CONCIERTOS
ELVIS PERKINS IN DEARLAND. Madrid. Heineken. 18-9-2009.
Su peso en oro, su peso en pena.
Hagamos un experimento: metamos en la batidora a Buddy Holly, Woody Guthrie, Bob Dylan, Van Morrison, Nick Drake, Tom Waits, Elliott Smith, Jeff Buckley, Paul Simon, Donovan y Cat Stevens, y pongámosla en marcha. La mezcla se llama Elvis Perkins. Un tipo con una tremenda historia a sus espaldas, historia que ya todos sabemos. No hay medio informativo que no lo de a conocer sin basarse en ella. Cambiemos de tema, ¿no?. Hay que reconocer que a Elvis lo envuelve un aura de misterio, que despierta una ternura especial por su circunstancia, una empatía irremediable, ganas de darle un abrazo y decirle “lo siento”. Sus canciones exhiben un apasionante mundo interior, se clavan como puñales, tocan el alma, incitan a la reflexión y sirven de autoayuda. Pero cara a cara, la cosa es bien diferente: nada de cantautor (a él no le mencionen la expresión, la odia) de cabeza gacha, melancólico y derrotista. En persona Elvis es un tipo gracioso y espontáneo, con cara de pillín, con unas ganas locas de pasarlo en grande. La historia de cada cual es para siempre, y está claro que él nunca dejará de ser el chico con la espina en el costado. Pero su discreta, heroica y elegante huida hacia delante es casi tan encomiable como su calidad lírica y musical. Ha nacido un clásico, ha nacido una estrella.
Y no hablen de él como Elvis Perkins a secas, hablen de Elvis Perkins In Dearland. Hagamos un monumento a sus simpáticos colegas (Brigham, Wyndham y Nicholas, bonitos nombres), esos tres soles, esos tres encantos, brillantísima banda maximizadora de recursos (guitarra, Hammond, armonio, trombón, bajo, contrabajo, saxo, batería, bombo de hombre-orquesta, armónica, flautín y pandereta), animadora de festejos y transmisora de energía. Ellos dan a la música de Perkins el influjo que merece, la engrandecen poderosamente, arropando y cuidando a su amigo (uno más entre ellos, por cierto) como si fuera el hermano pequeño. El resultado de su comunión artístico-afectiva no puede ser más rico y variado, navegando por los siete mares de la música popular americana (gospel, blues, folk, country, soul, R&B y rock´n´roll) con una pulcritud exuberante, compartiendo con todos las vivencias de ese palpitante viaje, enseñándolo en pequeñas instantáneas color sepia. Viendo la actitud del conjunto en escena, nadie diría que están hablando de tristeza, muerte, soledad, la Biblia y el juicio final. Pero sí, hablan de ello y de qué manera más brutal. Con vehemencia y sentimiento, expulsando al diablo en cada grito, Elvis canta cosas como “I can´t hold my life in the march on glory”, “what am I if bound to walk in chains ´til I die”, “do you ever wonder where you go when you die?”, “black is the colour of my blood”, “when I go to heaven, I swear you will go with me”, “it´s dark in the night and I´m up here all alone” o “let´s plant a flowering-tree here in the rubble and debris, I´ll tend it with a tear”, y con cada una de esas sentencias hay un pequeño escalofrío. Acto seguido vuelve a renacer la juglaría, llega el alivio y la conclusión a la que todos parecemos querer llegar: qué puta es la vida, pero qué bello es vivir. Así son las cosas y así nos las han contado.
