubre 2022

REPORTAJES

DAVE GROHL “The Storyteller. Historias de vida y música”

Una vida de película


¿Que Dave Grohl ha escrito un libro? Agárrate que vienen curvas. Esto puede ser algo mítico, un hito, una chifladura sin parangón. Cosas así pensaba yo el día que me topé con “The Storyteller. Historias de vida y música” en una librería; tardé un segundo y medio en meterlo en la cesta de deseos. No me hizo falta hojearlo, ni leer la sinopsis ni ver la contraportada. A Dave me lo llevo a casa sí o sí. 

Y de hecho, las memorias del señor Grohl no me han decepcionado. Es más, las memorias del señor Grohl son un regalo que todo buen aficionado a la música debería atesorar. Y no me refiero solo a los fans de Nirvana o de Foo Fighters, ni siquiera a los rockeros del mundo en general, me estoy refiriendo a todo melómano que se precie, con un mínimo de sensibilidad y respeto por la literatura. Porque de todos los buenos músicos aprendemos algo cuando escuchamos sus creaciones o los vemos sobre las tablas; pero no hay tantos músicos que tengan un poder inspirador y educativo más allá de su oficio. ¿O sí? El caso es que leer al señor Grohl ha sido todo un placer, una suerte de terapia emocional intensa y liberadora. Y algo en mi fuero interno me decía que iba a ser así, pues ya había indicios de que este tipo era capaz de sentir y transmitir como nadie el poder curativo de la música. También intuíamos sus buenas dotes como divulgador, adivinadas en diversos trabajos documentales. Y si a todo eso le añades una gran inteligencia emocional y un vibrante sentido del humor, el resultado no puede ser más que una obra maestra, un magnífico y generoso retrato de una vida auténticamente de película. 

Y es que su historia no deja de ser un típico cuento de hadas: bicho raro de barrio obrero que descubre el rock y se lanza al sueño de alcanzar el trono de sus mitos. Y no solo lo alcanza, sino que en muchas ocasiones lo supera. A veces gracias al esfuerzo, al sacrificio y la tozudez, otras veces gracias a la más inesperada de las fortunas. Porque, en efecto, ¿es posible llegar más lejos? Cuando ya has vendido millones de discos, tocado para millones de personas en todos los lugares del mundo, ganado tantos premios, colaborado con tantas glorias e incluso te has paseado por la Casa Blanca, el Capitolio o el Salón de la Fama del Rock & Roll, ¿qué más te queda por hacer? ¿Escribir un libro quizá? El caso es que, si nos atenemos a la historia que él mismo cuenta, el señor Grohl no está ahí gratis. Creyó lo suyo, peleó lo suyo, con una cabezonería absolutamente vocacional. Se repuso admirablemente a los reveses de una vida que iba de cero a cien (y viceversa) en cuestión de minutos. Encontró un camino más o menos cómodo y satisfactorio después de algún que otro traspiés. Pero también podemos decir que ha sido un tipo con suerte: la suerte de verte tocando por casualidad con tu grupo fetiche (Scream), de estar en la banda correcta en el momento adecuado (Nirvana) o de cruzarte a la vuelta de la esquina con leyendas que te dan el empujón hacia delante cuando más lo necesitas. 

Y sin embargo, no hay ni pizca de arrogancia o soberbia en sus palabras. Todo lo contrario: son las palabras de un hombre sencillo y básico, que no duda en reírse de sí mismo y en dar las gracias a todos los que lo acompañan en su largo viaje. Es la historia del hijo que valora el amor y el sacrificio de una madre, del padre que deja todo atrás por sus hijas, del amigo que no cesa de serlo pese al tiempo y la pérdida, del compañero que comparte su rol de líder, del ídolo que se juega el tipo para contentar a sus fans, del fan que glorifica y respeta a sus propios ídolos. También es la historia de un hombre con perspectiva, capaz de moverse en todos los escenarios (no solo artísticos, también políticos o sociales) como pez en el agua, un hombre que nos enseña que los héroes a veces también son de carne y hueso. Una auténtica persona más allá del personaje. Un auténtico señor. 

HABÍA CIERTAS COSAS EN MI VIDA EN LAS QUE CONFIABA INCONDICIONALMENTE Y LAS QUE TENÍA UNA FE INQUEBRANTABLE: EL AMOR DE MI MADRE, MI AMOR POR ELLA Y EL AMOR QUE ME LLENABA EL CORAZÓN CON LA MÚSICA”. 

