24 marzo 2023

CONCIERTOS

OWEN PALLETT + THE HIDDEN CAMERAS. Madrid. El Sol. 22-03-2023.

Anunciada como una gira a medias, había gran expectación por saber en qué consistiría este concierto, con dos pesos pesados de la música canadiense, dos amigos de hace años que nunca se han cansado de innovar y colaborar. Y como se preveía, el evento fue un mano a mano, una repartición de tareas, tiempos y colaboraciones, demostración de las virtudes individuales de cada uno y de la química existente en labores compartidas. La excusa para The Hidden Cameras era celebrar el veinte aniversario de “The Smell of Our Own” (2003), que evidentemente tuvo su enorme protagonismo en el repertorio. La excusa para nuestro pequeño Vivaldi quizá era terminar de pasear su último “Island” (2020), que se había quedado varado en vivo por los estragos de la pandemia. 

Comenzaba la noche con el histriónico y divertidísimo Joel Gibb en solitario, todo ataviado de blanco impoluto, pertrechado de guitarra, pedales, bombo y cachivaches de andar por casa, para recordarnos (porque, sinceramente, lo habíamos olvidado) su brillante muestrario de canciones pop, firmadas bajo el pseudónimo de The Hidden Cameras (la banda básicamente es él, amén de un sinfín de adláteres). Teatral y entregado a la causa del show, cercano a un público que gozó de sus cariñosas payasadas, supo poner en órbita temas añejos como “Golden Streams” o “Awoo”, la novedosa y emocionante “Redemption” y algunos coletazos de su vena hortera disco-pop. Y es entonces cuando sale de entre las cortinas el deseado Owen, todo timidez y gregarismo, para complementar a violín, guitarra y coros la hora y pico de gloria de su compañero. De su alianza resurgen joyas como “Fear Is On”, “Ban Marriage” o “A Miracle”, y todos recordamos que la música en comunidad (Canadá es muy dada a estas prácticas) es una suma efectiva, una celebración de la creatividad sin límite. De creatividad Gibb anda sobrado; muchos de sus temas han quedado en el imaginario del mejor pop de principios de siglo. No solo las ya mencionadas, sino otras muchas como “Follow These Eyes”, “We Oh We”, “Fee Fie”, “Smells Like Happiness” o “Boys of Melody”, que también sonaron. 

Al fin y casi sin pausa, el escenario queda a entera disposición del sencillísimo Owen Pallett, que esta vez muestra otra nueva faceta entre sus miles: la de virtuoso y espléndido guitarrista. Conocíamos la modalidad solo violín y pedales, la de violín, teclas y pedales, pero su pericia con las seis cuerdas se revela enteramente asombrosa, confirmándolo como el músico completo, absoluto y perfecto. Comienza con “Polar Vortex”, pero no nos atiborra de canciones nuevas (porque, según un buen amigo suyo, son bastante deprimentes), así que tira de historia para rescatar “This Lamb Sells Condos”, “The CN Tower Belongs to The Dead”, “The Butcher” o “That´s When The Audience Died”. Las luces se atenúan para mostrar la versión exclusiva a guitarra de “I´m Not Afraid”, y se resiste a dejarnos sin un poco de lo deprimentemente fresco, regalando “Fire-Mare” y “Lewis Gets Fucked Into Space”. Suenan también los ecos envolventes de “The Passions” y su clásico “The Great Elsewhere”. Para el final se saca de la chistera (porque también es un poco mago, ¿o no?) dos obsequios imponentes: una maravillosa “E Is for Estranged” que deja sin aliento cada vez que suena acá o allá, y su gran himno lúdico “Lewis Takes Off His Shirt”, el estribillo más coreado de la noche. Y todo suena nítido, armónico, suntuoso, espléndido y medido, pero esta obra magna no sale de una máquina, sale de un hombre de carne y hueso (un solo hombre, que conste), un tipo capaz de controlar cada ítem, cada nanosegundo de cada acorde, con una destreza milimétrica y una placidez suprema. No solo cuenta la descomunal belleza del resultado, también el disfrute de su propio creador, que se lo pasa mejor que nadie ofreciendo algo que muy pocos hoy en día se pueden permitir. Como en anteriores ocasiones, a los meros espectadores solo nos queda alucinar, felicitarlo, envidiar sus divinas dotes y reconocer definitivamente que sí, que estamos ante un genio entrañable con los pies bien plantados en la tierra. Al final el gran showman Joel vuelve a las tablas para una despedida dual, como colofón a dos horas y media generosas de simpatía y arte escénico en estado puro.