En cuanto al repertorio, poco importa que se olvidaran de “Ash Wednesday” y “123 Goodbye”, pues en su lugar aparecieron, como por arte de magia, la tristísima y magnética “The Night & The Liquor” y una versión acústica de “Moon Woman II” ante la que Elvis se mostraba dudoso por tenerla mucho tiempo olvidada (la bordó). Por supuesto, “Elvis Perkins In Dearland” (2009) fue el gran protagonista: “I Heard Your Voice in Dresden” y “Hey” contagiaron hermandad y diversión, “Chains, Chains, Chains” sonó a brisa de mar, “I´ll Be Arriving” se despojó del disfraz de Tom Waits para enfundarse el de Stevie Wonder, “Shampoo” se consagró definitivamente como nuevo clásico con una ejecución inmaculada, y “Hours Last Stand” y “How´s Forever Been Baby” desataron (en vivo, todavía más) la típica lluvia emocional, incontenida en privado, contenida en público. ¿Y “Doomsday”?. De ella hablaremos después. Por su parte, “While You Were Sleeping” volvió a la apertura como antaño, en aparición solitaria de Perkins y suma gradual del resto. La recreación western de “All the Night Without Love” y la solidez de “May Day” afirmaron a las claras la condición sine qua non del buen músico: destreza en la mutación de las composiciones a la hora de plasmarlas en directo. Y “Emile´s Vietnam in the Sky” se coló por ahí aportando un toque de intimidad; el sutil recital en francés trajo a la mente el “The Partisan” de Cohen una semana antes. También se mostraron ilusionados con la aparición de su nuevo “Doomsday EP” (en octubre), compendio ejemplificador de su devoción por raíces y antepasados. “Stay Zombie Stay”, “Weeping Mary” (canción de folclore, según Nick Kinsey en aceptable castellano), “Stop Drop Rock´n´Roll” y la sobrecogedora “Gypsy Davy” (nada que ver con la del clan Guthrie) son como el reflejo que devuelve el espejo de la tradición americana. Y es que América no solo da miedo y disgustos. A veces da alegrías muy grandes en forma de buena música. Y Elvis Perkins In Dearland son la última de esas alegrías, un faro al que seguir, una fuente de esperanza, un soplo de aire fresco para nuestros corazones, y la confirmación de que nuestra generación (la de los natos en los setenta, la de los treintañeros) tiene la pluma y la tinta para escribir un espléndido futuro. Con motivo de su anterior visita a Madrid y en una entrevista, el hijo de ya sabemos quienes decía lo siguiente: “Creo firmemente en el poder sanador e inspirador que una buena canción puede transmitirle a una buena persona”. Y yo, Elvis, y yo.
Momento “Doomsday”: Convertida a conciencia en jácara libérrima, el culmen de sus conciertos siempre acaba siendo esta canción. Con ella brindan apoteósicos números allá por donde vayan (en youtube.com hay un muestrario interesante). En Madrid no fue menos. Brigham y Wyndham dieron el toque de salida con saxo y trombón en medio del público, mientras el juguetón de Elvis les fastidiaba el solo con una lata de cerveza, abierta a micro abierto y a traición. Después la fiesta se concentra en escena, todos se desmelenan (Elvis se quita por fin el sombrero), se establecen conexiones y casi todo el mundo sale loco. Por supuesto, en vivo y bien cerca fue mucho mejor que cualquier video o leyenda. Fin del show y rendición absoluta a sus pies.
Su peso en oro, su peso en pena.
Hagamos un experimento: metamos en la batidora a Buddy Holly, Woody Guthrie, Bob Dylan, Van Morrison, Nick Drake, Tom Waits, Elliott Smith, Jeff Buckley, Paul Simon, Donovan y Cat Stevens, y pongámosla en marcha. La mezcla se llama Elvis Perkins. Un tipo con una tremenda historia a sus espaldas, historia que ya todos sabemos. No hay medio informativo que no lo de a conocer sin basarse en ella. Cambiemos de tema, ¿no?. Hay que reconocer que a Elvis lo envuelve un aura de misterio, que despierta una ternura especial por su circunstancia, una empatía irremediable, ganas de darle un abrazo y decirle “lo siento”. Sus canciones exhiben un apasionante mundo interior, se clavan como puñales, tocan el alma, incitan a la reflexión y sirven de autoayuda. Pero cara a cara, la cosa es bien diferente: nada de cantautor (a él no le mencionen la expresión, la odia) de cabeza gacha, melancólico y derrotista. En persona Elvis es un tipo gracioso y espontáneo, con cara de pillín, con unas ganas locas de pasarlo en grande. La historia de cada cual es para siempre, y está claro que él nunca dejará de ser el chico con la espina en el costado. Pero su discreta, heroica y elegante huida hacia delante es casi tan encomiable como su calidad lírica y musical. Ha nacido un clásico, ha nacido una estrella.
Y no hablen de él como Elvis Perkins a secas, hablen de Elvis Perkins In Dearland. Hagamos un monumento a sus simpáticos colegas (Brigham, Wyndham y Nicholas, bonitos nombres), esos tres soles, esos tres encantos, brillantísima banda maximizadora de recursos (guitarra, Hammond, armonio, trombón, bajo, contrabajo, saxo, batería, bombo de hombre-orquesta, armónica, flautín y pandereta), animadora de festejos y transmisora de energía. Ellos dan a la música de Perkins el influjo que merece, la engrandecen poderosamente, arropando y cuidando a su amigo (uno más entre ellos, por cierto) como si fuera el hermano pequeño. El resultado de su comunión artístico-afectiva no puede ser más rico y variado, navegando por los siete mares de la música popular americana (gospel, blues, folk, country, soul, R&B y rock´n´roll) con una pulcritud exuberante, compartiendo con todos las vivencias de ese palpitante viaje, enseñándolo en pequeñas instantáneas color sepia. Viendo la actitud del conjunto en escena, nadie diría que están hablando de tristeza, muerte, soledad, la Biblia y el juicio final. Pero sí, hablan de ello y de qué manera más brutal. Con vehemencia y sentimiento, expulsando al diablo en cada grito, Elvis canta cosas como “I can´t hold my life in the march on glory”, “what am I if bound to walk in chains ´til I die”, “do you ever wonder where you go when you die?”, “black is the colour of my blood”, “when I go to heaven, I swear you will go with me”, “it´s dark in the night and I´m up here all alone” o “let´s plant a flowering-tree here in the rubble and debris, I´ll tend it with a tear”, y con cada una de esas sentencias hay un pequeño escalofrío. Acto seguido vuelve a renacer la juglaría, llega el alivio y la conclusión a la que todos parecemos querer llegar: qué puta es la vida, pero qué bello es vivir. Así son las cosas y así nos las han contado.