PORQUE ME SIGO PASEANDO POR ESTA VIDA COMO UN NIÑO EN UN MUSEO, RODEADO DE OBRAS DE ARTE QUE LLEVO TODA LA VIDA ESTUDIANDO. Y CUANDO POR FIN ME ENCUENTRO CARA A CARA CON ALGUIEN QUE ME HA INSPIRADO POR EL CAMINO, ME SIENTO AGRADECIDO. PROFUNDAMENTE AGRADECIDO”. 

29 septiembre 2022

CONCIERTOS

REGRESO AL MUNDO DE LOS VIVOS: EXPERIENCIAS POST-PANDEMIA

Tomavistas, Antorchas, Mad Cool, etc.

Como ya ocurrió con los dos anteriores, 2022 está siendo un año para olvidar. De nuevo lo celebrable escasea, siendo lo mejor la vuelta a la música en vivo y a los festivales. Poco y selectivo, pero disfrutado como ya no nos acordábamos. Dos años y diez meses después volvimos a colocarnos delante de un escenario en Madrid, en la jornada de viernes del Tomavistas Festival, casi con palpitaciones y lagrimitas en los ojos. Allá vamos, a resucitar nuestros egos del pasado, con más quebrantos pero no menos ganas. Y así, cuando ves a los chicos de Rolling Blackouts Coastal Fever con algunas canas, entradas y barriguitas de más te percatas de que el tiempo y la crisis han hecho mella pero no nos han doblegado. Y cuando Kevin Morby declama eso de “this is what I´ll miss about being alive”, confirmas que estos son los instantes que marcan tu experiencia en la vida. Y cuando Brett Anderson se asoma a la ventana como un majestuoso Dorian Gray confirmas que el reloj es maquiavélico pero no invencible. Y cuando Slowdive sirven en bandeja los entremeses de hace veinte años te terminas de responder a la eterna pregunta: ¿de verdad los tiempos han cambiado tanto? Sí o no. Depende de nosotros, pero sobre todo de ellos.

El viernes del Tomavistas fue una experiencia de recuerdo y de refuerzo personal. Rolling Blackouts Coastal Fever van seguros y rodados, con tres largos ya bajo el brazo. Presentaron su nuevo “Endless Rooms” (2022) aireando temas como “The Way It Shatters”, “My Echo”, “Caught Low” o “Dive Deep”, pero no se saltaron la vibrante “Cars in Space” ni la adictiva “Talking Straight” ni la monumental “Fountain of Good Fortune”. El COVID no ha podido con su método y estrategia en escena, repartiéndose la gloria por tercio y apostando todo su patrimonio al pandemónium de guitarras. Y luego llegó Kevin Morby y se convirtió en la auténtica sensación, con su chaqueta de flecos. El tejano empieza a escribir su nombre con letras mayúsculas, en la dirección correcta de camino a la leyenda, bajo los focos de astros como Bob Dylan, Lou Reed o Townes Van Zandt. “This Is a Photograph” (2022) es su séptimo disco en menos de una década, y menudo disco. La apertura con el tema homónimo nos dejó claro que su directo ha evolucionado hacia el más absoluto esplendor y que sus brazos siguen abarcando todos los lugares comunes del sonido americano. Estacazos como “Rock Bottom”, “Wander”, “No Halo” o “Dorothy”, tránsitos eternos en “City Music” y “Harlem River”, la finura aplastante de “I Have Been to The Mountain”, el aire ancestral de “Campfire” o “Parade”. Grandiosa exhibición de toda la banda (saxo incluido). Ya está contado el presente, ahora vayamos al presente-pasado. Suede irrumpen regios en el escenario y la mente viaja veintitantos años atrás en el tiempo, al FIB de 1999. Se estrenan con “She”, “Trash”, “Animal Nitrate”, “Killing of a Flashboy” y “We Are the Pigs”, con Brett Anderson en plena forma y con muchas ganas. Nos tienen en el bolsillo, a partir de aquí ya no importa lo que toquen porque han cumplido con creces, aunque el remate con “So Young”, “Metal Mickey”, “Beautiful Ones” y “New Generation” es un plus de nostalgia y celebración que los vuelve a situar como referente de una era pop que nos dejó serias cicatrices. Luego llega el turno de Slowdive, asignatura pendiente desde hace mucho tiempo, los adorables Neil Halstead y Rachel Goswell a los que una vez llegamos a ver en vivo como Mojave 3. No era el escenario perfecto, ni el equipo de sonido perfecto, ni la hora perfecta, así que sus bucles y ráfagas de ruido amable se diluyen en el aire. Aún así es un placer volver a “Soulvaki Space Station”, “Crazy for You”, “Allison” o “Dagger”, así como degustar una “Sugar for the Pill” impecable.

Últimamente he adoptado la máxima de perseguir a las viejas leyendas vivas, por la solvencia que a menudo demuestran y la satisfacción que me aportan. Así que había que darse una vuelta por ese festival que se han inventado mis queridos paisanos albaceteños para las fiestas de San Juan, con el simpático nombre de Antorchas Festival, un evento que cruzaba a Love of Lesbian, Leiva, Lori Meyers, Nacho Vegas, Los Enemigos o Maika Makovski con Simple Minds. Sí, un festival para indies de libro, pero con un hermoso regalo para los de otros gustos o generaciones. Yo me apunto a Simple Minds sabiendo que han montado una nueva gira que está funcionando pero sin más información, salvo su caterva de grandes éxitos revisada y estudiada. Una apuesta por lo añejo que sale redonda desde el minuto uno y los primeros compases de “Act of Love”. Jim Kerr y Charlie Burchill, veteranos de guerra en plena facultad, comandan una orquesta en la que destaca la fuerza bruta de Cherisse Osei a las baquetas. Un cien por cien de calibración y entrega, y una colección de remembranzas donde no faltan las veneradas “Waterfront”, “She´s a River”, “Belfast Child” o “Sometimes Somewhere in Summertime”. Para cuando suena el clásico “The Walls Came Down” de The Call ya está todo el mundo feliz y tarareando (la mayoría sin saber que este tema no es original de la banda, pero da igual), y cuando llega “Don´t You (Forget About Me)” las brasas ya arden a todo trapo. Los bises nos regalan el impagable himno “Alive and Kicking” y “Sanctify Yourself” pone el broche a uno de esos flash-backs que tanto nos encantan. Lo dicho: los viejos no fallan.   

Y la siguiente parada festivalera era un Mad Cool al que nos unimos por la fuerza de la corriente, y por apenas una docena de nombres verdaderamente apetecibles (de los cuales no pudimos ver ni a la mitad). Al traste Seasick Steve, Villagers y Wolf Alice el primer día por solapamientos e inclemencias horarias. Al traste Mother Mother el segundo por algo parecido. Al traste Warmduscher, que desaparecen del cartel el día del anuncio de horarios sin ninguna explicación. Al traste The Struts el sábado por aforo desmesurado en la carpa Amazon. Así que había que contentarse con Placebo, St. Vincent, Foals, Pixies, The War on Drugs, Editors y poco más. No soy fan de Metallica, aunque los visito con respeto un rato y admiro su grandeza y profesionalidad. No soy fan de Muse, aunque los visito un rato y acabo hastiada de tanta megalomanía. No soy fan de Kings of Leon pero me los tengo que tragar a la fuerza otra vez y vuelvo a reconocer que tienen algunos temas estupendos (“Crawl”, “Knocked Up”, “Fans”). Veo de reojo a Yungblud, Imagine Dragons, Haim o Parcels y todo me resulta desconcertante o indiferente. Y me cago en todo porque Jack White toca el domingo extra y ya no me quedan fuerzas ni recursos para aguantar.

Placebo dan la cara sobrados de experiencia y tablas, pero se echan de menos sus dos primeros discos (solo aparece por ahí “Bionic”). St. Vincent o Annie Clark se corona como jefa del festival dando un show lleno de clase, de aromas retro (coro gospel incluido), de precisión técnica (con músicos como el infalible Justin Meldal-Johnsen) y de super canciones (qué buenas son “New York”, “Fast Slow Disco”, “Cheerleader” y “The Melting of The Sun”). The War on Drugs clavan un soberbio recital con impecable sonido e impecable actitud, llegando a su máxima expresión de destreza con la interminable “Under The Pressure”. Pixies vuelven a hacer lo único que saben: éxitos, garras y agallas. Y lo hacen francamente bien, volviendo a reivindicar las eternas “Monkey Gone to Heaven”, “Here Comes Your Man”, “Bone Machine”, “Debaser”, etcétera (creo que solo se les escapó “Velouria”). En cuanto a Editors, menos mal que no siguieron la estrategia Placebo: se acordaron de “The Racing Rats”, “An End Has a Start”, “Blood”, “Smokers Outside the Hospital Doors” y “Munich”, cosa que se les agradece. 