En cuanto al repertorio, poco importa que se olvidaran de “Ash Wednesday” y “123 Goodbye”, pues en su lugar aparecieron, como por arte de magia, la tristísima y magnética “The Night & The Liquor” y una versión acústica de “Moon Woman II” ante la que Elvis se mostraba dudoso por tenerla mucho tiempo olvidada (la bordó). Por supuesto, “Elvis Perkins In Dearland” (2009) fue el gran protagonista: “I Heard Your Voice in Dresden” y “Hey” contagiaron hermandad y diversión, “Chains, Chains, Chains” sonó a brisa de mar, “I´ll Be Arriving” se despojó del disfraz de Tom Waits para enfundarse el de Stevie Wonder, “Shampoo” se consagró definitivamente como nuevo clásico con una ejecución inmaculada, y “Hours Last Stand” y “How´s Forever Been Baby” desataron (en vivo, todavía más) la típica lluvia emocional, incontenida en privado, contenida en público. ¿Y “Doomsday”?. De ella hablaremos después. Por su parte, “While You Were Sleeping” volvió a la apertura como antaño, en aparición solitaria de Perkins y suma gradual del resto. La recreación western de “All the Night Without Love” y la solidez de “May Day” afirmaron a las claras la condición sine qua non del buen músico: destreza en la mutación de las composiciones a la hora de plasmarlas en directo. Y “Emile´s Vietnam in the Sky” se coló por ahí aportando un toque de intimidad; el sutil recital en francés trajo a la mente el “The Partisan” de Cohen una semana antes. También se mostraron ilusionados con la aparición de su nuevo “Doomsday EP” (en octubre), compendio ejemplificador de su devoción por raíces y antepasados. “Stay Zombie Stay”, “Weeping Mary” (canción de folclore, según Nick Kinsey en aceptable castellano), “Stop Drop Rock´n´Roll” y la sobrecogedora “Gypsy Davy” (nada que ver con la del clan Guthrie) son como el reflejo que devuelve el espejo de la tradición americana. Y es que América no solo da miedo y disgustos. A veces da alegrías muy grandes en forma de buena música. Y Elvis Perkins In Dearland son la última de esas alegrías, un faro al que seguir, una fuente de esperanza, un soplo de aire fresco para nuestros corazones, y la confirmación de que nuestra generación (la de los natos en los setenta, la de los treintañeros) tiene la pluma y la tinta para escribir un espléndido futuro. Con motivo de su anterior visita a Madrid y en una entrevista, el hijo de ya sabemos quienes decía lo siguiente: “Creo firmemente en el poder sanador e inspirador que una buena canción puede transmitirle a una buena persona”. Y yo, Elvis, y yo.
Momento “Doomsday”: Convertida a conciencia en jácara libérrima, el culmen de sus conciertos siempre acaba siendo esta canción. Con ella brindan apoteósicos números allá por donde vayan (en youtube.com hay un muestrario interesante). En Madrid no fue menos. Brigham y Wyndham dieron el toque de salida con saxo y trombón en medio del público, mientras el juguetón de Elvis les fastidiaba el solo con una lata de cerveza, abierta a micro abierto y a traición. Después la fiesta se concentra en escena, todos se desmelenan (Elvis se quita por fin el sombrero), se establecen conexiones y casi todo el mundo sale loco. Por supuesto, en vivo y bien cerca fue mucho mejor que cualquier video o leyenda. Fin del show y rendición absoluta a sus pies.
Apertura exquisita: La risueña Dawn Landes resultó ser un lujo de telonera para la ocasión, una grata sorpresa. Entre Joni Mitchell y PJ Harvey, con vientos de country colándose por cada hueco, vino a presentar su nuevo “Sweeetheart Rodeo”. La referencia al mítico álbum de The Byrds no es casual ni gratuita. Y sus dos compañeros en escena (batería-armónica, guitarra-bajo) deslumbraron. Hay que seguirle la pista.
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