Y para el final dejo lo mejor del festival, a juicio muy personal. Foals han ido creciendo como la espuma con los años, en cuanto a creación y a fuerza en directo. Aún recuerdo el impacto de “Antidotes” (2008), que los puso en la rampa de salida del entonces llamado math-rock, y aquel primer show que vimos en vivo en el Summercase del mismo año, con su extravagante disposición en escena y su orgía de guitarras locas. Desde entonces los hemos ido siguiendo discretamente, degustando serenamente cada disco y llevándonos muchísimas de sus canciones a la libreta de favoritas: “Olympic Airways”, “Red Socks Pugie”, “Big Big Love (Fig. 2)”, “Black Gold”, “Total Life Forever”, “After Glow”, “Providence”, “What Went Down”, “Night Swimmers”, “A Knife in The Ocean”, “Exits”, “In Degrees”, “Sunday”, “The Runner”, “2am”. Bueno, he aquí una lista de temas absolutamente soberbios y adictivos. Foals se han hecho mayores, ya nos lo avisaron en el Mad Cool de 2017 con aquel concierto redondo rematado con fuego a discreción. Pues sí, confirmado, ya son grandes, ya están en otro nivel (¿nivel cabeza de cartel?). El carisma de Yannis Philippakis y el caudal rítmico de Jack Bevan lideran un directo monstruoso, una coordinación extraordinaria de los estilos, los tempos y los ritmos, una historia con introducción, nudo y desenlace, ofreciendo sus aperitivos pop, disco y calipso como entrante para luego transformarse en el cuello de la bestia. Así lo hicieron nuevamente esta vez, poniéndonos a bailar al principio (“Wake Me Up”, “The Runner”, “2am”, “2001”, “In Degrees”), hipnotizándonos después (“Spanish Sahara”), sacándonos de la hipnosis a tortazos (“Providence”) para finalmente arrasarlo todo como un ejército de hunos (“Inhaler”, “Black Bull”, “What Went Down”, “Two Steps Twice”).

Aquí debería empezar la reseña del siguiente evento, el VisorFest. ¿Festival maldito? En 2019 la gota fría. En 2022 las tristes circunstancias. Me quedé con la miel de Mudhoney, James, The Lightning Seeds y Teenage Fanclub en los labios. A ver si el año que viene lo consigo por fin.  

05 septiembre 2022

DISCOS: MOGWAI "As The Love Continues"


Alguien a quien quiero mucho me planteaba hace poco la siguiente cuestión: ¿cuál es tu grupo favorito del mundo, del que tienes todos los discos, que más veces has visto en concierto y del que sabes casi todo? Uff, vaya pregunta. Días y días dando vueltas a la cabeza para acabar con un selecto grupo de finalistas: Yo la Tengo, Nick Cave and The Bad Seeds, Dominique A, Calexico, Tindersticks, Mercury Rev, Mogwai... Que haya fair play: empiezo a otorgar puntos en función del número de audiciones, lecturas, shows en vivo, visionados en Youtube, búsqueda de rarezas y curiosidades, ranking de días seguidos escuchando a ese grupo y solo a ese, capacidad de retentiva y reproducción en la memoria de mayor número de canciones en su integridad. Y finalmente los ganadores son… MOGWAI. Y no por los pelos, precisamente. Porque los escoceses nunca se van, a lo sumo se quedan en stand-by y cada equis tiempo emergen, resucitan como un titán y vuelven a azuzarme los oídos (ay, pobres oídos), las neuronas, las vísceras y, permitiéndome un poco de cursilería, también el alma. No sé qué tiene su música, quizá sea un ejemplo de eso que llaman música orgánica, lo que quiera que esa etiqueta signifique. Desde luego post-rock ya está claro que no es porque, como ellos mismos defienden, el término post-rock sugiere la muerte del rock y el rock nunca morirá (ya sabemos eso de “hardcore will never die”). Así que el poder del sonido de la banda de Glasgow puede que sea un misterio. ¿O puede que no? ¿O puede que de repente ese sonido se haya colado por las peligrosas grietas que se han abierto recientemente en el mundo, en la sociedad, en nuestras cabezas y haya logrado empezar a sellarlas? Quién sabe. Lo cierto es que, después de 25 años de carrera y una pandemia del demonio, Mogwai sacan a la luz su décimo álbum de estudio (siempre sin hablar de su eminente colección de bandas sonoras) y se plantan en el número uno de las listas de ventas del Reino Unido del infame Boris Johnson. ¿Qué rayos está pasando? ¿Es que el mundo se ha vuelto loco? ¿O es que definitivamente nos hemos dado cuenta de la diferencia entre el provecho y la basura, el trabajo y la impostura, la presunción y la honestidad? Como no soy socióloga ni musicóloga ni psicóloga ni antropóloga dejo de hacerme más preguntas al respecto y acepto la noticia con asombro y alegría, ni más ni menos que como la aceptaron ellos. Extraterrestres en un mundo de voraces humanos o seres humanos en un planeta extraterrestre ridículo y extraño. Ellos se lo toman bien. Les da la risa. Son agradecidos y humildes. Se plantan en la gala de los Premios Mercury 2021 felices y naturales, sin pizca de glamur, dispuestos a abrazar una experiencia novedosa. Probablemente son los bichos raros pero les importa un comino. Y lo más relevante es que después de todo el paripé siguen sabiendo muy bien quiénes son, por dónde caminan y de qué pie cojean. Saben que a lo mejor ya no volverán a alcanzar nunca más el top, pero les sigue importando un comino. Ese es el secreto, el seguro de vida de esas grandes bandas que después de décadas siguen funcionando y creando más y más leyenda.

Y no es extraño que “As the Love Continues” (2021) recibiera una acogida tan fastuosa, no solo porque necesitábamos más Mogwai tras cuatro años, un duro confinamiento y varias vacunas, sino porque es sin duda su mejor disco en mucho tiempo. Y en su caso hablar de mejor es hablar de excelencia, pues no tienen disco malo (solo alguno un poco fragmentario). Los escoces han vivido y padecido la crisis del coronavirus (y un Brexit, para más inri) como cualquier hijo de vecino, entre el miedo, la frustración y el desaliento, y en ese penoso periplo han conseguido hacer lo que tantos y tantos se propusieron llenos de arrogancia y jamás consiguieron: sacar algo positivo del desastre, crear algo grande con las cenizas del incendio. Ellos suelen concebir sus creaciones desde la distancia, enviándose ideas que vuelan, van y vienen por los circuitos de la telecomunicación. Esta vez esa distancia se ha impuesto como norma, y he aquí un disco trabajado, modelado e incluso producido (por Dave Fridmann, nuevamente) haciendo encaje de bolillos virtual. Sorprende escuchar el resultado: una colección de canciones sin fractura, un ente sónico en el que nada falta y nada sobra. Algo más clásicos y eléctricos, pero sin renunciar a ese sintetizador que pone la nota cinematográfica, ese voccoder que añade la anécdota robótica o ese reverb que desata el aura psicodélica. Desde el crescendo épico de “To The Bin My Friend, Tonight We Vacate Earth” hasta el emotivo cuadro emo que representa “It´s What I Want to Do, Mum”, este disco logra algo muy difícil de conseguir: desatar una hermosa y caótica tormenta de vibraciones que no se resiente hasta el último acorde, y la necesidad vital, animal, casi instintiva de volver a empezar desde el principio una y otra vez.

Escribía hace un tiempo que Mogwai era en sus comienzos el grupo que te ponías a escuchar cuando estabas deprimido o cabreado, aquellos tétricos riffs de guitarra, esas explosiones de ira que te dejaban medio sordo. “Young Team” (97) y “Come On Die Young” (99) fueron la banda sonora de nuestras penas a finales de los 90. Más tarde llegó “Rock Action” (2001) y en él ya pudimos empezar a ver un poco de luz, sobre todo en canciones como “Take Me Somewhere Nice” o “2 Rights Make 1 Wrong”. Y luego titularon su cuarto álbum “Happy Songs for Happy People” (2003) y ya nos rompieron los esquemas, los muy canallas, certificando ese sentido del humor typical scottish que no es tan diferente del nuestro. Por eso, y en comparativa, es curioso escuchar ahora temas como “Here We, Here We, Here We Go Forever” o “Supposedly, We Were Nightmares”, que destilan tanto optimismo, tan bailables, luminosas y expansivas. O comprobar que pueden sacarse de la manga hits de digestión inmediata, como ocurrió en su anterior trabajo con “Party in The Dark” o como ocurre en este con “Ritchie Sacramento”. También es sorprendente acreditar cómo pueden llegar al máximo cénit sinfónico (gracias a la aportación de Atticus Ross, por cierto) en la inclasificable “Midnight Flit”, o su increíble estado de forma como arquitectos del sonido, construyendo muros colosales de ruido ladrillo a ladrillo, como ocurre en la implacable “Drive The Nail”. También siguen mostrando su destreza creando envolventes melódicas a través de la voz encriptada de Barry Burns y dibujando repeticiones heroicas y emocionalmente devastadoras, logrando sonar como una auténtica orquesta a base de sintetizador, redoble y pedal; todas estas cosas ocurren en “Fuck Off Money”, quizá una de las mayores epopeyas de su carrera. Desde luego en un disco de Mogwai no podían faltar las bofetadas en la cara, los nudos y miasmas de guitarras a toda potencia que raspan y dejan sin aliento, faceta que aquí queda representada en dos piezas como “Ceiling Granny” y “Pat Stains”. Y quedaría hablar de ese delicioso arquetipo ambient que es “Dry Fantasy”, de cómo hacer pura magia con un sol y un do de teclado.

La edición que cayó en mis manos por arte de magia hace unos días incluye además las demo originales de “To The Bin My Friend, Tonight We Vacate Earth”, “Here We, Here We, Here We Go Forever”, “Supposedly, We Were Nightmares”, “Drive The Nail” y “It´s What I Want to Do, Mum”. Y qué interesante resulta escucharlas, asistir al embrión, a la idea inicial, al esqueleto de la bestia, al ensayo y la intuición. Es como meterse en la cabeza y en el estudio de Stuart, o de Barry o de Dominic e imaginarse cómo trabajan, cómo inventan, qué fuerza divina los guía para lograr ser tan colosales.

Y después de toda esta vorágine de reconocimiento y suerte, cuesta imaginar cuál será el siguiente paso. Para nosotros, esperar con ilusión un nuevo capítulo y poder volver a verlos en vivo otra vez, quién sabe cuándo. Para ellos, seguramente seguir trabajando. Y no para amasar fortuna, pues no hay banda más anticapitalista en el mundo del rock (por ahí deben de ir los tiros del título “Fuck Off Money”). Tampoco para ganar finalmente el Mercury que, por cierto, en 2021 fue a parar a Arlo Parks. Seguirán trabajando para dar a la gente lo que la gente merece y espera, un quid pro quo entre banda y fans, la más bonita relación de amor que pueda existir en el mundo. No lo digo yo, lo dicen ellos. Dicen cosas muy interesantes, y no solo a través de su música y sus surrealistas títulos, sino en las numerosas entrevistas que regalan sin reparo, siempre con una sonrisa pese al jet lag y la resaca. Que nuestros músicos idolatrados resulten ser personas de calle, gente normal, nos dice algo muy importante: que no hemos perdido ni un solo minuto del tiempo que les hemos dedicado. De momento a estos les he dedicado 26 añitos, más de la mitad de mi vida llevando a Mogwai en el walkman, en el discman, en el mp3, en el coche, en los bolsillos, en la cabeza.  Y seguro que nos quedan unos cuantos años más, pues para ellos no parece haber ni techo ni fondo. “No tenemos ningún secreto. Sólo somos unos tíos que se aprecian, dedicándonos a hacer lo que más nos gusta”. Eso lo han repetido ya muchas veces ante la contumaz pregunta de cómo funciona Mogwai y por qué funciona tan bien. Pues nada, felicidades y adelante. Que el amor continúe otro poquito más.

Gracias, Stuart, Dominic, Barry y Martin, por haberme devuelto la inspiración y las ganas de escribir.

Gracias, Manolo, por haberme devuelto las ganas de publicar.